sábado, 28 de septiembre de 2019

MANDARINAS ESPECIALES



   El tipo venía en remera, vaqueros, pelo largo y con mirada entre tierna y perversa. Lo contrataron mis viejos, por una materia del Secundario, que me hizo perder un año de Facultad. Estudiaba Ingeniería y era muy ingenioso para explicar “Geometría del Espacio”. Tenía ángulos que existían, no necesitaban papel, él usaba las manos para señalar las cosas que se encontraban dentro de la construcción de mi casa, era alto y eso para mí significaba una virtud, lo que más me gustaba era el olor a mandarina que traía en sus dedos largo infinito y el aliento de ese fruto, mejor que el dentífrico o cualquier otro perfume.
   En mitad de la Materia, informó que no podía seguir, su vida se complicó y no brindó explicaciones. Les dijo a mis Padres que tenía un amigo de su confianza que continuaría su trabajo. El primer día, cuando lo vi aparecer con un traje prolijo pero deforme, zapatos recién lustrados, medio colorado y con los ojos uno muy cerca del otro, lo único común con el anterior era el olor a mandarina.
   No tenía nada que ver con un tipo de traje y corbata, desprestigiaba la mandarina. Un día le mentí, le dije que esa fruta y el olor que dejaba no me gustaba para nada, le pedí disculpas y a él se le juntaron los ojos, que casi se le atropellan. 
   —Prefiero aroma a jabón, no el olor de las mandarinas.
   ¡Para qué me habré metido!, se compró un perfume berreta, que me daba asco, escuché sus clases y después estudiaba por mi cuenta. Quería cortarla y que se fuera.
   Dijo mi Padre: —Vos sabés, pobrecito, me preguntó si vos podías salir a tomar un café, en la última clase. Le dije que sí, no había problema.
   Mi Viejo no entendía nada, cuando le contesté con ira: —Ni dormida, ni muerta. No lo quiero ver más en mi vida, es feo, ordinario y medio bizco, además Papá, ¿cómo vas a contestar por mí?...
   Di bien la Materia, me saqué diez, después de tres veces, la tercera fue la vencida.
   Pasaron unos años y me crucé con el primer Maestro, ahora Ingeniero, el alto de manos largas, miraba mis tetas más que mis ojos. Me invitó a tomar un licuado y habló de su bulín de diseño propio. Después me dijo que fuera a ver su creación. Era un tipo tan seductor que acepté. Había fabricado unos arriates, en una terraza chica y sus únicas plantas eran arbolitos de  mandarina. Iba seguido en la estación de los frutos. Crecí tanto como él y un día de terraza y mandarinas, pasó algo, que no pienso contar a nadie.

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