sábado, 30 de junio de 2018

DÍA DE FURIA



   Escribí, leí y aparecieron nuevos mundos, son las cinco, me levanto a las diez y no soporto que me dirija la palabra, menos si interroga y debo contestar: —Hay que ir al Cagarca, se necesita manteca, queso de rallar y frutas, agua y…
   —Bueno, anotá, yo no retengo de palabra.
   Y lo veo haciendo tres saludos al sol, fumando un pucho, controlando si el auto se encuentra bien de salud. En ese espacio yo desayuné, me di una ducha, me cepillé las vigas, ventilé las camas, preparé sus llaves, celular, encendedor y espero que el tipo concluya su toilette.
   Llegamos al Cagarca, saco el carro, dormida, con la listita confeccionada por mí misma, digo: 
—Buenos días. -Al aire, nadie contesta-.
    Le doy el carro a él y me dice: —Pongo dos de agua y dos de mocoretá.
   —No es necesario, todavía tenemos.
   —Ah, qué mujer estúpida! No tenemos, apurate, bola de sebo, si no hay que sacar número en los quesos.
   —Sos un hijo de puta, el queso saca granos, el de rallar, el mafioso éste no lo deja estacionar. Bueno, si tenés cinco viejas antes que vos, jodete. Yo voy a la góndola de los capuchinos.
   Observo que el mafioso puso bolsitas (la mitad es aire). Busco atrás y frascos no hay, mientras tanto, bolsa que corro, se caen tres al piso. Una vieja con su hija cara de Cagada Familia, mientras yo acomodo las veinte bolsitas que tiré al piso, se ríe de mí, no conmigo, de mí. Así comienzo a ampliar mi círculo de amistades: —¿De qué carajo te reís, boluda?
   Doblo en otra góndola, compro pan con semillas inexistentes y le digo a la empleada: —Ché éstos antes tenían semillas y eran redonditos y cocidos. ¿No les anda el horno?
   Y la clásica respuesta: —Yo no soy la responsable, Sra, vienen así.
   No encuentro mi partenaire y le grito: —¡Traé el carro, coño!
   Con el papel higiénico me doy cuenta que limpiarse el culo está carísimo. Y los rollos de cocina, que vienen cada vez más finitos, es un gasto al pedo. Se mete todo en el secador. Pero me acostumbré, porque es útil, usar de servilleta en las comidas, o un moco que está al caer.
   Viene él: —No, ése no, idiota, no entra.
   —Bueno, boludo, buscalos vos.
   La gente debe mirar y escuchar, pero para mí no existen y la bronca y el odio de los insultos, tienen el beneficio que ningún bípedo se acerca a saludar y hablar boludeces. Y así, hasta que llegamos a la caja, todos se compraron todo y charlan y joden y empujan y no piden perdón. Le digo a mi partenaire: —Vamos a ésta que tiene menos.
   —No me jodas la puta que te parió, yo busco un vinito, hoy es viernes.
  Mentira! Si hubiese sido un martes, o miércoles, o jueves, lleva uno para festejar alguna huevada. Llegamos a casa no sin un diálogo civilizado: 
—Dejame poner las cosas a mí, la concha de tu madre, vos no sabés. -Me dice el granuja-.
   Dentro del auto: —¿Dónde están mis llaves?
   —Las tenés vos.
   —No, las tenés vos.
   —No, te vi, las tenés vos.
   Y así nos seguimos insultando. Está el almuerzo, no como, paramos para dormir una siestonga, tampoco me gusta que me hable cuando tomo el té. Me lavo la cara y me pongo a escribir, no se me ocurre nada, tengo el reservorio repleto de porquerías. Subo compu, cables, anteojos y lo llamo para elegir una película. Un desastre netflix y el rey de fuera de foco: you tube. La película, una mérde total. Apagamos, comemos frutas, gelatinas, capuchinos y mis pastillas para dormir. Voy al dormitorio golpeando todas las puertas y rebuznando. Antes subo un cuento, todos los días a las cero horas y después miro las estaradísticas. Nos vamos a dormir.
   Dormimos con las manos agarraditas, aunque haya sido un día de furia. Siempre el amor, es más fuerte.  

viernes, 29 de junio de 2018

DABA FRÍO


   Entraba al taller como loca perdida: —¿¡Quién me robó los anteojos!? Esto es un quilombo, ¿dónde están? Vos fuiste el último, Tacho.
   Bibi la miró: —Los tenés puestos, Isabel, entraste con los anteojos puestos.
   Aún con anteojos, Isabel Nobanco no veía nada: —Bibi, hace cuatro días que no me baño, ¿puedo ir a tu casa? Me olvidé, con esto de los días, me baño mañana, me baño pasado y ahora que te miro me acordé que vivís cerca, bueno te veo.
   A la media hora llamó al Decanato para que le dieran la dirección de Bibi, era urgente. Atendió la Secretaria que conocía su locura y le informó, ni las gracias le dio Isabel, le cortó en la oreja.
   Quiso hacer rápido por temor a olvidar de nuevo. Entró sin llamar, abrió la puerta del baño y la ducha. Miró a Bibi de memoria, tenía los lentes empañados: —Yo me siento un rato, fumo medio pucho y me meto.
   La puerta la cerró un hermano, que la vio abierta. Pasó media hora e Isabel no salía. Bibi golpeó y ella le dijo: —Pasá.
   Estaba sentada, todavía no se había metido: 
—Vos sabés que perdí los lentes, ni me pude sacar la ropa…
   Bibi, exasperada, le señaló que los tenía puestos, ella se los quitó, cayeron y rompió ambos vidrios. Estuvo en la ducha y pasó una hora. Resignación general.
   Por fin salió Isabel con la ropa chorreando: 
—De paso lavé lo que tenía puesto, no recuerdo dónde dejé mi otra ropa, los anteojos no me preocupan, igual no veo nada. Tenía cita con el oculista, pero me olvidé para cuándo y a qué hora. No estoy enamorada, pero me olvido de todo.
   Notamos que se puso panzona.
   —Me olvidé que hacía meses que no menstruaba y encima me olvidé que la panza era un embarazo, obvio. Sabía quién era el Padre, porque me dijo que quería tener un niño conmigo. Pero me olvidé quién era el tipo, si lo encuentro no sabría de dónde lo conozco, no me acuerdo el nombre.
   Tacho le dijo que el viernes era el Final, pasó la semana.
   —¿Hoy era el Final? Qué lo tiró, mejor porque me olvidé de todo lo que estudié. Con el Bebé pasó lo mismo, lo olvidé en el micro, tomé un taxi hasta el fin del recorrido y allí estaba, lo tenía el Chofer en brazos, era el mismo tipo que me dijo que quería tener un niño conmigo, yo le tenía que decir algo y me olvidé qué se dice en esas circunstancias, no me acordaba el nombre. Yo no soy burguesa ni ahí, pero que el Bebé tuviera un Padre micrero, me pareció un bochorno. Igual le pregunté cuánto ganaba, eso sumado a lo que me manda mi hermano, alcanzaba. Ya se quería casar el tipo, casi le digo que sí, me olvidé los tres matrimonios de mierda que tuve antes.

