miércoles, 31 de enero de 2018

ACIREMA


   América comenzaba con su escoba a las cinco de la mañana, barría su vereda, la de al lado, la subsiguiente, hasta llegar a la esquina.
   —Es un pecado esta cuadra, no se barre hace milenios.-Pensó América y seguía limpiando-.
   No podía parar, hacía toda la manzana, cuando llegaba a la vereda de su casa, decía: —Ésta es la más impecable, sin duda.
   No tenía flia, América, parecía nacida de bulbo, ni ella sabía cómo había llegado hasta este mundo, que siempre le pareció inmundo, de ahí la limpieza compulsiva. Cortaba las entradas de las viviendas dos veces por semana, a veces llegó a la plaza. La máquina futurista le cayó del cielo en medio de su jardín. Entraba en todas la propiedades y enceraba, cambiaba la ropa blanca, las cocinas y los retretes le producían fotofobia, por eso, América comenzó a limpiar los interiores con lentes oscuros.
   Un día, que le pareció una bendición, porque llovía tanto, durante tantos tiempo, que baldeaba todos los días sin mangueras ni baldes. Le tomó un resfrío, anginas, dolor de huesos y fiebres deliberativas. Salió el sol, América, arrastrando lo que quedó sin enfermar, salió a la puerta de calle. El césped medía un metro y medio. Los árboles cayeron y rompieron paredes. El aspecto de las casas, era adobe mojado, el puro barro.
América recuperó la memoria perdida en sus afanes de olvidar por fregar. Hacía más de cien años que el pueblo estaba abandonado. Todos se fueron con algunas pertenencias, no se sabe dónde ni cómo ni por qué.
   América estaba durmiendo la siesta, por eso no se enteró.
                                     

martes, 30 de enero de 2018

IRREPARABLE


   Anárquica, antifeliz, antisocial, antisonrisa, antillorar, antipática. Cumplió con el designio de su nombre: Anti. Los padres iban a inscribirla Antígona, les pareció muy relacionado con la antigüedad y redujeron su nombre. Los amigos la llamaban: “A”. Vivía en la Torre “A”, Depto “A”. Enfrente, en el “B” habitaba Barnel.
   Tocaba violín, quería que multitudes aplaudieran sus virtudes. Fue parecido, pero diferente, las multitudes que vivían en el complejo de edificios, lo odiaban. La molestia auditiva sin horario. Debió ser eso. “A” nunca saludó a Barnel, porque era antivecina. El ascensor coincidía en sus horarios, él tenía vergüenza que “A” escuchara los aleteos de mariposa de su barriga y el temblor de las manos y el violín que se deslizaba solo hacia ella, que lo empujaba con el codo, llena de fastidio. Bajaban en el mismo piso, primero ella, luego él, tan excitado que olvidaba el violín asiduamente. Tenía que suceder, tal vez no, pero la semana anterior, se lo robaron. Barnel recorrió todo el edificio y los contiguos también, no sólo le contestaban que no, le cerraban la puerta en la nariz.
   Sin su violín no podría ejecutar su Adagio de Albinoni, que cerraba la beca a Italia como solista. Como todos los músicos era tan sensible, que aquella pérdida le produjo tirarse del piso doce.
   La muerte de Barnel le trajo alegría a la anormal “A”.
   Ella encontró el violín en el arriate de su depto. Buscó un lugar serio y específico, lo vendió muy bien, era un Stradivarius antiquísimo. Con el pago compró el depto de Barnel y comenzó a estudiar violín, con un instrumento económico, antilujo.
                     

lunes, 29 de enero de 2018

RARO CONVENCIENTE


   Tenía un solo amigo, pero no se visitaban seguido.
   Desde chico era solo, pensaba que los demás eran estúpidos, aburridos y cobardes.
   —¿No querés venir al cine?-Preguntaba su único amigo-.
   —Si la película es blanco y negro, de los años 50 y trabaja Bette Davis, voy. Si no, no. Y seguro que es no, ¿no?
   —Sí, pero en lugar de hablar de nada, vemos una de culto.
   Sí, lo voy a acompañar, sus argumentos son pesados y parece rogar que vaya. No me gusta que ruegue, lo iguala con los estúpidos. Nunca salgo los jueves por la noche, me preguntó por qué. —Es el día que mi flia concurre a Villa Ballester, a visitar a mi hermana que vive en un psiquiátrico, no sé a qué van, ella ni los reconoce, piensa que es un congreso de doctos, para observar su comportamiento. No la visito porque me hago el cuerdo, pero estoy tan loco como ella. El jueves aprovecho para ver películas porno.
   —¿Por qué hacés eso? Sos un tipo pintón, no necesitarías internet para conocer a alguien, ¿No te aburre masturbarte? Contestame ¿Por qué?-Le pregunta su único amigo-.
  El solo, con la mirada absorta, en vaya a saber qué cosa, le dice:    —Para tener algo en la mano y me haga disfrutar de algo. Tiene mala prensa, pero todos lo hacen…espero que vos no. Te van a decir pajero, es un adjetivo deplorable. A mí no me gustan ni las minas, ni los tipos, pero yo me encanto.
                                                         

domingo, 28 de enero de 2018

ATESORAR


   Dejé mi casa paterna por endogámicos, fachistas e insolentes. No supe cuál sería mi destino.
   A la noche dormí en el bosque, antes comí unas fresas. Empecé a extrañar el olor a tostadas y a mi madre dando golpes a mi puerta. Vagaba y divagaba. A la hora de comer me senté frente a mi plato, hablaban entre ellos. Papá me sirvió vino, sin querer. En la galería dijo: —Te aceptaron en la mejor universidad de España.-Debo haber puesto cara de opa-.
   Pregunté si en ese lugar tenía que estudiar. Eructó una mitad, la otra la reservó para decir que a eso me mandaban.
   Ahora estoy aquí con este uniforme ridículo, corbata y ya el sobrenombre de “el sudaca”.
   Armé la mochila, le saqué algunos euros a mi pijotero compañero de pieza. Y salí a la calle. En la parada de micros la vi y me presenté: —Yo soy Tupac y ando perdido.
   Se lo dije todo en brasilero. Ella me entendió perfecto, su nombre era Vernier. Me invitó a tomar un café, nos contamos de nuestros países y luego de nuestras vidas. Mientras la escuchaba hablar y no le entendía un carajo, emprendí la retirada con la excusa de un final. Vernier querida, nunca más. Fea y bruta. Estuve tres años viviendo del dinero de mi amigo y de mi familia.
   Recorrí todo lo que pude, dormía en cualquier parte, bancos de plaza, fogones de crotos y ochavas protegidas. Soñaba con mi casa y alguien me pegó un puntapié. Una señorita pidió permiso para abrir la puerta de su casa, justo yo estaba a lo largo de una alfombra roja que llegaba a su puerta. Me invitó a pasar, ofreció un coach para descansar y extendió un cobertor. Pasó una hora cuando comencé a sentir que algo o alguien tiraba del cobertor, toqué el piso, gatos no eran, perros tampoco. No! Eran sus uñas postizas, sus brazos añosos, su cirugía recién hecha, los pechos tamaño vaca.
   Saqué ese monstruo de encima, tomé mi mochila y robé el cobertor.
   Ya fue, usé mi pasaje de vuelta y regresé a casa. Me recibieron como a Robin Hood y a coro dijeron: —El que se fue a Sevilla y gastó nuestro dinero, perdió la silla.
   Envolvieron dos míseros sanguches. Mejor, sino capaz que me quedaba. Revisé los cajones de mis hermanas, el bolso de mi madre y la billetera de mi padre. Ellos en el fondo se quedarían contentos de ayudar sin que yo les pida.
   En el bosque de botellones de palo borrachos encontré a mi ex profesora Quintina Moldava. Nos reconocimos de inmediato, a ella le faltaba una lente de sus anteojos pegados con cinta scotch.
   Con su lenguaje bizarro: —Cuánto tiempo, Tupac, parecés un croto, ya somos dos, no me preguntes por mis tareas porque largué todo, quiero conocer el mundo que habitamos, pasé muchos años estudiando el que destrozamos.
   La invité al Machu Pichu, me contó que andaba sin dinero. Llamé un taxi y de Ezeiza a Puerto Rico.
   Cambiamos de idea. Quintina no estaba en edad como para subir y bajar escaleras machupíticas. Nos metimos en ese mar tan rico que tiene Puerto Rico. Es milagroso acostarse con la profe más sensual de la Universidad.
   No quiero buscar ni pensar un futuro. Soy aquí.
                                                     

