Un tipo grande,
pero pintón, eligió Cuba como lugar de descanso. Fue con amigos que se
dispersaron y quedó solo, de espaldas a la ciudad, apoyado en el malecón.
Una cubana color
bombón hacía equilibrio mirando el horizonte, él le preguntó. —¿Esperás gomón o
balsa?
La adolescente
extrañada dijo: —En ambas casi me ahogo, nado mal, fue un martirio, ahora no se
necesita.
La chica lo
invitó al Bar de su Tío. Tomó hasta quedar como una cuba, era lógico estando en
Cuba. La chica lo subió a una pieza sobre el Bar. Cuando despertó, la chica le
extendió un tazón de café, se acostó al lado y procedió como una verdadera
profesional. Él sentía como si hubiera entregado su destino a la chica bombón.
Le hizo conocer
lugares derruidos y habitados por personas alegres de ojos tristes. Iban a la
playa y nadaban tipo competición, siempre ganaba ella, a él su cuerpo le latía.
Pasó un año y a
la chica bombón le creció un bomboncito en la panza. Al tipo pintón le pareció
un sueño tener un niño a los cincuenta. Le escribía a su hermana día por medio
y le mostraba su flia colgados de una palmera, con sonrisas de sandía o
escribiendo en la arena “A fin de año vamos, Milena”
Tenían los
pasajes de avión, pero tres días antes la emoción de volver, le dio un paro
cardíaco. La Chica Bombón y su Niño Bombi, pisaron tierra argentina, Milena los
esperaba.
Bombón la abrazó
entrañable, cataratearon tanto, hasta que Bombi tiró de la cartera de su Tía.
—Vamos chica, como decía Papi. ¿No que eras divertida?
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