jueves, 28 de junio de 2018

EL SECRETO



   —¡Está buenísimo!
   Las chicas miraron: —¡Rebueno! ¿Cómo no nos avisaste antes, boluda?
   —Les avisamos, pero ustedes estaban con los celulares. Se hablan todo, boluda.
   Sentado en un rincón, tomaba una gaseosa. Miraba la noche con ojos perdidos, escuchaba las voces estridentes de las chicas. Le tapaban los sonidos de las hojas, del árbol de la Terraza, que para él era una fiesta.
   —Seguro que va a una fiesta, traje y corbata, mm…
   Las otras le dieron a las zapatillas y se reían del estampado de la corbata. Ningún color pegaba con nada.
   —Coty, vos que sos cara de piedra, ¿por qué no lo invitás?
   No esperó que la otra terminara la frase, se puso voz de esófago enfermo: —Hola, te invito a nuestra mesa.
   Él contestó áspero: —Disculpá mi sinceridad, pero voces tan altas me roban el silencio de la noche. Si querés sentate conmigo y contame algo de risa.
   Toti le contó el chiste del sapo, sólo dijo: “pobre sapo”.
   —¿Qué hora tenés?
   —No tengo.
   —Me tengo que ir, gracias por tu breve compañía.
   Dejó sobre la mesa el dinero bien prolijo, con una propina asombrosa. Se levantó de la silla, tomó el bastón plegable, del bolsillo, lo desplegó, era blanco fluo . Cruzó la avenida por la senda peatonal y saltó al cordón rozando la vereda.
   Las chicas, colgadas del balcón, lo siguieron con los ojos.
   Coty dijo: —Aunque sea ciego, me gusta un montón, yo lo sigo a donde vaya, me inspira respeto y admiración, si llega a algún lado oscurito, le como la boca.
   Coty hizo una media luna y fue tras él.


miércoles, 27 de junio de 2018

FAMILLE À TABLE



   —¡¡Mamá!! ¿Cuánto hace que no cambiás estas flores? Qué vieja dejada, no levantás un pelo del suelo.
   Uy, qué mal ando de la memoria, si la vieja murió, no sé cuándo fue, me olvidé.   
   Pero mirá la cantidad de diarios, Papi trancó la puerta: —¡¡Papá!!, no juntás los diarios, para qué gastás? Y no me contestes con ese silencio ortopédico…
   Pobre viejo, toda una vida con esa mujer de mierda, no le daba paz…
   Estoy mal, ahora me pasa con él, me acuerdo que murió, ahora, por los diarios en el piso. Lo olvidé, me doy miedo, no sé para qué me apuré a tender la mesa del domingo. Puse los doce platos con cubiertos y copas. Le grité a Teresa que trajera el pan, fue raro, no contestó. Corrí la cortina y entró el sol. De Teresa no sé bien, si se fue o murió. Me parece que murió, porque Mamá la lloró más que a Papá, hacía todo lo de la casa. El sol me ayudó recorriendo cada comensal de la mesa, fue él, que me señaló el lugar de Adela ausente, de Manolo, ausente, de Ramiro y José, ausentes. Olvidé el nombre de los restantes, pero éramos doce, del número me acuerdo. Sentí frío, pedí una ambulancia, volaba de fiebre.
   El Médico aplicó una inyección: —Controlen…-No sé qué y desapareció de mi angular-.
   Era domingo, me fui del Hospital, no había nadie, domingo a la mañana, ¿quién va a haber?
   Entré al comedor, conté los comensales ausentes, eran doce. En mi lugar no había nadie, me busqué por toda la casa, jardín incluido. No me encontré, cómo me olvido, soy notable.

martes, 26 de junio de 2018

OJALÁ



   Se educó a sí misma y con una Abuela que estaba a cierta distancia de su personita, Ana no podía ver el mundo, su devolución era que persona alguna advirtiera su ceguera. Tuvo padres que se fueron sin despedidas y sin regreso. La Abuela le enseñó a manejar su abundante fortuna. Desde la ausencia de su familia, siempre quiso vivir sola. Tenía un método que fue depurando con años, empezó con caminatas en redondo, en cuadriláteros, usando sus propios pies en los cálculos. Luego fueron las manos, tocando baldosas, tierra, ángulos, agua.
   La familia le dejó una pared completa de casetes que reemplazaban el Braille, con sonidos e instrucciones para escribir como si fuese vidente. El experimento lo realizó un australiano, con un chico ciego que nunca nadie supo. Cuando Ana logró salir de la casa, descubrió la plaza de enfrente por el olor del laurel medicinal, los piñoneros, aromos. Los oídos, el olfato, las brisas, los mismos desplazamientos del aire daban cuenta que podía reconocer el mundo como si lo viese.
   Su casa tenía una aldaba, el Cartero llamó una mañana, era un telegrama donde le comunicaban el deceso de su Abuela. El Cartero prefirió leerle el texto, porque la vio frágil y asustada: —Mire, Señorita, acá le informan que su Sra Abu…
   Ana lo interrumpió con soberbia y dolor: —Sí, no se moleste, sé leer, me sorprendió porque éste es el primer telegrama que recibo en mi vida…
   Caminaba por el parque y le aparecieron amigos, dos gatos que recibían mimos y alimentos, una familia de zorzales que le cantaban cuando usaba el banco y se sentaban al lado. Una mañana apareció el cartero, sin el carterón: —Buenos días, Ana, perdoná que te tutee, pero somos de la misma edad.
   Ana miró hacia donde provenía la voz: —¡Pero por favor! Disculpá que no te vi, pero los animalitos me distraen.
   Y fue así, primero palabras, después invitaciones a tomar algo. Un día Iván puso su mano en la de ella y como no se mostró escurridiza, le tomó las dos, le tiró vapor de su boca, hacía frío y esas manos estaban heladas. Ana recorrió sus dedos largos, suaves, tibios. Cada encuentro Ana le recorría la cara con sus manos, como si lo mirara a los ojos, le tocaba los párpados y una vez de más confianza, tocó su boca, el espesor y aterrizó en el pelo, lo sintió rubio y luego supo que de ese color, era. Él también, en una caricia tocó un pelo finito y largo, como una sola pluma. La invitación de Iván a conocer su casa, había fuego de chimenea, sillones que presintió y él la sentó con suave prepotencia.
   Había olor a Iván, con tostadas: —Qué linda es tu casa, Iván, igual a vos, perdoná no quise…
   Ana levantó la mesa del té, conoció el camino a la cocina, lavó las tazas, eso sí no supo dónde ubicarlas. Iván le tomó la cintura: —Te prohíbo que trabajes.
   Se reclinaron en un sillón amplio y Ana lo miró con ojos cerrados, mientras él le besaba todo el cuerpo. Iván nunca pareció darse cuenta y Ana se alegraba que no supiera nada.
   Él se enteró el día del telegrama, no entendió por qué detalle. Ana le hacía descripciones imaginadas, de cada lugar que fueran.
   Iván sonreía, porque ella mentía colores, que ojalá.

