Rulo tenía como
cuarenta y tres y vivía con sus padres.
Cuando
comprendieron que no se iría nunca, le construyeron un bulín en el fondo. Él
trabajaba para Gobierno, es algo que nunca digirió. Lo usaban como ordenador
manual.
—Rulo, de la
página veinte a la setenta, de esta pila, los quita y los quema, el resto queda
encarpetado.
Sentía que sus
jefes no eran dignos. Hacía horas extras, no tomaba ningún franco y laburaba en
vacaciones.
Ahorró hasta
comprar un Unicooper descapotable, el auto más caro del mercado. Olvidaba como
niño, en un negocio de tragos mejicanos tomaba margaritas con sombreritos
masticables, hasta ver al barman multiplicado por ocho. Salió confundido en
tiempo y espacio. Comenzó a manejar y daba vueltas en redondo una y otra vez.
El viento en la cara, los árboles, las pérgolas glicinadas, los bancos
enamorados. La única Plaza donde la Policía, ante el exceso de velocidad,
sacaba un aparato para medir alcohol en sangre. Lo pararon, uno le pidió los
papeles y los otros rodeaban el auto con admiración y respeto (por el auto).
—¿Sabe General?
Me los dejé en lo de alguien, pero no se preocupe que mañana aparecen.
Le hicieron el
dosaje y había tomado tanto que el aparato medidor llegó a la cima y reventó.
Subió a un patrullero mientras el General manejaba el Unicooper. Se escuchaba
cada vez que los pasaba:
—No saben lo que
es esto ¡Miren la capota!, todo es digital.
Rulo pensaba que
si el General le rompía el Unicooper, lo denunciaba al O.Í.M.E., Dieron una
vuelta cada uno y lo llevaron a su casa. Lo dejaron tirado en el jardín, con el
auto al lado. Rulo despertó por la lengua de su perro y los hocicazos afectivos
inmundos.
Recibió una
citación policial, judicial y financiera. La madre salió con un café y un
triángulo de pasta flora.
—Hijo, después
del desayuno, pienso que es conveniente que te vayas, no es necesario que
vuelvas, nosotros te queremos igual.
Subió al
Unicooper, bajó la capota y salió a mil. Sin querer tocó un botón y empezó a
volar, aterrizó en un lugar preciso, él no supo bien dónde, pero había más de
tres manzanas de boliches con margaritas de diferentes colores. Con ese auto
jamás le pidieron documentación y hasta en los desfiles militares se abrían
para dejarlo pasar, luego le hacían la venia.