El cónyugue era
pequeño, gordito y blanco luna. Rigoberta fue obligada a casarse con él, por su
prosperidad económica. Eran tiempos en que lo sugerido se obedecía. Ella
soportó reclamos amorosos del gordito, fuera donde fuera y en horas
imprevisibles. Rigoberta se recibió de Abogada, su inteligencia y honestidad la
llevaron a ocupar un cargo público, donde desarrolló planes prósperos, con el
apoyo de gente humilde y trabajadora. Una Evita moderna, bah… Sus incrementos
económicos aumentaron. El gordito blanco luna le producía un asquito, agudizado
por su trabajo continuo.
Una noche de
odio se brotó por las exigencias del gordito. Tomó la Justicia de la mano,
único modo de hacer Justicia. Propuso como juego erótico al gordito, el uso de
la cinta de embalar.
El gordito
imaginó porquerías nuevas y se entregó. Llegaron las Fiestas, Rigoberta le dio
a su marido forma de lechón encintado y lo mandó cocinar en la Panadería. Al
asador le dio miedo el formato del lechón, pero teniendo en cuenta la rigurosidad
justiciera de la Doctora, lo hizo. Los invitados terminaron la comida elogiando
el valor nutritivo porcino. Varias amigas, de maridos obesos, le pidieron la
receta. Rigoberta describió con verdad, el alimento. No le gustaba mentir.
Al año siguiente,
casi todas sus amigas enviudaron.
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