lunes, 30 de septiembre de 2019

TREMENTINA



   Amo que esté nublado, que salga el sol de vez en cuando, son regalo para las plantas y para los chicos que tienen frío. Yo vivo encerrado en lo que se daba en llamar la pieza del opa. Les daba envidia que me divirtiera hasta con una uña de pie ajeno.
   La decisión fue de mis Padres. Lo mejor era el cuarto del opa, mis dibujos eran notables, la bruja de mi Madrastra los mandó a enmarcar. 
—En cuanto estén te los devuelvo.
   Pero no aparecieron más, ni mi Madrastra ni mis dibujos. Lo único que me daba alegría, era dibujar el mundo. Mi Padre, que era un pobre hombre, compró todo tipo de materiales para hacer lo que mi imaginación me dictara. Llegué a realizar pinturas al óleo, de considerables dimensiones, odiaba el acrílico, me sonaba a plástico.
   Me gustaba el olor a trementina, hacía ensoñar. El pobre hombre de mi Padre, hacía exposiciones donde se vendían todos mis cuadros. Un día se asustó mucho, porque la trementina y sus aromas no me dejaban despertar. Fui llevado a un Instituto especialista en vías respiratorias.
   El pobre hombre de mi Padre fue preso por ignorar mi derecho de Autor y quedarse con el dinero. Varias personas del Instituto habían adquirido mis cuadros. Recibí montones de pagos que me hicieron rico. Mi taller sigue siendo la pieza del opa. Pagué la fianza del pobre hombre de mi Padre. La plata nunca me interesó, pero le encargué a un mal hombre, que a todo se atrevía, que matara a la bruja de mi Madrastra. Así lo hizo, le regalé la mitad del dinero que tenía. Primero por su trabajo y segundo por mi conciencia.  

domingo, 29 de septiembre de 2019

NO ES NECESARIO



   Todos hacían fiesta a los quince años. Una tradición estúpida, pero, se trataba de nuestra mejor amiga, Cecilia Duprat. Para ir a un Boliche, sentarme en la barra, tomar gaseosa y nadie quería ni hablar conmigo por ser menor, se notaba.
   Cambié de idea y de vestuario, fui hasta casa y me puse el traje de luces, un mamarracho que compró mi Tía para estos eventos. Ni bien entré al lugar, me sentí entre desconocidos, ni la vi a Ceci, ni a nuestras amigas.
   Tarde me di cuenta que me equivoqué de salón. Pero todos bailaban en parejas o consigo mismo. Pasaban los mozos haciendo equilibrio, ofreciendo mojitos, bloody Mary, margaritas, whisky y ron. Yo fui probando de todo, los únicos que se me acercaban con una sonrisa, eran los mozos. El techo me daba vueltas y yo, bailando sola, lo acompañaba, hasta que nos perdimos, después no sé qué ocurrió.
   Me levanté de entre muchos almohadones, rodeada de chicos y chicas, durmiendo, algunos solos, otros de a dos y otros…no sé, porque volví a mi casa. El uniforme cubrió el vestido y llegué corriendo al Colegio. La única que me perdonó la ausencia, fue mi amiga Ceci. A las dos semanas empezaron las náuseas, hasta en el Colegio tenía mareos y Ceci me acompañaba al baño y vomitaba, con ella que sostenía mi frente. Hice el test de orina y el color fue contundente.
   ¿Cómo decir a Mis Padres que ni sabía quién era el Padre? Ceci me acompañó al gineco, cuando ya estaba de cuatro. El Médico que me atendió, dijo ser muy peligroso practicar un legrado a esa altura del embarazo. Nadie responsable sería capaz. Se ofreció a seguir los controles y así lo pude conocer adentro de mi panza.
   —¿Querés saber cuál es el sexo?-Preguntó el Doc-.
   —No es necesario, yo sé que va a nacer hombre.
      Mis Padres se enteraron por Ceci, quise que lo supieran.
   —Nosotros no vamos ni a aceptar, ni proteger, el resultado de la buena educación que le dimos.
   Ceci se ocupó tanto de mí, que perdió ese año del Colegio. Los Viejos de Ceci, estaban de viajes permanentes. Ella armó el dormitorio del bebé al revés. El cielo era el piso, lleno de estrellas y una luna calma, blanca. El techo tenía árboles, colinas, gatitos, flores y un sol que recién salía dando los buenos días.
   Todo esto se terminó cuando a Ceci se la llevaron sus Padres. Entré al Hospital en el momento que rompí bolsa. Corrió el Doc sin el ambo y me ayudó a subir a la camilla, ni bien separé mis piernas, vino al mundo Cecilio, salió como tobogán y el primero que lo sostuvo fue mi querido Doc. Me tomé de él, muy muy fuerte. —Por favor, mi querido Doc, no quiero que me quiten el bebé, si Ud no me ayuda, ¿quién me va a ayudar?
   Mientras depositaba a Cecilio sobre mi pecho, dijo: —Vos y el bebé se vienen conmigo, yo me lo venía pensando de antes.

sábado, 28 de septiembre de 2019

MANDARINAS ESPECIALES



   El tipo venía en remera, vaqueros, pelo largo y con mirada entre tierna y perversa. Lo contrataron mis viejos, por una materia del Secundario, que me hizo perder un año de Facultad. Estudiaba Ingeniería y era muy ingenioso para explicar “Geometría del Espacio”. Tenía ángulos que existían, no necesitaban papel, él usaba las manos para señalar las cosas que se encontraban dentro de la construcción de mi casa, era alto y eso para mí significaba una virtud, lo que más me gustaba era el olor a mandarina que traía en sus dedos largo infinito y el aliento de ese fruto, mejor que el dentífrico o cualquier otro perfume.
   En mitad de la Materia, informó que no podía seguir, su vida se complicó y no brindó explicaciones. Les dijo a mis Padres que tenía un amigo de su confianza que continuaría su trabajo. El primer día, cuando lo vi aparecer con un traje prolijo pero deforme, zapatos recién lustrados, medio colorado y con los ojos uno muy cerca del otro, lo único común con el anterior era el olor a mandarina.
   No tenía nada que ver con un tipo de traje y corbata, desprestigiaba la mandarina. Un día le mentí, le dije que esa fruta y el olor que dejaba no me gustaba para nada, le pedí disculpas y a él se le juntaron los ojos, que casi se le atropellan. 
   —Prefiero aroma a jabón, no el olor de las mandarinas.
   ¡Para qué me habré metido!, se compró un perfume berreta, que me daba asco, escuché sus clases y después estudiaba por mi cuenta. Quería cortarla y que se fuera.
   Dijo mi Padre: —Vos sabés, pobrecito, me preguntó si vos podías salir a tomar un café, en la última clase. Le dije que sí, no había problema.
   Mi Viejo no entendía nada, cuando le contesté con ira: —Ni dormida, ni muerta. No lo quiero ver más en mi vida, es feo, ordinario y medio bizco, además Papá, ¿cómo vas a contestar por mí?...
   Di bien la Materia, me saqué diez, después de tres veces, la tercera fue la vencida.
   Pasaron unos años y me crucé con el primer Maestro, ahora Ingeniero, el alto de manos largas, miraba mis tetas más que mis ojos. Me invitó a tomar un licuado y habló de su bulín de diseño propio. Después me dijo que fuera a ver su creación. Era un tipo tan seductor que acepté. Había fabricado unos arriates, en una terraza chica y sus únicas plantas eran arbolitos de  mandarina. Iba seguido en la estación de los frutos. Crecí tanto como él y un día de terraza y mandarinas, pasó algo, que no pienso contar a nadie.