sábado, 27 de enero de 2018

GUARDA CON QUIÉN


   Fuimos al azogue a comprar carne. Las medias reses colgaban de ganchos dando al exterior. Las moscas invadían el aire, la carne, el empedrado. Un consejo, no viajar jamás con tres minas y ser el único hombre. Diana mandó: —Si vas al pueblo, traé un pedazo de carne, cualquiera, sin moscas. Hay una Casa de Cambio, te vas a dar cuenta porque tiene ataúdes con volados de tul y lentejuelas, son para los querubines que mueren temprano. Allí te cambian, te doy cien dólares.
   —Bueno, bueno, pará ahí, si seguís con la diatriba van a cerrar todo.
   Silvia se levantó al mediodía y preguntó qué íbamos a comer hoy.
   —Mauricio, yo no sé cocinar y las chicas que galopan la fazenda, tampoco saben, me parece que no hay otro remedio que cocines vos.   Tenía ganas de ir por los pequeños ataúdes, para comprar alguno y llenarlo de muñecos, a mis sobrinas les parecerá re-cool.
   Me aterraban las perversiones de aquella mujer, pero era la única que no temía a los ofidios y hasta jugaba con ellos. Las otras dos regresaron por el terror que les daban las víboras, reptando por las columnas de las galerías. Yo, el encargado de aquel predio, las llevé hasta las lanchas, con todo gusto, no soportaba más sus grititos histéricos y la competencia por mi persona.
   Silvia despidió a sus amigas, prefirió el aire de la selva. Ayudaba a los gaúchos, en las tareas diarias. Aprendió a extraer el veneno de las corales y otras especies. Algunas dormían a sus pies y de vez en cuando se acostaba conmigo.
   Silvia mandó un pen-drive, al National Geographic, fue contratada. Recibió propuestas de todo el mundo, pero eligió volver a Nazareth da Farinha, extrañaba a Mauricio y a sus queridos ofidios que la reconocieron. Mandó a sus sobrinas un ataúd de tules policromáticos, con sus víboras flúor. Las niñas consideraron persona no grata a su Tía.
   Lloró muchos días Silvia. Le compré la casa de los ataúdes y la transfomé en un serpentario con todas sus comodidades. Silvia creyó en una propuesta de casamiento y tomándome del cuello, dijo: —Sí, sí, sí me caso.
   No le dije nada, pero ni se me cruzó por la cabeza, la idea de ella. Después de todo casarse es una boludez. Le di el gusto. En lugar de anillo, le hice el mejor regalo de su vida, una anaconda.
                                                

viernes, 26 de enero de 2018

TITO


   Tomaba vino tinto en las comidas y fuera de ellas. Su comercio quedaba en una esquina. Durante la crisis económica vendía poco o nada. Era la oveja negra de la familia, que lo ignoraba por bebedor y negligente. Tenía un sobrino llamado Tito, el único visitante diario y querido por su tío como al hijo que no tuvo. Una tarde de frío, las ganas incontenibles de tomar un vinito hicieron que Tito quedara a cargo del negocio por un rato. Él se negó por considerar que si venía alguien a comprar, no podría atenderlo, si era ciego. El tío lo tranquilizó diciendo que nadie entraba. Sólo debía permanecer tras el mostrador por media hora, no más. Tito quedó allí pensando que media hora era algo insignificante y dio su anuencia.
   Escuchó unos pasos decididos entrar al local y luego otros pasos. Tenían ambas personas un olor ácido, mezcla de sudor y mugre. Uno le dijo al oído que los relojes los pusiera en la bolsa y se los entregara. Tito contestó no tener ni idea de dónde estaban los relojes, la mano áspera que tomó su mano le recordó a su primo albañil. Los otros pasos se dirigieron a la trastienda. A Tito le dio risa la expectativa infundada del ladrón, que encontró sólo olor a pis de gato. Al sentirse burlado, el caco lo tomó del cuello, esas manos eran lisas y temblaban. Era su primer robo. Tito sintió un caño frío que le aterrizó en la sien. Pensó en un revólver como el de su padre. De inmediato, con voz tranquila, les aseguró que su tío no tenía un centavo, la caja registradora era testigo. Sintió que soltaba la traba del revólver. Tito, toda la vida un controlado empedernido, sacó el arma que robó a su padre y ante la sorpresa de los chorros les metió un balazo a cada uno, con todo el odio que alimenta este país. Tito era ciego, pero no boludo y encima tenía más puntería que cualquier vidente.
                                                     

jueves, 25 de enero de 2018

ESTÁ EN FALTA


   Tiré mi mejor pullover al tacho de basura. Una confusión, estaban al lado, ambos son redondos, cuando terminó el proceso de lavado, dentro no había nada. Era tarde, habían pasado los recolectores. Laburando sin guantes, con zapatillas gastadas, ¿cómo les podía preguntar por mi mejor pullover? Cuando escuché el remisse busqué las llaves. No estaban. Cerré la puerta de casa sin llave, no puedo faltar, me dejan cesante. Regresé en un micro equivocado, pero llegué. La puerta estaba cerrada, pero sin llave. Corrí un armario sobre la puerta, no me quedaba otra opción. Estaba muerta de hambre. Le di un mordisco a la banana solitaria de mi frutera. Olvidé pelarla, le sentí un gusto raro. Pensé en arrojar la cáscara a la basura. No la encontré por ningún lado. La banana me cayó pesada.
   Abrí la ducha, fue un placer que se cortó cuando vi que no había jabón ni shampoo ni toalla. Me sequé con la toalla de mano y a la cama. No tenía sábanas ni acolchado, salí al patio, llovía. Por la mañana había puesto todo a ventilar. Después de catorce horas de trabajar derrapé en el colchón y me tapé con la alfombrita del piso.
   Por la mañana saqué un cubito para mis ojos hinchados y encontré las llaves, cubiertas de hielo. No tenía dinero para tomar un remisse, ni un micro. Desayuné lo único de la heladera, un vaso de leche cortada que escupí en un florero.  Llegué agitada, pero a tiempo. Todos miraban mis pies.  Sumergidos en pantuflas enormes con orejas de conejo y bigotes. Olvidé los zapatos. Mi jefe estaba esperando con cara de: “Otra más y fuiste”. Hice todo lo que me pidió. Sólo que los expedientes fueron dejados en reparticiones equivocadas.
   Perdí el trabajo, cuando salí no recordé dónde era mi casa. Ni tampoco supe cómo se lloraba. Un tipo me abrazó por la calle, le di una bofetada, preguntó por qué, si no había motivo. Pedí disculpas, hacía más de diez años que Jano era mi novio y no lo reconocí. Expliqué lo de mis olvidos permanentes. Me invitó a su oficina y acepté, quería descansar y sabía de la comodidad de aquel lugar. Con voz tranquila, Jano habló de nuestra relación: paciente-analista desde hacía una década. No éramos novios. Eso me alivió. Tener un novio y tan poco atractivo me parecía deprimente.
   Jano explicó que la sociedad actual, sumergida en un continente mafiocrático, donde las personas estaban a merced del desamparo en todos los órdenes. Un Tsunami donde la memoria era una de las pérdidas colectivas, entre otras. —Luego de mis reflexiones, ¿usted recuerda algo, mi querida?
   Apareció un núcleo de fuego en mi cabeza y grité que sí. Le conté que trabajaba con un analfafuncional, de cargo jerárquico, que me hacía caminar de un lado a otro con pilas de expedientes. Al terminar mi tarea, debía limpiar todos los baños. Por suerte, o por desgracia, me despidió. Jano, desde su pipa apagada, preguntó si no podía hacer el esfuerzo de recordar que yo era médica psiquiatra  y psicóloga. Hizo una pausa, donde me aseguró un trabajo, de escaso horario en el ANSES. Contesté que había perdido la memoria, que mi estado de confusión era inmenso, que tal vez hubiese perdido la razón, pero mi dignidad estaba intacta. Me fui, no sé adónde, pero me fui.
                                                 

