Hay que escribir
un libro, hablar con otros grupos y ver de qué va y dónde. Mis ideas tienen que
ver con personajes que he conocido o los imagino. Me gusta usar la primera
persona, pero se me tinca la tercera, me tengo que cuidar de no volver a la
primera y que el absurdo idiota le gane al episodio que descarrila. Suelo matar
personajes, soy asesina del principal, pero nunca los resucito. Exprimo
recuerdos entrañables o bizarros, pero el disparate usa los colores del arcoíris.
El Padre Conti
vivía a la vuelta de casa, durante mi infancia pintaba y lamentaba no tener
tiempo para rezar. Mi Papá lo visitaba y hablaban de cómo plasmar la Naturaleza
en una tela, como una fotografía. Pero una cosa es hablar y otra muy diferente
es llevar el pincel con libertad. El Padre Conti hacía paisajes realistas, pero
se escondía el Impresionismo, desde un conjunto de árboles o el Expresionismo,
entre dos animales comiéndose a mordiscos, con tal rapidez que expresionaban.
También podría
escribir cuando vine a Tandil, conocí una mina muy muy burguesa, pero tenía una
bizarría que me gustaba, hasta que la vi mostrar cómo denostaba al personal de
su inmensa casa, transformada en sitio entre hotelero con habitaciones de
volados almidonados y ventanas amables de soles repartidos. En casa había más
cuadros que paredes. Le regalé el cuadro del Padre Conti, con el dolor de las
personas que les cuesta despedirse de sus cosas. Al mes fui a la casa ecléctica
y pretenciosa, habían construido una habitación interna sin ventanas, un
escritorio apolillado y el cuadro solitario que era la imagen más bella del
parque, ahora público, que perteneció a su flia. Negué sus llamados de
solitaria y sus invitaciones con gente concheta y superficial. Este relato me
llevó más que el tiempo querido. Mi familia tiene una mitad de gente virtuosa y
otra odiosa, desechable. Allí hay tanto material interesante, divertido, dramático,
oculto, que me llevaría años discriminar los sí y los no.
Escribir una
novela implica tener un equilibrio del que carezco, es un placer para mí que el
Farmacéutico leyó un cuento mío y se cagó de risa. O el Diariero que hasta sabe
de cuándo es el cuento. O la mesera de un Bar, o un amigo de mi hijo.
Es perfecto y
necesario escribir un cuento por día y subirlo a mi blog a las veinticuatro
horas. A lo mejor son un mamarracho y otro más que menos. Pero yo no creo en
nada y esto me lo creo.

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