viernes, 27 de septiembre de 2019

PERDONES LUJOSOS



   El peor compañero, malo como la peste. 
   —Miralo, se le fruncen las cejas, su primer gesto diabólico, volcó el tintero en mi espalda, si me disculpan, me cambio de pupitre.
   Le pegó en el recreo, al más chico de la clase, todos miraban, nadie hacía nada, lo tenía trabado en el piso y le golpeó la cabeza tres veces. Vino la ambulancia, con una sutura estuvo presente al día siguiente. Se acercó al vándalo: —Dijo mi Vieja, que si alguien me pegaba en una mejilla, dejara que me pegara en la otra, ahora decime, lo que hiciste fue en mi cabeza, lo que viene, ¿es que me patees el culo?
   El desgraciado miró al cielo, nunca bajó la cabeza: —Sí, como si fueras un fulbito, no lo hago porque si me rajan de la Escuela mi Viejo me deshace y eso que no es mi Padre. Es un tipo que mi Vieja se lo trajo, no sé de dónde. A ella la caga a piñas, ya le sacó dos dientes. Va a la Comisaría de la Mujer y nadie le da bola. Se hacen las que se van a ocupar y después nada. Que nadie me diga nada, prefiero esta flia, antes que las flias aburridas que tienen Uds, van a salir todos putos…
   Nada lo detenía, excepto un día que se llevó la Caja de la Cooperadora y lo capturó la Policía. Allí le dieron con la tohalla mojada, no podía ni hablar. Cuando obtuvo su libertad del Reformatorio, que no le reformó nada, volvió a su casa y cuando vio la infamia que cayó sobre su Madre, casi agonizante y sus hermanitos golpeados, entró al dormitorio y vio a su Padrastro beodo. Corrió a la cocina y con una cuchilla le perforó el pecho. Le dieron ocho años de cárcel, por el crimen atenuado por las circunstancias.
   Durante ese tiempo fui todos los días de visita, le llevaba merienda no perecedera, cigarrillos y un dinero que me daba mi Padre, para entregar a los que seguro abusarían de su persona.
   Los compañeros de la Escuela no lo perdonaron a él ni a mí.
   Por buen comportamiento le devolvieron sus escasas pertenencias y atravesó la salida donde yo lo esperaba, con un sobretodo y un abrazo.

jueves, 26 de septiembre de 2019

I HATE I LOVE




   Lo eché a Tito fuera. Fuera de aquí. —Era petiso y gruñón, desde que estamos juntos, yo voy a trabajar y él lava, hace la comida, tiende las camas y me espera leyendo el diario.
   —¡Hoy no repasaste los pisos!
   Come tranquilo y despacio: —Si me seguís gritando vas a tener mala digestión, después de comer repaso el pasillo hasta el ascensor.
   No le interesa cómo me fue en el laburo. —Si me volvieron loca, o me volvieron puta, son dos posibilidades que hay en esta patria maldita. A Tito lo echaron del laburo, dicen que nosotras somos más eficaces y claro, nos pagan menos, nos tratan como a sirvientas y después nos invitan a una comida de negocios, te dan un vestido a préstamo y sólo podés hablar si alguien te dirige la palabra. Que sea para el negocio, tu vida privada sucede afuera y carece de interés comercial, sobre todo de interés comercial. El regreso lo hacés sola, en un auto negro de vidrios polarizados. Es para engañar a la competencia, “con un trabajo de jerarquía, esta mujer merece tenerla en nuestro plantel". Lo hablaron al salir, en el hall, pensando que no entendía, soy hija de rumanos y mis estudios los hice allá. Los tipos me subestimaron. Para eso estamos las minas.
   —¡Ay! Te comprendo, Chari, pero me largás todo de golpe, no sé cómo ayudarte. A vos, Tito no te interesa, parece tu mucama y él seguro que está con vos, porque no tiene trabajo. No lo digo con malicia, quiero entender qué camino podés tomar. Yo no la paso tan bien como vos creés.
   Miré cómo acariciaba mis manos y comprendí que Rita, mi propia hermana, era la única que pensaba con afecto, como hizo nuestra Madre, ella nos enseñó.
   Dije que renunciaba para trabajar en la competencia, me pagaban el doble y el cargo era Secretaria del Presidente.
   —Chari, no lo vamos a permitir, vos te quedás aquí, sos imprescindible, llevás la contaduría de toda la Empresa y las Sucursales de Miami, de manera tal que cobrarás el cuádruple de lo que ganabas.
   Llamé a Rita de inmediato. —Me alegra todo lo que te pasó y estar mitad de tiempo aquí y mitad en Miami, es ideal comparado con tu vida anterior.
    Me quedé pensando en su alegría por mí y de pronto me dio pena Tito, después de todo no era un marido proveedor, pero tenía una cama excelente, jamás bajó la guardia, me quedé pensando cachonda cuando escuché al otro lado: —Viste cómo es la vida, primero te quita todo y después te devuelve lo grande. No sabés, Chari, estoy viviendo con Tito, nunca pensé que iba a tener un amante, así, lo más, mirá lo que son los gustos. ¿Te acordás cómo lo denostabas?

miércoles, 25 de septiembre de 2019

EL JARRÓN



   Vivía en medio de dos aparatos que no alcanzaba a comprender. A la izquierda, una mujer que andaba muy bien empilchada, elegante y tenía sensualidad para caminar, usaba pestañas postizas que le llegaban a las cejas, zapatos de tacos altos con plataforma de diez centímetros.
   Un hombre en la casa de la derecha, con aspecto de Lord inglés, algunos decían que era actor, por sus pañuelos largos de seda, otros que era un ladrón encubierto. Me da mucha vergüenza, pero los escuchaba a través de la pared, con una copa de cristal, ella tomaba un whisky por las mañanas y hablaba por celular, las cosas más importantes me las perdía, porque cambiaba de habitación o cerraba puertas.
    El Lord estudiaba, no sé en qué momento, pero en el kiosco decían que estudiaba. Una vez le pregunté a Celina por mi vecina, revoleó los ojos, frunció la nariz, abrió la boca y al final no me dijo nada. Deduje que Celina era una chusma gestual. Para mí que vivo sola, estaba esperando que pasara algo y llenara mi imaginario. Compré ropa interior aputosada, un vestido rojo con un cierre práctico, medias negras y zapatos chatos, mido un metro setenta.
   Escuché la puerta, los golpes y el timbre, muy insistente. Espié por la mirilla y era el Lord, con sombrero. —Espere que me cambie y enseguida lo atenderé, usando el mantra vísteme despacio que llevo prisa.
   Abrí las tres cerraduras y con un: —Good Night, Miss Ralé.
   Me apuntó con un revólver. —Quiero que llene esta maleta, con todo el dinero que tenga, incluso los dólares escondidos también, ese juego de plata y la caja de joyas.
   Después, el Lord, por su cuenta, llevó el resto que le pareció interesante, los tapices de la entrada y lo que más me dolió, un jarrón de la Dinastía Min-Go, S.IV, con escenas de luchas y amores de colores dorados cobrizos y un sostén de palo de rosa, con seis pies. Dedicó tiempo en buscar una caja y rellenarlo con cuatro rollos de papel higiénico, lo envolvió en un matelassé de terciopelo. Consideró su trámite consumado.
   —¿Cómo, Lord, no me va a violar? Aquí es costumbre que el que roba, después viola.
   Me deposité en una chaise longue de seda malva. Primero fui la Maja Vestida, quedó desbundado. 
   —En nombre de Goya, le pido que me transforme en la Maja Desnuda.
   Me quitó la ropa como un Lord, le desgarré hasta los zoquetes y los zapatos ardieron en el fuego. O yo tenía un arco ideal o él amaba hacer goles, luego de noventa minutos y ocho goleadas sin salir del arco, me dio un beso tan hondo, que casi vomito.
   —Cuando me voy te dejo este arma de juguete, que sirve de consolador, lo pongo en el arco, vos dispondrás.
   Cuando el Lord se retiró, me puse el batón y las ojotas. Al día siguiente fui a visitar a la Señoritinga de la izquierda, le conté lo sucedido con el Lord. Ella me dio un pellizco en la mejilla.
   —Tranquila, hago un té de la India.
   Me dijo que era una zona muy robada: —Pero nunca violaron a nadie. Estoy segura que el Lord, es incapaz de robar. Te habrá parecido. No olvides que hay mucha inmigración inglesa desde el Brexit, no te preocupes.
   Casi cuando salía, vi en un rincón de su living cache, mi jarrón de la Dinastía Min-Go, S. IV. Había pasado tan bien la noche, que no quise discutir, me caí encima del jarrón Min-Go, se hizo trizas, una pena.     

