lunes, 28 de febrero de 2022

DESTINOS LEJANOS

 

   Rulo tenía como cuarenta y tres y vivía con sus padres.

   Cuando comprendieron que no se iría nunca, le construyeron un bulín en el fondo. Él trabajaba para Gobierno, es algo que nunca digirió. Lo usaban como ordenador manual.

   —Rulo, de la página veinte a la setenta, de esta pila, los quita y los quema, el resto queda encarpetado.

   Sentía que sus jefes no eran dignos. Hacía horas extras, no tomaba ningún franco y laburaba en vacaciones.

   Ahorró hasta comprar un Unicooper descapotable, el auto más caro del mercado. Olvidaba como niño, en un negocio de tragos mejicanos tomaba margaritas con sombreritos masticables, hasta ver al barman multiplicado por ocho. Salió confundido en tiempo y espacio. Comenzó a manejar y daba vueltas en redondo una y otra vez. El viento en la cara, los árboles, las pérgolas glicinadas, los bancos enamorados. La única Plaza donde la Policía, ante el exceso de velocidad, sacaba un aparato para medir alcohol en sangre. Lo pararon, uno le pidió los papeles y los otros rodeaban el auto con admiración y respeto (por el auto).

   —¿Sabe General? Me los dejé en lo de alguien, pero no se preocupe que mañana aparecen.

   Le hicieron el dosaje y había tomado tanto que el aparato medidor llegó a la cima y reventó. Subió a un patrullero mientras el General manejaba el Unicooper. Se escuchaba cada vez que los pasaba:

   —No saben lo que es esto ¡Miren la capota!, todo es digital.

   Rulo pensaba que si el General le rompía el Unicooper, lo denunciaba al O.Í.M.E., Dieron una vuelta cada uno y lo llevaron a su casa. Lo dejaron tirado en el jardín, con el auto al lado. Rulo despertó por la lengua de su perro y los hocicazos afectivos inmundos.

   Recibió una citación policial, judicial y financiera. La madre salió con un café y un triángulo de pasta flora.

   —Hijo, después del desayuno, pienso que es conveniente que te vayas, no es necesario que vuelvas, nosotros te queremos igual.

   Subió al Unicooper, bajó la capota y salió a mil. Sin querer tocó un botón y empezó a volar, aterrizó en un lugar preciso, él no supo bien dónde, pero había más de tres manzanas de boliches con margaritas de diferentes colores. Con ese auto jamás le pidieron documentación y hasta en los desfiles militares se abrían para dejarlo pasar, luego le hacían la venia. 

domingo, 27 de febrero de 2022

INEXPLICABLE

 

   Cuando nos cruzamos puso un papel doblado en diez pedacitos. Fui al baño para leerlo, me dio vergüenza lo que escribió. La propuesta con letra manuscrita (que sabe pero no puede).

   Debía encontrarme con él en su oficina personal y despojada. Decía que yo le gustaba tanto que no lo dejaba dormir. Tiré el papelito en el inodoro. Cuando llegué a mi escritorio me miraba todo el tiempo. Me di cuenta por primera vez, que miraba siempre mis ojos y comencé a mirar los suyos.

   Cuando nos encontramos confesó que era célibe, doce años menor que yo. Apenas me recibió, incrustó su cuerpo en el mío, tuve tres orgasmos seguidos. Siempre terminaba afuera, salpicó las paredes. Le pregunté por qué lo hacía así.

   ─Porque tengo miedo de dejarte embarazada. Te pido que pases la lengua a mi semen y lo tragues.

   Cada día me gustaba más y en el trabajo nos rozábamos con cualquier excusa. Cuando quedábamos enfrentados en una puerta angosta, él respiraba con ganas. A mí también me daban ganas. Él proponía que nos encontráramos cada cuatro días, así nos calentábamos antes que sucediera. Lo nuestro era puro sexo.

   Pasé cuatro años y no me lo podía sacar de encima. Nunca hablábamos, teníamos mejores cosas para hacer. Un día me pidió que comprara ropa interior descarada, tipo prosti. Me asombró que llevara una tijera. Cortó todos los elásticos de mi ropa, después me ató a la cama. Por un momento le tuve miedo y le pedí por favor que me desatara. No quería, el muy enfermo. Sus últimas acciones fueron castigarme con un látigo.

   Renunció y se fue sin despedirse de nadie. Hablé con su Madre por teléfono y nos charlamos todo:

   ─Siempre fue así, ahora que fue a vivir a Irlanda ni me escribe ni me llama, desconozco su dirección. No te desesperes, lo suyo no tiene remedio. Nunca me habló de vos. ¿Quién sos?

   Y le corté.

   A los dos meses apareció en mi vida un señor francés. Lo conocí en un restaurante. Se acercó a mí, se arrodilló y pidió que me casara con él. Estaba enterada, el franchute tenía mucho dinero y a mí el dinero me puede. Nació un bebé y después otro. El primero era el vivo retrato del que me dejó. Tiene un lugar definitivo en mi cabeza.

   Hice el ADN de los dos. Tenía pelos de recuerdo en un camafeo. Era su padre biológico. No sabía si avisarle o no. Un Padre psicópata, consideré que era lo peor para mi hijo.  

    ¿Cómo, si él siempre acababa afuera? Se descuidó el imbécil, pero sus ojos en mi cadera, nunca podré olvidar.

sábado, 26 de febrero de 2022

ORÁCULOS TERRENOS

 

   —Y me dijeron que sí, tenía tiempo de despedirme de mis personas más queridas, pero separadas.

   Me daban inyecciones de morfina para poder soportar el dolor del cáncer. Me dieron siete días, diez como mucho, lamentablemente no pudieron hacer nada. La primera despedida fue a mi Madre, nos dimos un abrazo encerrado, pero nadie lloró.

   Mi hermano fue la otra visita, ni bien me vio dijo:

   —No, por favor, no te mueras, sos mi único socio y si vos te morís, el que va a ir en cana voy a ser yo.

   Después vino Coco:

   —Añares, pichón ¿cómo podés andar así?

   Al siguiente día le tocó a mi Padre:

   —No sabés cómo lo siento, tan joven.

   Me daba por muerto el desgraciado, ¿será mi Padre, después de todo?

   Por la mañana temprano llegó Vito, se sentó en la cama sin decir una palabra. Siguió sin decir palabra alguna y se fue sin decir nada.

   Ruque, mi sobrina preferida:

   —Gracias, Tío, qué suerte que te vas. Alcanzá a llegar a tu testamento y me ponés como única heredera de todas tus propiedades. Chuik.