lunes, 25 de junio de 2018

FUE LA DECISIÓN


   —Ya revisamos todo, no hay ninguna libre, en muchas viven hasta tres familias.
   Nico miró hacia abajo, los autos circulaban, los edificios y las casas, igual que antes.           
   —Sigamos por el costado del alambrado, la casa está abandonada y rodeada de eucaliptus. –Dijo Santos-.
   Cómo se acostumbra uno, hace cuatro meses que los dejaron en la calle, les sacaron todo a la vereda. Ellos tuvieron que prestar declaración, a las dos horas volvieron y no quedaba nada, hasta el cusquito negro se llevaron.
   —Queda lejos, siendo jóvenes podemos arreglarla y vivir ahí.-Dijo Nico, con esa voz de viejo sabio que se le ponía-.
   Tuvieron suerte, tapera no estaba, Romerito era constructor y Santos, arquitecto. La estructura firme, los vidrios enteros!, puertas y ventanas oxidadas pero funcionaban. Nico daba órdenes y los otros, para que no hubiera fricciones, buscaban los canutos de pintura y cemento que ocultaban a 2 km más abajo. El mismo día empezaron y a la semana estaba terminado. Algún detalle, como zócalos, canillas o goznes, los conseguían las chicas que todavía ocupaban la pensión del pueblo. Los novios sabían que limpiaban casas, pero así no ahorraban nada. Hacían de putas, buscando hombres grandes y respetuosos. Ellas ponían las tarifas y juntaron más que fregando pisos.
   La decisión que tomaron fue un tácito secreto. Nunca hablaron del asunto. Juntaron buen dinero, un viejo octogenario les regaló una camioneta casi nueva. La cargaron con elementos de trabajo y provisiones. Partieron a la casa, sabiendo que sus novios trabajaban de peones golondrinas. Se reunieron los seis, una noche de verano. Festejaron con champagne estacionado, del abuelo de Nico. Las chicas prepararon empanadas.
   Al día siguiente comenzaron las refacciones de la casa y el huerto del que provendrían sus alimentos. Romerito tomó una foto de todos, con el fondo de la casa y corriendo llegó justo al click. Le hicieron un revelado casero y lo ensartaron en un marco que encontraron en el fondo de la casa. Los seis habían estudiado y terminado sus carreras. Les daba risa dónde habían ido a parar.
   Sucedieron años, hubo trifulcas y alegrías. Tuvieron hijos que un día partieron, como hacen los jóvenes, en busca de vaya a saber qué horizonte. Cincuenta años después, Santos Junior en su auto nuevo, recorrió el lugar hasta encontrar la casa, estaba tapera. Empujó la puerta del living, no había nada, sólo un sol que rasaba la foto aquella, de las tres familias. Todos tenían caras de felicidad recién nacida.  

domingo, 24 de junio de 2018

LA CARMEN



   Se casaron y la luna de miel recaló en Ibiza. Eran los primeros tiempos del ácido silégico, hicieron una fogata con amigos, tomaron un ácido silégico cada uno.
   Carmen, la que casó, fue llevada por Humberto a dar una vueltita en moto. El marido alucinó que una invasión de platos voladores los atacaban. Coincidió que fue una seguidilla de estrellas fugaces.
   Al amanecer llegó la que tenía marido y el mejor amigo del marido. El aspecto de ambos era el de haber jugado una batalla campal, a él le faltaba una ojota y ella perdió una tira del corpiño. Caminaba con una teta afuera, que tapaba con sus bucles.
   Se fueron a Villegas, donde el padre de Checho tenía un campo grande. Carmen, al tercer día resucitó de entre su aburrimiento y decidió vivir en La Plata. Dos semanas en Villegas, dos semanas en La Plata. Los viejos de la Carmen, se tomaron el buque, eran comunistas, los acompañó una amiga del mismo palo que los viejos, en tiempos de la represión. Dejó dos hijas en La Plata, que la Carmen debía controlar una vez a la semana.
   Una quincena de verano las llevó al campo, eran púberes, hablaban todo el tiempo, se habían instalado en su depto. Y Carmen llegó al odio, a ella no le costaba nada ese camino.
   Checho, chocho con la llegada de las pendejitas, mientras su mujer cabalgaba hasta el pueblo, él se bañaba en el tanque australiano, junto con las chicas, jugaban al “guarda que te agarro”, ellas se hicieron adictas al juego. Se quedaron otra quincena, que no daba para el agua. Era pródigo en invenciones, Checho, entre los maíces altos y sin ruta, dio cabida a las escondidas. Carmen ni miraba. Suspendió las cabalgatas al pueblo. Ahora visitaba de sol a sol, el campo lindero, cuyo Administrador le daba clases de insectos. Siempre le interesó a Carmen la vida de los insectos, se sentiría identificada.
   Ocurrió lo obvio, tanto “te agarré” y “sigamos jugando a guarda que te agarro”, ambas chicas quedaron pregnant. Carmen recibió el llanto de las niñas ninfómanas y les hizo practicar los legrados correspondientes, epilogando con: —Si le cuentan algo a su madre, las deporto.
   Las mandó a vivir a lo de la abuela nonagenaria, que las recibió chocha a las chicas, como Chacho, chocho, al dejarlas.
   Carmen se instaló en el campo de Villegas, dejó a su marido extrañado. Se lo dijo una noche de verano: —¿Sabés que esperamos un bebé?
   Él le besó la panza y con vos de mentira, contestó: —Qué buena idea, te felicito, no tendrá mis genes, pero al menos el nombre, lo elijo yo.

sábado, 23 de junio de 2018

TAPÓ TODO LA PELOTA


   —Era necesario que ganara Argentina este Mundial, hasta para los que no les interesa el fútbol, un regalo gratis para tanta amargura atragantada.
   Estaba toda la barra en la casa de Remigio, que peleaba al Batu.
   —Siempre fuimos campeones, a vos porque te gusta tirar pálidas y no tenés un rinconcito de tu cerebro, para darte cuenta que el Mundial, o el fútbol sin Mundial, es lo único que nos une.
  Se puso en copas Horacio, que era prudente, pero disfrutaba cantando la justa: —Porque no es lo mismo una alegría familiar, un nieto que nació, un hijo que crece en su carrera, un divorcio que mejor, unas vacaciones austeras sin nadie que te joda. Que se callen la boca por unos días…no sé, cuando me pongo larguero, nadie dice pará loco.
   Batu lo miró entornando el ojo ganador: —Sabés que a la barra no le gusta decirle al sabio, que la falacia le inundó el discurso y sin propósito, todos empezamos a putearte, a vos y después entre nosotros.
   Remigio, que era católico hasta las pelotas, las de fútbol incluidas, le pegó con el puño a la mesa, que ya era renga. Rompió tres copas, se puso violeta: —Tengo pus en los oídos de tanto escuchar teoría y solfeo, del equipo argentino, que andaban despacio y transpiraban por drogones, o no les pasaron la guita esperada. Y nadie defiende que transpirar la camiseta es un orgullo, trataron y no pudieron.
   Horacio le agarró la musculosa: —Así que para vos, perdimos a propósito y los croatas son eximios atletas.
   Se calentó Remi: —Sacame la mano engrasada de mi ropa o te pego una trompada que te parto, jetón.
   Y la barra se plegó a levantar el paro y se cagaron a trompadas. Ante este espectáculo, debemos reconocer que el argentino es un pueblo civilizado y respetuoso.