martes, 24 de septiembre de 2019

ENTRE DORMIDA



   Muy cerca de una aldea en altura, con cataratas delgadas en la ladera de montaña, construcciones antiguas, con techos angulados dirigidos al cosmos.
   Me metí entre cañas de bambú que no se doblaban, las cañas parecían un monte sin salida, me asusté. Las cañas se fueron haciendo bajas y flexibles. Me regalaron una sorpresa, un portón de dos hojas inmensas, todo tallado a mano. Ningún espacio era idéntico a otro, había filas de soldados, batallas, bodas y nacimientos, letras que desconocía. Tenía curiosidad y me colé por un costado.
   Por fin aparecieron personas, vestidas como en siglos anteriores y sonreían contentas ante mi paso inseguro. Casi ni llevaba cosas, las fui dejando en el camino, lo último que tiré fue la mochila y los botines. No sé cómo pude andar durante tanto tiempo, con tantos kilos apoyados en mi espalda. Ellos hablaban en un idioma desconocido y tranquilo. Yo contestaba en mi idioma, tenía miedo que se ofendieran si me callaba. Bajaron de la ladera con camino acaracolado, unos veinte monjes de túnicas rojas y anaranjadas. Traían una mandarina cada uno y las pelaban dejando pedacitos de cáscara, para poder retornar, un testimonio en el ascenso.
   El más viejo, que tenía doscientos años, era el consultor de todos los monjes. Él les ponía límites a distintas problemáticas. Tenía como instrumento, un ábaco de uvas, había momentos que sacaba alguna y la comía pelada con dedicación.
   Con doscientos años el ábaco se le hacía complejo. Antes de morir, las comió todas. Después se encerró en una casa de hornero y reencarnó en doscientas parras. El más joven heredó el trabajo de consultor. La única mujer era yo. Me senté en una piedra y pude ver el paisaje de montañas finas y altas y las cataratas angostas le dibujaban hilos de plata.
   Vino el consultor joven y hablando con gestos, señaló que no podía permanecer una mujer. Era una tentación prohibida para tantos monjes. Dio media vuelta con la cabeza inclinada y manos unidas, señaló mi salida con una sonrisa. Las puertas talladas estaban abiertas y en un costado mi mochila, con la ropa lavada y alimentos en un recipiente de cobre. Cuando quise agradecer las puertas estaban cerradas.
   Me asombró la cercanía de una ruta, subí a un taxi, que en el vidrio trasero, tenía impreso el paisaje que conocí. No le di importancia, porque recién había abierto los ojos y entre dormida vi una cartera en lugar de la mochila. Giré mi cabeza y allí estaba el paisaje donde estuve, yo sentada en una piedra, me saludé con bonhomía. De a poco cerré los ojos y me dormí de nuevo, el chofer me despertó: —Aquí es la dirección que me dio Ud, tenga cuidado, porque los semáforos no andan.

lunes, 23 de septiembre de 2019

LA VITTORIA È NOSTRA



   —Hace dos años que estás y ni mis colegas notan alguna mejoría. Ocupás una cama, atención personalizada, ya sé, ya sé, está todo pagado. Pero sabés que esta cama la necesitamos. No desesperes y empieces a revolear objetos, tengo preparado un experimento que debe funcionar, que debe funcionar, de lo contrario voy a quedar en la calle, por más Psiquiatra, Psicólogo y no sé cuántas cosas más, si me embargan el Instituto y la casa. Tu viejo para lo único que pone guita, es para tenerte encerrada acá y no arruines su prestigio, sin honra, sobre todo para organizar manifestaciones K. No me voy a ir por las ramas, porque anoche lo podé y soy capaz de trepar al árbol, pensando que todavía están y cagarme de un golpe en el suelo. Fue un lapsus lo de cagarme. Además yo no cago nunca, ni sé por qué lo nombré.
   —Victoria Malchota, empezamos en una hora, quiero que estés en ayunas.
   No sé qué le pasa al Psi, ¿habrá tomado mis pastillas que hoy no las encontré? Me voy a relajar con un Omm, multiplicado por tres, para no perder tiempo. Escucho sus pasos de Timberland.
   —Victoria Malchota. ¿Cómo no te cambiaron el apellido? ¡Qué desagradable! Vamos a concentrarnos, cerramos las ventanas, recostate en el futón, dejá caer los párpados despacio. Quiero que te tires de cabeza, metafórico, claro, adentro de vos misma, odio usar psicofármacos, pero te di una dosis menor, para que no me engañes como hacés siempre. Dejá que te cierren los ojos y cuando diga tres, buceás por toda tu cabeza y seguís hasta los pies. Vas a comenzar a hablar. Bien, contame lo que veas y cuál es la forma que procede y la que precede también.
   Tardé mucho en hablar, al Psi le parecí dormida y a unos segundos: —Ahora veo el cerebelo, el cerebro, mis pómulos huesudos, los dientes que costaron un auto, los conductos de los oídos parecen sembrados de zapallo, los pobres no tiene salida, fueron ametrallados con decibeles muy altos. Me resbalé por la garganta y casi quedo trabada en hilos de tabaco negro. Pude deslizar por el esófago, que tiene una giba y después los intestinos, un incordio de grosores, el corazón está como nuevo, si casi no tiene uso, en mis pechos veo todo nublado, parecen plástico licuado, son buenos para descansar, blandos y las tetas verdaderas, dos huevos fritos pegados a mis omóplatos, me perdí de los riñones, el páncreas y la vesícula que ya no está, del hígado queda poco. Los pulmones tienen alvéolos rellenos de piedras alquitranadas, los ovarios relucen solitarios y el útero tuvo tantas visitas, que debería tener una agenda. Después vienen las piernas, que son chuecas y en los callos plantales, termina mi sumersión.
   El Psi le pregunta si no vio alguna neurona, algún trauma de la infancia, algún recuerdo de adentro que no recuerde de afuera.
   —Tengo vista tísica, neuronas veo dos, son dos hembras que no creo que tengan hijos. Veo tres glóbulos rojos, que andan a mil, para que pueda vivir. Son generosos y no pueden parar, porque si abandonan una estación, voy directo a Cirugía. A la entrada del útero recuerdo una cabeza, que es muy similar a la de un novio de mi Mamá. Lo más terrible que vi en este viaje, es que adentro de mi panza, vive un bebé de cuatro meses.
   —Victoria, yo te doy el alta, pero te derivo a un Psi, que es especialista en casos perdidos.

domingo, 22 de septiembre de 2019

LOS PUCHOS



   Eran mujeres, algunas amigas de otras, de esas que cambian el departamento cada dos años. Las del 3° B, mientras jugaban a la canasta, daban noticias de los otros pisos, eran tóxicas.
   —Va la del 2° A, con un nene en cochecito, te digo, Pirucha, que ese armatoste, jode lo más que puede y el llanto del bebé. La chica está deprimida, el Padre se fue con el hartante: “Voy a comprar puchos”. La chica tiene los ojos hinchados, no de llorar, si no de las piñas del tipo, una en cada ojo, parece un mapache. Ayer lloraba tanto el bebé en el ascensor, que le cerré la boca con cinta de embalar. La Madre estaba catatónica, no ve, no habla, no escucha, mira el techo. Ayer pasó algo diferente en su vida, entró el tipo, ella se hincó y decía: “Perdoname, perdoname”, le pegó una trompada en la quijada mientras le decía: “Hacelo callar o lo tiro”.
   —La pasé de prima, tu hermana Vera me felatió, como a vos ni se te ocurre, claro que después le tuve que devolver el favor. Tenía feo gusto y mal olor. Llenamos la bañadera con espuma y nos metimos los dos, hicimos la felicidad, ella casi se ahoga, pero no le importó, siguió y siguió, hasta que la piel me quedó como papel crepe. Me fui sin saludar, no me quedaron fuerzas. ¿No te pone contenta que haya vuelto? Uy, me olvidé, voy a comprar puchos.

