jueves, 24 de febrero de 2022

CONCOMITANTE

 

   Catorce días tengo que permanecer dentro de mi casa. Mis actividades son dormir, soñar para olvidar, despertar, mirar por la ventana, me cansa la cama, la cambio por un sillón. Luego viene la silla o la silla viene a mí.

   Paso al banquito de cuando era chica. Miro por la ventana, lo estoy esperando. Siempre lo espero, no sé para qué, si no va a volver. Me abandonó, es contradictorio, parecía que me quería. Dormíamos juntos. Nunca me dijo nada, ni yo le pregunté.

   Lo extraño en el desayuno. Cuando sus pupilas eran dos círculos negros, apenas le daba la luz entornaba los ojos y dejaba de mirarme. Tenía ataques de indiferencia que me partían el corazón. Nunca me hablaba, eso me gustaba, aquel silencio lleno de palabras ausentes.

   Su soledad, tan parecida a la mía. En el invierno nos dábamos calor, parecía complacido con sólo un abrazo. Murmuraba en mis oídos, no le entendía, hablaba un idioma raro que yo desconocía. Jugaba a despeinarme y luego se iba. Estábamos en primavera, el tiempo no pasaba nunca. Catorce días que parecían multiplicarse con su ausencia.

   Un día inesperado entró por la ventana, mientras estaba en la cocina, se desperezó y bostezó, se metió entre mis piernas y pidió algo, parecía lamentar que le restara importancia, pero se dio cuenta y saltó a mi espalda, casi me hace caer.

   —¿Puedo saber en dónde estabas?

   Él miró su plato vacío, le entibié leche y le agregué las migajas que me quedaban. Después me fui a dormir, es lo único que hago bien. Él vino a dormir conmigo, ronroneaba, parecía decir que lo perdonara y lo perdoné. Le acaricié la cabeza y le hice cosquillas en la panza.

   Yo lo necesitaba como él me necesitaba. Volvió para quedarse. Era un gato manso y sigiloso, mi única compañía. Por fin estaba conmigo y yo con él. Se llamaba “Gatrucho”, lo bauticé primero “Gato”, comprendí que necesitaba un nombre propio. Gatrucho subió a mi escritorio, tiró al piso la birome y el cuaderno, le di un golpecito y me arañó. Se ofendió pero se quedó.

   Cambió mi vida, ahora camino en cuatro patas, me están creciendo los pelos y tengo uñas largas y filosas, esto sí que es vida.

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