Se apiñaron y no
me cabían en la birome. Una vecina conocida por todo el Pueblo, pura teta y
culo, de perfil torpe, vestida con un charme desconocido. Viajaba a Europa
todos los años y sus baúles iban repletos con vestidos de seda, plisados de satén
y accesorios que la adelgazaban, ése era su deseo, hasta el día de su ópera
elegida: Madame Butterfly. Tenía un palco avancée vitalicio. Hubo un silencio
de la Ópera, el velcro que liberó su estómago y cientos de sonidos flatulentos,
cubiertos con gentileza por el primer violín y tres chelos. Ella con disimulo,
rociaba el aire con un perfumero que tapaba hasta la respiración.
Los espectadores
comenzaron toses imparables, aquel aroma era tóxico. Al finalizar la obra
salieron todos con rapidez y caras torvas. Madame Resoplet, hija del fundador
del teatro, esperó al acomodador que le ayudaba a despegar sus atributos
incrustados en el apoyabrazo, junto con el corset tan liberado que el mismo
acomodador, acomodó con ambas manos dentro del escote, ella le dejaba generosas
propinas.
Su marido no la acompañaba
jamás, a pesar de ser delgado, Madame Resoplet no dejaba espacio, nada más que
para ella misma. Un amigo del hijo ofreció un cinturón gástrico, fueron los
primeros intentos. El chico quiso experimentar. La citó en su consultorio, le
describió con minucia la cirugía, Madame aceptó sin preguntar los costos. Se
hizo la práctica acostumbrada y a los seis meses el Pueblo hablaba del cuerpo
escultural de Madame Resoplet.
Ahora, en su
palco cabían hasta siete personas, con su marido incluído. El Acomodador estaba
triste, podía prescindir de sus servicios. Madame le hacía el amor en cada
intervalo, fue su amante que remplazó las generosas propinas. El marido sabía y
dejaba acontecer, la gorda se ponía al día y él, por fin, encontraba comida en
la heladera.