martes, 30 de noviembre de 2010

TRES CADA TREINTA

Vino anoche, estaba tan lindo, tan joven, esa sonrisa abierta de dientes prolijos, esos ojos firmes de saber más que sus años. Trajo el bolso con una muda limpia y catorce para lavar. Me trajo un perfume de regalo, el olor es como de flor que se fue hace un rato y olvidó algo de limón y mandarina. Abraza firme, seguro de haber llegado a un puerto protegido. Comemos y hablamos entre tenedores suspendidos y copas inconclusas. Fue el momento de la novia, que lo quiere sin pedir cambio, está contento, le deja oxígeno y le otorga descansos generosos. Trabaja a destajo, como es ahora, lo que gana los gasta, como es ahora. Cada tanto me escucha, pero mis palabras no son su idioma, a veces grita que él sabe, que no hable de lo que no sé. Es cruel, como los jóvenes en confianza y sé que mi deber es dejar pasar, sino lo mato.

Tanto me costó aceptar su ser dependiente.
Tanto me costó aceptar su ser independiente. Esta vida, si algo tiene sentido, es lo inoportuno, el destiempo, la comprensión tardía, el amor que necesita, el que no tanto. Soliviantar los deseos propios con los ajenos para que no caiga ni uno ni otro. Aceptar con la puerta abierta para que pase y se haga lo que sea. Se va mañana, hace mucho que es sin mí. Juego a que me necesita, soy la madre.

martes, 23 de noviembre de 2010

MADAME – I

La depresión económica hizo que en el sector fumadores, de varias mesas, había sólo dos ocupadas. Yo leyendo un pasquín. La persona en la otra mesa cercana, con un café desde hacía media hora, flaca con la ropa pegada a los huesos, había entrado en la edad donde el color de los ojos se diluye. Ella me habló con voz tranquila, de nacida y criada. Dijo conocerme, desde su casa veía mi caminata diaria de seis kilómetros y el día que dejé mi traste al aire para hacer reír a mi marido, ella también se rió. Le gustaba el sentido del humor, comentó de sí misma. A mi no me pareció que fuera una persona con sentido y menos aún del humor. No le creí ni jota. Patética y mentirosa, lo señalaba su amplia soledad, elegida o no. Después del comentario, puso su cabeza en la ventana de dos posibilidades: autos estacionados o cielo con nubes móviles. Seguí con mi lectura del pasquín y sin mirarla hablé de las casas de su sierra: tenían jardines sin nadie, nunca. Ella negó todo: la gente amaba la naturaleza y jugaba con sus niños en sus parques arbolados, decía con seriedad testimonial. En dieciséis años, jamás ví las situaciones que describió, no amaban la naturaleza, asesinaban árboles, tapaban la tierra con piedritas. Odiaban a los niños, los encerraban en colegios privados con comederos incluídos. No quise contradecirla, cada cual atiende su juego y algunos perciben cosas que no existen. Tenía superficie corporal de cáncer terminal. Cuando partió saludó triste.

Nunca encontré su casa, desde donde dijo observar mis caminatas. La ví otro día sentada en la misma mesa, me acerqué a saludar y le di un beso. No le pregunté cómo estaba porque su piel era gris y su cutis evanescente. Por vez primera sonrió con dientes amarillos y encías expuestas. Me dio frío.

MADEMOISELLE - II

No sé porqué vine. Para salir del encierro y ver gente, no hay nadie. Por suerte hay una mesa con alguien que reconozco. Es la que pasa por la sierra cuando busco leña, me escondo para verla. Un día se bajó el jogging, pensando que estaban solos, el tipo se reía y ella le hacía burla. No es decente, qué va a ser. Si fuera decente, no mostraría el trasero así. Me dio bronca, yo juntando palitos para calentar agua y la tipa caminando. Le voy a contar que la ví, a ver qué me dice. Es amable, pero se queja del lugar que es hermoso, la idiota. Critica a la gente con un desparpajo. No es de acá, se nota. Nosotros no tenemos que permitir que venga gente así. Una cosa es la libertad y otra el libertinaje. Dice: “mi marido”, pero no tiene anillo. Ni casada está con el tipo. Para mí son judíos. Ahora me trae leña el chico del diario.
No la veo más, mejor.

Hoy voy a tomar café y estaba la tipa, leyendo el diario. Ya se va, me descubrió, se acerca y me saluda con un beso, yo le sonrío, qué le voy a hacer, por educación.

Hay gente que no tendría que existir.

viernes, 12 de noviembre de 2010

SEC-BORDER

Había una secretaria nueva con cara de ardilla y dientes roedores expuestos. Atendía tres consultorios psiquiátricos. Teléfonos, cambios de horarios y pedidos, confección de recetas y complicaciones menores del oficio. Un miércoles Vane amaneció con poderosas anginas, expresión de hondas angustias. Somas impotentes que le impedían asistir a su sesión semanal. Pidió hablar con la Sec y dejar el mensaje de no concurrencia a su Psi. Le respondió una voz de pausas infinitas, vocablos mínimos, confusos y los buenosdías y hastaluego, gracias, se los debió. Vane quedó entre estúpida y en falta. Así se siente un paciente que va a consulta con la estima en baja, como Vane y su idea pendular: “¿Vivo, o mejor no?”.

La actitud fría y lapidaria de la empleada, la consultó con su Psi. Ésta la tranquilizó con gesto de no tener importancia, por la juventud de la ardilla, casi una niña, adujo. Vane, que pensaba hablado, contestó que acordaba con su juventud, pero la boludez no tiene edad, hay niños boludos, jóvenes boludos y viejos boludos. La ardilla era boluda. La Psi y Vane, dejaron el tema ahí. Pasado un tiempo, Vane quedó sin medicación y un tubazo a la sec-ardilla para confección de receta y firma de la profesional. En la tarde fue a retirar la receta y la Secardilla (como optó por llamarle) la miró con ojos de volver de nada y muy suelta de dientes contó que se le había traspapelado y no había nadie en consultorio para sortear el problema.

Vane apretó los puños, los dientes y se le perló la frente, tomó la manito de la ardilla indiferente y una ligera torsión hizo que el animal pusiera dientes de horror, los ojos se le fueron redondos. Vane sintió alivio, pero no el suficiente. Juntó moco de su angina anterior y lo arrojó a la pantalla de la computadora, pasó la manito en torsión por el salivado y le gritó “perra” al oído. Vane salió a la calle y paseó su tristeza por los naranjos. Algo le decía que su tratamiento necesitaría más tiempo que el estimado. Volvió sobre sus pasos, tomó una naranja del piso y la arrojó a la ventana del Psi más antipático que atendía en el lugar. “Ya que estoy la hago completa.” pensó Vane, que era reflexiva por demás y juntó los vidrios, para que no se lastimaran los perritos sin zapatos.