miércoles, 24 de enero de 2018

ROTOS Y RUTAS


   El lavarropas aprendió a caminar, lo tengo que sostener hay peligro que atraviese la pared. La heladera pierde, es un misterio de dónde, la puse patas arriba y no hay indicador de lugar de pérdida. La rodeo de trapos de piso. Me sirven para repasar la cocina.
   Esto sigue, tengo las lumbares destruidas, llamo un técnico y listo. ¿A quién? Si viene un improvisado y destruye los aparatos, me muero. No tenemos un mango para reponer ni heladera ni lavarropas. Llega Mario y me pongo a llorar. Dice que él va a conseguir un técnico que es fantástico, pero debo esperar unos cuarenta días, es un tipo híper ocupado y encima te da una fecha, pero no dice la hora, me tengo que quedar a esperar al doctor técnico encerrada en casa. Y los chicos ¿Quién los trae del colegio? Magoya. Una nueva sorpresa, hay dos pérdidas de gas, Mario dice que el gas que nos dan no intoxica, está pirado. No hay gasistas me dijo Clara: —Son todos chantas y te cobran la visita como el mejor.
   —Mario, necesitamos comprar una heladera nueva y un lavarropas. No sé, pedí adelantado, hacelo en cuotas. Esto no es vida ¿Y el gas? ¿Querés que vuele toda la casa?
   Me contesta que soy una mujer muy demandante y encima  vivo en una nube de pedo. Tomo el jarrón de la Dinastía Ming Chin Tien y lo estrello en el piso, fue un regalo de mi suegra cuando nos casamos, siempre regala cosas inútiles. Mario sonríe de costado, con cara de me las sé todas y dice: —¿Ves? Terminás de romper tus electrodomésticos, vendíamos el jarrón y solucionábamos todo.
   Armé la mochila de los chicos y la mía, decisiones repentinas que le dicen. Di un portazo y nos fuimos, la más grande me preguntaba a dónde íbamos, le dije que no tenía la menor idea. —¿Viste Mami? Yo te avisé que Mario no era bueno, que no te casaras.
   El más chiquito que caminaba solo delante nuestro, se dio vuelta.  —¿Mamá, no podrás conseguir un marido que me compre una compu, un traje de superhéroe y sepa hacer papafritas? Vos sos muy linda, mucho más que mi maestra. Alguno que nos quiera tiene que aparecer. La más grande me dio unas llaves, las del auto de Mario.
   —Por lo menos llevate el auto.
   Me pareció una idea excelente. Subimos y les tuve que decir: —No tengo un centavo, de todos modos seguimos, hasta que se termine la nafta.
                                               

martes, 23 de enero de 2018

TROPEZÓN


   Las últimas palabras de la Psi fueron: —No te caigas más.
   Los días que voy a sesión me lesiono la rodilla, tropiezo con una piedra y luego vienen cantos rodados que no cesan de detenerse. Muchos creyeron que mi marido, cansado de mis protestas y maldiciones se dio el dulce gustito de la venganza. Mis vecinos y amigos pensaron que la justicia tarda pero llega. Es cierto que mis histerias exasperan a cualquiera, pero mi compañero sería incapaz de levantarme la mano. Él es incapaz de nacimiento, no pone el aparato de los mosquitos, porque una vez dormido se dirige a otros planetas mucho más felices que este.
   Ayer me caí porque no acostumbro usar la puerta para entrar a casa, salté la verja, quedé patas para arriba como la agonía de un insecto, las bolsas del súper, de allí venía, se abrieron, los frascos estallaron, los huevos se cascaron en el umbral. Mi marido, de pie, miraba lamentando su mermelada y los panes que rodaban a la cuneta. Seguía de pie, mirando las acacias. —Vos dirás en qué puedo ayudarte.
   La ira me hizo salir saliva de las comisuras. 
—Dame vuelta primero.
   Vi el retrato de un estúpido, tomó una pierna, la torció me sentó, acercó la escoba. —Agarrate fuerte, yo solivianto y te ponés de pie, luego juntás lo que cayó del súper, yo te abro.
   Entré como pude. Él se tiró en el sillón y puso la serie de Netflix que le cumple como un soldado.
   Le habló al aire, que debo ser yo seguramente. —Ché, por qué no le contás a tu Psi que te caés a cada rato? El que hace el esfuerzo de levantarte soy yo. Vos, que sos tan creyente, preguntale si no hay grúas para personas cayentes. 
                                                

lunes, 22 de enero de 2018

DA IGUAL


   Era alto, rubio y espejado. La luz le provenía de adentro, de afuera o mezclaba mi imaginación con las ganas de conocerlo. Lo descubrí en una fiesta, bailaba solo, con una copa enorme de vodka. Se me ocurrió tomarlo de la mano y arrastrarlo hasta un sillón. No pesaba nada, tomé el resto de su copa. Saludé brindando con amigos y enemigos, por eso detesto las fiestas, la diversión es una paradoja, o una parajoda, da igual.
   Yo también bailé sola, pero cerca del sillón donde estaba él. Cuando sentí que si no bajaba de la calesita caía redonda al piso, me desplomé encima de él. Me dijo cosas al oído que nadie nunca, que era reflaca y fea, no tenían gracia mis movimientos, mis manos parecían de albañil, del pelo no habló, porque estoy pelada, ni de las pestañas ni de las cejas.
   No quise decir que tengo un linfoma y me hacen rayos y quimio y una farmacia de calmantes, que no alcanzan para olvidar este infierno. Por eso dejé que se  acostara en el sillón junto a mí, o encima, da igual.
   Cuando tuve náuseas me acompañó y me sostenía la cabeza y me decía que yo era una flaca divina, con un aura que iluminaba el mundo y a él, que sentía su propia ausencia y sufría más de lo conveniente. Yo era su panacea definitiva. Volvimos al sillón y nos dormimos. Cuando desperté le pedí a la dueña de casa, que limpiaba residuos fiesteros, ya no tenía fuerzas, le pedí que tapara a mi compañero. Ella me miró: —¿Qué compañero? Si estuviste sola toda la noche. Los demás éramos parejas.
   No le conté nada. Alto rubio y espejado me quiso o le di pena. Da igual.
   Fui directo al hospital cubierta con una manta, tenía olor a vodka. Sentí que una mano sostenía la mía, lo miré y era él. Me di cuenta por la luz que irradiaba, o me esperaba, da igual.
                                     

