domingo, 9 de noviembre de 2014

LUCER


      Quise ver el afuera del jardín pero no pude. Hacía más de un año que los vidrios no recibían limpieza, parecían esmerilados con la impronta de las lluvias y sus gotas que eligieron instalarse unas sobre otras.
      Mis días transcurrían escribiendo o leyendo.
      Cuando miré la primavera todas las flores y los árboles se adivinaban. Los tules del abandono me despegaron del escritorio, mi madre se jactaba de no limpiar los vidrios hasta que no se pudiera mirar a través de ellos. Es genético pensé, fui a buscar el aerosol y lenta, pero segura, procedí hasta llegar a la transparencia absoluta. Seguí con otras ventanas de la casa, como un auto a 120 km por hora, quité las telas de araña, cambié sábanas, limpié el baño, la cocina y pasé la aspiradora. Ordené todo como loca fóbica. Me quedé sin nafta, el auto se detuvo, abrí la ducha y permanecí hasta que el agua no quiso saber más nada con salir caliente. El auto quedó K.O. me desplomé en la cama, envuelta en tohallas. Dormí el sueño de los ángeles. Cuando desperté, con el auto lleno de nafta, enfilé al escritorio, que generoso me murmuraba un cuento.

      Se trata de alguien que mira a su alrededor y no reconoce el orden. Pregunta quien fue el cerdo que asesinó las telas de araña, buenas tejedoras y dejó pasar toda la luz, olvidando la penumbra que da luz al pensamiento. Quise escribir, pero no pude. 

miércoles, 22 de octubre de 2014

BELLAS ARTES 1978



      No quiero ser un escultor común, necesito ser el mejor. Que mis compañeros admiren mis trabajos, que no tengan palabras para el elogio fácil. Dejarlos mudos frente a la obra terminada. El trabajo realizado en bronce, a la cera perdida. Hay cosas que no comprendo, se burlan de mi aspecto de gordo enano y rengo. No tienen piedad, hasta mis bocetos carecen de interés para ellos. Se ríen con descaro cuando los profesores quedan boquiabiertos frente a mil ideas vanguardistas fluyendo de mis manos.

      Paso días sin comer ni dormir hasta quedar conforme con cada proyecto. Voy a la facultad, prefiero trabajar en sus talleres, hay materiales que obtengo gratis, mi situación económica impide comprar lo necesario. Al amanecer lloro, presiento las burlas de los compañeros. Me lavo los ojos con agua helada para no hacer notable el dolor de no ser nadie para ellos. Hoy llegué más temprano y allí estaba, se llama Paloma. Daba vueltas alrededor de una estructura que empecé ayer. Me dio un beso en la mejilla. – Éste trabajo es excelente. Hace tiempo que miro tus trabajos y no me explico porqué estos boludos te denostan-. Era tan linda y dulce, casi desmayo. Nadie me habló así nunca.

      - Te llamás Eric, ya sé, vamos al bar y tomamos un cafecito y fumamos un pucho ¿querés?-. Me dio vértigo la invitación, era como estar cerca de un ángel. Dijo que tenía oro en mis manos y con el tiempo, seguramente, sería millonario. Nos reímos al unísono.

     Invité a Paloma a mi casa para ver obras concluidas. Le dio un ataque de asombro y alegría. Pregunté los nombres de mis compañeros burlones, por saber nomás. Con la ingenuidad de lo no contaminado me contó de Omar que era más bolche que artista. De Viviana, con esa cara de nomeolvides captaba gente para ir a pelear a Bolivia. De Celita, cuyo mantra era “Acción, acción por la revolución”. Las gemelas, que trabajaban captando compañeros para un grupo que suponían que los cambios provendrían de acopio de armas

      -¿Y vos Paloma, adónde pertenecés?-. Ella me miró con ojos de triunfo y con voz de paloma relató acerca de sus ancestros anarquistas, algo genético que la mantenía despierta para “hacer mierda a éstos genocidas hijos de puta”. Le brillaban los ojos con todas las estrellas del mundo y más. La abracé y le dí un beso que ella aceptó como si no fuera petiso rengo y gordo.

      Traté de dejar a Paloma última.
       Dí parte de Omar, de Viviana, de Celita, de las gemelas. Con Paloma fue distinto, en un bar de Buenos Aires, ella estaba con una amiga, me acerqué despacio, se sorprendió.

