sábado, 27 de abril de 2013

QUE DIRÁN


      Baxter se sintió avergonzado. Era el chofer de la camioneta, le ordenaron pasar a buscar a la Señorita Rosa del Huergo. Cuando el tren se detuvo, descendió una sola pasajera. Era flaca y menuda. Vestía de blanco y llevaba un sombrero blanco, encasquetado hasta los ojos. Era tímida y así se escondía. Baxter tomó su bolso y la ayudó a subir a la camioneta. Al lado de su prístino atuendo se depositaba la tierra que volaba, hojas que caían. Rosa sacaba el brazo por la ventanilla tratando de asir el aire. Reconoció el lugar cuando llegaron. Salieron a recibirla los tíos y los primos. Ellos sabían, Rosa sabía que sabían.

      Se reunió a solas con su tía alrededor del aljibe, donde jugaban con los primos distintas formas de llegar al fondo. No hubo manera, ni con escaleras ni con sogas. Rosa miró la tapa cerrada. Contó a su tía que tenía un embarazo de dos meses. Su madre se enteró por las náuseas y vómitos constantes. La hija dijo que no quería seguir su embarazo. La madre, luego de su ataque, pensó en la vergüenza de la panza ante la gente. Sería una humillación. El pensamiento del padre se centraba en sus colegas. Los padres decidieron mandar a Rosa a lo de sus tíos. La tía preguntó si quería o no quería su embarazo. Rosa casi gritó un ¡no! rotundo. Le creyó de inmediato y le propuso visitar una señora que se encargaba de todos los legrados de la zona. Cuando llegó a esa charla, ya sentía alivio.

      Fueron juntas, Rosa imaginó que la bruma podría no haber estado. Sucedió tan rápido que ahora miraba por la ventana, desde su cama y el horizonte parecía un mar de verdura. Recuperó la libertad de sí misma. Hubo que llevarla al hospital del pueblo, Rosa estaba pálida y vestida de blanco parecía un ángel. Lo primero que se le ocurrió a Baxter fue que una chica como aquella, no debía viajar en una camioneta polvorienta. La vida tendría que sonreírle mucho más. Ayudó a entrarla al hospital. Fue atendida de inmediato. Los tíos restregaban las manos en la espera y Baxter restregaba el ala de su sombrero. Salió el médico para explicar que era una pavada, que se solucionaba con unas pastillas. Rosa pudo volver. Se sentó al lado de Baxter, los tíos iban atrás. Rosa lo miraba y Baxter miraba para otro lado, así todo el viaje. Cuando bajaron los tíos, sorprendidos, vieron cómo Rosa y Baxter congeniaban entre beso y beso. La tía le preguntó al tío, si ahora era así tan rápido. El tío pensaba en qué palabras usaría para explicar a los padres lo sucedido.

viernes, 26 de abril de 2013

REPRODUCCIONES



      Una especie de narcisista compulsivo. Tenía paredes enteras de espejo. Incluso en el baño. Su primera acción al despertar era correr al espejo. Se miraba de frente, se levantaba las cejas, previo mojar el índice con saliva. Luego apreció la perfección renacentista de su cuerpo. Necesitaba alguien que lo quisiera por su alma y compartir un largo rato de su vida junto a ella. Vino con retardo, solía olvidar cosas en los viajes. La maleta, la cartera, el bolsito rojo, era una persona con talento para los olvidos. Él estaba esperando en el aeropuerto, vestía un perramus inglés y un sombrero de ala perfecta. Rusell la vio con el corazón y la abrazó con el cuerpo. Ella se alejó y dijo “Yo soy Charo y para mi también es un gusto reconocerte.” Cuando arribaron a la casa Julián, el mayordomo y Alberta, la mucama, saludaron y se encargaron del equipaje. Charo miraba las múltiples Charo que se reflejaban en los espejos, le dio vértigo. Comieron tarde, Alberta hizo una comida especial. Pensaba que la chica que allí estaba era un partido ideal para Rusell, dejaría de mirarse todo el tiempo a sí mismo. Dejaron los platos vacíos, con un pedacito mínimo, para quedar bien. Se casaron esa noche. Vino un cura del pueblo y dos padrinos: Julián y Alberta. A los pocos minutos estaban en la habitación nupcial. Charo dijo que tenía celos de tantas mujeres que estaban con él. Rusell contestó que lo mismo debería pensar él, con tantos hombres. Se hizo silencio. Desayunaron y hablaron de los verdes que se pierden en las ciudades.

