Estaban fríos
pero vivos, se arrastraban hacia el fuego. Puse una lata con agua y un mate con
un pequeño agujero, que perdía. Le señalé al hombre la lata y la puso sobre el
fuego. La mujer tenía el mate en la mano, temblaba el hombre, me pidió bombilla.
—No, de eso no
tengo.
Ella arrancó un
yuyo seco y hueco. Antes de hervir el hombre cebó el primero. —Pierde por
abajo.
—Ya sé, es para
calentarse la mano, lo conozco de hace mucho.
Ella le clavó el yuyo seco al medio y tomaron.
Eran hermanos comunicados. Me pasaron uno.
—A mí el mate no
me gusta, si pierde me pone triste, mate de pobre, yo le huyo a la pobreza.
Tampoco me gusta chupar donde chuparon otros, vaya uno a saber qué tienen en la
saliva.
El hombre y la
mujer preguntaron: —¿Dónde vive Ud? ¿Dónde queda su casa?
Eran chusmas las
visitas de otro pago. —Mi casa es ésta.
Ella dijo que no
veía ninguna casa. —Mi casa es aquí donde estoy, si me siento bajo el árbol, mi
casa es allá.
El hombre dijo: —Se
nota que casa no tiene.
No me molesté
más en explicar, no iban a entender, mi casa soy yo y donde esté sentado,
parado, o acostado. Me fui sin saludar, mi casa con piernas tenía ganas de
mirar el río.

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