—Si nos
acostamos a las cinco ¿por qué ponés el despertador a las doce? Mañana quiero
dormir, me arden los ojos de todas las fotos, los documentos, la propiedad. No
me voy a levantar, andate vos sólo.
Sentí que se
acostaba sin ganas de explicar nada.
—Mañana lo
rematan, estos tipos no perdonan.
Me dormí sin
decir que yo iba a estar para defender junto con él, aquel pedazo que nos
dejaron. Había que sacar el dinero del Banco y era mucho, después acusó que
mucho más. Habló de lugaretes, al final lo hice callar.
—No me dirijas
la palabra a la mañana, después del despertador la voz humana me mata.
Nos bañamos
luego de cuatro mates amargos. Él preparó las cuentas, las fotocopias de
propiedad, los originales de hace doscientos años y las deudas a pagar. Todo
ese laburo para que cuatro descerebrados no nos obligaran a vender.
Tardamos un
montón en estacionar, yo miraba el reloj midiendo los minutos que se iban.
—Dejá de joder
con la hora y está alerta a tu cartera, me llevó dos semanas hacerle un doble
fondo donde cabe la mitad. No pongas cara de vaca, el resto va en mi mochila.
Cuando llegamos
había una cola de treinta y ocho personas. Suelo contar los que tenemos
delante, la gente da vuelta la cabeza, como si yo fuera una punga. Tenía el
cuerpo anestesiado y no encontraba los documentos.
Por fin llegamos
a ventanilla, la mina iba sacando tocos que me hacían transpirar, yo los iba
guardando sin mirar, los míos y los de él. Se enojó fiero con los ojos.
—El asunto del
reparto, dejámelo a mí, carajo.
Había que firmar
todo el tiempo, aclaración, domicilio y número de celular. Justo llegamos
cuando estaba por cerrar la Escribanía y los Abogados, por rajar. El tramiterío
se hizo solo.
Me dijo, pero
bajito:—Esto lo dejo en manos de dios, esta gente es de confianza, les voy a
decir la verdad.
Yo ignoraba a
qué se refería: —Me dejé los anteojos en el Banco, ¿los podés ir a buscar?
Sin querer me
salió una respuesta de mi Madre: —Ay qué tipo boludo, si el Banco ha de estar
cerrado.
Me explicó como
agua de estanque: —Entrá por la puerta del costado, nos encontramos de camino.
Hacía un frío de
cagarse pero yo igual transpiraba, corría de paranoica, dos tipos con pinta de
“te saco todo” y eso me hacía correr más. Una chica muy amable me permitió
pasar con su tarjeta. Había gente del otro lado, pero la cerradura con un
cartel que decía Cerrado. Empecé a golpear con un puño, después con los dos,
después daba patadas, menos la cabeza, que usé la boca para gritar.
Hasta que
apareció una boluda, que de lejos, me decía con las manos y cara de mal cogida:
—Tranquila, tranquilícese…hay tiempo, hay tiempo.
Cuando abrió me
dieron ganas de ahorcarla, puse cara de mable y le dije: —Me olvidé los
anteojos, me atendió una cajera que tal y tal.
Me gozaba la
hija de puta: —Lo que me dice ni importa, hay una sola mujer que es Cajera,
espere acá que voy a ver.
Y no venía, y no
venía y yo sabía que faltaban mis firmas, a cuatro cuadras de aquí. Apareció el
gordo que cuando atendía escupía pedazos de medialuna y con gestos me decía,
lejos atrás del vidrio, que los anteojos no estaban. Volví por el mismo camino,
mientras casi gritaba: —Esta ladrona Kakoncha, que tendría que estar presa y
devolver lo que se robó, y este boludo que no hace nada, pero roba un poco
menos que la otra, qué sé yo.
El aire ya no me
daba y los morochos me seguían cada vez más cerca, hasta el Estudio, digamos.
Ellos estaban haciendo trámites como nosotros, pero en este país de mierda, uno
vive asustado.
Salió él
preguntando si los había encontrado.
—¿Ya terminaste
todo? ¿Nos quedó algo?
Dijo que no
recordaba dónde habíamos estacionado y nos quedaba un toquito para dos meses, o
tres. Lo demás quedó en manos de la Injusticia, teníamos la jubilación…¡Ja!
Estamos como queremos.
Al día siguiente
fuimos al campo, estaban los cuatro esperando. Él habló con uno sólo que subió
a la camioneta y casi vuelca de lucer corrupto, reculó y escupió en la
tranquera. Nosotros en la galería pusimos un rock al mango y nos fumamos un
porrón, que cultivamos con nuestras manos.