   El séptimo día me otorgaron el beneficio de morirme. No iba a sentir ningún dolor, triple inyección de morfina y tocaría el cielo con mis manos, mis brazos, mi panza, o sea todo yo. No está tan mal.

viernes, 25 de febrero de 2022

INVASIÓN CONTEINER

 

   Estaba triste de tanto estar triste y eso me ponía más triste. Estacioné, no quise seguir, la música del auto me llevaba, me hacía volar, después me depositó suave en mi butaca. Se cortaron los armoniosos sonidos con una propaganda de salame.

   Apagué justo cuando los vi, era una pareja joven que caminaban simbiótico. Saqué la filmadora y mis ojos fueron la lente. La chica se detuvo mirando las baldosas, él caminó hasta el conteiner de una obra, tenía más basura que escombros. Metió la mano varias veces, sacó un carrito de bebé, oxidado pero con ruedas, media escalera partida y volvió con su mujer. Rodeaban el carrito con ternura,  ella lo tomó de la manija y él depositó la escalera partida. Caminaban despacio, ella se puso de perfil, tenía un melón en la panza. Volví a manejar hasta otro conteiner donde había menos escombros que bolsas de residuos. Pasó un señor planchado y peinado, algo encorvado, abrió una bolsa y en su vieja bolsa depositó tres tomates, el más viejo lo dejó en la cuneta, tres bananas que lo hicieron sonreír,  desde acá veo que son frescas y dos paltas. Siguió caminando más erguido.

   Recordé el conteiner de la calle principal. Iba una anciana con cara de jubilada y vestida de jubilada.

   En una bolsa abierta asomaban dos camperas que fueron azules y un guardapolvo a cuadros.

   El camino de los conteiners, era infinito y sus visitantes se multiplicaban. Trabajé una semana, muchas veces soñaba que era escombros y las bolsas pesaban, no podía respirar. A la filmación no le saqué ni agregué nada. Tengo un amigo telemático en Toronto. Él y otras personas vieron el mediometraje. Me invitaron a tener una charla con ellos, eran directores Overground  y tuve vergüenza.

   Gracias a ellos participé en el Festival de Toronto y gané el Primer Premio de Mediometraje Testimonial.

   Luego llegó el Champán y una propuesta. Sucedía que en un lugar del primer mundo, como ellos, iban incrementando conteiners con menos escombros que residuos. Querían que filmara con toda libertad los conteiners de siete localidades. El tema era las diferentes personas que tomaban elementos de las bolsas. Con mi anuencia, pasaron ambos testimonios en Colegios y Universidades.

   Mi regreso fue notable, sobrevolando Buenos Aires no se veían ni edificios o autopistas, sólo conteiners, la cifra se asemejaba al infinito y las personas que de ellos vivían parecían hormigas resignadas, hacían fila. Pensé que la tristeza había abandonado mi cabeza. Pero al ver aquello, por tristeza, compré un conteiner, lo invertí y ahora es mi casa.

jueves, 24 de febrero de 2022

CONCOMITANTE

 

   Catorce días tengo que permanecer dentro de mi casa. Mis actividades son dormir, soñar para olvidar, despertar, mirar por la ventana, me cansa la cama, la cambio por un sillón. Luego viene la silla o la silla viene a mí.

   Paso al banquito de cuando era chica. Miro por la ventana, lo estoy esperando. Siempre lo espero, no sé para qué, si no va a volver. Me abandonó, es contradictorio, parecía que me quería. Dormíamos juntos. Nunca me dijo nada, ni yo le pregunté.

   Lo extraño en el desayuno. Cuando sus pupilas eran dos círculos negros, apenas le daba la luz entornaba los ojos y dejaba de mirarme. Tenía ataques de indiferencia que me partían el corazón. Nunca me hablaba, eso me gustaba, aquel silencio lleno de palabras ausentes.

   Su soledad, tan parecida a la mía. En el invierno nos dábamos calor, parecía complacido con sólo un abrazo. Murmuraba en mis oídos, no le entendía, hablaba un idioma raro que yo desconocía. Jugaba a despeinarme y luego se iba. Estábamos en primavera, el tiempo no pasaba nunca. Catorce días que parecían multiplicarse con su ausencia.

   Un día inesperado entró por la ventana, mientras estaba en la cocina, se desperezó y bostezó, se metió entre mis piernas y pidió algo, parecía lamentar que le restara importancia, pero se dio cuenta y saltó a mi espalda, casi me hace caer.

   —¿Puedo saber en dónde estabas?

   Él miró su plato vacío, le entibié leche y le agregué las migajas que me quedaban. Después me fui a dormir, es lo único que hago bien. Él vino a dormir conmigo, ronroneaba, parecía decir que lo perdonara y lo perdoné. Le acaricié la cabeza y le hice cosquillas en la panza.

   Yo lo necesitaba como él me necesitaba. Volvió para quedarse. Era un gato manso y sigiloso, mi única compañía. Por fin estaba conmigo y yo con él. Se llamaba “Gatrucho”, lo bauticé primero “Gato”, comprendí que necesitaba un nombre propio. Gatrucho subió a mi escritorio, tiró al piso la birome y el cuaderno, le di un golpecito y me arañó. Se ofendió pero se quedó.

   Cambió mi vida, ahora camino en cuatro patas, me están creciendo los pelos y tengo uñas largas y filosas, esto sí que es vida.

miércoles, 23 de febrero de 2022

PRIMER VIOLÍN

 

   Mi compañero desde hace más de treinta años tuvo un abuelo que no conocí. Fueron siempre tan sutiles y cálidos los recuerdos de su nieto. Lo quiero más que a cualquier componente de su familia. Siento que sí lo conozco y me hace ensoñar lindo, tanto como mi padre. Cuando huelo el tabaco de una pipa presiento que el abuelo está presente en ese humo. Virgilio se apropió de mi cabeza. Él vive en el pentagrama que define su nieto. Si tenía buen humor, le dejaba meter las tostadas en su taza de café bien oscuro, no como el de los chicos, clarito y con leche.

   Vivía en una Villa de Córdoba, rodeada de bosques y casitas de cuento, habitadas por músicos diversos. Pintaba al aire libre, teniendo como fondo el Pan de Azúcar, había olor a trementina y óleos de todos colores. En la Villa hacía coros con su familia y los nietos. Virgilio tocaba el violín y la abuela el piano, únicos momentos que ella se cruzaba con el bienestar. El abuelo corregía la música que hacían los nietos con sonrisas, tocando su violín a la altura de los más chicos. En una capilla abandonada ejecutó un concierto y entró dios aplaudiendo “¡Por fin el recinto sirvió para algo bello!” dijo dios y se quedó por ahí. Le habló a Virgilio, que estaba en otra cosa y no escuchó nada, porque era ateo.