domingo, 21 de enero de 2018

LO QUE IMPORTA ES LA CANTIDAD


   El calor la arrastraba. Se detuvo una camioneta, alguien la tomó del brazo y Fátima se encontró en plena oscuridad, había aire acondicionado y por fin pudo respirar. Noche cerrada, alguien le exprimió el brazo y la arrojó en un baldío, Fátima pensó lo peor, cuando le quitaron las cintas de embalar, pidió: —Por favor caballeros, no me hagan boleta. Hoy me hicieron tres por mal estacionamiento. Otra por cruzar en rojo.
   Subí al micro sin sacar boleto. Allí le conté al Guarda, que tantas boletas, me dejaron sin un centavo. —Bueno, tiene el perdón si me regala el ánfora que lleva en su regazo.
   —¡¡No!!-Gritó Fátima-. Son las cenizas de mis Padres y voy a por un lugar santo para esparcir su contenido.
   Dijo el Guarda: —A mí me hace un favor, tengo las cenizas de mis Padres y sé que se pondrán contentos de descansar en su ánfora tan lujosa, son cuatro, hasta podrán jugar tenis de cuatro. ¿Me acompaña a la Terminal de viaje? Le agregamos.-Y sacó un sobre de nylon- Aquí están ellos, si me permite los trasvaso yo, temo que se pierda una pierna, una orejita, en fin Ud me entiende.
   El ánfora era de oro puro y hacía doscientos años que estaba en la flia de Fátima. —Mire, Señora, sabemos que no tiene un gomán, su ropa da lástima y su cara de sacrificio espanta, me llamo Omar, entrégueme el ánfora. Tengo un comprador posta. El dinero lo dividimos en tres y todos contentos.
   Fátima le hizo entrega, el tipo resultó buen tipo, hasta los acercó al centro. El Guarda la tomó del hombro, si ya eran familia.
   —¿Te diste cuenta, Fátima, que este tipo tan gaucho, no sabe dónde vivimos, cómo encontrarnos? ¿Y la entrega del dinero?
   —No te preocupes, ¿sabés la cantidad de ánforas de oro puro que heredé de mi flia? Si querés, largá ese laburo de mierda que tenés y te venís a vivir conmigo.
                                                         

sábado, 20 de enero de 2018

LOS GRANDES NO ENTIENDEN


   El juego de la hamaca le mostraba el cielo cuando iba, y la tierra cuando volvía, el motorcito eran las piernas. Se encantaba con los alerces que con un poco más de impulso, llegaba a soñar las puntas y detenerse en los zorzales que se mecían color hora de la leche. Llenarse de piedritas los zapatos al detenerse para cruzar rápido, a la casa de la abuela. Siempre tenía la secreta esperanza de abrir la puerta y encontrar en el living al lobo feroz con el camisón y la cofia de la abuela. A ver con qué acompañaba la leche, seguro le agregaba café fuerte y tostadas fritas en manteca, envueltas con dulce de leche comprado, bien oscuro.
   Después, salir con el lobo a dar vueltas por el patio de la escuela y asustar los chicos, las maestras, la directora. Y ella de la mano de él para que vieran al lobo que tanto la quería y ni pensaba comerla.
   Él existía de verdad, pero era invisible a los ojos de los otros. La quería tanto que cuando ella se iba a dormir se sentaba en el alféizar de la ventana, para echar a los murciélagos que ambicionaban entrar cuando se dormía. Soñaba la pesadilla de los tres chanchitos cortando la panza del lobo para llenarla de ladrillos y coserla con agujas de colchonero e hilo sin sal. Cobardes los chanchos y ofendidos porque el lobo los comió enteros.   Tuvo hambre como cualquiera y les dio la oportunidad de no masticarlos para que al salir pudieran vivir. Mi papá pedía que me portara bien, porque él veía todo aunque yo no estuviera cerca de sus ojos. Llegó un día que mi papá me vio con el lobo y lo mató con tres tiros de escopeta. Me dolió la panza de tanto llorar y los brazos de palear tierra para su tumba.
   Le hice una cruz católica y una estrella judía, nunca supe qué religión tenía. Me divorcié de mi papá, como lo hizo mi mamá, años antes del asesinato de mi amigo. No quise ir a vivir con ella porque se casó con un hombre antipático con panza chanchuna.
   Me quedé con mi abuela que me llevó a Miramar de vacaciones. Yo le hacía poner su cofia de dormir y nos metíamos en el mar de la mano. Cuando nadábamos me recordaba a mi amigo lobo. Como ella tenía pelos en casi todo el cuerpo y dientes grandes, sentía felicidad como si él estuviera vivo.
                                                   

viernes, 19 de enero de 2018

LOS FELINOS REINAN


   Un tattoo genio y amigo sabe que amo los gatos. Donde vivo no puedo convivir con uno, catorce horas encerrado sería cruel. Me hizo uno en el brazo. Tiene ojos entornados y alerta, su nombre es Prudencio. Negro, yo no tengo prejuicios, digo, para los que creen que traen mala suerte. Sus características van más allá de lo posible, lo escuché ronronear al compás de mi sueño.
   Prudencio arañó suave mis mejillas, avisó que un ladrón quería robar, abrí entredormida, él saltó sobre el chorro y le arrancó los ojos con uñas indignadas. El chorro cayó por las escaleras de tres pisos. No miré más, la sangre me da vértigo y las bolitas de los ojos rodaban solas. Cuando miré mi brazo, Prudencio dormía como un bendito, mientras me amasaba el brazo. Llamé a mi amigo Tattoo y le conté el episodio. —¡Vos sabés lo que esto significa, no lo divulgues. Me pasó en otros lugares del mundo, los tatuajes que hago cobran vida y en esta ocasión, muerte, el chorro se desangró. Decime vos cómo le podés hacer entender a un policía, que siempre entienden con el culo, que Prudencio te defendió con sus propias uñas, ni siquiera están en el tatuaje!
   Se puso tan mal que le corté. El gato siguió con su comportamiento animado, me sentí acompañada y protegida. Un día recibí una carta escrita a mano desde Estocolmo. Tattoo me contó que perfeccionó su oficio. Ahora hacía tatuajes animados como Prudencio. Tuvo problemas con un tigre que se morfó ocho pibes. Escribió que los suecos son el colmo de la indiferencia, en dos años cerraron el caso. El dueño del tatuaje “tigre” era un espía encubierto. Eso lo tranquilizó y siguió trabajando del mismo modo. Mandó un pasaje a Estocolmo. Acepté, no enamoramos ni bien llegué.
   —¿Querés un tatuaje veloz?-Preguntó, dije que sí, me besó la boca y quedó su boca en la mía, hermética, la había sellado. Me alimentaba con una manguera de: ”Comida al suero”. Así aseguraba mi fidelidad. Pero no estoy cómoda. Hay suecos que borran tatuajes. Tengo turno mañana. Prudencio me sonríe, sabe que volvemos a Argentina, a él le encanta. Bueno, no sólo hay gente con mal gusto, también hay gatos.
                            

