viernes, 13 de noviembre de 2020

CON EL ODIO PROPIO

 

   Trabajé en el campo, repartí piedritas en la plaza y ahora esto. El tipo, no sé qué pretende. Dijo que le construya una pileta grande y honda. Como es mi Patrón, tengo que obedecerle, aunque no es mi especialidad hacer caso a los deseos de un tilingo que se pinta la boca y lleva rímel en las pestañas. Le pregunté si en el gabinete tenía una pala o algo parecido, me contestó de malas maneras:

   —Quiero que haga el pozo con sus propias manos, para eso le pago.

   Noté en su mirada, un dejo de perversión. Cuando yo trabajaba todo el día, bajo los rayos del sol, me dolía la espalda y tenía  los brazos cansados. Se me salieron las uñas de tanto escarbar esa tierra dura. Hice medio metro y me quedé dormido. Mientras, el Patrón se hamacaba en la galería. Tenía un espejo de mujer y recomponía su maquillaje. Me dio un puntapié para que me despertara y siguiera trabajando. Daban ganas de matarlo. Forcé la puerta del gabinete y encontré una pala. Era más fácil así. Hice más de un metro en dos horas.

   —Quiero que la termine para mañana, está por llegar mi Madre, se llevará una sorpresa, cuando esté listo y si vos no la terminás estarás listo también.

   Este imbécil ignora que soy dueño de este campo.

   Me considera un ignorante. Llegó su Madre con cincuenta mil malaquitas que trajo de Grecia para que yo solo las pegara una por una. Terminé la pileta con una profundidad de cinco metros. Un día de calor abrazante se tiraron los dos tomados de la mano.

   Ni repararon que ninguno sabía nadar. Cada vez que lograban sacar sus cabezas, con todo el odio que tienen los que odian, les daba golpes en la cabeza y ellos se hundían hasta desaparecer. Me dio pena que el agua transparente se tiñera de rojo y era imposible ver el fondo.

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