—Mirá Jorge,
había un Señor que limpiaba los vidrios del lado de afuera y justo cuando te
iba a decir que del piso dieciocho era un peligro suicida, se cortaron las dos
sogas que sostenían una madera larga. El tipo cayó a la vereda y hay manchas de
sangre en este vidrio.
Jorge me dijo
que carecía de importancia, contrataron a otro Señor para que haga el resto y
también se cayó en la calle como una mosca.
Los obreros son
así. Es gente sin oficio.
—Sofía, contame
qué te trajo la Consulta.
—Estoy triste y
la tristeza me deja sin nada.
Jorge replicó
con voz de campana:
—Vas a venir dos
veces por semana.
—¿Dos que pago
por una?
—No Sofía, la
cifra es la misma multiplicada por dos.
—Necesito ayuda,
pisé sin querer a mi tortuga. Bajé del auto y la fui a ver, creí que estaba
muerta, la llevé al Veterinario, elegí el mejor. La reconstruyó con titanio y
la dejó internada una semana. Cuando la tuve conmigo, estaba sana, como recién
nacida. Pensé que por su edad no tenía chance. Después seguí yendo al
Veterinario, con cualquier excusa. Se dio cuenta y me propuso pasar esa noche
con él. Le pregunté si me llevaría a comer. Me contestó que necesitaba una
noche haciendo el amor. Fui una mujer ideal, según decía él. Me cortó la cara,
no quería compromisos permanentes. Hablé con la tortuga y le pregunté. Fue muy
interesante, la tortuga no me respondió, era como estar sola y allí me quedé
sin ganas de nada. ¿Qué puedo hacer, Jorge?
Me contestó que
conmigo podía hacer lo mismo que el Veterinario, pero como era un Psi ortodoxo, pareció
contestar ensoñado. Se hizo un silencio largo y me di vuelta para mirarlo,
estaba profundamente dormido y se roncaba todo. Traté de despertarlo. El muy
petimetre me dejó hablando sola. No me escuchó nada, como habían pasado dos
horas, le dejé su dinero multiplicado por dos. Elegí no seguir con las
consultas. Me habló por teléfono y preguntó si todavía estaba vigente su
invitación a acostarnos. Explicó que un Psi ortodoxo tenía su permitido, pasar
una noche conmigo.
Después se
enamoró y vivíamos juntos. La única conversación consistía en un “sí” o “no”,
nada más.
Cualquier día me
dijo que por ser menor, se le podía armar un quilombo de aquellos. Me echó como
a un perro. Fui a casa y no salí de al lado del teléfono. Se me cansó la
esperanza y no me dieron ganas de nada.
Soy muy
vengativa y le pisé su gato al Veterinario. Y a Jorge le maté el perro, quedó
planchado en el medio de la calle. Volví a pasarle por encima. Después los
llamé y les conté lo que había hecho. Ambos me reputearon y me cortaron en la
oreja. No entiendo a los hombres.
Les conté a
todas las personas que conocía y los dos se quedaron sin ningún paciente. Qué
chusma que es la gente, la noticia salió en todas las redes sociales.