Trajo sánguches
de miga, rellenos con palmitos, de pan negro. Otros de jamón crudo y rúcula, de
lechuga salame y queso. Acompañó con una botella de vino, eligió borgoña,
latitud 46. Puso un mantel recién lavado e invitó a la hija de la criada.
Comieron hasta terminar todo. Se arrastraron hasta la tranquera. Los Padres de
las dos, que eran del mismo Padre, antes era común, detuvieron los caballos y
saludaron con un odio fastidiado. El Padre reconocía una pero a la otra no.
—Vos sos mi
Papá, me lo dijo Mami, pero me parece que la dejaste sola. A mí cuando me
retás, me decís “hija de puta” y mi Mamá no es ninguna puta, es una santa.
—Andá a dormir,
boca de loro, la mía, la verdadera, que también vaya. No quiero despertar en
medio de la noche y ver que duermen juntas, les daré cuatro latigazos a cada
una, todos serán para la negroide, ocho latigazos para ella. La otra no cargará
con ninguno, por bella, por blanca y legítima.
El cumpleaños de
Clarisa, sería la semana siguiente, le hicieron un vestido de seda, con
miriñaque de tul y polizón de mimbre.
—Quiero que
vengas, Areta, diré que sos mi nueva amiga, del Colegio —la miró con ojos de
huevo duro asustados— tendrás un vestido que era de la Abuela, el escote es
generoso llevará tus sorprendentes y nuevas deidades, del lado de adentro, por
supuesto, y el corset te hará cintura de abeja. Deberás hacer respiración
corta, para poder sobrevivir.
El color de la
piel preocupaba a Areta y su pelo mota.
—A la piel le
pondremos talco y a las sobresaliencias, engrudo esparcido con delicatesen. El
pelo ya te lo pensé, usaremos plancha de carbón y te haremos lacia, mota por
mota.
Areta pensó que
le quedarían los pelos parados, tal vez chamuscados. Fue tal como previó,
quemados y duros, si trataba de aplastarlos se partían.
—Todo tiene
solución —dijo Clarisa— te voy a depilar la cabeza y ensartaremos la peluca de
Tía Rebeca, que cuando le hicieron la quimio, quedó calva. El engrudo que sobró
del montaje, hará que la peluca adhiera como si fuera tu propio pelo, tan rubio
como el mío. Vamos a entrar juntas, no pongas cara de negra asustada, entorná
los párpados y lucís tus pestañas verdaderas. Diremos que sos mi dama de
compañía.
Areta se dejó y
quedó como una porcelana embalsamada. Clarisa abrió la fiesta, el vals lo bailó
con su Padre, que preguntaba:
—¿Quién es esa
belleza que te acompaña?
Clarisa sonreía
a uno y otro lado y evitó contestar. Los jóvenes más ricos y apuestos de
Catamarca, se abalanzaron sobre Areta, con sigilo y desesperación.
Areta pasó de
brazo en brazo, hasta terminar con el más apuesto y atrevido. Clarisa la miraba
con envidia, por ser aquel, de su predilección. El joven, llevó a pasear por un
laberinto sin salida a Areta, él le respiraba calentito en la oreja y con una mano,
le sacó las gracias del corset, como no se pudo prender más, el joven siguió
investigando y Areta conoció el cielo.
En el medio del
laberinto, un pedestal vacío, fue ocupado por Clarisa desnuda. Cuando el joven
la descubrió:
—Areta, nos
veremos con frecuencia, nunca conocí nada igual, ahora me retiro, me esperan
mis amigos.
El joven corrió
hacia Clarisa desnuda, preparada, sin corset y sin nada. El joven arremetió
como un caballo y Clarisa gimió como una yegua. Escucharon pasos de los
custodios de pelucas blancas, eran todos maricones. Pero el joven se asustó,
tiró a Clarisa en el pasto:
—Clarisa, nos
veremos con frecuencia, nunca conocí nada igual, ahora me retiro, me esperan
mis amigos.