jueves, 18 de enero de 2018

DESPUÉS ES PEOR


   Conseguí este trabajo después de escuchar los clásicos “Usted carece de experiencia laboral” o “Usted es demasiado joven para lo que necesitamos” o “Usted sobrepasó la edad solicitada” Un amigo del secundario que encontré en los almuerzos anuales prometió un lugar donde ganaría muy bien y mi capacidad lo excedería por varios cuerpos.
   Sin más, fui nombrado. El primer día asistí con un traje que perteneció a mi padre, una camisa de seda de mi abuelo y una corbata italiana de mi tío, alguien que nunca se supo dónde está. Llegué temprano, fui el primero en marcar mi tarjeta, me sentí como un poste de estacionamiento. Vino la jefa, se presentó como July, confesó que su nombre era Julieta, pero le parecía que la gente la miraba balcón.
   Señaló mi futuro escritorio. Sin más se retiró.
   Tenía enfrente un gordo que llegaba tarde y le hablaba al público tomando café con leche y masticando medias lunas, además escupía pedacitos de lo que comía.
    Era el que más sabía con respecto a trámites bancarios. Tenía poca paciencia con los ancianos, que eran los más. Si la persona precisaba más de tres explicaciones, él se semi levantaba de la silla y le gritaba que viniera otro día acompañado de un traductor que tuviera tres décadas menos que él.
   Logré hacer mi trabajo con velocidad y prudencia. Estudié la ruta de cada papel, sus caracoles difíciles de discernir por su forma de manguera enroscada y los destinos de cada laberinto.
   El gordo aprovechó mi concentración en el trabajo, bostezaba, se limpiaba los dientes con un palillo.
   Por momentos fue tal la carga a resolver problemáticas numerosas, que comencé a odiar mi compañero escupe medialuna. Canalicé por el lado de tímidos pedidos. A lo cual él respondió. –Cómo no!- Le produjo un comportamiento estúpido, me llevaba todos los días una medialuna comida hasta la mitad en un plato salpicado de café.
   Mi próxima queja fue al lado de su oreja: —Si no te ponés a trabajar a la par conmigo, gordo de mierda, voy a llamar a los gritos a July para que te raje donde a ella más bronca le dé. ¿Entendiste, nabo?
   Regresé a mi lugar, el gordo trabajó con ahínco y cumplía horario. No pudo dejar su adicción a las medias lunas, siempre tenía una sobre el escritorio.
   De a poco el gordo empezó con velocidad crucero hasta llegar a catamarán.
   Yo tenía veintisiete años y me estaba tomando el pelo un ñoqui al que sólo le faltaba pasar por el tenedor. Tardó en aparecer, mi odio se hizo árbol.
   Un día por sorpresa, siento que alguien deposita una cantidad inusitada de expedientes. Sonrió de costado y con su aliento a caca de gallina me hizo saber que era mi nuevo jefe.
   Me alejé del escritorio y di con mi cabeza en su panza ramplona, olvidé que llevaba el cuter grande y lo adosé al cabezazo, lo maté.
   Hoy presto declaración en mi primer audiencia. Me vestí con el traje de mi viejo, la camisa de seda de mi abuelo y una corbata italiana de mi tío desencontrado.
                       

miércoles, 17 de enero de 2018

AGUAS TURBIAS


   Tomaba fotos sorprendentes de objetos y personas opacas, su ojo descubría tesoros ocultos en un ángulo de baldosa ó en la inserción inexplicable de un viejo sanitario con el piso. Los hermanos Giovanetti, brindaron una fiesta a sus padres, aniversario de casados. Invitaron a Sebastián, que les guardaba un cóctel de afecto, sospechas y miedo. Tanos ricos repentinos, laburantes de nacimiento, con resultados más suntuarios que sus esfuerzos. Se hablaba de filones de juego, droga o testaferría, la gente hablaba, como le gusta a la gente hablar. Imaginando el lado más bestia de las vidas ajenas. Durante el transcurso del vino, cuando ondulan los espacios, pidieron a Sebastián tomar fotos del evento. Él no llevó su máquina, para poder tomar y fumar sin el cargo de cuidar su máquina entrañable. La mamá Giovanetti, con varias copas en su cabeza, le entregó una máquina pequeña, de una tecnología que prendó a Sebastián de inmediato. Algo tan chato y exiguo, con tantas posibilidades, le despertó las ganas, que el mandato Giovanetti le había dormido.
   Sacó las fotos de rigor, a los viejos, los hermanos, los tíos, los sobrinos, la mesa imponente y los mozos disfrazados de sillón con moño. Cuando empezaron los discursos de palabras arrastradas, obvias, patéticas y etílicas, Sebastián se perdió en el jardín intrincado, bañado de luna llena. Dejando atrás las antorchas encontró un estanque, de aguas turbias, con islas de hojas secas y musgos inquietantes. Tomó fotos del fondo, que tenía la imagen diluída de aquella luna, rodeada de carpas dormidas. Perdió pié y la cámara se hundió en el fondo del estanque. Trató con su brazo y luego con varias cañas. Resultó imposible el rescate.
   Escuchó los dulces llamados de la señora Giovanetti: —Sebastián, querido ¿dónde estás?, preparate, que ahora viene el vals. Sebas ¿me escuchás?...te esperamos…
   Él se irguió y pensó enfrentar la situación. Las piernas le temblaban y los pasos indolentes le dictaron que lo mejor era huir. Trepó al paredón como un gato, saltó a la calle, tomó su moto, con presteza lúcida arrancó con un ruido que tapaban las tarantelas y se fue a la mierda.
                                                                         

martes, 16 de enero de 2018

CHUSMA


   —¿Vos a tus hijos los bañás diariamente?-Preguntó una vecina que Carola hubiera querido que no existiera-.
   —De ningún modo! El agua es un recurso no renovable. Mis hijos descubrieron una laguna de agua dulce entre piedras antiquísimas, allí nos aseamos todos.
   —¿Y en invierno?
   La arpía chusma quería saber. —Igual sale tibia, son aguas termales.
   —¿Y no podríamos ir nosotros?
   —No. –Dijo Carola-. Uds contaminarían el agua. Es sólo para cinco personas.
   —Nosotros somos limpios, ché.
   —Permitime el maleficio de la duda, te puedo contar. Cuando vinieron mis Abuelos, en este lugar no había nadie y eran fantásticas las arboledas, los bosques, la tierra negra se deshacía con las manos, ellos sembraban y todo crecía con gusto a verdulería, no como la porquería que ahora llaman verdulería. Jamás tomábamos leche, mis Abuelos sembraban soja y de allí derivaban los productos lácteos, como el tofu, por ejemplo. La vida era bella como los amaneceres y los atardeceres.
   —¿Y?-Preguntó la arpía chusma-.
   —Después fueron apareciendo Uds que se encargaron de convertir todo en un infierno. Se reprodujo gente mala, de intenciones aviesas, jugando con sus vehículos y casas a ver quién la tiene más grande. Por suerte o por dios, a veces son la misma cosa. Nos mudamos a Uruguay, un predio que tiene 500 km a la redonda sin nadie más que nosotros. Una cosa agradable es que no voy a estar con gente estúpida como vos. 
                                         

lunes, 15 de enero de 2018

RELACIONES ORTODOXAS

  
   —Me abrazó y dijo que me quería. Había luna llena.
   No le voy a contar lo otro. Porque Paula es chusma compulsiva y suele repartir lo peor de uno mismo, me pregunta: —¿Y vos te lo creíste?
   Se le frunció la cara, hizo media sonrisa entre irónica y perversa, le dije: —¿Vos te pensás que soy boluda? No le creí ni el abrazo, ni que me quería, hasta resultó molesto que su brazo derecho me impidió ver lo llena que estaba la luna.
   A Paula se le alisó la piel y sonrió verdadero: 
—Por suerte a mí no me pasan esas cosas, tengo ciento ochenta novios por Internet, todos cariñosos, escriben acerca de mi cuerpo y cómo les gustaría, bueno, cómo les gustaría. Vos me entendés.
   Yo no le entiendo nada, me dan ganas de decirle que se está perdiendo el mundo en nombre de la tecnología, no quiero ser mala, le digo: —Pau, ¿por qué no hacés una cita a ciegas con uno? No los ciento ochenta, andá de a poco y después ves.
   Se tapa la cara con el pelo, en voz baja asegura que va a probar, tal vez le va mejor que a mí.
   Es un aparato Paula, pero le tengo piedad, con la única persona que habla es conmigo, vive sola, mira tele la mitad del día y luego se comunica con sus amigos internetianos. Come yogurt y manzana o compra porquerías en el super. No tiende su cama jamás, opina que para qué, si a la noche se va a acostar de nuevo.
   Hace dos meses que no tengo noticias de Pau. Me asusté, la llamé y quedamos en vernos: —Salí con los ciento ochenta, ninguno valió la pena. Mucho impotente, mucho burro bestia, hubo dos o tres que me pegaron, si no fuera por el portero, oyendo mis gritos, ahora estaría embarazada o muerta, quién sabe.
   Le acaricié la cabeza: —¿Y?
   Me contó que vive con el portero, hacen el amor casi siempre y él cocina y tiende las camas: —Tiré mi computadora a la basura, fue un alivio. Todavía no le dije, pero hace tres meses que no me viene. Hoy le cuento, tiene derecho.
                                                