   Volvieron de un paseo por el monte y se sentó en su cama, los chicos, agotados, se tiraron alrededor. Todos vieron cómo le costaba quitarse un zapato, fruncía toda la cara y el zapato parecía no querer dejar su pie. Agachó la cabeza, mirando la suela y pidió que le trajeran una tenaza de inmediato. Era un clavo, que comenzaba en la suela y se introducía trecho largo y enhiesto en su propio pellejo. Lo quitó, con ese silencio digno que lo ocupaba siempre. Corrió una brisa angelada y recordó el violín, solía despedir el sol con alguna sonata entrañable y dulce como el atardecer sereno.

martes, 22 de febrero de 2022

PSICOLOTODO

 

Sra Idishe:

   —Me dan miedo los aviones, antes existían las llamadas curas de sueño, podíamos dormir quince días consecutivos y después…

Psicolotodo:

   —A mi parecer, Idishe, usted le teme a Aerolíneas Argentinas, nos sucede a todos pero hay que usarlos ¿Piensa que es mejor ir en auto?

Sra Idishe:

   —Todos los autos en Argentina me dan miedo, por lo de mis padres, mis tíos, mis primos. Usted vio, lo que a otros sucedió le queda improntado.

Psicolotodo:

   —No todas las flechas fueron a parar al mismo indio. Idishe. Reflexionemos.

Sra Idishe:

   —Por fin se activó. ¿En qué clínica me hace la cura, hasta que él regrese?

Psicolotodo:

   —Me complica porque, las hay de noche y de día. Le aplicamos las inyecciones dormitales por la noche y el resto del día ¿Qué hacemos?

Sra Idishe:

   —No, qué hacemos no. No sé usted, pero yo con usted no haría nada. Es terapia individual.

Psicolotodo:

   —Dígame, Idishe, Cuando vuelva el grandulón, con la noticia del viaje a Noruega. La tengo que dormir tres meses?

Sra Idishe:

   —Si no es así, me mato. Como hicieron mis abuelos, mis tías y mis hermanos. Cortar el dolor, no sentir más puñaladas en el corazón.

Psicolotodo:

   —¡¡Bueno basta!! También es hijo mío, admito que lo mío es mala praxis, pero yo soy de los que piensan en su flia y su bienestar.

Sra Idishe:

   —No puedo creer que es el padre de mi hijo.¿Está seguro? Yo no lo recuerdo, el chico nunca tuvo padre.

Psicolotodo:

   —Sí, es así y hoy dormís conmigo, como siempre y no quiero lágrimas de cocodrilo. Después hay que cambiar las sábanas y yo no estudié para eso. Nos vemos el jueves. Dejamos acá.

Sra Idishe:

   —Un momentito, no tenemos hijos. Estamos casados, es cierto, pero para verte alguna vez tengo que pedir turno, un día por semana, cuarenta y cinco minutos. No hubo tiempo ni de hacer un bebé.

Psicolotodo:

   —Mi profesión es así y si no te gusta cambiá de Psi, me aburren tus peroratas mendaces. Más que un cuento de Borges, que es mi pastilla favorita para dormir.

lunes, 21 de febrero de 2022

SOBRINO

 

   Trabaja desde los catorce años, donde su Madre la abandonó. La casa parece un templo griego, en el frontón tiene el nombre de la anciana que es CATALINA. La anciana dama adoptó la chica abandonada.

   María limpiaba la casa con esmero, mientras hablaba con la anciana, le contaba su infancia y hacía agradable lo terrible. La Srta. Catalina le enseñó a leer y escribir. Por las noches devoraba los libros de un escritorio antiguo, algunos le resultaban apasionantes, leía dos o tres veces el mismo. La relación entre ellas era armónica y respetuosa. Catalina le pidió:

   —Me gustaría que me leas antes de dormir, cualquier cuento que se trate de amores contrariados. Estoy casi ciega, prefiero que limpies menos y me leas más.

   —Señora, yo soy la Sirvienta, me parece una falta de respeto hacia usted.

   —Querida María, no se dice “Sirvienta”, se dice Empleada.

   —Se dirá Empleada, pero yo trabajo más como Sirvienta.

   A Catalina le daba piedad verla todos los días encorvada y con las manos entre detergentes y estropajos.

   Llegó de visita un sobrino de Catalina. Pasaron la primera cena, tomando y tomando, hasta que la anciana se durmió y entre el sobrino y María, la trasladaron a sus aposentos. Cuando quedaron solos, el sobrino se acostó en la cama de María. Por ser su primera vez de alguien que conoció por primera vez, se divirtió bastante. El sobrino le dijo que la quería para siempre, le pediría su mano a la Tía. Esa noche, María, soñó con los angelitos. Él le había prometido que partirían al día siguiente. Ella se despertó temprano con su bolso listo. La anciana le señaló la ventana, había un Rolls Royce. El sobrino saludaba con la mano. Lo conducía su futura esposa. María abrazó, llorando, a la anciana.

   —No llores, querida, siempre fue mejor leer un libro que tener Marido.

domingo, 20 de febrero de 2022

EVARISTO

 

   En mi casa jugaba solo, no podía salir a la vereda porque era peligroso, estaba el viejo de la bolsa caminando la manzana y si veía que era un niño me metía en la bolsa y desaparecía conmigo adentro. Ellos decían que lo hacían por mi bien, yo no les creía ni un poco. Mis padres me parece que decían mentiritas, porque se guiñaban los ojos. Me regalaban hojas de papel calzón, o canson, no sé bien, lápices de colores y fibras. Yo prefería la birome de mi papá, dibujaba más cómodo porque resbalaba y siempre me gustó la resbalación. Debía ser porque tenía el tobogán de la plaza al que nunca subí, ni resbalé, mami creía que podía haber gillettes y me lastimaría las piernas. Mi mami cuidaba tanto de mí, era bastante molesto. Cuando me hacía papas fritas con huevos fritos, olvidaba todos sus no hagas esto, ni lo otro, ni lo otro. Y la quería hasta el cielo, después le daba besos engrasados. Empecé la escuela y olvidé el viejo de la bolsa, los toboganes con gillettes y los miedos, se fueron. Conocí a Evaristo y nos hicimos recontramigos, éramos los mejores alumnos, nadie nos decía, pero nosotros sabíamos.

