sábado, 7 de septiembre de 2019

CALAMARES EN SU TINTA



   Me anoté en la Marina Mercante, cuando por primera vez aceptaron a mujeres. Pensé que íbamos a ser muchas, pero en el barco había una sola, Verinia, que era yo con doscientos cincuenta marinos. Se reían de mí cuando pasaba por sus filas para saludar a la bandera, se tocaban los codos como diciendo: “Qué hambre de hombres tienen algunas minas” y no era como diciendo, lo decían bien cerca de mis oídos, también escuché “Qué bagayo de mujer, aquí está segura, nadie le va a proponer nada, ni bailar en esas fiestas ridículas haciendo subir minas pagas para nosotros”.
   Yo nunca asistí a esos eventos, prefería vomitar tranquila en mi camarote. Durante meses, antes de llegar a los lugares de destino, Prefecturas de distintos países, no permitían desembarcar a Puerto, Allí empecé a odiar a los hombres.
    —Verinia, te invitamos a jugar al billar con nosotros.
   Me gusta ese juego y acepté ir con ellos a una inocente partida. El Comandante de a bordo, miró con desconfianza y haciendo la venia de hablar con él: —Mire, Verinia, yo tuve el honor de ser compañero de su Padre. En nombre de aquella amistad, le pido me permita asistir a su camarote, para advertirla de las dificultades que podrían presentarse. Quiero ser la persona a la que pueda recurrir.
   Cuando entré en el salón, ya habían abierto el juego. Cuando tocó mi turno, mi concentración promovió pegarle a tres bolas de direcciones complejas, hasta que pude llegar y entrar al hoyo con firuletes pensados. Alguno aplaudió, otros me silbaron y un tercero dijo: —Con ese culo me puedo divertir tres Puertos sin bajar, aunque se pueda.
   Hice que no escuché nada, pero era el mismo que una vez entró a mi camarote sin llamar y dijo con mirada torva, dando tres pasos adentro. 
   —Disculpe, me equivoqué, pensé que era el mío.
   Escuché risotadas que provenían de la borda. Otra noche para él inesperada, entré en su camarote sin llamar, pedí a sus tres compañeros que por favor tenía que hablar a solas, un tema de vital importancia.
   Trabé la puerta, el marinerito quedó asombrado cuando le arranqué los botones braguetiles y con mis propias manos, tomé su miembro respetable y bien dispuesto. Mi pantalón estaba rajado entre las piernas, hice una reforma de último momento. Lo guié hasta el lugar y él se metió tierra adentro, en este caso mar adentro. Era mi segundo día de menstruación abundante y entre una cosa y otra, quedó embadurnado con sangre desde su miembro hasta su boca.
   Antes que me vomitara en la cara, le meé y le cagué su litera. Salí con toda calma y me metí en mi camarote, con la satisfacción del deber cumplido. No habrá pasado una hora, cuando se hizo presente el Comandante de abordo. Tenía sus pretensiones y cumplí sus órdenes, como no, si era mi superior.
   Hizo todo con ojos cerrados y lo que pensó un exceso de flujo placentero, cuando terminó, tenía sangre en todo su uniforme. El viejo verde pidió detalles: —¿Entonces no era su culo?
   Lo miré con perversión de chica mala: —Eso le pertenece a mi novio y lo que usted pensó era mi propia boca.
   El viejo voló como una gaviota y se tiró al mar, las máquinas hicieron el resto, quedó hecho carne picada. Algunos dicen que fue un suicidio, yo declaré que dormía y no había escuchado nada. Pasé al lado de un marinerito sin estrenar, me miró como si fuera un hombre y no un pendejo de mierda.
   —Me dijeron que te llamás Verinia y sos una yegua pura sangre.
   Pedí la baja inmediata. Ahora vivo tranquila, esperando mi bebé, ignorando quién es el Padre. Nadie sabe dónde estoy y esta cabaña está oculta entre bosques y praderas.

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