—No le digas
quién soy.
La vi en un
refilón y me acerqué, nada de estás igual, dormís en el freezer, te casaste,
tenés hijos.
—¿Sabés quién es
el pelado?
No dijo, pero
sus ojos tuvieron brillo joven.
—Cómo no, fue el
primero que…y yo no pude resistir. Me arrebató la vida. Salir fue una historia
con precio alto. Tenía unos años más que él. Aplaudieron mis ganas de
seducirlo, a un joven de pelo espeso y manos que cabían donde fuera.
Yo no quise
saberlo todo, desde fuera parecían una pareja que se querían comer. Apareció la
venganza repentina, una mina que le doblaba la edad, las prefería madrazas. La
conoció en un gimnasio y le enseñó que sus fuerzas provenían dentro de su
cuerpo. Las pesas pertenecían a los sin alma, los invisibles…
—Seguro que se
mudó a su casa, ella tenía un hijo de catorce. Los vi por la calle, iban con un
pendejo a la rastra y fue de pronto, casi nos tropezamos. A mí me salió
abrazarlo y sentí que se le paró sobre mi vestido.
Terminó su carrera
al mismo tiempo que yo, en ciudades diferentes.
—¿Y, qué
hiciste?
Me dijo:
—Recorrí el país
en bicicleta, de punta a punta.
No me
sorprendió.
—Igualito que el
Che.
Me preguntó
quién era el Che. Seguía con esa ignorancia que daba miedo. La sabiduría puesta
en otro lado. La Mujer iba delante, con su hijo. No nos dio importancia. Se
soltó de mi abrazo y corrió tras ella.
Dos años después
lo encontré, estaba con un amigo, muy compenetrado. El amigo se levantó y tomó
asiento junto a mí.
—Pidió que no te
diga que es él.
Me arrastré
hasta su mesa, estaba pelado, arrugado, había perdido sus pestañas y cejas.
Transparente, como sin sangre, encorvado, sosteniendo su cabeza con los brazos
sin luz. Sin verme me reconoció:
—Tengo cáncer y
entre la quimio y la radioterapia, no me salvan, me están matando, necesito que
me cuides con el amor del primer sexo.
Confundía el
amor con el sexo, las palabras “hacer el amor” le daban risa y arremetía con el
privilegio de mi “sí”, para siempre. Dicen que cuando uno está por morir, se
convierte en una amante insaciable, tal vez para agarrarse a la tierra, lo que
los franceses llaman aterré. Tendremos la fortaleza de los débiles.
Lo ayudé a
ponerse de pie, del otro lado arrastraba un bastón doble, con una ruedita de
triciclo.

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