   Un día papi tardó tanto en ir a buscarme, que la señorita me llevó hasta casa. Al llegar, Clarita, la mejor amiga de mami, me levantó en brazos, yo no escuché nada, sólo vi que mi señorita estaba blanca como el papel calzón y Clarita le decía cosas en el oído. La seño se fue en su auto y Clarita me invitó a tomar la leche. Lloraba tanto que me empapó el uniforme. Yo le alcanzaba pañuelos y a lo último le di la tohallita de mi valijita. Cuando paró, me contó que a mis papis los vinieron a buscar de urgencia, para hacer un largo viaje donde no podían llevar niños. Hasta que volvieran, tenía que vivir con ella. Me puse a llorar, peor que Clarita, no entendía lo del viaje largo, porqué no me avisaron.

   Pregunté si eran los viejos de la bolsa que fueron a buscar a papi y mami. Esa noche dormí con Clarita y no quise comer.

   Al día siguiente me llevó a la escuela y se quedó a esperarme en la Dirección.

   El primer recreo salí con Evaristo al patio fuimos a un agujerito negro que descubrió él en una baldosa. Sin ganas le pregunté qué era lo raro del agujero. Preguntó si no sabía que a mis padres se los llevaron unos tipos con anteojos negros en un auto negro. La mamá de Evaristo le contó que eso pasó porque mis papis eran comunistas. No entendí lo de los tipos con anteojos negros, lo del auto negro y qué tenía que ver el agujero de la baldosa.

   Evaristo me dijo que mis papis estaban ahí, en el agujero negro, pero era tan chiquito que nunca podrían salir. Le pegué una trompada en la nariz y un cabezazo en la panza.

   La Seño y Clarita me fueron a buscar al patio, yo me arrodillé al lado del agujero y los llamé y les grité ¡Papi! ¡Mami! No me contestaron...

   Odio a Evaristo, lo odio, lo odio, lo odio, lo odio.

sábado, 19 de febrero de 2022

YESO

 

   No puedo disfrutar la pileta. Para bañarme contraté una mujer con experiencia. Me cubre el yeso con un nylon negro, usa una esponja vegetal enjabonada y me friega la queresa que dejó esta situación.

   —Ya va a pasar, ya va a pasar.

   Usa palabras de amor para consolarme, aunque yo no tenga consuelo. Extendí mi contrato para que se quede todos los días.

   —Se lo agradezco, porque el dinero no me alcanza.

   Nos hicimos amigas inseparables, hasta me tiene que lavar el culo cuando cago. Me humilla la condena de su trabajo. La compenso mirando Netflix junto a ella. Películas repetidas que no me hacen gracia alguna. Me explica:

   —Aunque sean repetidas las disfruto, las entiendo. Cuando las vi por primera vez, me costaba saber de qué trataban.

   Los días se fueron escurriendo como nada. Antes de partir me dio un abrazo. Se emocionó mientras yo repartía lágrimas por doquier. Le pagué generosamente.

   —Si todos fueran como usted, a esta altura sería rica.

   Cuando quedé sola descubrí que había robado mis ahorros y mi perro. Sus acciones me molestaron más que el yeso. Era una buena mujer, necesitada. Ella creía en Dios, yo no. Si existía, por acá no había pasado.

   —Ya va a pasar, ya va a pasar ─decía la mujer─ cualquiera se puede olvidar, pídale que le ayude aunque no crea. Es un buen tipo y tiene oído.

   Ella vive sola.

   —Por fin tengo un perro que me ladre, Soy casi feliz, Señora, y usted sabe bien que la felicidad no existe y menos, enyesada.

viernes, 18 de febrero de 2022

EL NOCTURNO

 

   Esas preguntas que nos hace la vida:

   —¿Hoy lloverá o no lloverá? Él, ¿vendrá o no vendrá?, ¿Me visto de verano o de invierno?¿Vamos en auto o a pie? ¿Compro bananas o cacahuates?

   Son interrogantes tan profundos como una copa vacía. Equivalen a nada, nos deja con flotador incorporado para que la realidad, sea una ficción que nos atonte. Ud, el tercero, apague ese celular, esto es una clase que les doy, para que muevan las neuronas, Ud recibe un mensajito. “¿Qué hago con los chicos? ¿Los meto en lo de tu vieja o te los llevo a la Escuela?”

   —Ud lee eso que le ocupa la cabeza y lo saca de la clase. Le voy a hacer una pregunta, no necesita libro, ¿Por qué es importante un ser humano?

   El alumno piensa cinco minutos y levantando los hombros dice que no sabe.

   —¿Sabe por qué responde así? Porque para Ud, como casi todos los de su edad, el ser humano no existe. No quiero entrometerme en lo privado de su vida, permita este ejemplo. Una respuesta eficaz, habría sido apagar el celular. Pero como carece de eficacia. Usted contesta: “A los chicos metelos en una bolsa de residuos, los dejás en Recolección y vos matate” vi lo que escribiste, lo leí y me diste lástima, tirás tus hijos a la basura, a tu mujer la incitás al suicidio. Sos una semilla que viene desarrollando…

   —Bueno ¡Basta Profesora! Me parece que tiene unas telarañas en el mate. Nos subestima, nos ofende, nos acusa ¿Y Ud quién mierda es? A ver cuente, a ver si se toma una copa y se interroga ¿Somos seres humanos? ¿Para Ud somos importantes? No le importamos, se nota.

   La Profesora juntó sus carpetas y mirándonos a todos:

   —Uds son unos negros de mierda, que no merecen que les enseñe un carajo, son pobres porque quieren.

   Las palabras de la xenófoba, fueron apagadas por treinta adolescentes golpeando una Docente que ya ni respiraba.

jueves, 17 de febrero de 2022

CON OTRA PIEL

 

   El sueño me sigue como una droga, ante el miedo, el deber ser, el viaje, el espanto, la primera memoria, la Escuela.

   —Que vaya a la mañana, el día trae más concentración, es como inscribir el saber en páginas nuevas.

   Fue una agresión, la primera, despertar de noche, caminar despacio y asistir con ojos abiertos al izar la bandera, símbolo del odio a la esclavitud.

   Mi Abuela siempre supo, cuando me dejaban un mes en su casa, dormía hasta el mediodía y después del desayuno, podía seguir durmiendo.