sábado, 21 de septiembre de 2019

SALUD PÚBLICA



   —Te quería preguntar, ¿viste los brotes de Pancho en la cara? Ahora se le extendieron por todo el cuerpo.
   Liz la miró con anteojos negros, porque era bizca y las personas, cuando le hablaban, no sabían a cuál de los ojos dirigirse, los vidrios negros ahorraban el trabajo de cualquiera.
   —Sí, Vale, con mi nene empezó en la cara y le siguió en las piernas. No es ni varicela ni viruela ni sarampión, ya lo consulté con el pediatra. Es una alergia, ni él sabe cuál es la razón. El Padre, cuando se le hicieron círculos de agua, los pinchó con una aguja, ahora es peor, tiene lastimado en todos los brotes.
   Le cuento para que la aflicción sea compartida.
   —Fijate a la salida del Cole, todos los chicos están igual, los de la tarde también. Para mí es el agua, que viene del Dique, ellos toman de la canilla, ¿y si hablamos con la Directora? Juntar a todos los Padres. Yo me encargo de los Padres, que no falte ninguno y a la vieja la consultamos a la salida. Ella se queda hasta que sale el último niño.
   Fuimos todos, con honda preocupación y le contamos del agua, nos dejó de una pieza, porque la Dire, también tenía en la cara y en las manos, con uñas largas y rojas, se notaba más. Dijo que iba a seguir el protocolo, primero a la Inspectora y después al Ministro de Educación, que nunca se encontraba en su Despacho. Así procedió, se mandaban mensajes y no pasaba nada. Los devolvían con una respuesta que decía: —Ya tendrán noticias, sepan esperar.
   Se extendió a otras Escuelas, hasta que el Ministro los recibió. Al tipo no se le movía un pelo. Obras Sanitarias se puso en contacto con nosotros, tenían compañeros internados. Habrá pasado una semana, Padres, Madres y Obreros, callaron sus quejas. A todos se les mandó un dinero, cash, en un sobre. No decían el remitente.
   Las Autoridades Merqueras, lo solucionaron así y nadie protestó. En estos tiempos, a la gente no le alcanzaba siquiera para comer, tenían atenuantes para el soborno.
   Hasta el más alto cargo de los corruptos, se llenaron de brotes en la cara, lo gracioso de la tragedia, es que en todos los discursos, se rascaban las bolas, de forma ostensible. Los Ordenanzas preparaban el café, con agua de la canilla, ellos también tomaban y no les pasó nada en absoluto.
   Todavía están investigando dónde está el meollo de la cuestión, ahora los papeles están en Suecia, tal vez ellos…

viernes, 20 de septiembre de 2019

MANO PROPIA



   Lo encontraban en el Puente De Las Piedras Grandes, había dos caminos, el más largo el del colectivo y tomando la catarata, estaban en la mitad del tiempo. Se fue metiendo de a poco, porque tiraba bastante, pero seducía la transparencia y las piedras, algunas le golpeaban las piernas, pero había grandes que le sirvieron para descansar.
   Cometió la imprudencia de tirarse de cabeza en un ojo de agua, pero el ojo guardaba un remolino que lo sumergió. Entonces detuvo su omnipotencia y una rama salvadora, le sirvió de agarradera. Fue trepando hasta el borde, saltando piedras aplanadas. Se llenó de barro hasta su comida, no le importó, sintió que pudo salvar su vida. Finalmente llegó al puente que atravesaba aquel infierno de agua. Estaban los dos amigos con escopetas de cacería, le llamó la atención, porque había un acuerdo tácito entre ellos, de la paz y el amor que hablaba John Lennon, nunca jamás iban armados. Tardó un montón en subir, se sintió como abandonado, ninguno de sus amigos le dio una mano para llegar. Peter y Frank tomaron distancia, él estaba embarrado, apedreado, tajeado y con un ojo cerrado, le salía sangre por los espacios que le dejaba el barro.
   —Uy!, cómo te dejó la travesía, si el fondo es arena ¿por qué tenés tanto barro?-Dijo Peter a cara lisa-.
   Frank fue más benevolente, pero le dio bronca ser benevolente: —Te fuiste agarrando de los costados, que ahí sí tenés una barranca de barro, sabés que disfruto cómo te cagó a piedras el río, pero vos te vas a curar. En cambio lo que hiciste con las chicas, a ellas no se los cura nadie.
   Peter dejó la escopeta en el piso. —Sabés que Nela es una niña, que ni siquiera se desarrolló, yo pensaba que la querías, psicópata guardado, la metiste en la guarida que armamos entre todos, la llenaste de moretones, de tajos profundos y después la…la…yo no lo puedo decir.
   —Frank, acordate que fue por partida doble, la bestia después vino por mi hermanita, que tiene ¡ocho años! Y le pegaste, la arañaste, le ataste las manos con el yuyo que corta y arremetiste, te odio, te odio, por eso, hijo de puta, tenemos las escopetas y son de las grandes. Ponete al borde del puente con las piernas afuera, atamos las manos y los pies con este alambre de púa y después, nosotros somos la justicia. Ni te molestes en pedirle a Dios, ni él te reconoce.
   Se produjo un espacio donde le llenaron la boca con sus zoquetes embarrados y a no menos de cinco metros, le dispararon dos veces. El cuerpo cayó en el río, donde luego venía la catarata definitiva.
   Frank y Peter tiraron las escopetas, que nadaron por abajo, porque no las vieron más. Los dos amigos se abrazaron, agarraron las bicicletas y fueron al Hospital.

jueves, 19 de septiembre de 2019

LAS DOCE EN PUNTO



   Fuimos amigas de la infancia, se llamaba Flor y se fue al cielo tan joven, que por eso viene seguido a visitar mi jardín, parece que en el cielo no se habla, pero a mí no me importa. Le cuento que tengo cuatro nietos. Yo gustaba de su hermano y ella le contó inmundicias de mí, que ni pienso escribir aquí. Flor disfrutaba cuando andábamos en bicicleta, tirarla encima de mí: —No tenés equilibrio, Selena, tenés que practicar.
   —Chicos, hoy es el día, cuenten las campanadas, Flor es una sábana blanca que se traslada a curiosear, acá les doy telas transparentes, para que puedan mirar a la finada.
   Los chicos la vieron aparecer antes de la última campanada, saltaron por el alféizar y se presentaron: —Mucho gusto, Flor del cielo, nosotros somos los cuatro nietos de Selena. Perdone que hable todo yo, pero me contaron que ustedes no pueden hablar, le vamos a mostrar la casa, empecemos por lo más ordinario, que es el gallinero y está al final. Después el jardín de las hortensias azules, elévese en este sector, porque hay sapos grandes que le pueden hacer pis en los pies, aunque usted no tenga. Después de las columnas de mármol, empieza el jardín de los jazmines del cabo, debemos tener cuidado con los escuerzos que hacen pises más altos. Aquí están las magnolias, es normal tener mareos, porque entre jazmines y magnolias, parece la perfumina inmunda que tira Mamá en las alfombras.
   —¿Podemos agarrar de tu camisón y nos llevás a dar una vuelta?
   No esperamos su respuesta, nos subimos a sus telas y nos llevó a pasear por el mundo. Después nos abandonó en el suelo, con toda suavidad.
   Escuchamos a la Abuela Selena: —Flor, al cielo fuiste, porque tu viejo sobornó a todos los del portón. Para tu alegría, quería decirte que me muero en cualquier momento, el corazón me late raro, pero antes que suceda, quiero que sepas, que me voy al cielo sin sobornar a nadie.
   Pobres mis niños, me quitaron el disfraz de Flor y se encontraron conmigo, se les pusieron los pelos de punta, lloraron tanto que dejaron las sábanas mojadas y con mocos amarillos, un asco.
   Los Padres venían a buscarlos y se encontraron con esa escena. Mi hijo y ni hablar de mi nuera, lloraban por lo que iban a gastar entre el velorio, el sepelio y la misa.  