viernes, 22 de junio de 2018

EL OBLIVIÓN



   Lo conocían por el ala del sombrero que le tapaba la cara. No sabíamos su historia, pero hasta le inventamos un nombre.
   La mujer lo dejó una tarde de Septiembre, con palabras tiernas que sobraron de aquel amor inquieto. Él seguía yendo a tomar unos mates con los otros inquilinos. Si algún cuento lo hacía reír, le prestaba el sombrero por un rato.
   No usaba la seña acostumbrada, levantaba de prepo la mano ajena, no importaba que fuera hombre, mujer o nadie. Bailaba un tango competente, que a veces lo dejaba solo y él seguía. Total, los tangos no terminan nunca, ni siquiera en el Septiembre que, sólo él, reconocía.

jueves, 21 de junio de 2018

BAJO 0°


  
   Están de moda las monarquías, Reinas, Reyes, Príncipes, Princesas, amantes de todos. Han bajado un poco, sólo un poco al pueblo de las clases medias corruptas, disfrazados de nuevos ricos, con títulos de nobleza, futbolistas, conductores gritones de programas bizarros.
   Hubo -1° en la terminal de Tandil, se amucharon las personas en situación de calle, había poco diario y se envolvían en frazadas, tan finitas que un diario habría abrigado más.
   Cinco llamados al municipio, para que “haga algo”, justo eso que es lo menos, casi nada, diría, saben hacer. Ningún rico aspirante a rey, se acercó a la hipotermia que pudo matar. Los únicos que movieron fueron los de esas religiones raras, evangelistas, rechazo de muchos. Aparecieron con ollas de comida, los abrigos que pudieron y estuvieron a su lado. No escribo más porque salió en los diarios locales.
   De 140.000 habitantes, sólo se supo de cuatro en la terminal, hasta que los echaron. Cuatro personas, cuatro. La gente se volvió endogámica fanática, llegaron a retorcerse tanto que mordieron sus propias colas y no había suero antiofídico porque hospitales, farmacias y droguerías adhirieron a una huelga de veinte años. ¿Y el Intredente y sus Conejos Delirantes? Los cincuenta mil entre soldados, vigilantes, azulitos, naranjitas y “—Nueve años tengo y quiero ser cana.”
   Decime, Intredente con esa cara de pelotudo que tenés: ¿no podés hacer nada? Entonces andate, abandonen ese municipio de mal gusto y algunos pobres entrarán bajo techo, tienen también la catedral, donde concurren los hipócritas. Es un buen espacio cubierto. Allí hay mucho lugar. Algo es algo. Les pido a las buenas personas de Tandil, que  puedan, hagan algo, algo más que mirar la pelotita.
   Tandil, ¿me avisás, cuando sepas la razón de tu existencia?

miércoles, 20 de junio de 2018

TACONEANDO



   —Escuchá este tango, pero no con los oídos, con el alma, aunque esta música no te va…, sos tan joven.
   Babá se acordó de su abuela, ojos almendrados, celestes y pícaros. De joven se casó con un policía, año 1920, que le gustaba la milonga más que los asados. Antes de salir para el bailongo, aspiraban cocaína sin decir nada, ni entre ellos ni a nadie, era rica de antes. Bailaban hasta pasada la madrugada. Quedó viuda a los sesenta. Su hijo, nuera y nietos, vivían en la parte inferior que tenía tantos ruidos como años, anunciando su derrumbe. Había un mueble que era biblioteca, con tierra, papeles, carpetas, libros en todos los idiomas, en la parte superior un águila gubeada por alguien paciente. Tenía alas abiertas que no se sabía si eran una protección o una amenaza. Tita decía: —Ambas cosas, pero tiene seis metros de alto el escritorio.
   Nadie pudo llegar a lustrar su techo, mi nuera trató una vez, pero se le quebró una pierna. De su boca salieron sapos y culebras, después decía: —Disculpe, Suegra, disculpe que sea tan mal hablada.-Y le besaba las manos-.
   La abuela vivía arriba y a los setenta y cuatro se casó con un viejo, dueño de la deferencia de los hombres solos y amante del tango. Admiraba a Tita, que usaba rímel en sus pestañas arqueadas, le daban marco a sus ojos oblicuos más celestes que el cielo. Su nuera le hacía la ropa, viajaba a Bs As, para copiar modelos, era una costurera excepcional, vestía a toda la familia.
   Por las noches, los tortolitos nóveles, como les decía su nieta, bailaban el tango haciendo un ruido infernal, en el piso de madera. Tuvieron miedo que se cayera. Taconeando antigüedades, con la música alta y sin descanso. Babá me preguntó: —¿Esos elongues, no serán por tomar merca?
   Yo le decía: —Una pareja tan añosa, estarían muertos si lo hicieran, ¿sabés qué me parece?, le dan a licorcitos de muchos colores y se los ve tan apasionados que de allí saldrían sus energías.
   Para su primer aniversario, les regalamos un disco de Piazzola. Escucharon con ojos cerrados. El marido de Tita, la convidó con un vasito de ginebra. —Esto bien merecen los estrenos, vamos Tita, bailemos esta música rara, nueva e insolente.
   Una mañana bajó la abuela con un pañuelito de puntillas: —Ay, Babá querida, dejó de latir sin avisarme nada. Sino lo acompañaba. No ha de faltar mucho para que yo le haga el gancho y él me acepte con la deferencia de los hombres solos…

martes, 19 de junio de 2018

¿Y LOS CHICOS?