      A los dos años, una mañana, le dijo a su marido que deseaba separarse. Él dijo que bueno, dormido y bebido. Hacia el mediodía sonó el teléfono, era Charo explicando que así eran las personas y otros argumentos remanidos. Rusell colgó el teléfono sintiéndose muy desgraciado y estuvo enfermo de amor una semana.

      Tal vez fueron las compresas de Alberta o los placebos de Julián. A los siete días concertó una cita con una ciega, una prima segunda llegada de Londres. Le parecía curioso cómo ver sólo el los espejos infinitos. Cuando entró la ciega, le dieron mareos y frío. Rusell le puso alfombras en el piso y un poncho de vicuña en los hombros. Ella le besó la cabeza. Ahora la casa tiene alfombras de lado a lado y la ciega lee braile mientras le acaricia los pies a Rusell. Sonó el teléfono, era Charo, para decirle que lo quería “para siempre” y que…Rusell cortó.

PREFERIBLE


      Habían reservado una habitación con camas separadas. El hombre era de pocas palabras. La mujer tenía un apellido diferente al hombre. Vestían como llegados de la ópera, cantaban o destrozaban pasajes de la ópera. El conserje les entregó las llaves, para que se fueran rápido y los huéspedes no presenciaran otros desatinos. Una pareja de edad madura, a él parecía que le habían cocido la sonrisa, ella lo reemplazaba con sonrisas tribales y triviales. No bajaron desde su llegada, pedían servicio de comida al dormitorio, desayunos ampulosos cuando despertaban.
     
      El séptimo día los inquietó a todos. Hablaban con gritos de odio, parecían competir en los ruidos, cristales que se estrellaban, muebles desplazados de un lado a otro, hasta escuchar el sonido de árboles partidos por un leñador torpe. Los improperios bajaron decibeles y cambiaron por elogios susurrados que concluyeron en voces ahogadas. Los huéspedes se agolpaban en los pasillos. El conserje pidió a todos retornar a sus habitaciones. Cuando lograron abrir, el espectáculo que vieron los puso blancos, previo al desmayo. El hombre había matado a la mujer con un cuchillo en el estómago, ella usó el mismo método, parecía un pacto hermético y final.

      Alguien decía que fue por una deuda de juego. Otro lo atribuyó al mal genio del hombre y a la histeria de la mujer. Un tercero aseveró que eran traficantes. A nadie se le ocurrió que el amor poseía caminos infinitos y diversos. El hotel debió cerrar por seis meses a causa del mal perfil y el personal traumado.

      Se hospedaron en el hotel el Sr. y la Sra. Hardley. Les tocó la habitación de aquel suceso. Al conserje le parecieron gente de fiar, demasiado  “aburrido casado”. El tragaluz que había sobre la puerta de la habitación de los Hardley estaba abierto. Cuando pasaba por el pasillo, la camarera pudo oír la voz de la Sra. Hardley, una voz tan descontrolada, tan gutural y quejumbrosa que se detuvo y escuchó como si la vida de aquella mujer corriera peligro. El sr. Hardely estaba en el baño haciendo pis. La camarera tuvo un ataque de pánico y se puso en cuclillas, pudo ver que ella también se había hecho pis. No le pareció nada tener que limpiar la alfombra, antes que limpiar sangre, preferible.