        Le pedí que me siguiera, subimos al auto que nos esperaba. Le puse una píldora en la mano, nadie del auto se dio cuenta. Yo me volví a La Plata. Solo.

domingo, 12 de octubre de 2014

NOS, LOS REPRESENTANTES


      Me trasladé hasta la proveniencia del sonido. Era una campana oxidada sin badajo. Encontré el gorro de Pili entre juncos y totoras. – No te preocupes, ya ves, yo no pienso en tánatos, pienso en algún viaje cuentapropista. Y risas de la mano o juntando sapitos mari-mari – Dijo Chari. Yolanda tenía tres hijos molestos que trabaron amistad con los otros chicos del barrio cerrado. Habían formado una logia infantil y consiguieron un entrenador que los acompañaba a recorrer lugares, fuera de su encierro.

      La tarde del cinco de agosto ninguno volvió a su casa. Las madres fueron a la casa del entrenador. Contó que los chicos habían decidido algo. No sabía cómo definirlo. Tenían ojos de fuga y nervios que preceden a los cambios sin destino. Cansado de seguirlos se echó a dormir cerca del arroyo. Pensó que volvieron a sus casas, se rascaba la cabeza. Chari que se los vio. Lo acusó de contagiar a los chicos con eso. Todos tenían piojos, por él.
     El marido de Yolanda fue a la comisaría, estaba tapera. Llegó a la segunda y no había nadie. En la tercera encontró un cartel: cerrado por deudas salariales. El papá de Pili llegó a una abierta, al finalizar el relato un gordo con olor a pizza fría, le dijo que pasa todos los días, no tenían tiempo de ocuparse de este caso. Bastante trabajo con las manifestaciones, los empresarios que los mandaban a repartir drogas a domicilio. Lo sacó de la comisaría con palmadas en la espalda, un tanto agresivas. Hicieron una reunión de padres para decidir qué hacer. Las madres abandonaron sus pañuelos mojados de lágrimas, para opinar. Chari se superpuso al descontrol del marido, que quería matar al entrenador. Dijo que ella tenía cuatro hijos más, dos menos era un gran alivio. Siguió Yolanda, al lado estaba su marido, casi raquítico. – Yo creo en dios, él nunca me deseó hijos. Menos tres. Me hacían la vida imposible-. – Ahora estamos como queremos,- dijo el raquítico convencido-. Quedé atontada con lo que decían aquellas bestias y apreté el gorro de Pili. Sentí un ruido a papel dentro del gorro, una nota dirigida a mí: “Mami, volveré y seré millones.”
      A la semana el barrio cerrado fue invadido por encapuchados enanos y de colores. Portaban metralletas.
      Rodearon todas las casas y se llevaron elementos de computación, dólares, euros, papelitos y juguetes de última generación.

      Realizaron disparos al aire con silenciador. Los esperaba un camión blanco. Ya cargados, partieron. A Chari le pareció que el entrenador conducía. Nadie la escuchó, se fueron a dormir y le pidieron a Chari que se tomara un Valium.

viernes, 29 de agosto de 2014

TESTIGOS

“Los vi con mis propios ojos, están a la vuelta de aquí, por favor hagan algo ya.” El policía, con cara de sueño llamó a otro que llamó a otro. ¡Qué suerte que son tres! Dije con inocencia. Casi sin aire les conté que había un camión negro y una doble fila de gente armada mal vestida. Por el medio pasaban jóvenes y los tipos les pegaban patadas en cualquier parte y culatazos para que subieran al vehículo. Había tres más chicos, eran arrastrados de los pelos.

      Ellos ni escuchaban, me pidieron documentos, se comunicaron con alguien, les decían mi número de DNI. Yo les gritaba que no perdieran tiempo, porque se iban a ir. Apareció un gordo panzón con aspecto de jefe. Dijo que me fuera a mi casa, mientras a los otros los tildaba de boludos. Decía que yo tenía doce años y que era una pendeja estúpida. Cuando salí estaban mis amigos en el fitito que manejaba mi novio. Nos temblaban las piernas a todos. En la estación de servicio de 7 y 46 cinco patrulleros rodearon el auto,” ¡Manos atrás de la nuca!” Un flaco tanteó nuestros cuerpos. A mí me preguntaron porqué no llevaba cartera, yo les dije que no me gustaba, para eso estaban los bolsillos del vaquero. Abrieron la puerta de una patrulla y nos trasladaron a la comisaría primera. Los chicos ligaron unos cachetazos, a mí no me hicieron nada. Le pedí al policía más petiso que llamara a mis padres porque me iban a matar. El tipo preguntó “¿Quiénes, nosotros?” Miré mis zapatos y le dije que no, que de eso se encargarían mis padres.

