jueves, 13 de junio de 2019

MUCHO



   Hay que escribir un libro, hablar con otros grupos y ver de qué va y dónde. Mis ideas tienen que ver con personajes que he conocido o los imagino. Me gusta usar la primera persona, pero se me tinca la tercera, me tengo que cuidar de no volver a la primera y que el absurdo idiota le gane al episodio que descarrila. Suelo matar personajes, soy asesina del principal, pero nunca los resucito. Exprimo recuerdos entrañables o bizarros, pero el disparate usa los colores del arcoíris.
   El Padre Conti vivía a la vuelta de casa, durante mi infancia pintaba y lamentaba no tener tiempo para rezar. Mi Papá lo visitaba y hablaban de cómo plasmar la Naturaleza en una tela, como una fotografía. Pero una cosa es hablar y otra muy diferente es llevar el pincel con libertad. El Padre Conti hacía paisajes realistas, pero se escondía el Impresionismo, desde un conjunto de árboles o el Expresionismo, entre dos animales comiéndose a mordiscos, con tal rapidez que expresionaban.
   También podría escribir cuando vine a Tandil, conocí una mina muy muy burguesa, pero tenía una bizarría que me gustaba, hasta que la vi mostrar cómo denostaba al personal de su inmensa casa, transformada en sitio entre hotelero con habitaciones de volados almidonados y ventanas amables de soles repartidos. En casa había más cuadros que paredes. Le regalé el cuadro del Padre Conti, con el dolor de las personas que les cuesta despedirse de sus cosas. Al mes fui a la casa ecléctica y pretenciosa, habían construido una habitación interna sin ventanas, un escritorio apolillado y el cuadro solitario que era la imagen más bella del parque, ahora público, que perteneció a su flia. Negué sus llamados de solitaria y sus invitaciones con gente concheta y superficial. Este relato me llevó más que el tiempo querido. Mi familia tiene una mitad de gente virtuosa y otra odiosa, desechable. Allí hay tanto material interesante, divertido, dramático, oculto, que me llevaría años discriminar los sí y los no.
   Escribir una novela implica tener un equilibrio del que carezco, es un placer para mí que el Farmacéutico leyó un cuento mío y se cagó de risa. O el Diariero que hasta sabe de cuándo es el cuento. O la mesera de un Bar, o un amigo de mi hijo.
   Es perfecto y necesario escribir un cuento por día y subirlo a mi blog a las veinticuatro horas. A lo mejor son un mamarracho y otro más que menos. Pero yo no creo en nada y esto me lo creo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario