miércoles, 26 de junio de 2019

MEJOR NO



   —Se preguntará por qué vengo todos los días, Ud también viene todos los días, pero a mí eso no me interesa. Tampoco entiendo por qué debemos compartir el banco, habiendo tantos bancos vacíos.
   Tose fumador, espera. —¿A quién puede interesarle un hombre tan viejo, que no puede sostener un cigarrillo entre los dedos, debido a mis manos tembleques?, no me pregunto por qué viene, prefiero imaginar sin saber, tal vez sea por esto, tal vez por lo otro. Es más, prefiero ignorar su verdad, para poder seguir imaginando.-Tose tanto que le impide seguir-.
   —Pago para venir todos los días, falto al trabajo, pedí licencia y tengo la dicha de haber encontrado el banco perfecto, para verla llegar, acompañarla en su estadía, cuando en algún momento toma sol en el balcón y asoma un brazo desconocido entre cortinas y le alcanza un café, ella le sonríe como no lo hace conmigo.
   —Ah pucha!, ahora quiero que me cuente.
   —Es mi mujer, mi novia, mi amante, dice que me quiere, sino por qué viviría conmigo?, cuando se va de ese piso que miro de lejos, justo a los diez minutos que vuelvo de mi trabajo, me recibe con una comida frugal y pregunta cómo me fue. Le cuento que debo sumar un trabajo más, con ése no alcanza. Ella abre la ventana y larga círculos de humo sin preocupación. En dos o tres oportunidades, que se retardó el compañero que me pasa a buscar, la vi salir empilchada como nunca lo hace conmigo. Sucedió varias veces más, hasta que decidí seguirla. Era de lunes a viernes, los fines de semana nos quedábamos mirando películas, remoloneando, disfrutando el no hacer y sufriendo el no saber. Mi curiosidad siguió en alza, pedí licencia y aquí estoy. No tengo amigos, Ud, Señor, es un poco de oxígeno en este infierno.
   Pasaron más de quince días. El Señor de la tos, comenzó a extrañar su presencia y su historia, de improviso escuchó su voz: —Le debo una disculpa, Señor, creo que además le debo una explicación. Ella trabaja de lunes a viernes, como acompañante terapéutica de una Señora, buena, paciente y generosa, le duplica el sueldo estipulado.
   —No te conté, porque ibas a empezar con la antigüedad del hombre proveedor y no quiero que busques otro trabajo más.
   —Le iba a contar mis sospechas infundadas, lo pensé, pero mejor no, ¿a Ud qué le parece?
   Le seguía la tos, la frenó con un pañuelo.
   —Opino igual, mejor no.

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