Quería que le compraran un violín. Su
petición fue denegada, no tenían casi dinero.
Luisa reconocía las voces de todos los
pájaros, en la casa, en su cuarto de cemento sin pintura, parecido a una celda,
ella trasladaba a un violín inexistente aquellas voces que tan bien conocía. A
los padres les resultaban molestos aquellos sonidos.
Tanto así que ahorraron para comprar el
instrumento.
Se lo entregaron el día del cumpleaños
número catorce, Luisa tiró besos al aire y se encerró en su pseudo cuarto.
Provenían arpegios leves que envolvían los platos de comida de sus padres.
Estando afuera, cerca de la entrada tocó un solo de violín que hizo callar
todos los pájaros. Un joven caminante se acercó para escuchar mejor, luego se
sentó a los pies de Luisa. En un intermedio el joven se presentó como Ludovico
Cami. Dijo que no podía permanecer mucho tiempo, pero le haría algunas
correcciones que le serían de utilidad. Se asombró de la cantidad de partituras
para solos de violín, Luisa las había sustraído de la casa de su vecino muerto.
Ella le daría continuidad a esa música.
El joven fue aceptado como maestro de Luisa.
Dormía en un jergón del establo. Pasaban los días y Luisa adquirió más
conocimientos que los que Ludovico le enseñaba. Un atardecer, dijo que él amaba
ser caminante, así como ella amaba su música. La despedida fue con una promesa
de volver, que no sería cierta. Los dos sabían que mentían.
Luisa corrió a su pseudo cuarto.
El violín tenía una cuerda suelta, mientras
ella tocaba, fueron saltando todas.
Siguió tocando. 
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