   Era el último día que si llegaba tarde lo echaban. Palabra de Jefe, viejo choto, que tenía su retrato entre ceja y ceja, desde que empezó.
   —Paula ¡Despertate! No voy a trabajar, no quieren que vaya nunca más.
   La mujer bostezó, seguía soñando con el hombre de su vida. Sintió la sacudida y era el marido de su no vida.
   —¿Y qué hacemos? Yo a mi viejo no le pido un mango. ¿Te indemnizan?
   Se olvidó de avisarle a Paula del colchoncito de plata, que guardaba en una media pinchuda. Buscó en los lugares posibles y no encontró nada, debía reconocerlo, se olvidó igual que cuando no puso el despertador.
   —Paulita, vos que sos tan memoriosa, ¿no podemos sacar de tu cuenta en el Banco?
   Ella hacía yoga para no matarlo.
   —Vengo ahorrando desde antes de casarme. ¿Debés mucho?
   Él pensó que debía tanto, que olvidó cuánto: —Yo no le debo nada a nadie, me conocés. Saquemos pasajes y cruzamos el charco, tengo dos tíos en España, primos en Italia y con tus hermanas, en Inglaterra, llenas de dinero. Se me ocurrió que podemos inventarles una situación dramática, cuya única solución es quedarnos en alguno de sus petits hotels.
   Paula se reía con histeria: —Vos no tenés límites, mis hermanas te odian, te olvidás de sus cumpleaños, te negaste a asistir a sus bodas por miedo al avión y te inventaste un cáncer.
   Uy se puso re-triste el patético, lo voy a abrazar y besar, preparo un desayuno americano. Me visto sensual, putesca. Apoyo el culo en la mesa igual que en las películas, lo acerco con prepotencia y arranco el pijama, le indico. Él, sin GPS, que vengo a ser yo, se paraliza blandengue. ¡Esta vez no! Se acordó cómo se hacía, fue mejor que la primera vez. Tomamos un baño juntos, rodeados de velitas y velones. Permanecíamos en el agua con ojos cerrados.
   —Decime Paula, ¿qué festejamos? Tanta vela me está dejando sin oxígeno.
   Esta vez, fue Paula que olvidó de traer los chicos del Colegio: —Salí ya del agua y traé tus hijos del Colegio, es re-tarde!
   Él salió con su bata de toalla, prendió el auto y no andaba. Abrió la puerta del baño: ¿Sabés, Paula? Me olvidé de ponerle nafta al auto. No te preocupes, los chicos esperan y mientras tanto, hacemos la segunda versión de la mesa, que es con vos al revés.

lunes, 18 de junio de 2018

JUAN LUZ



   Éramos un grupo pedagógico, adolescente, haciendo una experiencia con alumnos de último grado. Viajar a San Salvador de Jujuy, recorrer la Quebrada y retornar al límite con Bolivia. Tuvimos reuniones de intercambio, los adultos encargados de las actividades a realizar con los chicos. 
   Conocía a algunos de la misma escuela. Teníamos calificaciones altas de orden práctico. A mí me gustaba que los chicos se divirtieran, la escuela pertenecía a una zona donde las carencias eran implotantes. 
   En las reuniones me atrajo uno, con voz de mando, pelilargo inquieto, ojos cargados de celeste y párpados semientornados. Lo reconocía cuando venía en su bici, porque tenía un sólo equipo de jogging y zapatillas: “qué me importa”. Yo sin darme cuenta lo miraba con insistencia y me sentaba a su lado, trabajaba a su lado, planificaba a su lado y cuando me advertía, le asaltaba una alegría, que mostraba deshaciendo mi rodete que imitaba al de Evita. —Suelto me gusta más.
   Él también era Evitista y con timidez decía que había que imitarle otras cosas, no el rodete. Acampábamos en lugares protegidos. Las carpas eran un préstamo del Ejército. Hubo un día que llovió y otro y otro. Juan se había llevado su propia carpa, decía que las de milico, tenían olor a mierda y sangre. Salí de la mía a fumar un pucho, él me vio y me invitó a su casa, así la llamaba, era una carpa inteligente, con un tatame alto, que no pesaba nada, mantas de pluma de ganso, una mesa enana para tomar mate y jugar al ajedrez. 
   Me ganó siempre, después empecé yo, me di cuenta que Juan me dejaba ganar al notar mi cansancio y esfuerzo sin resultados.
   Yo estaba medio dormida cuando me quitó las zapatillas y desprendió mi cinturón, que no me dejaba respirar, lo hacía para que Juan viera que tenía una muy buena cintura. Cuando empezó con el cinto me desperté. Habló en secreto, porque los sonidos de carpa a carpa, se escuchan: —¿Hoy dormís conmigo?
   Me dio una remera larga y nos metimos entre mantas. Juan apagó el farolito. Yo tuve insomnio. Cuando se pone todo negro, no concilio el sueño.
   —Acá se acerca tu ángel guardián, te hace masajes en la espalda y con las mismas manos, llega a tus piernas.
   Yo escuchaba su voz ronca y sus caricias terapéuticas, aún con la atmósfera negra. Era mi primera vez y la primera vez de Juan. Disfrutamos juntos, tanto que produjimos luz en plena oscuridad. Las noches restantes escapaba de mi carpa y Juan me esperaba, para conocer los milagros que se suman, cuando la luz no existe.
   A Juan lo mataron años después, en una redada de milicos de mierda, tiempos oscuros donde la memoria recuerda hasta siempre.

domingo, 17 de junio de 2018

I DON'T REMEMBER



   Manuel se vio en figurillas cuando le pidieron colores y distribución de una bandera. Era una persona humilde, introvertido, no le interesaba andar haciendo bandera. Las personas de sangre fundacional querían algo que glisara, un palo al que llamarían mástil, era más distinguido. A los custodios de Manuel no les daban las manos para atender los mensajes de Bastos, Copas, Oros y Espadas, máximos poderes que darían el origen a la Corrupcracia.
   Era bueno Manuel, quiso un lugar tranquilo para distender tales presiones y fue llevado por una diligencia, hasta Paraná, donde en un río prístino, de harinas blancas, tomaba baños solitarios. Luego se tiraba en un catre de campaña de dos plazas. Tomaba sol estilo panqueque.
   Muy sobrio en sus comidas, por temor al engrosamiento, pasado una semana, hizo una profunda meditación que le fue transmitida por el Gobierno de Indias. Apareció su único amigo, Martín (todavía no canonizado). Ambos eran generales, allí se conocieron, les trajeron los uniformes, para las batallas usaban dobles de cuerpo.
   Recién vuelto de la Francia, Martín le señaló los colores de moda del banderío europeo: —¿Qué te parecen?
   Manuel inhaló en silencio y exhaló hablando: 
—Todo muy colorinche, quisiera algo más tranquilo, como los ojos celestes de Guillermo Brown, no sé si lo conocés, es un pura sangre inglés. Lo combinaría con blanco, que es contenedor de todos los colores, si giran a velocidades de alta gama.
   Las telas fueron cosidas por costureritas de malos pasos, tan rápidas en el arte de resolver. Manuel se sintió algo contrariado.
   Su idea era mitad celeste, mitad blanco, pero hubo una confusión matemática de estas mujeres prácticas, pero analfabetas. A él le dio pena corregirlas y la dejó así, celeste, blanco, celeste. Cuando la vio terminada le pareció tan aburrida, que aconsejado por Napoleón Mandaparte, agregó un sol amarillo patito, al medio, con ojos, nariz y boca. Entrando en los 100 años de vida, Manuel preguntó a Martín: —¿Vos sabés para qué sirve la bandera?
   El amigo lo miró, acostumbrado a sus tontas preguntas y le contestó por lástima: —Ay, mi querido, es para poner junto a otras de países diferentes en el frente de los Hoteles, de cuatro estrellas.
   Manuel respondió: —¿Vos sabés que me había olvidado completamente…?