   Mis otras Abuelas andaban en pantuflas para no alterar mi sueño. Cuando hablaban despacito me hacían cosquillas de acunar, para que siguiera durmiendo. La adolescencia, en su placer más alto, era que mis padres se ausentaran y dormir hasta las tres de la tarde. Había una Señora que trabajaba en casa, Dionisia:

   —Cuando regresen tus Padres, les diré que estudiaste hasta muy tarde y te agotó, caíste dormida en el sillón verde, yo te quité los zapatos.

   Cuando llegaba el testimonio nefasto del boletín, dijeron que era producto de dormir tanto. Los Profesores consideraban una virtud, que en lo más profundo del sueño, los mirara con ojos abiertos. Me llevaron a un Neurólogo loco, les aseguró que con un primer novio, se fugaría el sueño y permanecería diurna, despierta, bien despierta.

   —Doctor, ¿cuándo tendré novio?

   —Aparece sólo, te vas a dar cuenta, porque la adrenalina, la libido, las mariposas en la panza, el corazón que acelera sus latidos, cuando lo veas. Los primeros acercamientos, los besos, los abrazos, el placer de estar juntos, te llevarán a la cama y no para dormir, precisamente.

miércoles, 16 de febrero de 2022

CUATROCIENTOS KILÓMETROS

 

   Nosotros somos dos y tenemos un sistema de vida, pleno de ritos establecidos. Vivimos de noche y dormimos de día.

   Endogámicos por elección, carecemos de grupo de pertenencia. Yo tengo un blog y escribo un cuento por día. Los subimos a las doce de la noche.

   José es Jardinero, Piletero, Cocinero. Ambos leemos, él planta helechos, árboles. Nos fuimos de La Plata, con ánimo de huir, Tandil nos recibió con cara sin sonrisa.

   Yo leo, pero siempre fui ecléctica. A José le encanta la Navidad, el Fin de Año, lugares de la costumbre que yo aboliría.

   Llegó mi hijo con su hijo. Respeta lo que no debe respetar, soy su Madre, no su amiga. Tiene un vozarrón importante, su tema preferido es: “Yo el supremo”, su ego podría forrar todo el planeta.

   —Mamá, ponete los anteojos.

   Ni cerró el auto, ni saludó, el bolso lo fue pateando hasta el living.

   —Mirá mis últimos trabajos, son muy buenos, trabajé tres días seguidos sin dormir, pasando a otro tema, ¿qué hiciste de comer? Por tus ojos hinchados, recién te levantás. Acá todavía hay gente buena, que es mi Papá, llenó la heladera y la voy a atacar.

   Empezó a llenarse la boca como un animal, igual. Seguía contando la ruta de sus vacaciones, los borcegos fueron a parar a medio camino, entre los dormitorios y el baño. Voy corriendo para lavar mi cara, que no me encuentre tan desgreñada. Tropecé con sus borcegos y me caí de boca, de pecho, de piernas.

   —Pero Madre. ¡Qué torpe que sos!, vivís cayéndote, caminá, hacé yoga, si no estás leyendo estás escribiendo o mirando películas, después te quejás que tenés el culo chato y la panza gorda.

   Nuestra casa no es grande, pero cuando viene él, es un monoambiente. Le iba a contestar, hice un paso hacia atrás, perdí la vertical, estaba sobre su bolso, importunando, claro que me caí y golpeé con el vértice de la mesa.

   —Mirá, pendejo de mierda, si te da mala onda visitarnos, no vengas y si querés comer, preparate vos el almuerzo!

   Y el Padre, que lo quiere y me ignora cuando llega el niño:

   —Pobrecito, dejalo, ésta es su casa, él puede hacer lo que quiera.

   Pensé contestarle algunos improperios, pero el personaje de La Mala, que vengo a ser yo y el otro personaje que es un santo, no es capaz de pararle el carro y exigir que me respete. Trago el sapo.

   El hijo de mi hijo, es como un fantasma, se sienta en un rincón y su mundo es el celular. El niño viene por dos días y se trae todo su placard, deja el bolso en la cocina, las camperas tiradas donde venga, son iguales.

   Luego las peleas, costumbre insoslayable, en sus visitas. Era un niño angelado hasta los catorce. A los dieciocho, se fue de casa y ahora, a los treinta y cuatro, es lo que conté, pero yo lo quiero, más que a nadie en el mundo.

   No se queda más de cuatro días, lloro cuando se va, al mismo tiempo es un alivio. Trato de borrar sus rastros de casa, para no derrapar en la tristeza. Cuando limpio soy distraída, encontré una foto que tomó su Padre, mi hijito con ocho años, sentado entre vegetación tropical, un sombrero de alas anchas y esos ojos entornados, los brazos apoyados sobre sus rodillas como un adulto y yo en una diagonal, casi tocando el borde, con mi eterno cigarrillo, en una silla de playa, asoma mi vieja visera y nuestros ojos alineados, con un amor, de para siempre. 

martes, 15 de febrero de 2022

TEMPESTAD

 

   El invierno castigaba cada día un poco más, no podía faltar a la posibilidad de viajar y encontrar a mi hermana, por razones pertinentes que no pienso ni debo contar, ni en un cuento siquiera. Es angosto el espacio, callar congela la memoria en un momento que no.

   Fue mi primer viaje en barco, los camarotes los sentía como cárceles cerradas y agobiantes. Tenía náuseas y para estar todo el tiempo de la litera al baño, preferí salir a cubierta. No había ningún pasajero, allá en el fondo vislumbré un hombre con sombrero y orejeras de lana, a pesar de mi vergüenza, me acerqué, pedí permiso y me senté a su lado. Tenía un amplio paletó de zorros, botines de esquimal y mitones de nutria. Le pregunté:

   —¿No es demasiado mi descaro para con Ud, pasar su brazo por mi hombro?

   Se abrió el sobretodo y me dijo muy serio:

   —Yo le triplico la edad y no tenga miedo, por dios, hace demasiado frío. Venga niña, siéntese, que este abrigo cubre mejor que un iglú.

    Me puso las orejeras y a partir de ahí lo escuché salteado, él iba a ver a su hermano en Jordania, como yo. No le pude contestar nada y estaba tan protegida que me dormí de inmediato. Él tarareaba canciones de esas tierras desconocidas por mí, ancestrales. Melodías más alegres que tristes y eso me dio más valor que cobardía. En un momento sentí una bolsa de agua tibia, mojó todo nuestro interior, toqué con mis manos, cuando me miré era sangre que salía del hombre por su pecho. Me puse de pie e iba a gritar, la tempestad en el mar tapa cualquier sonido humano. Fue providencial, tenía un cuchillo en mi mano y yo misma le di tajos profundos al hombre, sin pensar.

