Escribí, leí y
aparecieron nuevos mundos, son las cinco, me levanto a las diez y no soporto
que me dirija la palabra, menos si interroga y debo contestar: —Hay que ir al
Cagarca, se necesita manteca, queso de rallar y frutas, agua y…
—Bueno, anotá,
yo no retengo de palabra.
Y lo veo
haciendo tres saludos al sol, fumando un pucho, controlando si el auto se
encuentra bien de salud. En ese espacio yo desayuné, me di una ducha, me
cepillé las vigas, ventilé las camas, preparé sus llaves, celular, encendedor y
espero que el tipo concluya su toilette.
Llegamos al
Cagarca, saco el carro, dormida, con la listita confeccionada por mí misma,
digo:
—Buenos días. -Al aire, nadie contesta-.
Le doy el carro a él y me dice: —Pongo dos de
agua y dos de mocoretá.
—No es
necesario, todavía tenemos.
—Ah, qué mujer
estúpida! No tenemos, apurate, bola de sebo, si no hay que sacar número en los
quesos.
—Sos un hijo de
puta, el queso saca granos, el de rallar, el mafioso éste no lo deja estacionar.
Bueno, si tenés cinco viejas antes que vos, jodete. Yo voy a la góndola de los
capuchinos.
Observo que el
mafioso puso bolsitas (la mitad es aire). Busco atrás y frascos no hay,
mientras tanto, bolsa que corro, se caen tres al piso. Una vieja con su hija
cara de Cagada Familia, mientras yo acomodo las veinte bolsitas que tiré al
piso, se ríe de mí, no conmigo, de mí. Así comienzo a ampliar mi círculo de
amistades: —¿De qué carajo te reís, boluda?
Doblo en otra
góndola, compro pan con semillas inexistentes y le digo a la empleada: —Ché
éstos antes tenían semillas y eran redonditos y cocidos. ¿No les anda el horno?
Y la clásica
respuesta: —Yo no soy la responsable, Sra, vienen así.
No encuentro mi
partenaire y le grito: —¡Traé el carro, coño!
Con el papel higiénico me doy cuenta que
limpiarse el culo está carísimo. Y los rollos de cocina, que vienen cada vez
más finitos, es un gasto al pedo. Se mete todo en el secador. Pero me
acostumbré, porque es útil, usar de servilleta en las comidas, o un moco que
está al caer.
Viene él: —No,
ése no, idiota, no entra.
—Bueno, boludo, buscalos
vos.
La gente debe
mirar y escuchar, pero para mí no existen y la bronca y el odio de los
insultos, tienen el beneficio que ningún bípedo se acerca a saludar y hablar
boludeces. Y así, hasta que llegamos a la caja, todos se compraron todo y
charlan y joden y empujan y no piden perdón. Le digo a mi partenaire: —Vamos a
ésta que tiene menos.
—No me jodas la
puta que te parió, yo busco un vinito, hoy es viernes.
Mentira! Si
hubiese sido un martes, o miércoles, o jueves, lleva uno para festejar alguna
huevada. Llegamos a casa no sin un diálogo civilizado:
—Dejame poner las cosas
a mí, la concha de tu madre, vos no sabés. -Me dice el granuja-.
Dentro del auto:
—¿Dónde están mis llaves?
—Las tenés vos.
—No, las tenés
vos.
—No, te vi, las
tenés vos.
Y así nos
seguimos insultando. Está el almuerzo, no como, paramos para dormir una
siestonga, tampoco me gusta que me hable cuando tomo el té. Me lavo la cara y
me pongo a escribir, no se me ocurre nada, tengo el reservorio repleto de
porquerías. Subo compu, cables, anteojos y lo llamo para elegir una película.
Un desastre netflix y el rey de fuera de foco: you tube. La película, una mérde
total. Apagamos, comemos frutas, gelatinas, capuchinos y mis pastillas para
dormir. Voy al dormitorio golpeando todas las puertas y rebuznando. Antes subo
un cuento, todos los días a las cero horas y después miro las estaradísticas.
Nos vamos a dormir.
Dormimos con las
manos agarraditas, aunque haya sido un día de furia. Siempre el amor, es más
fuerte.