sábado, 16 de junio de 2018

DESAPARECER



   Padre, me presentó al viejo como un objeto “Vale tanto”. Respetuoso pidió mi mano y Padre contestó “Sí”. Lo salvó de las pérdidas totales en Montevideo. No lo vi más.
   Usé los venenos salvados del incendio y le acercaba mates con pocas gotitas cada vez. Una mañana, el viejo no despertó. Como era tan anciano, a nadie se le cruzó que su esposa fuese autora de su muerte, siendo tan joven.
   Hice un viaje por el mundo con Virginia, a ella no quise contarle del viejo. Sólo sabía la imposición de mi Padre y cerramos la historia, como si nunca hubiera existido. Pasábamos un tiempo en cada sitio que visitábamos. Vivíamos como lugareñas y descubríamos que los sitios producían cambios en nuestra amistad. A Virginia le daba paranoia quedarse conmigo en soledad. Yo salía de diferentes casas y la dejaba encerrada con cuatro llaves, era mi amiga, si se iba ella yo no volvería a Buenos Aires. Se llevaría secretos de mi vida, como cuando vio mi cortaplumas penetrando la espalda de un hombrecito desagradable. Mostró una cara impasible y me tomó del brazo, corrimos una cuadra, doblamos tres a la derecha, nuevamente dos a la izquierda. Llegamos a la casa, Virginia me dijo que caminamos la forma de una esvástica. Pasaban tantas cosas que olvidé a mi Padre, al anciano y las ciudades que recorrimos. Tenía confusiones permanentes. Cuando conocí al jardinero afable y le arrojé la viga de hierro en la cabeza. Allá quedó Virginia, mirando de lejos. Sin asombro, acostumbrada.
   —Mentís tanto en lo que escribís, tu papá murió unos días antes que nacieras.
   Me miente, tiene envidia porque soy capaz de olvidar cosas entrañables. Espía lo escrito ese día y al siguiente dice que necesito diván, que nunca viajamos juntas, ni un anciano pidió mi mano.
   —Te olvidaste del horror que te da matar una mosca y decís por escrito y convencida, que sos una asesina múltiple, en tiempos y lugares que no existen.
   Virginia interroga: —¿Dónde vivís?
    Ella pensó y le dio bronca no saber: —En cualquier lado, estoy tan sumergida en lo que hago…
   Virginia, sin respeto me tiró de las orejas: —En mi casa vivís, sos huérfana, hace treinta años. Para vos, olvidar es una respiración.
   Me la hace difícil, seguro que me pasó de todo, las cicatrices espantosas de mi cuello, tres uñas que no tengo, las quemaduras en la panza, hasta el fin de más abajo. Virginia es mala, perversa, yo trato de no volver y ella quiere que le cuente, me tira abajo lo que construyo, después del suspenso de un odio que olvidé y puedo hacer esto con mi Alzheimer inventado, olvidar hasta salir de compras en bombacha. Vino un policía por alteración del orden, me quiso llevar, me dieron unas convulsiones imparables. Después preguntaron qué pasó: —Nada, tengo catorce años y me olvido de todo, como los adolescentes.

viernes, 15 de junio de 2018

SOCORRO



   Jugábamos al miedo, el mejor lugar era el último patio de la casa chorizo. Había una casita para la muchacha con cama, que fue reemplazada para muchachas por hora y más tarde por Mamá todo el día. La casita era el reservorio de la casa, había un maniquí sin brazos ni cabeza, tenía un solo apoyo que era una madera torzada. Una fragata de mi abuelo, gigante, tres catres de campaña, una familia de lauchitas que nunca denunciamos y cuatro roperos altos, con espejos, que multiplicaban el espacio, una ventana con postigones herméticos y la puerta que cantaba voces de fantasmas.
   Éramos tres, Pachi, Isa y yo. El juego consistía en meternos de a uno, cerrar con llave, de afuera y contar en un reloj viejo, cuántos minutos resistíamos. Ese lugar tenía un entramado de telas de araña, iban del maniquí a la fragata, a los cuadros de mar, con oleaje Titanic. Fotos antiguas, húmedas, que daban pánico. Encerramos a Pachi que se metía contento, tenía cinco años, no sabíamos qué hacía adentro, pero era el que más aguantaba, hasta que pisaba algún ratoncito o las telas de araña le envolvían el cuerpo. Según él, lo querían ahogar. Cuando escuchábamos que lloraba y gritaba: —Mamá!, Mamá!
   Le abríamos y salía, rebozado en telas de araña y negro de mugre: —Las dos son unas perras. ¡Las odio!
   El cobarde se refugió en el delantal de mi Abuela, que seguía mirando su teleteatro y ni lo escuchó. Volvió con nosotros: —¿Y ahora? ¿A quién le toca?
   —Vos, Isa, yo elijo porque duré siete minutos, a ver si me ganás.
   Isa se metió de una, pero tropezó con todo, rompió un espejo y se lastimó la frente. Pidió que le abramos. Pachi miró el minutero: —Ja!, valiente, tres minutos duró.
   Lo que menos le preocupó fue la frente con sangre. Le puse DG6, una curita y llegó mi turno. El corazón me latía, porque Isa dejó el maniquí en el piso y pensé que era un muerto, se me cayó el retrato de mi Tío Enrique en la cabeza, no me importaron los minutos, les pedí que abrieran. Se habían ido a la vereda, grité como loca y Mamá escuchó. Pachi perdió la llave, Papá abrió con una trincheta y me dejó una semana en penitencia. Isa y Pachi la sacaron gratis.
   Fue la fiesta de egresados de Pachi, nos invitó y como siguió siendo idiota, eran todos varones y nosotras dos las únicas mujeres. El que la iba de líder, propuso jugar al cuarto oscuro, en la pieza de Pachi. Manejaba la luz, previo poner música de Debussy y arrastrar tres cadenas de perro, sin perro, por el mosaico, apagó. Unos degenerados, nos tocaron el culo, las tetas, nos tiraron gaseosas en la espalda, algunos mordieron.
   Nosotras les arrancamos los zapatos y los metimos adentro de las camas, volcamos la mesa de luz en las putitas manos de Pachi, les tirábamos del pelo, hasta quedarnos con buenos pedazos en la mano. Aparecieron los viejos, a ellos les dieron un sermón y a nosotras la Madre nos peinó y emprolijó. Le contamos qué nos habían hecho y la vieja, con ojos de huevo duro, preguntó: —¿Y qué más?
   Contestamos que nada más, que no fuera a pensar que, bueno, esas cosas. La vieja respiró. A veces la oscuridad sirve. Yo, entre piñas y mojaduras, reconocí al que estaba más bueno, porque era el único con colita y pelo largo. Aproveché para un revolcón, con beso a boca cerrada. Cuando vino la luz, le escribí mi número de celular. Esperé que me llamara, pero no me llamó, el boludo. Encima se ponía colorado cada vez que nos cruzábamos.