miércoles, 18 de septiembre de 2019

EL SILLÓN VERDE



   Hubo dos razones por que perdí a mis amigos de muchos años. Las separaciones se dieron por cuestiones de dinero. A mí no me interesaba ni me interesa, pero a la gente que me rodeaba, el dinero la subyugaba.
   La primera historia fue la de Kitty, vivíamos en un edificio de una sola planta, recortada con vegetación y un patio común. Ella llegaba de su trabajo en una Escuela Rural, con la desesperación que se dibuja en la cara, cuando la impotencia abruma. En aquel momento algo había que hacer, el núcleo de nuestras angustias, era que su pareja y la mía, cuando no trabajábamos cuidábamos nuestros hijos. Apenas nos alcanzaba para lo que dio en llamarse clase media baja. Kitty estudiaba Psicología, metía sus chicos en una Guardería por la mañana y a la tarde, bien tarde, los retiraba su marido.
   Hacíamos salidas internas de una casita a la otra y programábamos viajes que se fueron diluyendo. Apenas la veía, siempre estaba por dar  exámenes y tenía la costumbre de prender la televisión, como si fuera una luz que nadie miraba. Tanto Kitty como Rafa, me ayudaban un montón con mis depresiones constantes. Hacía una semana que no me bañaba, todo el día en camisón y acostada en un sillón verde. Una tarde de verano me asusté, fue culpa del Rafa, que trabajaba en un Banco y era Psicoanalista, se acercó a mi sillón reptando y dijo despacio: —¿Qué tal si te pegás un baño, te cambiás la ropa y charlamos un rato tomando un café?
    No sé si fue su voz convincente, pero seguí la ruta que dibujó. Me dio el nombre de un Psi, que después de mucho trabajo, me agarró de los pelos y me subió a la superficie. Desarrollé actividades. Terminé las Pedagógicas. Hice Teatro. Aparecieron nuevas amistades. A Kitty la veía en asados programados y hacíamos resúmenes de nuestras vidas, que de a poco se volvieron algo más que ajenas.
   Nos mudamos a otro Pueblo, donde el paisaje inundaba la vida. Kitty vino dos veces de visita, cuando murieron mis Padres y otra visita porque sí. La asustaban las arañas, los mosquitos, las culebras. Cuando se recibió, entró a laburar en un Ministerio, tan corrupto como todos.
    Amasó su dinerillo, el Rafa amasaba compulsivo. Fuimos dos o tres veces a nuestra antigua Ciudad, a la casa de los chicos y de otros amigos también. Portaban sus dineros colgando de sus cuellos, con cadenas, cadenitas, dijes, medallones, pulseras, anillos, casas suntuosas, ropa de marcas caras o importadas. El tema que se hablara, siempre centrado en el dinero.
   Nosotros quedamos afuera, no nos vestíamos, nos cubríamos. Jamás usábamos reloj, ni zapatillas suntuarias. En este Pueblo donde vivo ahora, están en lo mismo. Si vas bien vestida está todo bien, si preferís el botón sin coser o remera sin cuello, olvídate. A nuestro hijo que eligió vivir allá, no le calienta nada: —Pero Mamá tenés los años que tenés y todavía no aprendiste, cagate en los que quieran aparentar.
   Le voy a hacer caso. Un día de buen humor la llamé a Kitty, a su palacio y la respuesta que recibí fue así: —Disculpá, pero tenemos el tiempo justo para llegar a la Ópera, después te llamo.
   Kitty no llamó nunca más.

martes, 17 de septiembre de 2019

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   Estaban recostadas en tres árboles, rodeadas de anémonas y marimonias. Yo miré a la primera, el movimiento de sus brazos, las manos que parecían danzar, seguro conversaban de alguna cosa que los vientos no me dejaban enterar. Se llevaba las voces justo cuando las tres tenían cara de primavera. Después de un rato me di cuenta, que la tercera me miró, yo silbaba despacio, para atraer unos carpinteros, hijos de otros pajaritos, que de antes me conocían. Hasta había uno sentado en la punta de mi zapato.
   Yo seguía mirando la primera, con discreción bien sumada. La tercera no podía dejar de apoyar su mirada, desde mis ojos hasta los pies. La segunda no se dio cuenta que estaba a tres metros de ellas. Sacó un cigarrillo armado y vino a pedir fuego. Intentó prenderlo, pero no pudo, entonces me encargué yo, di tres pitadas seguras, tosí hasta doblarme en dos y lágrimas me salieron, del efecto de aquel tabaco tan fuerte.
   —Éste es un join, regalo de mi hermano. Me dijo: “La primavera, no es primavera si entre las tres no fuman este join. Verán las marimonias y las anémonas, restellantes, con promesas para las tres”.
   Lo hizo tan gordo que alcanzó hasta el vecino próximo y sacó a bailar con la música de los pájaros, a la primera, encantada, a la segunda que con vergüenza, bailaba de lejos y en cuanto a la tercera, se lo avanzó en menos que lo que canta un gallo. Se abrazaron detrás de un seto y las amigas les miraban los pies de ella hacia afuera y los de él inquietos, adentro. 

lunes, 16 de septiembre de 2019

CONSIGNACIÓN



   Cuando llegó la muerte de mi Padre, mis hermanos al notar que Mamá estaba blanquísima por vivir en departamento y por la ausencia de Papá, optaron por llevarla a lo de su hermana.
   Era un tanto ermitaña y para llegar a su casa, el único camino tenía un severo desnivel, la vegetación era tan densa, que lo hicimos de a pie. Mamá nunca tuvo buenas relaciones con su hermana.
   —¿Por qué vienen aquí? Se parece mucho a que estuvieron conspirando.
   Hubo que convencerla mientras Mamá paseaba en el bosque y le decía a su hermana, Severa, su nombre le iba perfecto: —Qué de hermosuras se ven en este lugar.
   La vio tan blanca, que pensó que su hermana iba a morir pronto.
   —No sabés la vista nocturna, desde casa parece que las estrellas entraran por las ventanas.
   Los chicos se quedaron unos días, para practicar cacería. Severa se enojó un montón, diciendo que en ese lugar, estaba prohibido matar todo tipo de animales.
   —Es tan lindo verlos saltar, hay gacelas, ciervos, conejos y ardillas. A veces vienen de visita, les gustan mis bordados y los muy sinvergüenzas los roban para jugar. Lo mejor de vivir apartados, es no encontrar seres humanos. Me gusta estar con mi hermana, hace tanto tiempo de las peleas, disculpen mi repetición, pero la veo tan blanca, tan transparente, que en menos de un mes se nos va, ustedes pueden partir, yo me ocuparé de su Madre.
   Cuando quedaron solas, Severa le sirvió un té, con cianuro y limón.
   —Esta poción te dará más color, es un tazón enorme, tomalo despacio y no convides a los gatos, ellos no lo necesitan.
   Mientras tanto, Severa, con la pala de hacer jardín, hizo un pozo bien hondo y construyó un cajón de roble, era muy hábil en cualquier cosa.
   Cuando entró en la cocina, su hermana tenía el “rigidus mortis”. La llevó en una carretilla, la metió en el cajón, no pesaba nada la pobre y al fondo del pozo la echó. Cubrió con la tierra que estaba blanda, de cuando hizo aquel pozo. Le agregó humus y después le plantó toda clase de flores y un hibiscus al medio.
   Llamó para anoticiar a los hijos, fue triste, porque se trataba de una buena mujer, sin embargo para todos, fue un alivio y una carga menor.

