Me trasladé hasta la proveniencia del
sonido. Era una campana oxidada sin badajo. Encontré el gorro de Pili entre
juncos y totoras. – No te preocupes, ya ves, yo no pienso en tánatos, pienso en
algún viaje cuentapropista. Y risas de la mano o juntando sapitos mari-mari –
Dijo Chari. Yolanda tenía tres hijos molestos que trabaron amistad con los
otros chicos del barrio cerrado. Habían formado una logia infantil y
consiguieron un entrenador que los acompañaba a recorrer lugares, fuera de su
encierro.
La tarde del cinco de agosto ninguno
volvió a su casa. Las madres fueron a la casa del entrenador. Contó que los
chicos habían decidido algo. No sabía cómo definirlo. Tenían ojos de fuga y
nervios que preceden a los cambios sin destino. Cansado de seguirlos se echó a
dormir cerca del arroyo. Pensó que volvieron a sus casas, se rascaba la cabeza.
Chari que se los vio. Lo acusó de contagiar a los chicos con eso. Todos tenían
piojos, por él.
El marido de Yolanda fue a la comisaría,
estaba tapera. Llegó a la segunda y no había nadie. En la tercera encontró un
cartel: cerrado por deudas salariales. El papá de Pili llegó a una abierta, al
finalizar el relato un gordo con olor a pizza fría, le dijo que pasa todos los
días, no tenían tiempo de ocuparse de este caso. Bastante trabajo con las
manifestaciones, los empresarios que los mandaban a repartir drogas a
domicilio. Lo sacó de la comisaría con palmadas en la espalda, un tanto
agresivas. Hicieron una reunión de padres para decidir qué hacer. Las madres
abandonaron sus pañuelos mojados de lágrimas, para opinar. Chari se superpuso
al descontrol del marido, que quería matar al entrenador. Dijo que ella tenía
cuatro hijos más, dos menos era un gran alivio. Siguió Yolanda, al lado estaba
su marido, casi raquítico. – Yo creo en dios, él nunca me deseó hijos. Menos
tres. Me hacían la vida imposible-. – Ahora estamos como queremos,- dijo el
raquítico convencido-. Quedé atontada con lo que decían aquellas bestias y apreté
el gorro de Pili. Sentí un ruido a papel dentro del gorro, una nota dirigida a
mí: “Mami, volveré y seré millones.”
A la semana el barrio cerrado fue
invadido por encapuchados enanos y de colores. Portaban metralletas.
Rodearon todas las casas y se llevaron
elementos de computación, dólares, euros, papelitos y juguetes de última
generación.
Realizaron disparos al aire con
silenciador. Los esperaba un camión blanco. Ya cargados, partieron. A Chari le
pareció que el entrenador conducía. Nadie la escuchó, se fueron a dormir y le
pidieron a Chari que se tomara un Valium.

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