Salían contentos de su hogar, mirar otras
caras, las sombras de los árboles, algún gaucho a caballo que no quedaban casi.
─Raquel, ¿trajiste la lista del cagarca? ─en
realidad el super se llamaba Monarca, pero ellos lo bautizaron así.
─Si te olvidaste de algo, mucho mejor, para
lo que te cobran estos latrocidas.
─Roco, ¿vos hiciste la lista de la verdu?
─No, lo llevo en la memoria, yo primero miro
y de acuerdo al precio y la calidad compro.
─Me quedo en el auto, Roco, no quiero
enterarme de lo que gastamos, me da taquicardia. Después anoto todo en casa.
Pasaron quince días del mes, ni Roco ni
Raquel necesitaron hablar de nada. Tenían un pozo en el jardín con dólares,
euros y los ahorros de toda la vida. Vendieron la casa donde fueron tan
dichosos y la cabaña de Orense.
Usaron un mapamundi y cada uno de ellos
señaló algún lugar. Coincidieron, fue Suiza, sacaron los pasajes el mismo día.
Sus hijos le tramitaron los papeles correspondientes. Burocráticos e imbéciles,
no los hijos, los trámites. Cuando llegaron a Suiza les preguntaron cuanto
tiempo se quedarían.
─Hasta que consigamos los trabajos posibles,
necesitan gente rubia y de ojos claros, tenemos varias opciones, mientras tanto
viviremos en la casa de nuestra nieta y su marido suizo.
─Nos expulsaron de nuestro país por sus
comportamientos delictivos. Mejor. Yo no voy a extrañar para nada ─dijo Raquel.
Y Roco agregó:
─Si salimos de la nada, nos estaban acosando.
Mañana empezamos las clases del idioma que nos dará nuestra nieta. Los dos
tenemos facilidades, vos con francés y yo con inglés.
Ambos fueron contratados para la
administración de un hotel y elegir un personal idóneo. Raquel sentía
nostalgias repentinas.
Una noche fría con nevadas le confesó a su
marido que eso no daba para más. Preferiría volver.
─Mirá, será un país de mierda, pero es
nuestro lugar de pertenencia ─dijo Roco.
─No quiero volver a tandilandia, pero
tenemos el campo, que como dijo mi viejo, la tierra no la vendan nunca y es lo
único que no vendimos.
─Estamos de acuerdo una vez más.
Tomaron el avión de regreso con dos mochilas
que no contenían dinero, si no sueños que llamaban al viento que despierta.

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