      Entró mi madre, por la puerta que tenía dos policías a derecha e izquierda, con armas largas cruzadas. Mamá les dijo que sacaran esas porquerías porque me tenía que retirar. Luego entró papá, tarjeteando que era abogado, Director de sumarios en la Legislatura. Llegó el padre de mi novio, con su falcon verde, dijo que era el Doctor S. Los polis respetaron más el falcon verde que su oficio de médico.

      Nuestros dos amigos quedaron allí para averiguación de antecedentes. Ellos eran lúmpenes. Al día siguiente sus padres pusieron un dinero, bastante por cierto y salieron.

Festejamos en la Plaza Moreno, con una botella de cachaça y todos se reían de mi vieja entrando a la comisaría en camisón, tapado de piel y ruleros. Yo recordé que en casa, mi viejo, cada vez que mami se rayaba, que era todos los días, me guiñaba un ojo y decía ¡Qué general se perdió la Nación!

¡QUE VIVA LA LIBERTAD!

      Mami dice que cuando nací pensó que me habían cambiado, no me parecía a nadie. Considera que soy inútil para todo servicio. Tengo nombre, pero para mami soy che. Che estudiá, che alcanzame. Che lavate las manos. Cuando vienen visitas me llama hija esto o hijita lo otro. Delante de sus amigas cuenta que soy inteligente, buena, obediente y estudiosa, una bendición de dios. En privado, se toma la cabeza y dice que soy una maldición de dios. Así comprendí que dios es contradictorio.

      Compró un sillón mullido siesta, para el escritorio de papá. Cuando me quise sentar, ambos me tomaron de las orejas para gritar que ni se me ocurra, con esos vaqueros tan sospechosos como mi higiene personal. En eso les doy un poco la razón. Mami también compró la banqueta más incómoda que encontró, para la secretaria de papá.

      El otro día entré con sigilo al escritorio, salí de la escuela tres horas antes. La secretaria estaba tirada en el sillón nuevo, con ambas piernas en alto y papá sobre ella, tal vez probando el sillón. Cuando llegó mami de jugar al bridge, su única ocupación además de la canasta, le conté que papá y su secretaria dedicaron ese día a probar el sillón nuevo, haciendo cabriolas de toda índole. Agregué que estaban sin ropas, tal vez para cuidar el tapizado.

      No me explico las razones, pero se divorciaron, no sin antes romper toda la vajilla y demás enseres, a saber, el sillón nuevo rasgado con un cuchillo grande, junto con los colchones, el mío inclusive. Mami tenía mucha fuerza, le rompió cuatro costillas a la secretaria y le partió una pierna, con el atizador de la salamandra. Mami se fue a Europa con su mejor amiga y papá se casó de inmediato con la secretaria. Ninguno quiso quedarse conmigo.


      Me mandaron a vivir con mis abuelas a Tras La Sierra, eran locas y divertidas. Jamás me mandaron a la escuela. Daba finales en Buenos Aires y me enseñaban ellas. Aprendí a montar caballos rebeldes y me hice amiga de dos vacas macanudas, que dormían bajo la ventana de mi dormitorio.

sábado, 9 de agosto de 2014

DIARIO PERSONAL

2 de Enero
      Por fin me invita a la casita de Miramar. Contaba maravillas del vivero y un lugar oculto donde apareció la bici, el padre de su mejor amiga, se esfumó.
      Hace un calor de la hostia en La Plata, me divierte Ceci. Mi espera desespera.

8 de Enero
       Me llamó para avisar que me lleve la malla. Es imperdonable olvidar ese detalle. No sé si poner en el bolso ropa crota o careta. Se complica,  los hermanos de Ceci son crotos y los viejos caretas. Llevo las dos.

9 de Enero
      En casa jamás van de vacaciones a lugar alguno, que no sea la pileta del jardín.
      Es mi mejor amiga desde la infancia, pero nunca surgió ir con ella. Me parecía pijotero de su parte. Nunca le dije, hubiera sido feito.

10 de Enero
      Maneja Ceci, pone la pata en el acelerador y no lo suelta jamás. Encima me hace comentarios, chismes y me mira. Le tengo que cebar mate todo el viaje. No quiere gastar en ningún parador. La odio, por eso está de color verde, de tanto mate. Todo sea porque me meo, que vaya a velocidad muerte si quiere.

