domingo, 12 de octubre de 2014

NOS, LOS REPRESENTANTES


      Me trasladé hasta la proveniencia del sonido. Era una campana oxidada sin badajo. Encontré el gorro de Pili entre juncos y totoras. – No te preocupes, ya ves, yo no pienso en tánatos, pienso en algún viaje cuentapropista. Y risas de la mano o juntando sapitos mari-mari – Dijo Chari. Yolanda tenía tres hijos molestos que trabaron amistad con los otros chicos del barrio cerrado. Habían formado una logia infantil y consiguieron un entrenador que los acompañaba a recorrer lugares, fuera de su encierro.

      La tarde del cinco de agosto ninguno volvió a su casa. Las madres fueron a la casa del entrenador. Contó que los chicos habían decidido algo. No sabía cómo definirlo. Tenían ojos de fuga y nervios que preceden a los cambios sin destino. Cansado de seguirlos se echó a dormir cerca del arroyo. Pensó que volvieron a sus casas, se rascaba la cabeza. Chari que se los vio. Lo acusó de contagiar a los chicos con eso. Todos tenían piojos, por él.
     El marido de Yolanda fue a la comisaría, estaba tapera. Llegó a la segunda y no había nadie. En la tercera encontró un cartel: cerrado por deudas salariales. El papá de Pili llegó a una abierta, al finalizar el relato un gordo con olor a pizza fría, le dijo que pasa todos los días, no tenían tiempo de ocuparse de este caso. Bastante trabajo con las manifestaciones, los empresarios que los mandaban a repartir drogas a domicilio. Lo sacó de la comisaría con palmadas en la espalda, un tanto agresivas. Hicieron una reunión de padres para decidir qué hacer. Las madres abandonaron sus pañuelos mojados de lágrimas, para opinar. Chari se superpuso al descontrol del marido, que quería matar al entrenador. Dijo que ella tenía cuatro hijos más, dos menos era un gran alivio. Siguió Yolanda, al lado estaba su marido, casi raquítico. – Yo creo en dios, él nunca me deseó hijos. Menos tres. Me hacían la vida imposible-. – Ahora estamos como queremos,- dijo el raquítico convencido-. Quedé atontada con lo que decían aquellas bestias y apreté el gorro de Pili. Sentí un ruido a papel dentro del gorro, una nota dirigida a mí: “Mami, volveré y seré millones.”
      A la semana el barrio cerrado fue invadido por encapuchados enanos y de colores. Portaban metralletas.
      Rodearon todas las casas y se llevaron elementos de computación, dólares, euros, papelitos y juguetes de última generación.

      Realizaron disparos al aire con silenciador. Los esperaba un camión blanco. Ya cargados, partieron. A Chari le pareció que el entrenador conducía. Nadie la escuchó, se fueron a dormir y le pidieron a Chari que se tomara un Valium.

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