domingo, 14 de enero de 2018

PARALELOS MERIDIANOS

  
   —Me abrazó y dijo que me quería. Había luna llena.
   No le voy a contar lo otro. Porque Paula es chusma compulsiva y suele repartir lo peor de uno mismo, me pregunta: —¿Y vos te lo creíste?
   Se le frunció la cara, hizo media sonrisa entre irónica y perversa, le dije: —¿Vos te pensás que soy boluda? No le creí ni el abrazo, ni que me quería, hasta resultó molesto que su brazo derecho me impidió ver lo llena que estaba la luna.
   A Paula se le alisó la piel y sonrió verdadero: 
—Por suerte a mí no me pasan esas cosas, tengo ciento ochenta novios por Internet, todos cariñosos, escriben acerca de mi cuerpo y cómo les gustaría, bueno, cómo les gustaría. Vos me entendés.
   Yo no le entiendo nada, me dan ganas de decirle que se está perdiendo el mundo en nombre de la tecnología, no quiero ser mala, le digo: —Pau, ¿por qué no hacés una cita a ciegas con uno? No los ciento ochenta, andá de a poco y después ves.
   Se tapa la cara con el pelo, en voz baja asegura que va a probar, tal vez le va mejor que a mí.
   Es un aparato Paula, pero le tengo piedad, con la única persona que habla es conmigo, vive sola, mira tele la mitad del día y luego se comunica con sus amigos internetianos. Come yogurt y manzana o compra porquerías en el super. No tiende su cama jamás, opina que para qué, si a la noche se va a acostar de nuevo.
   Hace dos meses que no tengo noticias de Pau. Me asusté, la llamé y quedamos en vernos: —Salí con los ciento ochenta, ninguno valió la pena. Mucho impotente, mucho burro bestia, hubo dos o tres que me pegaron, si no fuera por el portero, oyendo mis gritos, ahora estaría embarazada o muerta, quién sabe.
   Le acaricié la cabeza: —¿Y?
   Me contó que vive con el portero, hacen el amor casi siempre y él cocina y tiende las camas: —Tiré mi computadora a la basura, fue un alivio. Todavía no le dije, pero hace tres meses que no me viene. Hoy le cuento, tiene derecho.
                                                

sábado, 13 de enero de 2018

DEJAR HACER DEJAR PASAR


   —¿Quién fue? -Lo peguntó con voz de gallina clueca, por algo le decían Betty la malvada-.
   Lo amigos del domingo rodeaban la mesa de ravioles caseros que hacía Dionisia, con recetas herméticas, aprendidas de su familia provinciana. Tenía cultivos de plantas aromáticas desconocidas hasta por sus patrones nuevos ricos. Dionisia se acercaba al señor: —¿Qué quiere comer el hombre hoy?
   La señora, sin mirarla, decía: —Te dije mil veces que se pregunta: “¿Qué desea comer el señor hoy?”, ¿tanto te cuesta dejar de lado tu ignorancia?
   El marido sin levantar la cabeza del diario, acotaba: —Dejála, ella es así.-Luego de un eructo-. –Además cocina como una diosa, por algo se llama Dionisia, su nombre empieza con la sílaba dio, es una santa, no la jodas a ver si se nos va.
   Fue de visita Betty la malvada a la hora del té y preguntó con voz de gallina sin servir: “¿Quién fue?”. Bárbara ligeramente alterada, le dijo:  —¿Por qué preguntás siempre lo mismo y a qué te referís con quién fue, quién fue qué?
   Contestó apretando sus fosas nasales con un pañuelo de papel: Él o la que llena de flatulencias hasta los balcones.
   Todas las miradas se dirigieron al abuelo que tomaba su Bloody mary, perdido en sus recuerdos. Dionisia que cuidaba al anciano como si de su padre se tratara, respondió: —Los años de las personas mayores dejan salir sus aires internos descartables, en mi tierra dicen que se desgracian. Igual podría ser cualquiera, no veo ningún joven, ya verá señora malvada, perdón señora Betty, que a usted le pasará lo mismo.
   Betty partió sin saludar, con la nariz en alto ahora tapada entre el pulgar y el índice. Los señores le suspendieron sus francos por dos semanas. Dionisia lloró a mares porque eran los días en que mandaba sus sueldos completos a la provincia de sus parientes, tan pobres como la pobreza. Días que comerían mendrugos y mates, si les quedaba yerba.
   Los amigos de los domingos rodeaban la mesa de los ravioles dionisíacos. Le salieron tan exquisitos que repetían los platos una y otra vez. El señor abrió más botellas de vino de lo acostumbrado. Dionisia recibió felicitaciones, todos encantados con sus guantes de servir blancos, mientras en la cocina permanecían los quirúrgicos que usó para cocinar. El día anterior había lustrado la casa, no quedó ni una mácula. Nadie lo advirtió, pero a ella no le produjo ningún asombro. Los invitados quedaron tan satisfechos que no pudieron tomar el postre.
   De uno en uno parecían dormir sobre la mesa, algunos rompieron el círculo y cayeron al piso, se formó un coro de eructos ensordecedor y un tsunami de flatulencias rompió los vidrios de todas las ventanas.
   Dionisia no levantó la mesa, no quiso interrumpir el sueño de los ángeles. Se dirigió a su pequeño dormitorio y armó la valija roja que no cerraba y no cerraba. Optó por hilo sisal, asomaban ropas pero se sostenían.
   Cuando llegó el momento de cambiar sus vestidos, se produjo un push-up en el corpiño, relleno de pesos, dólares y euros. No dejó rastros de su paso por la casa. Caminó de noche hasta la terminal, sacó un pasaje a su provincia. Las demoras y roturas de micros postergaron su llegada. Una semana para abrazar a sus viejos, hermanos, sobrinos, tíos, hijos y vecinos.
   Su marido llegó bien entrada la noche, envuelto en tierra y herramientas oxidadas. Se metieron en el rancho para poner al día tanta ausencia de amor postergado.
   Los amigos del domingo fueron encontrados muertos, sin causas aparentes. Nadie reparó en los tiestos infinitos de cicuta y hongos venenosos a granel que Dionisia agregó a los ravioles del último domingo. El caso se caratuló como muertes naturales por ingestas excesivas y vinos de dudosa procedencia.
   Eran tiempos de gobiernos mafiócratas, donde los expedientes se quemaban por las dudas.
                                                         

