Trabajé en el
campo, repartí piedritas en la plaza y ahora esto. El tipo, no sé qué pretende.
Dijo que le construya una pileta grande y honda. Como es mi Patrón, tengo que
obedecerle, aunque no es mi especialidad hacer caso a los deseos de un tilingo
que se pinta la boca y lleva rímel en las pestañas. Le pregunté si en el
gabinete tenía una pala o algo parecido, me contestó de malas maneras:
—Quiero que haga
el pozo con sus propias manos, para eso le pago.
Noté en su
mirada, un dejo de perversión. Cuando yo trabajaba todo el día, bajo los rayos
del sol, me dolía la espalda y tenía los
brazos cansados. Se me salieron las uñas de tanto escarbar esa tierra dura.
Hice medio metro y me quedé dormido. Mientras, el Patrón se hamacaba en la
galería. Tenía un espejo de mujer y recomponía su maquillaje. Me dio un
puntapié para que me despertara y siguiera trabajando. Daban ganas de matarlo.
Forcé la puerta del gabinete y encontré una pala. Era más fácil así. Hice más
de un metro en dos horas.
—Quiero que la
termine para mañana, está por llegar mi Madre, se llevará una sorpresa, cuando
esté listo y si vos no la terminás estarás listo también.
Este imbécil
ignora que soy dueño de este campo.
Me considera un
ignorante. Llegó su Madre con cincuenta mil malaquitas que trajo de Grecia para
que yo solo las pegara una por una. Terminé la pileta con una profundidad de cinco
metros. Un día de calor abrazante se tiraron los dos tomados de la mano.
Ni repararon que
ninguno sabía nadar. Cada vez que lograban sacar sus cabezas, con todo el odio
que tienen los que odian, les daba golpes en la cabeza y ellos se hundían hasta
desaparecer. Me dio pena que el agua transparente se tiñera de rojo y era
imposible ver el fondo.

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