El café cotidiano es genético, mi padre,
mi abuelo y mi bisabuelo tomaban un cafecito en algún bar.
Ahora no me lo cobran, dicen que tengo
las llaves del lugar, es porque estoy viejo, fui de los primeros clientes.
Entró la mujer-hombre de la sonrisa eterna. Es mujer, a mí me pareció un mitad
y mitad. La cirugía de las comisuras de la boca le hizo una sonrisa eterna,
apenas podía mover su cara. Tenía tantos elásticos internos, con flejes
reciclados. Se acercaba a pedir el diario y mientras le explicaba que lo estaba
leyendo, ella lo tomaba de la mesa y daba las gracias.
Norberto tiene una mesa asignada, es el
primero que viene y el último que se va. No quiere hablar, prefiere mirar la
calle y si es adentro se pone el diario encima de sus anteojos. Hay una señora
que se le sienta en la mesa y lee la parte de atrás del diario de Norberto. A
medida que la señora intenta leer, se acerca al diario. Tiene calzas y se le ve
el principio de la raya. Los de la barra dejaron el tema de la pelotita y se
dedicaron a mirar la raya de la señora sentada con Norberto, que nunca le
dirigió la palabra ni la mirada. Se me cansa el cuello y miro pasar gente y
ejemplares. Pasó una madre con orejas de conejo y su hija vestida de reina
color fucsia con alas violetas.
Entre tantos grises pasó el gerente del
banco, vestido de banco, un tipo que robó y lo echaron. Ahora volvió a ser
nombrado gerente.
Por fuera vinieron el Gordo, el Flaco y
el Puercoespín. Se sentaron al lado de mi mesa, rezaban, no a dios sino al
dinero. La palabra que más escuché fue guita, euros, dólares.
Llamé a mi querido mesero, Joasch y
extendí mi mano a su hombro. Él me tocó la mano. Era un saludo tribal que
creamos entre ambos, reza así: Hoy estamos, mañana estaremos tomando café en La Vereda , o en el cielo.