12 de Enero
      Ayer fuimos al vivero, me mostró el lugar de la bici donde vieron por última vez al papá de Chani. Nos bañamos desnudas en un lugar estanque, con nenúfares y agua tibia. Comimos tomates con huevo duro y queso de máquina. Un oprobio, fue nuestro almuerzo. Morimos de sed, estoy harta de verla tan amarreta, compré Coca Cola. La tomó casi toda ella.

14 de Enero
      Hoy almorzamos en la casa. La vieja preparó un pecheto, cortado en rodajas finiticas, sin acompañamiento, bebida = agua. Hicimos playa con malla entera; al viejo de Ceci no le gusta que usemos bikinis, a pesar de que todo el tiempo mira culitos de bikinis ajenas.

16 de Enero
      Volvimos al vivero, jugamos a perdernos. Encontré una zapatilla de hombre en el fondo del estanque. Le quité el barro y la escondí en mi canasta. Seguro que era del papá de Chani. No le conté a nadie.

18 de Enero
      Por sorpresa vino mi padre a buscarme. Yo no quería volver, pero cuando me miró a los ojos con esos ojos santos que tiene, subí a su auto. Todos me abrazaron mucho, raro pareció. Ceci me dio un paquete a escondidas. Durante el regreso papá dijo que el tío Horacio ya estaba en Venezuela, mi pasaporte estaba listo para viajar allá y quedarme un tiempo.

19 de Enero
      Hoy fui a lo de Chani, tenía ojos de haber llorado. Le entregué las dos zapatillas. Dije que una la encontró Ceci y la otra, dijo shsh. Agregó que su padre, mi profe predilecto, me quería mucho. Había tres compañeros de esa promoción que tampoco se sabía dónde estaban. Rogó que me fuera.

19 de Agosto

      Ahora que volví para terminar mi tesis, papá me lleva y me trae a todos los lugares donde vaya. No se habla. No se habla. No se habla. No se habla. Duele. Duele. Duele. Duele.

lunes, 28 de julio de 2014

MY GOD

Caminaba por la calle Paraguay, una mañana de sol angelado, sin rumbo. Cuando siento alitas en los pies no me gustan los destinos destinados. En sentido contrario tropiezo con Borges y sus fucking seguidores, escuchando palabras de Yoryi, bastante ininteligibles ya en esos tiempos. Tampoco estaba tan ciego, a pesar de su bastón made in England. Como el bastón se interpuso entre mi mocasín y la baldosa rota, le lancé un Excuse me, my God. Él apartó a sus fucking seguidores como moscas y me invitó a tomar un café al Richmond de Florida. Un Lord o un Sir no hubiera sido mejor recibido. El mozo me miró con cara de Y ésta quien es. Tenía el ruedo del uniforme descosido, la corbata torcida, el pelo pidiendo shampoo a gritos y los botoncitos de la camisa no existían. Le pregunté con descaro púber si podía tomar café con un tostado, él asintió risueño. Con la boca llena le convidé la mitad de mi tostado, él aceptó. Con una mano inefable sacó mi trenza, que por la emoción se había sumergido en el cafecito. Hablaba con pausas que aproveché para contarle que odiaba el colegio y estudiar inglés. Hizo una sonrisa de medialuna que me dio hambre. Él adivinó mi deseo y le pidió al mozo una medialuna. Nos fuimos sin pagar, me encantó.

      Lo acompañé hasta su casa, total me había hecho la rata. Salió alguien que le abrió la puerta del austero edificio y le extendí mi mano enmelada con sumo placer y encanto y la más fina voluntad. Me dio las gracias por mi compañía. Cuando llegué a lo de mi abuela le conté que en la escuela habíamos leído un cuento de Borges  y que no entendí un carajo. Me lavó la boca por decir carajo.

      Este episodio de mi vida se lo conté a mi padre, a mi madre, a mis hermanos, a mis tíos, a mis amigos. Nadie me creyó jamás.
      Todos diosificaban al escritor aburrido y complicado.

       Pasaron muchos años, llevo en mi corazón aquella mañana de sol tibio y lamento no haberle dicho que escribir no era lo suyo. 

domingo, 20 de julio de 2014

BAJO LA ALFOMBRA

        Era un tipo tan pintón el hermano de mi padre, hacía perder la cabeza a cualquier mujer. Se casó con Maru y tuvieron dos hijos. Ella lloraba bajo la ducha, la infidelidad compulsiva de Felipe. Atribuyeron su deceso a los engaños de mi tío. Cuando quedó viudo se consiguió una novia judía; vos en tu casa y yo en la mía. Nació un hijo igual a mi abuelo José Felipe, bajo de estatura y ojos arábigos de pestañas tristes. Logré tres primos, Luis, Vicente y Diego. Me gustó ser la única mujer entre todos. Mi tío no soportó su deterioro físico junto a la ausencia de seducción. Se quitó la vida, con un arcabuz oxidado, en el campo que compartía con mi padre.