jueves, 14 de junio de 2018

ESPERAS



   Dormiría de día, no me lo permito. Amo la noche, el silencio que cubre los sonidos de las calles y las casas. Es el amparo que despierta el deseo de construir una realidad distinta, cuando te agarra la noche escribiendo o dibujando, o recordar mis tres primos disfrutando, mirando al cielo, mientras meaban el árbol gigante que plantó mi bisabuelo. Cuando espero tu llamado como un acuerdo no hablado, se produce un día de la semana que ninguno sabe. Es mi hijo contando la novela de su vida.
   —¿Viste lo que pasa en Nicaragua?
   Hay un resoplido al otro lado: —Mamá, me importa un carajo lo que pasa en Nicaragua, lo que no soporto es este gobierno de mierda que es igual al de la perra, te afanan la vida, Mamá y si lo encuentro lo mato porque trabajo la mitad del día y no me alcanza. No quiero que me des guita, me daría odio. Conque permitas que tu oreja escuche mi diatriba de cómo me explotan, voy a trabajar en lo mío, porque estos hijos de puta no me van a poner a lavar platos. Quiero esto, podrán sacarme todo, pero esto no. Yo estudié al pedo, me enseñé más a mí mismo que los docentes, profesores indecentes (menos dos o tres.) ¿Y vos, mami? ¿Cómos estás?
   Contesto: —Yo fenómeno, hecha una vieja chota, sin entender por qué me faltan hacer cosas y no me quiero morir antes de terminarlas.
   —¿Seguís caminando en la oscuridad?
-Risotada-.
   —Lo heredé de vos, amo circular por mi casa de noche, con todo apagado. No prendo la luz ni para lavarme los dientes. Hacer de memoria. Lo que te pido, Mami, es que suspendas la escalera. Bueno, te dejo porque escucho los pasos de Paloma, que ama la oscuridad como nosotros. Te quiero ¿sabés…?

miércoles, 13 de junio de 2018

MIRÁCOLO



   —Ud dice que el chico es normal, todas las madres opinan lo mismo de su hijo, pero fíjese, la boca tiene más de sesenta dientes, entre el cuero cabelludo asoman cuatro molares y diez colmillos. Mire las axilas, le asoman las muelas de juicio. Hay una ristra que le rodea los dedos de la mano y hasta tiene caries en los dedos de los pies.
   —¿Porque tenga dientes supernumerarios, no es normal? ¿Exceso de calcio tal vez? El Doc, acá, es Ud, explique el porqué de esa dentición que lo cubre.
   —Es un caso raro, carecemos de tecnología como para solucionar en lo inmediato, algo que no podemos diagnosticar. Cualquier novedad me comunico con Ud y Ud conmigo, desde ya.
   —Cacho, fui a ver al genio que te recomendaron. Es un soberbio que nos cobró en la consulta todo tu salario. El chico corre, se ríe, juega, saca buenas notas, los compañeros no lo discriminan, todo lo contrario lo admiran como a un superhéroe.
    Cacho, que trabaja catorce horas por día, se indigestó con el costo de la visita: —Mirá vieja, olvídate, vivimos como hasta ahora, teniendo en cuenta que los médicos no saben un carajo y encima te afanan, hasta aquí llegamos.
   Cuando el niño cumplió seis años, perdió sesenta dientes apagando las velitas. Durante el año se le cayeron los de la cabeza y las del juicio sobaquero.
   En Nochebuena, sus dedos eran de pianista. El Odontólogo, bueno y sabio, le quitó las caries de los deditos de los pies, junto con los dientes, les pidió a los padres, si no se los podía quedar de recuerdo.
   Las gentes decían que el niño era una luz, los reventados creyentes, opinaban que era un ser de luz. Sucedió que, al perder los dientes, se le produjo una especie de usina interna que generaba luz por donde fuera. A su casa no mandaron más la factura de luz.
   Cacho y los tíos del niño, grandes temerarios, se hicieron presentes en el consultorio del Doc: —Lo venimos a ver porque Ud nos llenó de preocupaciones, que se solucionaron solas. Ni diagnóstico pudo dar, era solucionar el problema de un niño, no de un país. Venimos a que me devuelva mi salario, el costo de la consulta, con los intereses que corresponden…

martes, 12 de junio de 2018

PECULEADOS



   No es de buena persona, promover una cola de tres horas a temperaturas bajo cero, a la intemperie y los arbitrarios vientos arrafagados, que parecen arrancarnos de las paredes. En este pueblucho tenemos un Intredente incapaz de ver que un viejito colero se está poniendo azul y no decidir una techada, una calefacción cenital, por poner un ejemplo entre cientos, el tipo es un incapaz.
   A mí las injusticias me tornan insolente, bizarra, grosera: pero tengo algo que en este tiempo ha dejado de importar, si quiero hablar bien, en un lenguaje coloquial civilizado, puedo hacerlo. Hablo de la mañana de hoy,  soy una persona vieja pero con un espíritu adolescente, polenta, setentista, sobreviviente y luchadora. Después que me congelé fui al Contador para entregar casi todo el dinero que tenía en el Banco. Hay una chica que atiende los pacientes del Contador, allí nos enfermamos todos, los números se transforman en un virus que no te abandona. Con toda su santa paciencia, me explica por qué es esta retención, por qué debo pagar ahora o ahora, por qué el Impuesto a las Ganancias supera a mis ingresos, dejo de escuchar estos argumentos, que son argucias del robo y me retiro.
   Paso por el Edificio Latrocida y desde la puerta grito: —¡Borlunghi Chorro!
   Luego paso por el costado y repito mis epítetos con la voz ensordecedora del odio y la impotencia. Hoy había un tipejo con cara de forro, que hablaba de mis dichos, por un telefonito. Venían dos canas en sentido contrario y el muy boludo dijo: 
—Agentes, detengan a esa mujer que insulta al magno edificio y llama chorro a su máxima autoridad.
   Los canas lo miraron: —¿Y por qué?, si la mujer tiene razón.
   Sigo caminando, entre hojas secas, haciendo sanguchitos de soretes. El magno edificio ¡¿cómo no a va estar rodeado de mierda?! Los perros opinan, hasta ellos se dan cuenta.
   Cuando voy por mitad de cuadra escucho: 
—¡Señora! ¡Señora! ¡Señora!
   Giro y era el tipo del telefonito: —¿Qué necesitás?
   Puso cara de importante: —Soy de Radio Bosta y quisiera que por este medio, me explique a qué se debe su disconformidad.
   —Si no sabés vos…debe ser que alguien te dará unos manguitos, robados al pueblucho.

