martes, 10 de noviembre de 2020

EN EL VERANO DEL JARDÍN

 

   Hacía dos temporadas que no pintábamos la pileta. La última vez había musgo en los rincones y el fondo resbaloso, daba para nadar o nadar. Lo llamamos a Martín, especialista en pintar piletas.

    Con una amoladora eléctrica la lijó. Luego le pasó tres manos de celeste cielo. Extendió una media sombra para protegerla de semillas de palmera, hojas y los malignos algodones de los chopos.

   Todos los días sacudíamos la media sombra y la volvíamos a colocar. La llenamos y parecía vasito. Le decíamos vasito cuando estaba transparente.

   —El agua está vasito pero no nos metamos, todavía hace frío y nos podemos agarrar cualquier peste.

   No pudimos esperar y saltamos a la media sombra. Con nuestro peso llegamos al fondo. No podíamos subir, nos envolvió la media sombra y quedamos atrapados en el fondo. Encontramos dos pajitas de Martín y por allí respiramos.

   Era imposible subir juntos.

   Los vecinos le contaron al pintor.

   —¡Pero cómo hicieron eso! Las pajitas tienen ácido puro.

   Nos asustamos porque el ácido perforó los pulmones.

   Cuando Martín se dio cuenta que no tenía solución, nos empujó por la cañería de desagote y salimos junto con el agua a la calle. Los que pasaban miraban los dos cadáveres. La corriente se encargó de dejarnos en un pantano de tierra movediza. Fuimos succionados hasta no quedar nada.

   Martín fue hasta el pantano. Escuchó una conversación lodosa y profunda:

   —Yo te dije que no le pagaras adelantado. Mirá cómo nos dejó!

   —Me parece que estamos muertos. Qué vamos a discutir, te invito a bucear por el barro, tal vez encontremos una salida.

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