      Yo soy medio judío, esa mitad no la soportan mis dos hermanos. Era muy chico cuando mi vieja se presentó a pedir mis derechos al pedazo de tierra, que me correspondía. En la adolescencia recibí un dinero de la venta del campo. Un pedazo del amor de mi padre, arrebatado por decisión de mi idishe mame.
      Hola Vicente, llamo para decir que voy un par de días, necesito hablar con vos ¿puedo?

      Yo que le iba a decir ¿Qué no? Contesté que lo esperaba con alegría. Es un hermano impuesto, cosas de mi viejo. Igual lo quiero. Seguro que me pregunta cómo fue. Él no sabe nada, la judía le inventó un accidente de auto. Apareció en la puerta de la cocina, donde, bue, ahí.
      Nos dimos un abrazo y al tercer mate preguntó. Diego, fue como te dijo tu vieja, no sé en qué kilómetro, lejos, eso sí, lejos. No quise ver. Lo que dejó de estar no es ¿me entendés? Quiso dormir en la habitación del viejo. Al amanecer se metió entre los girasoles y los besaba. Partió sin desayunar, blanco y ojeroso.


      Saqué mi pasaporte y ahí me enteré, hubiera preferido que Vicente me contara, o Luis o mi prima. Voy a Quebec, tengo pasaje, trabajo y un cacho de odio. Igual los quiero. De vos no me despido, madre. Errar es humano, perdonar cuesta un huevo.  

miércoles, 16 de julio de 2014

CITROËN 78, FALTABA

      Había tanta niebla, tanto frío que el viejo Citroën  casi no arrancó. Entraba al laboratorio a las cinco en punto de la mañana. Todo desaparecía en el camino roto, de asfalto, que lo llevó a Magdalena. Recordó que debía lavar los tubos antes que llegara el jefe o sería maltratado el resto del día. Faltaban cinco para las cinco. Sintió tiritar sus manos, no supo por dónde entraba niebla hasta dentro del auto. Se detuvo sólo. Hubo algo que le impidió continuar. Entrevió un grupo de esos que arrojan lechazos de brea para llenar baches. Faltaban cuatro minutos, le pareció inoportuno el horario, pero útil a sus ruedas cansadas de traqueteos exasperantes. Alguien tocó su ventanilla. Una mano que no vio, pero una voz que escuchó. Decía que estaban reparando un trecho. Le sugirió regresar, ese trabajo llevaría un tiempo. Él dijo que no importaba, seguiría por la banquina o perdería el trabajo. La voz contestó “Hacé lo que quieras”. Tomó la banquina de memoria. Faltaban tres minutos. El Citroën respondió como sólo lo hacen ellos, lo llevó derecho, a paso de hombre. La niebla bajó lenta. Miró por el vidrio ausente de la derecha. Había un camión con bolsas de arpillera que los operarios depositaban en un trecho de dos kilómetros. Otros arrojaban piedras, otros brea. Pasó el puño por el espejo retrovisor y vio las bolsas alargadas, las piedras que cubrían, la brea que cerraba. Faltaba un minuto, el cartel que decía Magdalena. El Citroën paró solo y él bajó lleno de neblina. Tiritando, el laboratorio vacío y los tubos rotos.  

lunes, 23 de junio de 2014



      Pertenecían a un cepo chino de supermercados.     Chin Tien extrañaba su pueblo entre montañas picudas y sendas de tierra seca. No conocía el calzado, allá andaban descalzos y se metían bajo cataratas repentinas cuando regresaban, luego de quince horas de trabajo.  Los cumple se festejaban en la calle, con una mesa de dos cuadras de largo y asistía todo el pueblo. Yo Yo Tu estaba encantada con el espacio y la tierra de aquí. Ella nació en Beijing, era dinámica y risueña. Contó que en China no cabía un chino más.