viernes, 12 de enero de 2018

SOMOS MUCHO MÁS QUE UNO


   Era tan alto que sacó todas las puertas y decidió hacer arcadas en las aberturas, para trasladarse de una habitación a otra, sin bajar la cabeza.
   El problema que pensó solucionado, le permitió caminar erguido. Sus cervicales descansaron. Brígido Arribas desayunaba vino, almorzaba vino, tomaba vino tibio a la hora del té. Su andar errático al pasar las arcadas, le producía sendos chichones azules, que casi tocaban el cielo. Se vestía con túnicas largas, porque trajes para su altura no existían. Detalle que no le importaba, nunca salía de la casa. Su alimentación fue la herencia que le dejó su padre, una bodega de vinos exóticos que Brígido Arribas degustaba el día entero. Cuando el mundo producía círculos a su alrededor, caía sobre cuatro colchones, dispuestos uno a continuación del otro.
   Sus vecinos, problemáticos como todos los vecinos, juntaron firmas por que los ronquidos de Brígido Arribas, les impedían dormir. Llamaban a su puerta en vano, porque él no tenía interés en escuchar bípedos enanos, reprochando sus sonidos nocturnos, que para Brígido Arribas, eran sinfonías de alguien tan talentoso como él mismo.
   Había un dejo de aburrimiento en su vida de ermitaño.
   Por la raja de la puerta vislumbró una mujer calada de lluvia y frío. La piedad le hizo abrir la puerta e invitó a la mujer a protegerse en su ermita. Le ofreció vino caliente con canela, aceptó gustosa, su nombre era Rita Banaperder.
   Una dama encantadora que le sugería que el dios Eros existía. Durmieron juntos con todo respeto.
   Rita Banaperder fue la primera en despertar, preparó un mate de vino y le cebó a Brígido Arribas, que por vez primera se sintió bien atendido, el mate no quemaba y la mujer sonreía.
   Hablaron de cosas interesantes, como: lo que mata es la humedad, cuándo dejará de llover, la ropa no se seca más y la libertad de los gatos para andar los techos.
   Brígido Arribas encontró que la mujer era culta y distinguida, como sabia acostumbrada.
   Al cabo del día estaban totalmente beodos.
   Ella pidió conocer la bodega. Brígido Arribas propuso dormir en dicho lugar, mientras Rita Banaperder saltaba y brincaba por la idea.
   Hacía frío en la bodega, él ofreció dormir sobre el piso y que ella tomara como colchón su cuerpo. Ignorando lo que hacían, hicieron.
   Brígido Arribas le ofreció casamiento, ella contestó que eso era una antigüedad y una cobardía.
   Fueron felices hasta que sus páncreas estallaron.
   Antes de morir se tomaron una copita de Licor de Las Hermanas. Los vecinos extrañaron las sinfonías de ronquidos y tenían insomnio con culpa, mucha culpa, muchísima.
                                

jueves, 11 de enero de 2018

TODOS PARA UNO Y ALGUNO PARA NADIE


   Me agarraba con las manos la cabeza mirando el piso del micro, encontré una tarjeta con un número telefónico “Se necesita ayudante de diseño”. Levanté la tarjeta y ya en casa marqué el número. Salió redondo, inventé un currículum de ganador experto en la actividad solicitada. Favoreció mi aspecto exterior, alto, rubio, ojos celestes. Respondía al pensamiento único: los blanquitos son confiables. Elegí un traje de lino blanco, cortaba el overdressed con sus arrugas naturales, una mochila de cuero de vaca made in Argentina. Asomaban rollos de papel vegetal. Los inglese son seres decontracté, contracturados. Llegué puntual a la entrevista. Al tronpa le brilló la ambición cuando presenté los pos grados en Oxford y Cambridge. Extendí bocetos realizados para reciclados en casas de Londres y las reconstrucciones en Dublín. Su madre era irlandesa, no pudo disimular cierto orgullo personal.
   Fui contratado de inmediato, no como ayudante sino como Director General del Departamento VIP de la empresa. Tenía a mi cargo dos yanquis y un argentino.
   Con Join y Peter había acuerdos tácitos, casuales y óptimos resultados. El primer conflicto laboral lo tuve con el argentino, pretencioso, engrupido y bastante ignorante, por cierto. Alberto era el encargado de romper cualquier armonía. Hablaba un británico perimido que nadie entendía. Con la autorización de la empresa pedí tres ayudantes más. Todos estuvimos de acuerdo ¿menos quién? Alberto.
   Entraron Paul y Mary, dos canadienses divertidos, creativos y respetuosos. Una boliviana experta en diseños de jardines, Domitila, humilde como hilo sisal, era políglota y más inteligente que cualquiera de nosotros. El tronpa nos dio un trabajo de alta responsabilidad. Debíamos reformar los jardines que rodean al Palacio de Buckingham.
   Con Domitila a la cabeza aprendimos el cómo enfrentar la tarea, dijo: —Ustedes relajados se presentan y me presentan al jardinero, lo conozco de años pero los ingleses olvidan pronto, mucho más si una es petiza, negra y bolita. Eso es secundario.
   El primer encuentro con el jardinero y sus ayudantes resultó casi perfecto. Trabajamos días y noches, teniendo en cuenta especies, clima, césped, laberintos amables, senderos que conducían a pérgolas de rosas perfumadas y colores altos.
   Ninguno lamentó no conocer a la familia real, eran feos y antipáticos. Sus propios jardineros los detestaban, sin decir, decían.
   Alberto y sus críticas permanentes nos cansaron los oídos. Un día corté por lo insano, lo seguí al sanitario y lo cagué a trompadas al mejor estilo argentino. —De ahora en adelante, mi querido Alberto, vos sos de palo, quietito y sin abrir la boca, no voy a sugerir tu prescindencia, pero quedate en el molde o te parto.
   Afuera, Join, Peter, Mary y Paul, con las orejas  pegadas a la puerta escucharon todo. Cuando salí me aplaudieron, lo sentí como un premio al diseño violento. Domitila, que no fue al sanitario, pero tiene oído tísico me dijo: —Fue necesario y oportuno, amerita un festejo en un pub suburbano, vamos todos así no me notan. Odio que estos piratas me desprecien.
   Tomé tanto whisky y otras yerbas que tuve ganas de volver a Buenos Aires. Después recordé las elecciones y me dieron náuseas. Ni en pedo volvería.
                                                     

miércoles, 10 de enero de 2018

MI VIDA

    —Pase, póngase cómodo.
   Toda mi manzana es de casas igualitas, tienen una Señora que limpia, atiende el timbre y barre la vereda. Limpian los vidrios hasta que afuera y adentro signifiquen lo mismo. Llevará cuatro horas por día y la paga es miserable, como no hay trabajo, entonces enganchan con toda facilidad. Yo no podría aceptar una persona que limpie mi mugre, se me pone la piel de pollo. La tarea la personalizo, mis manos se queman, los dedos se cortan, mis pies se callicifican, en mi cara se instalan arrugas por más buena música que escuche. No soy ama de casa, soy la odio mi casa por excelencia.
   La plata no la lustro por mandato abuelístico, al igual que el bronce. He visto Señoras bruñendo y bruñendo sus picaportes, hasta que quedan brillantes no se detienen. Piensan que es una forma de lavar sus pecados.
   Yo limpio los vidrios de casa cuando ya no se puede ver el afuera. Cocina mi marido, que le encanta. Él lava la cocina porque dedujo que yo la dejo pringosa. Toda la vajilla descansa en el secaplatos. Cuando cae la última gota la guardo. Pero él no quiere, dice que les doy ubicaciones que lo confunden.
   Yo escribo, mal, pero me seduce desde niña. Esta actividad me insume cuatro horas.
   De la ropa se encarga el lavarropas, que hay que vigilarlo porque es loco, a veces camina o inunda la cocina. La ropa la tiendo al sol, la plancha se abolió en el año MCCMXIII.
   No atiendo el teléfono ni el celular. Sólo los quince de cada mes, llama mi hijo que vive lejos y estoy segura que preferiría hablar con sus amigos. Veo tres o cuatro capítulos de alguna serie de Netflix. Del diario, leo por compu Clarín, sólo Lanata y Borenstein sábado y domingo. Tomo un café diario en un lugar berreta. Me da igual que llueva o haya sol. Voy al Analista una vez por semana y hago un curso de escritura dos veces por mes. Tengo un Blog de Cuentos Cortos, a veces la pego, al día siguiente me parecen un bodrio. Tengo una sola amiga, no hablaré de ella, porque es reservada y no le gusta que escriban acerca de su vida. A mi compañero tampoco le gusta que lo nombre en mis cuentos. Mi hijo me prohibió que contara algo de sí, en un cuento, amenazó con cortarme el rostro.
   Bueno, Señor Periodista, ya le conté la diaria de mi vida. Es un aburrimiento indecente.
   Ey!, Señor Periodista, se durmió! ¿Se durmió?
                                                         