   Lo que hice me arrastró al camarote, el dolor me impedía respirar, tenía un cuchillo filoso clavado al medio de mi espalda.

   El que limpiaba la cubierta por la mañana, encontró un arroyo de sangre desde la reposera del hombre, hasta el camarote de la mujer. Llamó al Capitán de a bordo y a dos Oficiales. No pudo hablar, les señaló con el dedo, lo que ninguno supo explicar.

lunes, 14 de febrero de 2022

GENTE BUENA

 

   Tomó por una cortada sin asfalto, le habían dicho que se ahorraba trescientos kilómetros para su destino. El camino era desparejo, piedras, pozos, charcos y novillos atravesando el camino.

   La chata no anduvo más, sacó cables y volvió a insertarlos, no tenía la menor idea de motores, midió agua, aceite, eso sí sabía. Casildo tenía fuerza, intentó empujarla, en asfalto le daba resultado, aquí sintió cómo el barro frío le trepaba a las rodillas. Su idea, hacía dos años, era matarse por propia decisión.

   Irónico, sería la primera decisión propia de su vida. Encontró un árbol, con una rama ideal, la soga que traía la ató con nudo corredizo, sacó de la camioneta el banco matero, se paró, envolvió su cuello y lo ató a la soga con cuatro nudos. Pateó el banco y sintió calor. Le salió mal, sus pies tocaron el piso. Venía una camioneta en sentido contrario:

   —¿Quiere ayuda, Don? Este camino es jodido, jodido, suba a la chata y lo empujo. No se olvide de la soga, no es útil para esta situación.

   Casildo le agradeció, al buen hombre, lo empujó hasta la ruta. Ahora eran una vaca y dos novillos, que lo miraban con bastante interés, por ser vacunos. Venían pocos autos, Casildo bajó de la chata y caminó al medio de la ruta. Quedó firme. Los autos lo esquivaban y le gritaban: “Puto”, “Boludo”, “Correte”, “Qué mierda te pasa”. Venía un Río Paraná, Casildo se tiró al medio, quedó indemne. Todos bajaron del micro para socorrerlo.

   —No tiene un rasguño el hombre, se salvó porque no tenemos paragolpes ni trasero ni delantero.

   Entre tres lo metieron en la chata.

   —Dejémoslo aquí, llamo al 101 y que lo vengan a buscar.

   Casildo gritaba:

   —¡¡Será posible que uno no pueda ni matarse tranquilo, en este país de mierda!!

   La vaca le pasaba la lengua para tranquilizarlo.

domingo, 13 de febrero de 2022

FUERA DE FOCO

 

   Los primeros autos que pasan, me despiertan el odio que acumulé durante la noche, mi yo humano antes se difuminaba, apenas se notaba, ahora se me agarra. Desayuno con el odio, no me baño porque el odio que me tengo, quiere que ande sucia. Llamo al ascensor, con un canasto de ropa sucia, la gente que sube y baja, si abren y estoy yo, prefieren las escaleras. Mi odio los remite a sus propios odios.

   No lavo la ropa, la tiendo para que tome sol, a mí también, a veces me da odio mi propio olor. Tengo atenuantes, odié a mi Madre, a mi Padre y a mi hermano. Nunca les hablé del odio que me producían. Estudiaba tanto para no verlos, siempre obtuve las calificaciones más altas, en casa lo festejaban y a mí sus sonrisas satisfechas de algo ajeno, me daba odio.

   Cuando me indispuse por primera vez, fue tanto el odio que los paños inundados, atravesaban hasta mis uniformes y yo, como la mejor, cuando alguien me avisaba, la miraba con odio color sangre.

   El chico más lindo del Colegio se enamoró de mí. El odio que me daba todo, a él le parecía revolucionario. En el Baile de Graduación, por ser los mejores alumnos, salimos a bailar al centro del salón. Le di un beso espeluznante en esa boca perfecta, lo dejé con labio leporino y un diente de menos. Él me siguió queriendo, era incondicional, es la cosa que más odio.

   Después nos casaríamos y el día de la boda me miró con orgullo, cuando me preguntaron si quería y todas esas boludeces, dije: “No”. Salí del recinto con odio, los Padrinos me corrieron, gritando que lo pensara, que él era un buen chico y que me amaba... A la Madrina le arranqué el vestido y al Padrino le desgarré el traje. Odio que me hagan dar más odio, con palabras vulgares.

   Subí al auto de mi negado novio y partí con un odio expandido, tomé todas las calles de contramano, a unos chicos que jugaban en la calle, me gustó pasarles por encima y dejarlos chatitos en el asfalto.

   Las ambulancias, se presentaron enseguida, me obligaron a salir de la Ciudad, indigestada de odio. Sin querer, me metí con el auto en la laguna, a tres metros de profundidad. Pude salir del agua y me salvé de morir ahogada. Odio no haber muerto, pero pensé en mi sepelio, con todos esos nabos llorando y casi se me escapa el odio. La furia de perderlo, hizo que lo encontrara y me lo pusiera, ahora soy feliz, tengo mi odio conmigo. Espero que no me abandone.

sábado, 12 de febrero de 2022

RARO

 

   Tenía un solo amigo, pero no se visitaban seguido.

   Desde chico era solo, pensaba que los demás eran estúpidos, aburridos y cobardes.

   —¿No querés venir al cine? ─preguntaba su único amigo.

   —Si la película es blanco y negro, de los años 50 y trabaja Bette Davis, voy. Si no, no. Y seguro que es no, ¿no?

   —Sí, pero en lugar de hablar de nada, vemos una de culto.

   Sí, lo voy a acompañar, sus argumentos son pesados y parece rogar que vaya. No me gusta que ruegue, lo iguala con los estúpidos. Nunca salgo los jueves por la noche, me preguntó por qué.

   —Es el día que mi flia concurre a Villa Ballester, a visitar a mi hermana que vive en un psiquiátrico, no sé a qué van, ella ni los reconoce, piensa que es un congreso de doctos, para observar su comportamiento. No la visito porque me hago el cuerdo, pero estoy tan loco como ella. El jueves aprovecho para ver películas porno.

   —¿Por qué hacés eso? Sos un tipo pintón, no necesitarías internet para conocer a alguien, ¿No te aburre masturbarte? Contestame ¿Por qué? ─le pregunta su único amigo.

