Su situación
económica no tenía solución, ni con préstamos bancarios, o familiares o el
recurso de los dólares en el jardín. Este último episodio fue el más
lamentable, no recordaba dónde estaban enterrados, había árboles caprichosos,
donde trepaban enredaderas que cubrían la tierra y donde no la había, césped
prolijamente cortado, donde no existían señales de pozos.
El insomnio de
Clemente Micoto lo levantaba de la cama, se producían confusiones en su cabeza,
llamó a su amigo Cristiano Soborno.
—Hace catorce
días que no duermo, camino con sigilo por las noches, buscando la paz que
necesito. ¿Entendés mi desesperación, Soborno?
Al otro lado se
escuchó un hondo suspiro.
—A mí me sucede
como a vos, no sé si peor, me embargaron la casa, el auto, a mi mujer no, que
habría sido una alegría.
No le dio risa, le
dio miedo su miedo.
—La culpa la
tiene este Gobierno de mierda, en vez de expropiar los bienes a la K-chorra,
que viralizó la corrupción, el próximo idiota pretende que nosotros, los que sí
tenemos escrúpulos, paguemos como boludos, los agujeros que…
—¿Me escuchás, Micoto? No llores, que me hacés llorar a mí, parecemos dos maricones, dejá de joder, venite a casa y no hablaremos de estos chanchos. Te prometo silencio y unas pitadas para curtir un poco el cielo y las estrellas. ¡Uy! Recién cayeron dos, fugaces, símbolo de buen augurio…a lo mejor…

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