Era tersa como
una rosa. Cuando enviudó hablaba como si él existiera. El finado tenía un lugar
en la mesa, con plato y cubiertos. Ella servía la comida pero a él le dejaban
una rosa en el plato. Los muertos no comen, se dejan comer. Lo abrazaba para
caminar en el bosque, abrazaba el aire, con la forma de él. Salían a la calle y
ella hacía como que lo tomaba del brazo. Y así andaban, él llegó a parecer un
fantasma. Los hijos sufrían porque la gente decía que su Madre estaba loca. Un
día hicieron su reclamo:
—Mamá, ¿podemos
salir con Papá?
—Primero le voy
a preguntar si quiere... dijo que sí, los va a llevar al Cine.
Se sentaron en
tres butacas y dejaron al medio una butaca vacía. Vino un Señor a sentarse y le
dijeron que la butaca estaba ocupada.
—No, chicos,
está vacía, yo me siento.
—¡¡Noo!! Lo está
aplastando a nuestro Padre. Voy a buscar al Acomodador. Papá, ¿te hizo mal en
las piernas?
La Madre los
esperaba afuera, besó a su marido, lo había extrañado, siempre estaban juntos.
Los chicos rodearon a su Madre e hicieron una ronda tomados de la mano. Se
formó un círculo con un espacio al medio.
Compraron un
kilo de helados de chocolate. En el asiento vacío agregaron una copa con dos
cucharadas de helado. Cuando terminaron, la Madre lavaba las copas, había una
con el helado derretido, la lavó como a las otras. Miró la rejilla y vio como
poco a poco, el helado desaparecía.

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