Trabaja desde
los catorce años, donde su Madre la abandonó. La casa parece un templo griego,
en el frontón tiene el nombre de la anciana que es CATALINA. La anciana dama
adoptó la chica abandonada.
María limpiaba
la casa con esmero, mientras hablaba con la anciana, le contaba su infancia y
hacía agradable lo terrible. La Srta. Catalina le enseñó a leer y escribir. Por
las noches devoraba los libros de un escritorio antiguo, algunos le resultaban
apasionantes, leía dos o tres veces el mismo. La relación entre ellas era
armónica y respetuosa. Catalina le pidió:
—Me gustaría que
me leas antes de dormir, cualquier cuento que se trate de amores contrariados.
Estoy casi ciega, prefiero que limpies menos y me leas más.
—Señora, yo soy
la Sirvienta, me parece una falta de respeto hacia usted.
—Querida María,
no se dice “Sirvienta”, se dice Empleada.
—Se dirá
Empleada, pero yo trabajo más como Sirvienta.
A Catalina le
daba piedad verla todos los días encorvada y con las manos entre detergentes y
estropajos.
Llegó de visita
un sobrino de Catalina. Pasaron la primera cena, tomando y tomando, hasta que
la anciana se durmió y entre el sobrino y María, la trasladaron a sus
aposentos. Cuando quedaron solos, el sobrino se acostó en la cama de María. Por
ser su primera vez de alguien que conoció por primera vez, se divirtió
bastante. El sobrino le dijo que la quería para siempre, le pediría su mano a
la Tía. Esa noche, María, soñó con los angelitos. Él le había prometido que
partirían al día siguiente. Ella se despertó temprano con su bolso listo. La
anciana le señaló la ventana, había un Rolls Royce. El sobrino saludaba con la
mano. Lo conducía su futura esposa. María abrazó, llorando, a la anciana.
—No llores,
querida, siempre fue mejor leer un libro que tener Marido.

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