martes, 9 de enero de 2018

RECORRIDOS


   —Si hacemos el viaje, la primera parte la dirijo yo, la segunda vos.¿D’accord? -Propuso Rasta-.
   —Sí, pero no te pongas putito hablando en francés. ¿Te va?, no quiero Torre Eiffel, Sacre Coeur, Arco del Triunfo. A mí me gustan los bajos fondos, la gente bizarra, los bodegones.
   —Bueno, lo que quieras, pero yo voy primero, y dijiste que sí. Ahora bancame.
   El pobre John recorrió todos los museos de pintores, impresionistas, clásicos, barrocos. Cuando un Dalí le hizo volar la cabeza, se sentó en un banco y pasaban ciento veinte japoneses, con una traductora chillona, que le impedían ver nada. Con Bacon le pasaron los japoneses y sintió inminente lo del peligro amarillo. ¡Cómo turisteaban los oblicuos! Los alemanes muy salchicheros, con un terrible olor a chivo. Los suizos le parecieron ideales para dormir la siesta. Los Países Bajos, en general lo bajonearon. Cuando Rasta decía “Mirá esto”, “Mirá aquello” o “No me digas que no es fantástico”, fantástico era una palabra detestable para él.
   Pasaron tres meses: —Ahora elijo yo, dónde y el por qué, cada uno sabrá. -Dijo John, gozoso-.
   Primer país, Irlanda, tomaron cerveza hasta no poder decir basta. Rasta, que la iba de fino, chupaba y después se cagaba a piñas con cualquiera.
   John fue a conocer Polonia, Rumania y Ucrania. Rasta lo siguió con rigor, por lo prometido y porque no tenía un mango. Los tres países le hacían pasar del miedo al asombro, los habitantes eran generosos notables. La última noche de John y Rasta, la cerraron con desprecios mutuos: —Yo con vos, no viajo más.
   —¿Y yo, que me quedé sin guita y no te importó nada?
   —¿Y la mina que me encantó y me la birlaste? Porque me gustaba a mí, de competitivo, al final sos un falso amigo, sos una mierda.
   —Jamás iría con vos ni a Berisso, juro.
   —¿Y los calzoncillos con relleno que me cagaste?
   —¿Y los agujeros de mis medias?
   —¿Y cuando le vomitaste a la Azafata en la cara?
   Al año siguiente se revirtió todo, eso ocurre y es bueno. Planificaron un viaje a China, Tai Wan, Thailandia y Singapur.
   El comentario más destacado del viaje fue: 
—Che, ¿estaremos viejos? ¿viste que no nos peleamos nunca?
                                                            

lunes, 8 de enero de 2018

GAJOS DE OFICIO


   De día no se me ocurre nada, le doy de comer al gato, miro qué pájaros hay en el jardín, si crecieron los tomates, los cebollines y el orégano. Es mi alimento básico. Tomo un café negro y fumo un pucho rubio. El cuento que terminé anoche me pareció genial y dormí contento. Ahora lo releo, es un mamarracho, tiene faltas de ortografía, tachaduras mil. Parece un tobogán. El principio es inquietante, en la mitad se corta el hilo y lo recupero con un final pura verdura.
   Se hizo de noche. Hay un material que me gustaría desarrollar para un cuento nuevo. Comienzo con alguna dificultad, luego el personaje me atrapa y es quien decide lo que viene, el tipo es un escritor que duerme de día y escribe de noche.
   Fue premiado en incontables concursos locales e internacionales, se pagaba los viajes para asistir a recibir sus premios. Casi siempre eran estatuillas de yeso pintado, lapiceras sin tinta, escuditos. Él pensaba que los premios eran un bodrio. Un día decidió no presentarse más a ningún concurso, para gente chata ya se tenía a sí mismo. Bueno el cuento, muy bueno.
   Me transformé en escritor y escribía casi doce horas por día. Dejé el baño diario, me hacía perder tiempo. Eran notables mis uñas largas y negras, el alicate lleva su tiempo. Tiré al basurín el peine, para que los pelos se me pararan y oxigenaran mi cerebro.
   Visité una editorial prestigiosa. Las secretarias, asustadas, llamaron al editor. Me miró de arriba abajo y dijo que me fuera a bañar. En el camino se me ocurrió un cuento, se trata de un editor prestigioso con cara de pit-bull, un viejo puto, bah...
                                          

domingo, 7 de enero de 2018

PASTO SECO


   Cuando se jubiló de capataz, pensó que el mundo terminaba, ignoró que se descubría uno nuevo. Tomaba mate en el banco del fondo y conocía las melodías de todos los pájaros, benteveos, calandrias, jilgueros, horneros, zorzales, ratoneras, colibríes y algún extranjero  visitante sediento, que atravesaba  el lago, se iba saludando con su melodía.
   Toribio estaba a gusto. Su mujer, Rosa, odiaba el mate, el zorzal que cantaba a cualquier hora y cuando el humo de la fogata se metía en la casa tenía la costumbre de gritar a su marido. —De acá siento el olor del toscano y entra en la casa.
   Toribio se cansaba de las protestas de su mujer. Montaba su caballo pinto, igual al de Perón, pero éste casi besaba el piso. A paso lento llegaba a la cancha de bochas del Club Pasto Seco. Sus amigos ya estaban jugando y cuando lo vieron le dieron las “Buenas y santas”, sin mucho entusiasmo. Toribio ganaba siempre. Pero no se jactaba y si alguno, cosa rara, le ganaba, lo aplaudía con un sapukay que hasta la Rosa escuchaba. La mujer del dueño de Pasto Seco preparaba tortas fritas y chipás, Toribio se atosigaba hasta no dar más. Escuchaba la campana de su casa, hora de comer. No comía casi nada. —Yo sé qué tenés en la barriga, vaya a saber la cantidad de tortas fritas y chipás. ¿Me querés decir para quién cocino yo?
   Toribio era un pan de dios y no le gustaba discutir a la vejez varicela. Se acercaba a la mejilla de Rosa para agradecer y ella le metía un codazo. La primer mañana de otoño, Rosa miró desde la cocina. Él tomaba mate en el banco del fondo, dos zorzales amigos descansaban en su cabeza.
   Ella tuvo un ataque de ternura y tomó asiento al lado de Toribio. Estaba helado y su corazón no latía. Los zorzales cantaban su ausencia. Rosa lloraba sin lágrimas en medio de Pasto Seco, cientos de pájaros lugareños asistieron al velorio.
                                                         

sábado, 6 de enero de 2018

¿A DÓNDE VA LA MÚSICA?


   Quería que le compraran un violín. Su petición fue denegada, no tenían casi dinero.
   Luisa reconocía las voces de todos los pájaros, en la casa, en su cuarto de cemento sin pintura, parecido a una celda, ella trasladaba a un violín inexistente aquellas voces que tan bien conocía. A los padres les resultaban molestos aquellos sonidos.
   Tanto así que ahorraron para comprar el instrumento.
   Se lo entregaron el día del cumpleaños número catorce, Luisa tiró besos al aire y se encerró en su pseudo cuarto. Provenían arpegios leves que envolvían los platos de comida de sus padres. Estando afuera, cerca de la entrada tocó un solo de violín que hizo callar todos los pájaros. Un joven caminante se acercó para escuchar mejor, luego se sentó a los pies de Luisa. En un intermedio el joven se presentó como Ludovico Cami. Dijo que no podía permanecer mucho tiempo, pero le haría algunas correcciones que le serían de utilidad. Se asombró de la cantidad de partituras para solos de violín, Luisa las había sustraído de la casa de su vecino muerto. Ella le daría continuidad a esa música.
   El joven fue aceptado como maestro de Luisa. Dormía en un jergón del establo. Pasaban los días y Luisa adquirió más conocimientos que los que Ludovico le enseñaba. Un atardecer, dijo que él amaba ser caminante, así como ella amaba su música. La despedida fue con una promesa de volver, que no sería cierta. Los dos sabían que mentían.
   Luisa corrió a su pseudo cuarto.
   El violín tenía una cuerda suelta, mientras ella tocaba, fueron saltando todas.
   Siguió tocando.