      Chin Tien estaba asustado, debía congelar los precios y como los clientes tenían los ingresos congelados, morían las góndolas de ausencias. Pagaban todos sus impuestos, sin embargo la FIPA iba todos los días a inspeccionar. Charlaba con los ex-clientes que ahora los visitaban. Él sabía separar la desgracia de ese absurdo y soñar con los pies descalzos en el agua y las sendas mágicas. Le dijo a Yo Yo su nostalgia, su deseo de salir de ese infierno y darse un baño de cataratas y una caminata de barro. Yo Yo tuvo una enorme piedad y lo dejó volver a su pueblo. Yo Yo se encargaría del destino del supermercado. Chin Tien partió triste pero contento.

      Yo Yo cambió sus tímidos vestuarios, hacía sus escotes más bajos y subía sus gracias con corpiños ortopédicos. Salía sola, de noche, los jueves y los domingos. Conoció un argentino que le comunicó que ella le gustaba, pero si tuviera los ojos normales le gustaría mucho más. Yo Yo se hubiera arrancado los ojos como Edipo, pero prefirió una cirugía que hasta párpados le hicieron.

      El mundo es un pañuelo, llegó la historia a oídos de Chin Tien que construía la casa para ambos en su pueblito. Vino volando, haciendo treinta aterrizajes por desperfectos en todas las líneas. Se encontraron, Chin Tien la quiso llevar con él, aunque los ojos fueran anormales. Yo Yo dijo no y él sí y ella no y él sí. Chin Tien se perdió en el odio y le ensartó treinta puñaladas. No agregó las otras cuatro porque detestaba homenajear al Tango.  

INFINITO

      Rodeo la casa, me apasiono con los árboles, me interesan más que la casa. Me alegra esta inversión para vivir. Las escaleras de acceso eran de madera, una crujía con sonido grave, cuando pasé me atrapó el tobillo y no lo soltaba. Se quebró. Miré la tabla, tan inocente, que parecía nueva, Mi primera noche escuché una voz que provenía de una cañería y otra que respondía. Rodeé la casa y comprobé que la cañería salía de ahí, haciendo un recorrido arbitrario a algún lado. Decidí comprar un aparato para atravesar la cañería y ver su final. Un arriero que pasó, me preguntó por los viejitos, le dije que bien, gracias. Parece que vivían en mi casa. Me dí una ducha y cuando miré hacia arriba, apareció una cabeza de ojos rojos y me quemó el brazo.

      Al día siguiente decidí marcharme. Hacía diez días que no dormía. En la primer casa que encontré, golpeé una aldaba. Fue raro, parecía una reproducción de la otra casa.

 Me abrió una anciana y su marido. Le pedí si podía quedarme por una noche. No pude dormir, empezaron las mismas amenazas que en la otra casa, descubrí el final de la cañería.

TOSTADAS

                              
      Hoy es septiembre, te escribo bajo nuestra pérgola que me recuerda tu cara. Tengo una pollera que el viento la llena de hojas y luego ella las devuelve. Cuando el aire se detiene te hace trampa, el viento vuelve y el pelo me tapa la cara. Suena la campana de comer. No sabés lo que es tu madre, Johnny, parece un bibelot. Tiene un sentido del humor casi argentino y me trata con un afecto que no se usa en estos lares.

      Camino un césped suave como el terciopelo. Se escucha música de Brahms. Están todos alrededor de la mesa y luego de un brindis convencional, se abalanzan sobre la comida. Cuando esto ocurre pido perdón y me meto en el jardín. A los cinco minutos Bibelot está a mi lado. Respetaba tanto mi silencio que un día la abracé como a una madre. Johnny trabaja a veces tres meses seguidos. Me venía bien estar sola. Salíamos con Bibelot quien tenía la compulsión de comprarme ropa de señoritinga, hasta ella misma sabía que no la usaría.

      Un día Bibelot estaba en la cama y preguntó porqué esta vez no salía sola. Me entregó las llaves del auto. Recorrí el predio, hice detenciones en montes de árboles, arroyos de piedras. Johnny, nunca me mostraste esos lugares. Subí a una canoa, remé hasta dormir. En el sueño pensé que si Bibelot se moría, todas sus posesiones nos pertenecerían. Se me ocurrió que al destino había que darle una ayuda. Desayuné con ella, en la cocina. Preparó unas tostadas y una puntilla de su camisón rozó el fuego. Yo agarré un repasador, pero tarde, murió carbonizada. Ocurrió algo extraño, las tostadas estaban impecables.

      Johnny se hizo presente de inmediato, me abrazó llorando con estertores, así pasó la noche. Cuando desperté  sus primeras palabras fueron: - ¿Vos te das cuenta cómo nos benefició mamita con su muerte? Ahora es todo nuestro. Si yo no estuviese, sería todo tuyo, bueno, no es el caso-.