domingo, 15 de septiembre de 2019

TIERRA PARALELA



   Había un papero al lado, pegado a nuestras parcelas. Venía todas las tardes, cuando Papi no estaba, tomaban mate en la galería.
   —Admiro su campo de girasoles, Doña Elvira. ¡Cómo me gustaría tener sus parcelas!, Me enteré en el Almacén de Ramos Generales, que van a vender y se van para Buenos Aires. Es una pena, dicen que las retenciones se prolongan cuatro años más y después quién sabe.
   Este tano ordinario, seguro que lo compra cuando estemos con la soga al cuello.
   Continuaron las visitas de Don Javier y yo las condimenté con algo que no pudieron ni imaginar. Me probé un vestido de Mami de cuando era joven, bastante ceñido. Encontré el rouge que nunca usaba y unos zapatos de taco alto, del mismo color que el rouge. Aparecí en la galería y me presenté Don Javier: —Mucho gusto, Señor Don Javier, mi nombre es Marilú, pero puede decirme Maru. Lo felicito por hacer a mi Madre, tan feliz con sus visitas, ahora me agrego yo, para que la gente no piense mal. Mi Padre hace un largo trecho de noche y el viaje lo deja exhausto.
   Mamá tenía ganas de matarme, la hice quedar como una Señora buscona. Según sus propias palabras.
   Don Javier parecía más viejo que los años que tenía. Apenas diez más que yo. Me miraba subyugado y yo un poco también. Mamá no fue más a la galería.
   —Si me permitís tutearte y llamarte Javier, te invito a tirarnos en los rollos de alfalfa. Me quiero quemar la espalda hasta arder, este vestido tiene el mismo escote que una malla, veo que vos ya estás quemado, te presto este sombrero, de alas bien anchas, como una sombrilla.
   Don Javier hizo un respingo, no estaba acostumbrado a las mujeres independientes.
   —Maru, ¿le pediste permiso a tu Madre?
   Tenía todo planificado, seguro que ella pensaba que por suerte, yo era la última de sus hijas.
   —Javier, ¿me pasás esta crema por la espalda? De verdad estoy por arder.
   Tenía una suavidad este hombre, bien curtido. Me encantó su sufrimiento por mi espalda.
   —Te propongo un pacto, Maru, ¿y si nos casamos? No es por interés agrícola, es porque pienso que en breve, tu Padre no podrá con los impuestos. Y yo a la larga tampoco. ¿Y si unimos los dos campos? A mí me abruma un poco hacerle esta proposición, más pedirle tu mano y el resto del cuerpo también.
   El 16 de Septiembre nos casamos, mi Padre me dijo adiós, esperó menos que yo para decir “sí”. El vestido que usé lo llevaron tres generaciones. El arreglo del pelo fue diferente, apliqué en toda mi cabeza, microgotas de miel. Caminé un rato por los alrededores del monte y las mariposas amarillas venían a mi cabeza como si fuera un banquete. Fue mi tocado.
   Ahora mis Padres, Javier y yo, tomamos mate todas las tardes, hablamos de nuestras vidas pasadas y las presentes, dejamos espacios de silencio para escuchar el concierto de las hojas y los pájaros y las ranas.
   Ahora vivo en la casa de Javier, es más grande que la de mis Padres, muy suntuosa y de mal gusto, los paperos son así.
   En casa de mis Padres, las risas con mis hermanas se quedaron a vivir allí. Las voces de mis Abuelas y todos los que vivieron en la “Estancia Los Girasoles”.
   Con Javier se nota que él no tuvo familia, pero ahora me tiene a mí. Cuando sugerí cambiar el nombre de su estancia, me dijo un “no” contundente y me lo tuve que bancar. Se llama: “Estancia El Puré”.

sábado, 14 de septiembre de 2019

MARIPOSAS



   Porque alguna vez fuimos nosotros y tomamos vino de la misma parra, que dejaba pasar el sol entreverado. La única sobreviviente soy yo. El Gordo que nos atendió nos trajo vino. —Para que se vayan refrescando.
    El vino estaba caliente, el Gordo dijo que era casero, “Vino de la Costa”, hecho con uva chinche. Subió las escaleras de su casa palafita, tal vez por intuición trajo alivio que se fuera. Contamos historias que vivimos juntos y salimos airosos como si Dios existiera. Terminamos los vasos y nos bañamos en el Río de la Plata, que era de ese color, no sé si por el vino o por la hora.
   —Aquí, en la Balandra, yo lo veo color caca, pero algo refresca, ¿Y si salimos por aquel trecho? Es la continuación de la Selva Misionera.
   Cuando volvimos a nuestra mesa, Nenushka dijo: —Hagan silencio, con esto sólo, guardamos el privilegio de este viaje.
   Sobre el borde de una copa, había una mariposa azul tornasolado libando. Nos quedamos extasiados como frente a algún milagro. Al cabo de unos segundos, una mano gorda la agarró de las inmensas alas. —¡Qué buen ejemplar tenemos aquí! Yo las colecciono.
   Y se fue hablando solo. Nos angustiaba ver agitarse las alas de aquella joya. Al rato apareció el Gordo con una carpeta: —Vengan que les muestro, dónde descansan hermosas las que he cazado, ésta es la última, el broche de las mariposas que todavía se debate. Yo las pincho con alfileres, sobre las alas bien abiertas.
   Nosotros nos dimos vuelta, no quisimos presenciar aquel asesino potencial. Emprendimos el viaje de regreso.
   —¡Me tienen que pagar lo que consumieron! 
-Gritaba el Gordo- Pendejos de mierda!
   Seguimos en bicicleta a toda velocidad, mientras le dábamos un adiós, haciéndole fuck you, con el dedo mayor en alto. —¡Andá a comer alfalfa, Gordo puto y dejale algo al caballo, que da lástima cómo está!
   Eso lo dijo Ernesto, que por algo se llamaba Ernesto. Algo me ardía en la nuca, tropecé con un adoquín y caí paralela a la Ruta. Los chicos ni lo advirtieron, aterricé entre los yuyos, lejos de la banquina. Un micro amarillo, que venía en sentido contrario, les cerró el paso y los hizo subir de prepo y encañonados. Cuando el micro se fue, lo pude ver al Gordo con los brazos en jarra, matándose de risa. El cerdo era soplón.
   Había escuchado nuestra conversación, cuando dijo que iba a dormir la siesta. Antes de llegar a casa, estaba mi Viejo esperando con el pasaje, la Visa y el Pasaporte. —Es para Venezuela, vas a vivir en Caracas, le mandé un dinero a tu Tío, él te va a recibir, comprate ropa.
   Le temblaban las manos y así nos despedimos.
   Mis amigos fueron los primeros desparecidos en la Balandra, donde encontraron sus cuerpos mancillados, torturados, en la casa palafita, donde todo eso ocurrió.
   Yo me armé ni bien llegué a la Argentina, encontré al Gordo asesino en el mismo lugar donde vivía. Lo llené de balas, de la cabeza a los pies. Volví en bicicleta, con una perola cruzada en mi pecho, revoleé el arma al monte. Ni siquiera con mi venganza fue suficiente. Apagar este dolor, siempre me resultó imposible.

viernes, 13 de septiembre de 2019

HISTORIA DEL ALAMBRITO



   El Continente que descubrieron, se mantuvo en secreto virtual. Sus habitantes serráticos, eran complicados, tan altos y delgados, cuando circulaban con el cuerpo y la visión, el tratar de no chocarse con un saludo y hablar con un amigo o la mujer, era un albur. Tan sólo un roce de otro serrático los hacían caer en la calle y enroscarse como nudos sin saber dónde quedaba cada cabeza y esas piernas a cuál de ellos pertenecían.
   Nunca faltaba un chino, que con paciencia cultural, lograba desatar los enroques. Los transportes también, eran el doble de largo que el de cualquier otro Continente. Los pasajeros se metían paralelos, unos sobre otros y el conductor que manejaba, dando tres vueltas sobre sí mismo, indicaba: —Vamos, vamos, traten de juntarse por que ya están llegando al techo y este vehículo, puede romperse.
   Los Hospitales estaban llenos de tantas personas quebradas, la altitud se acompañaba con flexibilidad, permitiéndoles adaptarse a posturas de descanso exóticas, un tanto ofídicas. La vejez de estos seres era ingrata, porque iban quedando rígidos, tal vez se quebraban al levantar un nieto para darle un beso. El nieto, tan blandito, se hacía un bollito, llevaba el día entero encontrar su cabecita, piecitos, manitos, era como jugar con desesperación a reformularlo, como cuando nació. Descubrirle la boca para que pueda tomar la teta y el culito para cambiarle los pañales, del tamaño de una gasa cuadrada. Las mujeres eran tan altas, que cocinaban en las terrazas de los edificios o sobre la copa de los árboles, estos últimos ideales para hacer tallarines.
   El Científico ganador del premio Serraticol, descubrió que desde la era primaria de ese lugar, usaban para cualquier tipo de reparación, el alambrito. Experimentó con seres serráticos, ponerlos en fila, pies, piernas, cabezas, unos tras otros. Hizo círculos continuos, como recurso laboral se formaron carreteles de gentes que sumaban al carretel. Si los serráticos se habían transformado en alambres, salieron de laboratorios fabriles, cientos, miles de carreteles de alambres.
  Los serráticos que quedaron sueltos y excedidos de peso, parecido a los palos de quebracho, obesos, acorralaron tierras con varillas, postes y alambres, hasta los límites que rodeaban Serraticol.
   Se dedicaron a  sembrar lo que trajeron los vientos. La división de las tierras dio trabajo a todos y poca remuneración. Los dueños de las tierras, se hicieron ricos. Se desataron conflictos de palabra y de hecho. Estaban tan ocupados en aquellas guerras, que el mar se aprovechó del estrecho Continente, lo invadió hasta hacerlo desaparecer.
   El secreto de su existencia ausente, hizo dudar que alguna vez haya existido.

