sábado, 25 de julio de 2015

IMPRONTAS INVISIBLES


      No hacía críticas a mi madre con terceros. De mi padre no se me hubiese ocurrido, no había nada que criticar, era perfecto. Nunca hablé de mi madre con nadie, a excepción de mi analista que le encanta, como a todos los analistas, preguntar: -¿Y qué tal Mami?-.
      Con mis hermanos la veíamos con un pañuelo rojo que envolvía su cabeza. Lo acomodaba de un modo parecido a la cresta de un gallo. Sabíamos lo que se venía y temblábamos.
      Era el día que no iba la muchacha, que según mami, limpiaba mal, como todas. Mami lustraba bajo muebles, sobre muebles, sobre sanitarios, en especial los techos de la casa chorizo, era una luchadora empedernida. Abría la escalera de pintor y pasaba un trapo empapado a los techos, con un olor que todos memorizamos en la nariz, pero ninguno de nosotros sabe qué era. Rasqueteaba los pisos y le daba dos manos de cera suiza. Luego nos ponía a todos en fila a lustrar con franelas, la ultima etapa. Todo lo hacía con disgusto y bajaba nuestra autoestima con reproches a cada uno, sobre todo a mí que era burra, sucia, haragana, no levantaba un papel del suelo, buena para nada, etcétera, etc.
      Era cierto, pero una madre de verdad no dice esas cosas. La denostación continua terminó por convencerme que era todo lo que mami aseveraba.
      Durante el resto de mi vida quedó una impronta que me dejó enclenque, buscando afecto en cualquier parte.
       Luego de cincuenta y ocho años encontré en el altillo el pañuelo rojo de la limpieza.
        Usé un espejo para enrollar mi cabeza.

        La vecina daba de comer a sus gallinas, los vidrios sucios dejaron pasar la imagen de un gallo, de cresta roja. Mami nunca me dio un beso.

miércoles, 8 de julio de 2015

SOMOS MUCHO MÁS QUE UNO

Era tan alto que sacó todas las puertas y decidió hacer arcadas en las aberturas, para trasladarse de una habitación a otra, sin bajar la cabeza.
      El problema que pensó solucionado, le permitió caminar erguido. Sus cervicales descansaron. Brígido Arribas desayunaba vino, almorzaba vino, tomaba vino tibio a la hora del té. Su andar errático al pasar las arcadas, le producía sendos chichones azules, que casi tocaban el cielo. Se vestía con túnicas largas, porque trajes para su altura no existían. Detalle que no le importaba, nunca salía de la casa. Su alimentación fue la herencia que le dejó su padre, una bodega de vinos exóticos que Brígido Arribas degustaba el día entero. Cuando el mundo producía círculos a su alrededor, caía sobre cuatro colchones, dispuestos uno a continuación del otro.
      Sus vecinos, problemáticos como todos los vecinos, juntaron firmas por que los ronquidos de Brígido Arribas,
les impedían dormir. Llamaban a su puerta en vano, porque él no tenía interés en escuchar bípedos enanos, reprochando sus sonidos nocturnos, que para Brígido Arribas, eran sinfonías de alguien tan talentoso como él mismo.
      Había un dejo de aburrimiento en su vida de ermitaño.
      Por la raja de la puerta vislumbró una mujer calada de lluvia y frío. La piedad le hizo abrir la puerta e invitó a la mujer a protegerse en su ermita. Le ofreció vino caliente con canela, aceptó gustosa, su nombre era Rita Banaperder.
      Una dama encantadora que le sugería que el dios Eros existía. Durmieron juntos con todo respeto.
      Rita Banaperder fue la primera en despertar, preparó un mate de vino y le cebó a Brígido Arribas, que por vez primera se sintió bien atendido, el mate no quemaba y la mujer sonreía.
      Hablaron de cosas interesantes, como: lo que mata es la humedad, cuándo dejará de llover, la ropa no se seca más y la libertad de los gatos para andar los techos.
      Brígido Arribas encontró que la mujer era culta y distinguida, como sabia acostumbrada.
      Al cabo del día estaban totalmente beodos.
      Ella pidió conocer la bodega. Brígido Arribas propuso dormir en dicho lugar, mientras Rita Banaperder saltaba y brincaba por la idea.
      Hacía frío en la bodega, él ofreció dormir sobre el piso y que ella tomara como colchón su cuerpo. Ignorando lo que hacían, hicieron.
      Brígido Arribas le ofreció casamiento, ella contestó que eso era una antigüedad y una cobardía.
      Fueron felices hasta que sus páncreas estallaron.

      Antes de morir se tomaron una copita de Licor de Las Hermanas. Los vecinos extrañaron las sinfonías de ronquidos y tenían insomnio con culpa, mucha culpa, muchísima.            

sábado, 4 de julio de 2015

GAJOS DE OFICIO

      De día no se me ocurre nada, le doy de comer al gato, miro qué pájaros hay en el jardín, si crecieron los tomates, los cebollines y el orégano. Es mi alimento básico. Tomo un café negro y fumo un pucho rubio. El cuento que terminé anoche me pareció genial y dormí contento. Ahora lo releo, es un mamarracho, tiene faltas de ortografía, tachaduras mil. Parece un tobogán. El principio es inquietante, en la mitad se corta el hilo y lo recupero con un final pura verdura.
       Se hizo de noche. Hay un material que me gustaría desarrollar para un cuento nuevo. Comienzo con alguna dificultad, luego el personaje me atrapa y es quien decide lo que viene, el tipo es un escritor que duerme de día y escribe de noche.
       Fue premiado en incontables concursos locales e internacionales, se pagaba los viajes para asistir a recibir sus premios. Casi siempre eran estatuillas de yeso pintado, lapiceras sin tinta, escuditos. Él pensaba que los premios eran un bodrio. Un día decidió no presentarse más a ningún concurso, para gente chata ya se tenía a sí mismo. Bueno el cuento, muy bueno.
      Me transformé en escritor y escribía casi doce horas por día. Dejé el baño diario, me hacía perder tiempo. Eran notables mis uñas largas y negras, el alicate lleva su tiempo. Tiré al basurín el peine, para que los pelos se me pararan y oxigenaran mi cerebro.

      Visité una editorial prestigiosa. Las secretarias, asustadas, llamaron al editor. Me miró de arriba abajo y dijo que me fuera a bañar. En el camino se me ocurrió un cuento, se trata de un editor prestigioso con cara de pit-bull, un viejo puto, bah...