      Me pidió el desayuno en la cama. Le preparé un té con tostadas.    

domingo, 25 de mayo de 2014

UN CUENTO

        Antes de salir mi mamá dijo que tuviera cuidado con los hombres que me miraran con insistencia y echara a correr.  Un señor, con ojos negro pozo, viéndome todo el tiempo, me obligó a correr. Me metí en un edificio, llegué al ascensor, había una señora vieja de cara plisada y ojos celeste claro. Dejó en el aire olor a perfume rico, muy rico. Apretó el número veintisiete. El ascensor se detuvo y por más que gritamos, nadie escuchó.

      La primer hora, la Señora me preguntó cuántos años tenía, en qué grado estaba y si me gustaban las computadoras. Yo la interrogué, en que piso vivía, si vivía sola y si le gustaba la Coca cola.
       La segunda hora la Señora mostró cansancio y se sentó en el piso, yo hice lo mismo. Luego de un suspiro tan antiguo como la Señora, como cuando era chica y la castigaban sin razón, porque ellos no podían mantenerse ni a sí mismos. En una pelea trágica entre ellos, murieron. La pusieron en una casa de niños huérfanos. En una entrevista médica de rutina, un médico joven, que de un flechazo fue atravesado su corazón, le preguntó cuántos años tenía y ella dijo dieciséis.
      A él comenzó a latirle el corazón, no era la edad que atendían en ese asilo. Se casó con ella, nunca supo si por el desamparo o porque la quería. La hizo muy feliz, le dejó una fortuna o tres (no recuerdo). A las tres horas, mientras nos masajeábamos los pies  yo recordaba las bofetadas, la hebilla del cinturón y el tobillo atado a los pies de la cama. Los amigos de mi padre, diciendo a cada rato: -¡Qué grande que está su hija, qué grande que está su hija!- Mi madre empezó a tener miedo por su hija, entre dejarla en un asilo o que huyera como pudiera. Optó por lo segundo con mi anuencia.


     Bueno, dijo la vieja, te falta el capitulo del resarcimiento. La chica recostó su cabeza en la falda de la Señora que le tocaba el pelo, paja de escoba y el cutis con manchas y granitos. Ésta es la calle, mal alimentada, sin dormir. Me despertó, parece que pronto saldríamos del ascensor. Me da vergüenza decirle pero yo me la llevaría. Me da vergüenza decirle pero yo me quiero ir con ella.      

lunes, 5 de mayo de 2014

MARGARITAS Y SIRENAS

     Era negra y me quería muchísimo, yo también.
     Su nombre: Luli.
     Cuando fui a vivir a una gran ciudad, me costó despedir a mis queridas tías, que hicieron de mi infancia un cuento.
      Llegar a la gran ciudad me hizo sentir enano. El primer tiempo me agobió el cemento, los ruidos de los autos, los micros, las sirenas. Pasado un tiempo, cuando escribía, los sonidos de la calle me fueron imprescindibles.
     Recibía cartas de Luli, cada vez que fallecía alguna tía. Tenía la delicadeza de no extenderse en el tema.

      Yo escribía artículos para algún diario y con eso subsistía. Mientras construía un libro, tan generoso, me daba pie para seguir la cuidadosa novela. Cuando se publicó fue un éxito de ventas, lo que gané me lo gasté. Aparecieron tres ediciones más. A pesar de esto quedé solo y sin un céntimo. Mi cuarto me agobiaba.

      Una mañana encontré a Luli, me abrazó eterno y me invitó a sus trabajos que se reducían a la limpieza de tres departamentos, cuyos habitantes trabajaban el día entero.
      En el primero Luli sacó dos vasos y vertió, con generosidad, el whisky más caro del mundo. Luego nos sentamos en los mullidos sillones y jugábamos un rato a “¿te acordás?” Las noticias del pueblo eran relatadas por Luli, con prudencia e ironía.
      Cuando llegamos al segundo, sobre la mesa había tres puchos con olor raro. Los fumamos, veneno no era. Pusimos un disco y bailamos como locos. Nos olvidamos de cerrar la puerta del departamento.
      En el tercero limpiamos todo, hasta los goznes de la puerta. Hubo mala suerte, cayeron los dueños. Sin mediar palabra, le pagaron y dijeron que no volviera más.
       Luli y yo fuimos a su casa, casi toda población negra, que saludaba a Luli con bonhomía.

