—¡¡Mamá!!
¿Cuánto hace que no cambiás estas flores? Qué vieja dejada, no levantás un pelo
del suelo.
Uy, qué mal ando
de la memoria, si la vieja murió, no sé cuándo fue, me olvidé.
Pero mirá la
cantidad de diarios, Papi trancó la puerta: —¡¡Papá!!, no
juntás los diarios, para qué gastás? Y no me contestes con ese silencio
ortopédico…
Pobre viejo,
toda una vida con esa mujer de mierda, no le daba paz…
Estoy mal, ahora
me pasa con él, me acuerdo que murió, ahora, por los diarios en el piso. Lo
olvidé, me doy miedo, no sé para qué me apuré a tender la mesa del domingo.
Puse los doce platos con cubiertos y copas. Le grité a Teresa que trajera el
pan, fue raro, no contestó. Corrí la cortina y entró el sol. De Teresa no sé
bien, si se fue o murió. Me parece que murió, porque Mamá la lloró más que a
Papá, hacía todo lo de la casa. El sol me ayudó recorriendo cada comensal de la
mesa, fue él, que me señaló el lugar de Adela ausente, de Manolo, ausente, de
Ramiro y José, ausentes. Olvidé el nombre de los restantes, pero éramos doce,
del número me acuerdo. Sentí frío, pedí una ambulancia, volaba de fiebre.
El Médico aplicó
una inyección: —Controlen…-No sé qué y desapareció de mi angular-.
Era domingo, me fui del Hospital, no había
nadie, domingo a la mañana, ¿quién va a haber?
Entré al
comedor, conté los comensales ausentes, eran doce. En mi lugar no había nadie,
me busqué por toda la casa, jardín incluido. No me encontré, cómo me olvido, soy
notable.

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