   Él solo con la mirada absorta, en vaya a saber qué cosa, le dice:

   —Para tener algo en la mano y me haga disfrutar de algo. Tiene mala prensa, pero todos lo hacen…espero que vos no. Te van a decir pajero, es un adjetivo deplorable. A mí no me gustan ni las minas, ni los tipos, pero yo me encanto.

viernes, 11 de febrero de 2022

SE GANÓ LA GRANDE

 

   El ascensor era un conflicto permanente cuando llovía día por medio. Ella entraba en piloto y botitas animal print, correcto, la mina era un animal. Su idioma consistía en monosílabos o tos seca bien agarrada, hasta silbaba bichofeo cuando subía él, que vivía en el mismo edificio, un piso más abajo. Éste, nublado o con sol usaba paraguas. Bajaban o subían a la misma hora todos los días, fines de semana también. Él odiaba esa vecina y ella no le hacía nada. Olvidó con los años, el tema “Let It Be”. Una mañana de Domingo, él le pidió a Dios y eso que era ateo, que no bajara la mina de arriba, madrugó.

   A las seis estaba de pie, no perpendicular al piso, oblicuo, el paraguas lo ayudaba a mantener la vertical perdida en la noche, por el vino y otras yerbas. Entró en el ascensor sin mirar, sintió el olor a perfume vencido. ¿Quién sino ella?

   Las medidas del ascensor eran inhumanas, estaba hecho con montaplatos reciclados. Bajaban o subían sólo dos personas, codo a codo y verso a verso. Es decir, Buenas Tardes, Buenos Días, Buenas Noches. No se podían agregar otras palabras, porque perdían el oxígeno del engendro. Ya dentro del ascensor, sin proponérselo, metió la punta del paraguas sobre los dedos de la vecina en ojotas, le hizo un agujero notable, la sangre brotaba como un géiser, se detuvo el microascensor entre piso y piso. Él sacó de su bolsillo pañuelitos Elite y se los alcanzaba por el hombro, ella con voz de abeja, le preguntó si no la podía chupar, se refería a la sangre. El vecino interpretó mal, logró poner una pierna de ella en la cintura de él y la otra sobre la puerta del cubículo.

   —Ud, vecina, relájese, que es una postura de película. ¿Vio que ahora los actores tienen sexo de pie?

   La mina no dijo nada, porque el oxígeno se agotaba y ella quería gritar de dolor, no por el agujero del pie, sino por el miembro del vecino, algo nunca visto.

jueves, 10 de febrero de 2022

EMPEZÓ LA FUNCIÓN

 

   Me siento tan sola, como cuando era chica y estaba rodeada de nada, tuve que inventar a Cuca.

   Era buenísima, hacía todo lo que le pidiera, viajábamos por el mundo, que para nosotras (es decir para mí), eran China, India y Mar Del Plata.

   Allí íbamos sin valijas ni nada. Llegábamos a un palacio maravilloso, que quedaba debajo de la mesa del comedor. Tomábamos el té y sobre todo charlábamos todo el tiempo.

   Las despedidas se producían, por los gritos de mi Madre. No había remedio, esas interrupciones me parecieron los primeros pasos de lo que luego sería, “la dictadura de Mamá”.

   Mientras leía el diario y tomaba café, Papá comentaba: “Qué General se perdió la Nación”.

miércoles, 9 de febrero de 2022

MARTITA

 

   Era más puta que las gallinas.

   Se la había agarrado con su nariz. Le parecía grande y antigua. En tres años se operó cuatro veces, hasta convertirla en un porotito picudo.

   Pero tan picudo, tan picudo, que en una quinta visita al cirujano le llenaron la punta con botox.

   Lo que más atormentaba a Martita era el paso del tiempo y la envidia.

   Para vencer estos demonios, enfundaba su culo enorme en unos pantalones rojos elastizados que le juntaban el desparramo y se lo ponían como enfrentando a cualquier vidente.

   Se jactaba de no usar bombacha, decía que los elásticos arruinaban la redondez (que ella imaginaba perfecta) de su trasero.

   Todo en ella era color rojo. El pelo, un pañuelo estilo Annie Okley, rojo.

   Remeras con lunares, o rayas o bordados absolutamente rojos. Las uñas, la boca y las sandalias, al tono, rojas.

   Tenía un marido fijo, un novio definitivo, un amante para siempre y veinticinco “amigos” (decía ella) que la amaban hasta la muerte y le pagaban muy bien.

   Un seis de enero,  como regalo paradojal, le pegaron cuatro tiros en la puerta de su casa, a la hora de la siesta.

   Dos dieron certeros en el pecho de un adolescente que charlaba tímidamente con Martita.

   Los otros dos le dieron a ella, en el codo derecho y el culo respectivamente.

   El joven murió a los dos días de la tragedia.

   Martita se compuso, luego de cinco intervenciones en el brazo y tres en el glúteo derecho.

   El que disparó resultó ser un amante, ex policía, que odiaba a los pendejos.

   Se hicieron arreglos para que el tipo saliera de la cana.

   Lo encerraron en Melchor Romero, en el sector de pacientes ambulantes.

  Martita sigue vistiendo riguroso rojo. Su mirada es triste, no habla con nadie y cuentan que el miedo no la deja dormir.

   Ahora le preocupan dos cosas.  El loco, que se la tiene jurada. Y que ya, no le pagan como antes.

martes, 8 de febrero de 2022

VALIOSO

 

   Cuando una pareja grita, pega y rompe, llegó la hora de separarse. Ambos se sentaron en el banco de Tribunales por última vez, esperando el juicio de divorcio. No existió el común acuerdo. Ella recordó el banco de la plaza y los besos del amor; cómo escuchaba los latidos de su corazón cuando apoyaba la cabeza en su pecho. Tenían un gato que los había elegido. Él ponía platos con leche a la entrada de la casa, al gato le pareció una oferta interesante, buen lugar, almohadones y alfombras. Le llamaban Flor. Hubo que hacer un cambio cuando advirtieron las bolitas y se llamó Tonio. En las discusiones por arañazos en las cortinas y el costo de renovarlas, él trataba de convencerla del instinto felino. Dormía con ella, parecía querer abrazar a Tonio antes que a su marido.

   Hacía frío en la espera, no se explicaban cómo a aquel juicio común, llevara tanto tiempo. Para hablar se sentaron más juntos. Era más que una charla, tomaron calor. Tonio sintió alivio cuando se fueron. Por fin podía deslizarse por las cortinas, dormir en cualquier lado, atacar la mesada con carne y yogurt. Le habían dejado música de Satie. Durmió la siesta sobre un cordero del living.

