—Se preguntará
por qué vengo todos los días, Ud también viene todos los días, pero a mí eso no
me interesa. Tampoco entiendo por qué debemos compartir el banco, habiendo
tantos bancos vacíos.
Tose fumador,
espera. —¿A quién puede interesarle un hombre tan viejo, que no puede sostener
un cigarrillo entre los dedos, debido a mis manos tembleques?, no me pregunto
por qué viene, prefiero imaginar sin saber, tal vez sea por esto, tal vez por
lo otro. Es más, prefiero ignorar su verdad, para poder seguir imaginando.-Tose
tanto que le impide seguir-.
—Pago para venir
todos los días, falto al trabajo, pedí licencia y tengo la dicha de haber
encontrado el banco perfecto, para verla llegar, acompañarla en su estadía,
cuando en algún momento toma sol en el balcón y asoma un brazo desconocido
entre cortinas y le alcanza un café, ella le sonríe como no lo hace conmigo.
—Ah pucha!,
ahora quiero que me cuente.
—Es mi mujer, mi
novia, mi amante, dice que me quiere, sino por qué viviría conmigo?, cuando se
va de ese piso que miro de lejos, justo a los diez minutos que vuelvo de mi
trabajo, me recibe con una comida frugal y pregunta cómo me fue. Le cuento que
debo sumar un trabajo más, con ése no alcanza. Ella abre la ventana y larga
círculos de humo sin preocupación. En dos o tres oportunidades, que se retardó
el compañero que me pasa a buscar, la vi salir empilchada como nunca lo hace
conmigo. Sucedió varias veces más, hasta que decidí seguirla. Era de lunes a
viernes, los fines de semana nos quedábamos mirando películas, remoloneando,
disfrutando el no hacer y sufriendo el no saber. Mi curiosidad siguió en alza,
pedí licencia y aquí estoy. No tengo amigos, Ud, Señor, es un poco de oxígeno
en este infierno.
Pasaron más de
quince días. El Señor de la tos, comenzó a extrañar su presencia y su historia,
de improviso escuchó su voz: —Le debo una disculpa, Señor, creo que además le
debo una explicación. Ella trabaja de lunes a viernes, como acompañante
terapéutica de una Señora, buena, paciente y generosa, le duplica el sueldo estipulado.
—No te conté,
porque ibas a empezar con la antigüedad del hombre proveedor y no quiero que
busques otro trabajo más.
—Le iba a contar
mis sospechas infundadas, lo pensé, pero mejor no, ¿a Ud qué le parece?
Le seguía la
tos, la frenó con un pañuelo.
—Opino igual,
mejor no.

No hay comentarios:
Publicar un comentario