Dormiría de día,
no me lo permito. Amo la noche, el silencio que cubre los sonidos de las calles
y las casas. Es el amparo que despierta el deseo de construir una realidad
distinta, cuando te agarra la noche escribiendo o dibujando, o recordar mis
tres primos disfrutando, mirando al cielo, mientras meaban el árbol gigante que
plantó mi bisabuelo. Cuando espero tu llamado como un acuerdo no hablado, se
produce un día de la semana que ninguno sabe. Es mi hijo contando la novela de
su vida.
—¿Viste lo que pasa
en Nicaragua?
Hay un resoplido
al otro lado: —Mamá, me importa un carajo lo que pasa en Nicaragua, lo que no
soporto es este gobierno de mierda que es igual al de la perra, te afanan la
vida, Mamá y si lo encuentro lo mato porque trabajo la mitad del día y no me
alcanza. No quiero que me des guita, me daría odio. Conque permitas que tu
oreja escuche mi diatriba de cómo me explotan, voy a trabajar en lo mío, porque
estos hijos de puta no me van a poner a lavar platos. Quiero esto, podrán
sacarme todo, pero esto no. Yo estudié al pedo, me enseñé más a mí mismo que
los docentes, profesores indecentes (menos dos o tres.) ¿Y vos, mami? ¿Cómos
estás?
Contesto: —Yo
fenómeno, hecha una vieja chota, sin entender por qué me faltan hacer cosas y
no me quiero morir antes de terminarlas.
—¿Seguís
caminando en la oscuridad?
-Risotada-.
—Lo heredé de
vos, amo circular por mi casa de noche, con todo apagado. No prendo la luz ni
para lavarme los dientes. Hacer de memoria. Lo que te pido, Mami, es que suspendas
la escalera. Bueno, te dejo porque escucho los pasos de Paloma, que ama la
oscuridad como nosotros. Te quiero ¿sabés…?

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