lunes, 11 de junio de 2018

TETAS DE CABRA



   —Venite si querés, queda cerca, son todos pendejos como en las películas, barra, banco alto. Yo me siento en el rincón, tomo fernet con coca cola, prendo un pucho que lo hago largo y no le doy bola a nadie.
   Era llamativa la loca, pensó Loly, pelo azabache, lacio y largo hasta el trasero. Piel blanca, ojos negros, boca rojo sangre y minifalda trepadora…dijo: —Termino el trago sin apuro, bicho todo, pero que no se note. Si algún quía se me acerca, pensando que soy un levante, llamo al dueño y le digo: “Sacalo de aquí, antes que le rompa la copa en la cara”.
   No era para menos: —Te hacen caso porque tenés voz alta, grave y autoritaria, parecés una milica con cargo.
   Fuimos de noche, tarde, no me vi en ningún espejo, hoy soy joven. Había dos tipos charlando de pie, uno me miraba.
   —Loca, aquel medio rubión me fisgoneó, con pausa.
   —Loly, en estos lugares nunca estás segura.
Pero que le voy a decir… —Es un pendejo, de ojos tristes.
   Tiene razón la loca, pero si él no viene a mí, yo me le planto enfrente. El chico me miró y me vi en el espejo, pelo canoso, cara caída, carrujada, tetas de cabra deprimida. Me tocó el pelo con ternura, casi muero: —Perdoná que use letra prestada, pero sos “lo único en la vida que se parece a mi vieja.”
   Le acaricié la mejilla y me fui. Saludé a la loca de lejos, caminé, caminé, mientras pensaba cuando era joven.

domingo, 10 de junio de 2018

FOTOS Y FOBIAS



   El primo Alberto era el preferido de mi abuela Laura, el sentimiento fue mutuo. Hay fotos que lo muestran en Ostende, con un perfil de estatua mirando al Este, con una espalda perpendicular a la tierra, una rodilla flexionada a 90 grados, apoyo de un brazo fuerte y relajado donde una mano distinguida, con dedos de arpegio, hacía nada, que según las mujeres de la familia, era su actividad predilecta. Laura está a su lado, enhiesta y de perfil hacia el Oeste. Según mi madre, ambos fotografiaban de perfil para encubrir los ojos demasiado juntos. Alberto aparece con un traje de baño, cuya parte superior es una especie de musculosa blanca, prístina y unas bermudas oscuras hasta las rodillas. El pelo cortado al hachazo, lacio como brocha y brillante como alas de cuervo. Tiene un aire de Buster Keaton. Mi abuela lleva una malla negra, austera, pero deja ver unas piernas perfectas, a partir de sus rodillas, el escote no es generoso, pero sus pechos son firmes y acotados. Tiene una mano apoyada en la frente, destacando un gesto laisser faire. El codo descansa en el hombro de Alberto. Cuando mi abuelo viajaba sus depresiones por lugares lejanos, mi abuela Laura vacacionaba con sus hijos y el primo Alberto.
   Alberto le tenía fobia a los agentes bacterianos de los objetos y del aire. Cruzaba las calles con pañuelos blancos apoyados en nariz y boca. Si hablaba por teléfono público, colocaba un pañuelo en la escucha y otro en el habla. Terminada la charla, desechaba los pañuelos en cestos de basura públicos. Si arribaba a una casa amiga o familiar, donde era informado de gripes o febrículas, huía de inmediato. Llegaba a su casa y aseaba sus manos con jabón y cepillos de distintas densidades. Comiera donde comiese, inspeccionaba las copas con lentes, a contraluz y el resto de la vajilla también. Ingerir alimentos fuera de su casa era un sacrilegio que su cuerpo no podía perdonar, su mente menos. Para Alberto lo único impoluto sobre la tierra, además de su propia persona, era mi abuela Laura.
   Decía que el transporte público, las aglomeraciones, los bancos de sentarse, como los bancos de dinero, los hospitales y las familias multíparas, eran un atentado permanente para la salud del cuerpo.
   Alberto, como casi todas las personas, un día murió. Su fallecimiento se debió a un cáncer de pulmón, que le produjo una irrefrenable adicción a la morfina. Mi abuela Laura lo tenía en una foto, vestido de mannequin vivant. Había un ramillete de violetas cerca de su retrato, no demasiado cerca, por respeto a Alberto y su fobia a las flores. Las consideraba agentes de dudosas intenciones.

sábado, 9 de junio de 2018

SOLTAR


   Los ladridos agudos vienen de ahí: Mateo delira con frecuencia, inventa, imagina, miente. Lo acompañé porque los ladridos eran ciertos. La casa no tiene paredes, un ángulo derruido y un techo oxidado. No sé cómo se sostiene, los dueños viven al lado. —Eso tampoco me lo creés, forraron la casa de piedras de cantera, hicieron una terraza y tienen ventanas de vidrios blindados.¡Mirá! Se ve todo, no seas cobarde, Rocho.
   Que me diga lo que quiera, yo, espiar no. Va fangulo, espío. Hay dos viejos con batas chinas, sale olor a perfume, todo brilla, caminan descalzos. Se están fumando un porro, del bueno, porque se cagan de risa. Le cuento a Mateo, me dice: —El perrito es de marca, esos que les dicen huesito de pollo pero más grande. La vieja no lo deja entrar, lo atan a la casa derrumbada, sin techo ni nada, protesta porque dice que le ensucia los pisos.
   —Tenés razón, Mateo, no siempre inventás.
   Dice Rocho: —Tengo una idea práctica, esta noche le traemos carne cortadita y lo desatamos.
   Le pareció cool. Cuando los viejos apagaron la última luz, le llevamos la carne, temblaba de frio cuando terminó de comer. Rocho dijo: —Che, lo envuelvo en mi campera, estos viejos son asesinos, me lo llevo a casa y en dos días lo traemos. Si los viejos no lo buscan, devolvemos el perrito.
   Nos hicimos amigos, dos días de amor para el animalito, dormía con alguno de nosotros y le compramos el mejor alimento. Una madrugada lo llevamos, lo dejamos atado con un poco más de soga. Lloraba, quería volver con nosotros. No somos de afanar. Escuchamos: —¡Mirá vieja! El perro volvió y se ató solo, son inteligentes estos bichos, no me digás.
   La vieja le contestó algo de los pisos y que ni se le ocurriera… La mañana siguiente pasamos, rumbo al colegio. El perrito colgaba del árbol de la casa, murió ahorcado. El tronco tenía un cartel escrito: “No deje animales en esta casa, o lo matamos a Ud, el animalito no tiene la culpa, pero jode.”