      Cuando cobré lo de mis tías, la invité a visitar alguna isla que ella eligiera.
      Buscó la isla donde nacieron sus padres y allí fuimos. Visitamos tumbas, quince días y fuimos a la playa un día sólo.

       Ahora vendimos todo y compramos una casa antigua. Luli limpia y limpia. Todavía dice que su vocación real es la limpieza. La convencí de dejar el trapetón y dedicarse a bordar ranas y margaritas. Los días molestos son cuando Luli trae su familia. Son veinticinco. Le pregunté a Luli porqué los negros tienen más hijos que los blancos. Dijo que los negros tienen billones de espermatozoides.

domingo, 4 de mayo de 2014

MORROCOTUDO


      Compartíamos la pieza, León decía que no era judío, pero su perfil y la postura de alguien que hace tiempo corre, corre y corre, lo desmentía.  No es judío, no practica la religión. Yo soy católico, pero no ejerzo. Ocurrieron episodios oscuros. No creí más en nadie hasta que conocí a León.

      Dijo que no tenía xenofobia. Un día furioso largó un “sos un judío de mierda...” mientras pintaba su fijación de rejillas y túneles. Es un goy pura sangre. Hay que esperar. Ya alquilamos un taller oxidado y luminoso, no vaya a ser.

      Él prefiere el desnudo. La pobre Lina con una estufita posando tres horas consecutivas. Le llevo café caliente. Ella me agradece y León se pone de la nuca. Le arruinamos algo que no veíamos. León se fue. Por la noche me había perdonado. Dijo que entre él y la modelo había cosas que no se veían, eso quería plasmar, lo que no estaba.


      Yo no lo perdoné. Ese día estuve con Lina. Desayunamos vino caliente con canela, almorzamos con amontillado moderno y dormimos una siesta morrocotuda en un hotelucho. Era mío su calor, míos sus ojos, su espalda tibia y sus pies fríos.             

miércoles, 30 de abril de 2014

AJENO

Contesto entre eructando y exaltado. Después de un eructo nadie puede tomar en serio lo que diga, por más erudito que sea. Si desde otro lugar alguien toma la palabra y alguien se tira un pedo, todos sentirán un asco atmosférico y acá no pasó nada. Por eso a mi no me gusta hablar cuando me dan la palabra, o ser invitado a contestar.

      El libro fue una casualidad, pero me llevé los laureles que como todos saben son eternos.
      Aparecieron los medios, preguntaron cómo me sentía, dije – Ajeno-.  Me había enamorado tanto del libro que hasta lo defendí. Cuando se abalanzaron sobre mí, tuve cincuenta personas en la cara. Había mal aliento y un decente que se lavó los dientes. Uno me tocó el culo, no dije nada, a lo mejor fue sin querer.


      Era un homenaje sorpresa, me tiraron huevos, harina, arrope, dulce de leche, por ser novato en el arte de la escritura. Se mezclaron el asco con el odio y empecé a largar patadas y morder. Justo llegaron los enfermeros, me metieron en una ambulancia. Ellos dieron permiso en el centro de salud, para festejar el libro. Me preguntó un enfermero cómo me sentía y le dije – Ajeno-.        

EL LUGAR


      En el escritorio hay pilas de libros, no los ordeno porque después los tengo que apilar de nuevo. Tengo carteles con frases polenta en las paredes que rodean el escritorio. Excedido en cuadernos escritos, hojas sueltas con poemas breves cenicero ceniza humo puchos. Planos caseros. Futuras reformas. Papelitos rotos con una palabra y su significado.

      Los libros se mudaron al piso, mis cuadernos al altillo, el escritorio creció en papeles con números, cuadernos con gastos, carpetas con resúmenes de cuentas. Desaparecieron los carteles de frases y sus lugares fueron ocupados por vencimientos, cobros, pagos.  Algunos despertaban con la sensación de vivir en una pesadilla, superior a la que estaban soñando.

       Y yo, desde este lado, prisionero de otro tiempo.
      Pude vender el escritorio que fabricó el padre de Favaloro, excelente ebanista.

      No hay nada sobre él, hasta los cajoncitos hacen ruido porque se sienten solos. La casa está vacía y yo aquí en la silla, con un pasaje, miré la hora y escuché el taxi. Antes de subir pensé en el escritorio. Sabe cosas íntimas como cuando tía Clara y mi padre...de eso no voy a contar nada. El nuevo dueño me preguntó si era fuerte. ¡Cómo no iba a ser fuerte con la cantidad de vida que tuvo encima!