jueves, 12 de septiembre de 2019

EL PRESAGIO



   —Mire Don Antonio, con todo respeto le digo que ser prestamista, es un oficio de alto riesgo económico. ¿Y si un prestado no le devuelve? Porque el desafío que a usted le complace es que suceda sin firma, de palabra. En este tiempo la confianza dejó de existir. Un ejemplo, antes se escribían con h, un montón de palabras. Ahora no. Antes se decía Septiembre, ahora se aprobó Setiembre. Suena mal, es necesario. Obscuro, ahora es oscuro y mil ejemplos que no vale la pena nombrar.
   Mi hija eligió un marido que no es malo, porque se la banca, pero cuando me da consejos, pienso que merece tener como esposa a la histérica de mi hija.
   Yo soy prestamista y nos soliviantamos, porque él es presagista. Cuando le presté dólares a mi propio hermano, el más ambicioso, le conté, pero se trataba de mi hermano.
   —Don Antonio, tengo el presagio que nunca le devolverá un peso.
   Y sucedió así, tenía un presagismo que le envidiaba. A mí me duele presagiar tan acertado, pero sucede.
   —Cuando me casé con su hija, era una geisha, luego una amiga, más tarde una compañera de pieza, ahora es un cocodrilo. Se lo digo sin respeto, porque considero que debió prevenirme, aunque no tenga el Don de presagiar. Usted es un simple Don Antonio.
   Yo soy nieta del prestamista, e hija del presagista. Pedí prestado a mi Abuelo, una cifra importante y él sin preguntar, dijo que era un regalo.
   Mamita querida enfureció. Justo cuando partía se metió en el Aeropuerto y de su boca a los gritos, salieron sapos y culebras, que una hija como yo no merecía. Mi Padre esperó mi partida, me abrazó y acomodó mi sombrero.
   —Patricita, anoche tuve un presagio, y vos sabés que menos con tu Madre, siempre me funcionó. Vas a encontrar un lugar en el mundo tan soñado, que te vas a pellizcar finito, para ver si es verdad. Ése será tu sitio, tendrá una casa soleada, un paisaje, un mar transparente y gente solidaria que te apreciarán por lo que seas, no por lo que tengas.
    Me puse de la nuca, cuando por la ventanilla del avión, vi cómo Mamita querida le mordió un brazo entero y se quedó con el brazo, dentro de su enorme boca de cocodrilo.
   Papá me llamó a los dos días, para decir que le pegaron el brazo, con pegamento y que tuvo el presagio que mataría a su mujer.  

miércoles, 11 de septiembre de 2019

OK



   No fue ni al sepelio de su Madre. Ahora le festeja todos los cumpleaños, con un retrato de ella, presidiendo la mesa. Brindan los invitados, por cada copa que toman, porque su Madre vuelva pronto. El hijo mira para otro lado y desea con toda su alma, que prolongue su estadía.
   —Yo no la quiero en esta casa, ocupa todo el espacio que puede y en el que no puede, contrata dobles con textos bien aprendidos, que casi no se nota que su Madre no es su Madre.
   Le cuenta a dos de sus amigos y a la prima mayor de su Madre, que con tanta cirugía parecía la menor. La prima, bien descotada, pregunta: 
   —Pero, querido Arturito, ¿dónde reside el conflicto?, vos hacés lo que querés y ahora que está bien muerta, le podés echar las dobles y con la plata que ahorrás, hacés un buen viaje a París o a Monte Grande, si te da miedo el exterior. Yo te acompaño gustosa, soy tu Madrina y por lo tanto incondicional. Si pasás un rato con otras, espero despierta en tu cama, para que esté calentita, cuando volvés cansado de tanta puta de regalo.
   Ésta, hace tiempo que me tiene ganas, pero tanta operación no le quita los años que me esperó a crecer, mundano, como era ella y todavía lo es, la pobre persevera y yo no descarto su deseo. Y se dio así, la cama estaba tibia, pero con ella adentro, destapó el acolchado y mostró su cuerpo cirugeado, de la cabeza a los piés, no soy de hierro, arremetí, cuando me tocó estar abajo, miro hacia la pared y había una foto de mi Madre cuando era joven, era igual a la que me galopaba. Me pareció una putada, coger a mi propia Madre. Una repulsión tan agraviante que me sentí como Edipo, tuve ganas de arrancarme los ojos, pero se me cruzó en la memoria, lo buena que estaba la hija de la prima de mi Madre. De mi familia materna no tenía nada, era igual a su Padre, morocha de ojos verdes, inteligente, oportuna e incapaz de traicionar.
   Cuando la Madrina se metió en el baño, llamé a la pendeja por celular, nos citamos para el jueves, me encantó su voz cantarina despidiendo nuestro futuro encuentro, con un OK.

martes, 10 de septiembre de 2019

LA MUDITA



   Le decían la Mudita y eso que ocupaba todo su tiempo hablando de los demás. Los vecinos eran su tema. Lo que escuchaba hablar entre ellos, cuando iba a pedir sal. Era la típica de al lado, que siempre necesitaba algo que le faltaba, un pedazo de manteca, la dirección del oculista que seguro no la perdió. Sus pretextos eran varios y en momentos inoportunos. Como cuando fue a lo de Inés, que después de cinco años la invitó su marido a un polvo rapidito. Tocó el timbre la Mudita, en mitad de la forreada. Se fue sin decir nada y de los nervios, al marido de Inés, el forro se le pegó en el techo.
   Jugaban a la canasta los jueves y mientras la Mudita barajaba, sacaba secretos de los demás, a veces se confundía, porque eran seis las familias y cada una tenía problemas, de infidelidad, exceso de odio, mentiras y las pavadas que contribuyen a hacer de la convivencia un infierno.
   La Mudita se apropiaba de los conflictos ajenos y los desparramaba sin piedad, siquiera con el paralítico que vivía solo y tenía un novio que lo visitaba con la asiduidad del enamorado. De ese se ponía Mudita, porque ella, alguna noche, se mandaba un touch y no go, “me quedo una semana”, decía el galancete y seguro que todas las noches le rompía el, el, el que todos sabemos y no entregamos con facilidad. Con ella era distinto, lo entregaba con felicidad.
   Un jueves, faltó la Mudita a la canasta, del árbol caído todos hacen leña, pero tuvieron miedo de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Esa tarde se aburrieron. El descaro de la Mudita para contar sus chismecitos, hicieron que taza taza, cada una a su casa.
   No eran diferentes a la Mudita. No hubo una sola que no la fuera a visitar. A todas les extrañó que la casa pareciera abandonada, con olor a mucho tiempo que allí, no vivía nadie. Tocaron el timbre, golpearon y sintiendo que los golpecitos podían llegar a hacer venir abajo todo. Fueron a la única Inmobiliaria del Pueblo. Les aseguraron que ese lugar, no se habitaba desde hacía ciento cincuenta años, tal vez más. Nunca vivió una mujer “La Mudita”, ni en esa casa del Pueblo, ni en otro lugar, debió ser una alucinación que se contagiaron las seis mujeres. Nadie se resignó a la ausencia inexplicable.
   Los jueves quedaron como recuerdo y algunas se lo borraron. Entre ellas, dejaron de ser amigas. No se saludaron más y si tropezaban en la calle, ni pedían perdón ni “no es nada”.
   Del Pueblo se fueron de a poco, todos. No había más trabajo, ni negocios, ni Escuela. El viento sí se quedó y los yuyos ocuparon el Pueblo vacío, las casas se derrumbaron todas, menos una, tenía un porchecito, donde se escuchaba una silla de mimbre, que se hamacaba sola, sin nadie sentado, la Mudita contaba la historia del pueblo, que alguna vez hubo allí, pero ella no estaba. Sólo su voz en el viento, que hacía doblar los yuyos y las flores, por miedo a ser criticados. Ni yo, que escribo esta historia, no sé qué es verdad o mentira, tal vez algún lector generoso me ubique en tiempo y espacio. Tengo ciento cincuenta años, después de todo, en realidad, ya no  importa.