   En la primera audiencia, expusieron ambos el reparto de bienes:

   ─Yo quiero el gato ─ella lo miró con desprecio.

   –Yo me quedo con el gato ─dijo él─ te dejo la casa, el auto, la moto y todo el mobiliario, lo único que quiero es mi gato.

   La audiencia fue más extensa que lo que pensaban. Llegaron juntos a la casa y las injurias iban y venían.

   Extraño, pero durmieron juntos. Ella puso a Tonio de su lado. Cuando él se tiró en la cama, le quitó a Tonio y lo puso de su lado. Se hacía la dormida, tomó el gato y lo volvió a su lugar, con ella. Cuando el marido pensó que ella dormía, le quitó el gato. Toda la noche, Tonio pasó de uno a otro lado, parecía de peluche. Llegaron al colmo de tironear a Tonio de las patas traseras y ella de las delanteras. El gato sacó todas sus uñas y les enrejó la cara con arañones. Propio del instinto felino.

lunes, 7 de febrero de 2022

EL TIEMPO DE NOSOTROS

 

   —No le digas quién soy.

   La vi en un refilón y me acerqué, nada de estás igual, dormís en el freezer, te casaste, tenés hijos.

   —¿Sabés quién es el pelado?

   No dijo, pero sus ojos tuvieron brillo joven.

   —Cómo no, fue el primero que…y yo no pude resistir. Me arrebató la vida. Salir fue una historia con precio alto. Tenía unos años más que él. Aplaudieron mis ganas de seducirlo, a un joven de pelo espeso y manos que cabían donde fuera.

   Yo no quise saberlo todo, desde fuera parecían una pareja que se querían comer. Apareció la venganza repentina, una mina que le doblaba la edad, las prefería madrazas. La conoció en un gimnasio y le enseñó que sus fuerzas provenían dentro de su cuerpo. Las pesas pertenecían a los sin alma, los invisibles…

   —Seguro que se mudó a su casa, ella tenía un hijo de catorce. Los vi por la calle, iban con un pendejo a la rastra y fue de pronto, casi nos tropezamos. A mí me salió abrazarlo y sentí que se le paró sobre mi vestido.

   Terminó su carrera al mismo tiempo que yo, en ciudades diferentes.

   —¿Y, qué hiciste?

   Me dijo:

   —Recorrí el país en bicicleta, de punta a punta.

   No me sorprendió.

   —Igualito que el Che.

   Me preguntó quién era el Che. Seguía con esa ignorancia que daba miedo. La sabiduría puesta en otro lado. La Mujer iba delante, con su hijo. No nos dio importancia. Se soltó de mi abrazo y corrió tras ella.

   Dos años después lo encontré, estaba con un amigo, muy compenetrado. El amigo se levantó y tomó asiento junto a mí.

   —Pidió que no te diga que es él.

   Me arrastré hasta su mesa, estaba pelado, arrugado, había perdido sus pestañas y cejas. Transparente, como sin sangre, encorvado, sosteniendo su cabeza con los brazos sin luz. Sin verme me reconoció:

   —Tengo cáncer y entre la quimio y la radioterapia, no me salvan, me están matando, necesito que me cuides con el amor del primer sexo.

   Confundía el amor con el sexo, las palabras “hacer el amor” le daban risa y arremetía con el privilegio de mi “sí”, para siempre. Dicen que cuando uno está por morir, se convierte en una amante insaciable, tal vez para agarrarse a la tierra, lo que los franceses llaman aterré. Tendremos la fortaleza de los débiles.

   Lo ayudé a ponerse de pie, del otro lado arrastraba un bastón doble, con una ruedita de triciclo. 

domingo, 6 de febrero de 2022

GUAU, LO MÁS

 

   Y que la comida y que las cacerolas, la ropa, los muebles, el piso y el cretino no dice ni mu. Hace doce años que nos divorciamos, ¿Qué me va a decir? Nada. Ahora salgo con tipos que conozco por internet, el martes pasado me encontré con Ceferino, suerte que era para un café. Tenía una altura anormal de pie, yo le llegaba a la bragueta, Ceferino miraba y ponía cara de pícaro. Me dio un asco.

   Quedé con la libido dormida, unos tres meses.

   Seguí con mi listado internetiano, noté que mis páginas parecían hackeadas, el celular emitía una respiración que actuaba como fondo, en mis conversaciones privadas. Sucedió lo mismo con el teléfono fijo, acá el fondo era un trac trac trac lejano, yo hablaba sobre ese sonido.

   Sentí invadida mi intimidad. Ayer arreglé para comer con Gere. Habló él solo. De su madre y qué buena y qué piola y qué inteligente y qué linda y… Le sugerí un encuentro con su madre. Esa era la mujer de su vida. Con el agravante que me pareció puto. Después de Gere seguí con mi libido funcionando. Pareció que la intervención a mis teléfonos, se detuvo. Recibí un llamado de un tal Pichi:

   —Te conozco de hace mucho y vos también, estoy abajo del edificio ¿Me abrís?

   Por curiosidad bajé y sí, lo reconocí, la misma cara de cretino, pasó y fuimos a comer pizza. Él no tenía nada para decir, yo tampoco. Con doce años uno se da cuenta que el cretino es un perfecto desconocido.

   No tenía razones para permanecer en el lugar, dejé la pizza a medio terminar.

   —No tengo para pagar ─dijo el cretino.

   Lo miré como a un coso:

   —Yo tampoco ─me fui.

   A las dos cuadras no daba más, entré a un Cine que ni sabía qué daban. Pero sí supe quién se sentó a mi lado. Dejé de mirar la peli porque me hacía mal, tanta sangre. Dediqué mi tiempo a mirar el perfil de mi vecino, me dio taquicardia, casi muero, le pregunté: 

   —¿Vos sos Ricardo Darín?

   Él me extendió la mano:

   —¿Con quién tengo el gusto?

   Cuando terminó el pelmazo, dijo:

   —¿Querés tomar un cafecito acá nomás?

   Acepté y enmudecí:

   —¿Vos sabés que después de ver una película necesito tomar un cafecito?

   Le agradecí la invitación y simulé un apuro inexistente, él también.

   —Me voy en ese taxi porque hay dos periodistas de la Revista Chusma, de esos que te preguntan “¿Cómo te gusta el bife, término medio o bien cocido?”