lunes, 9 de septiembre de 2019

TIENE PODERES



   Están saltando en las camas y se tiran con almohadones, se ríen con esas risas, Juan Pedro y Griselda. Dos hijos que nacieron dentro de mi panza y están en mi corazón.
   Me estiro y me desperezo, quiero verlos desayunar, se cuentan secretos antes de ir al Colegio. Me parece que los dos tienen sus amores incipientes, o no es así, son apasionados como adultos, pero jamás se dan besitos. Hacen anillos con papeles dorados de alfajores y se prometen cosas que parecen de juguete. Yo me los imagino, al Colegio no puedo entrar. Pero hay tanto de ellos en casa, me encontré con los anillos de papel, iguales a mi infancia, con compañeros de clase.
   Ya volvieron del Colegio, Juan Pedro y Griselda tiran el té con leche y lo dejan sobre la mesa, para que nadie se dé cuenta de la infracción. Encuentran el tarro de dulce de leche y con una cuchara sopera, salen al jardín y se esconden detrás de los mismos arbustos que crecieron con ellos. Comen el dulce de leche, una cucharada para Juan Pedro y la próxima para Griselda. Hasta que llegan al cartón no paran. Siguen raspando y empalagados le dan el tarro al perro de al lado. Me da pena ese perrito, siempre lo dejan afuera y le pasa la lengua al tarro, como si estuviera lleno.
   Los chicos juegan a la escondida, Juan Pedro siempre le gana a Griselda, a veces la deja ganar y ella, de contenta, intenta darle un beso. Juan Pedro corre ligero, porque Griselda tiene dulce de leche alrededor de la boca.
   Aparece una chica que los cuida por la tarde, les hace hacer los deberes y también les cuenta cuentos. A la chica le gusta que no miren la tele, que olviden los celulares y ella misma, mientras les cuenta, patea abajo del sillón la computadora.
  Juan Pedro y Griselda, representan el cuento, con disfraces de colores y bigotes de carbonilla. Al final terminan los tres, representando el cuento terrible que escucharon. Me gusta cómo los trata, ojalá que no renuncie.
   Sin que nadie me vea le dejo algunos pesitos, adentro de su mochila. Cuando Juan Pedro y Griselda extrañan, me llaman a los gritos. Juan Pedro le dice a su hermana, que aunque griten, yo no voy a estar.
   —¿Cómo decís eso si anoche me dio un beso en la cabeza?
   Él la mira con lástima, inventa. —Tenés razón, a mí, algunas veces, me arropa antes de dormir.
   Griselda, que no la corta con las preguntas y que le encanta mentir:
—Mami está siempre con nosotros, pero tiene poderes, casi siempre se hace invisible, yo cierro bien fuerte los ojos y siento un viento calentito, que pasa a nuestro costado y es ella, te lo juro por dios, que me caiga muerta.
   Y se hace una cruz con los dedos índices, encima de la boca, después se chupa los dedos, algo de dulce de leche le quedaba.

domingo, 8 de septiembre de 2019

POBRECITA LA GENTE



   —Si nos acostamos a las cinco ¿por qué ponés el despertador a las doce? Mañana quiero dormir, me arden los ojos de todas las fotos, los documentos, la propiedad. No me voy a levantar, andate vos sólo.
   Sentí que se acostaba sin ganas de explicar nada.
   —Mañana lo rematan, estos tipos no perdonan.
   Me dormí sin decir que yo iba a estar para defender junto con él, aquel pedazo que nos dejaron. Había que sacar el dinero del Banco y era mucho, después acusó que mucho más. Habló de lugaretes, al final lo hice callar.
   —No me dirijas la palabra a la mañana, después del despertador la voz humana me mata.
   Nos bañamos luego de cuatro mates amargos. Él preparó las cuentas, las fotocopias de propiedad, los originales de hace doscientos años y las deudas a pagar. Todo ese laburo para que cuatro descerebrados no nos obligaran a vender.
   Tardamos un montón en estacionar, yo miraba el reloj midiendo los minutos que se iban.
   —Dejá de joder con la hora y está alerta a tu cartera, me llevó dos semanas hacerle un doble fondo donde cabe la mitad. No pongas cara de vaca, el resto va en mi mochila.
   Cuando llegamos había una cola de treinta y ocho personas. Suelo contar los que tenemos delante, la gente da vuelta la cabeza, como si yo fuera una punga. Tenía el cuerpo anestesiado y no encontraba los documentos.
   Por fin llegamos a ventanilla, la mina iba sacando tocos que me hacían transpirar, yo los iba guardando sin mirar, los míos y los de él. Se enojó fiero con los ojos.
   —El asunto del reparto, dejámelo a mí, carajo.
   Había que firmar todo el tiempo, aclaración, domicilio y número de celular. Justo llegamos cuando estaba por cerrar la Escribanía y los Abogados, por rajar. El tramiterío se hizo solo.
   Me dijo, pero bajito:—Esto lo dejo en manos de dios, esta gente es de confianza, les voy a decir la verdad.
   Yo ignoraba a qué se refería: —Me dejé los anteojos en el Banco, ¿los podés ir a buscar?
   Sin querer me salió una respuesta de mi Madre: —Ay qué tipo boludo, si el Banco ha de estar cerrado.
   Me explicó como agua de estanque: —Entrá por la puerta del costado, nos encontramos de camino.
   Hacía un frío de cagarse pero yo igual transpiraba, corría de paranoica, dos tipos con pinta de “te saco todo” y eso me hacía correr más. Una chica muy amable me permitió pasar con su tarjeta. Había gente del otro lado, pero la cerradura con un cartel que decía Cerrado. Empecé a golpear con un puño, después con los dos, después daba patadas, menos la cabeza, que usé la boca para gritar.
   Hasta que apareció una boluda, que de lejos, me decía con las manos y cara de mal cogida: 
   —Tranquila, tranquilícese…hay tiempo, hay tiempo.
   Cuando abrió me dieron ganas de ahorcarla, puse cara de mable y le dije: —Me olvidé los anteojos, me atendió una cajera que tal y tal.
   Me gozaba la hija de puta: —Lo que me dice ni importa, hay una sola mujer que es Cajera, espere acá que voy a ver.
   Y no venía, y no venía y yo sabía que faltaban mis firmas, a cuatro cuadras de aquí. Apareció el gordo que cuando atendía escupía pedazos de medialuna y con gestos me decía, lejos atrás del vidrio, que los anteojos no estaban. Volví por el mismo camino, mientras casi gritaba: —Esta ladrona Kakoncha, que tendría que estar presa y devolver lo que se robó, y este boludo que no hace nada, pero roba un poco menos que la otra, qué sé yo.
   El aire ya no me daba y los morochos me seguían cada vez más cerca, hasta el Estudio, digamos. Ellos estaban haciendo trámites como nosotros, pero en este país de mierda, uno vive asustado.
   Salió él preguntando si los había encontrado.
   —¿Ya terminaste todo? ¿Nos quedó algo?
   Dijo que no recordaba dónde habíamos estacionado y nos quedaba un toquito para dos meses, o tres. Lo demás quedó en manos de la Injusticia, teníamos la jubilación…¡Ja! Estamos como queremos.
   Al día siguiente fuimos al campo, estaban los cuatro esperando. Él habló con uno sólo que subió a la camioneta y casi vuelca de lucer corrupto, reculó y escupió en la tranquera. Nosotros en la galería pusimos un rock al mango y nos fumamos un porrón, que cultivamos con nuestras manos.