Baxter se sintió avergonzado. Era el
chofer de la camioneta, le ordenaron pasar a buscar a la Señorita Rosa del Huergo.
Cuando el tren se detuvo, descendió una sola pasajera. Era flaca y menuda.
Vestía de blanco y llevaba un sombrero blanco, encasquetado hasta los ojos. Era
tímida y así se escondía. Baxter tomó su bolso y la ayudó a subir a la
camioneta. Al lado de su prístino atuendo se depositaba la tierra que volaba,
hojas que caían. Rosa sacaba el brazo por la ventanilla tratando de asir el
aire. Reconoció el lugar cuando llegaron. Salieron a recibirla los tíos y los
primos. Ellos sabían, Rosa sabía que sabían.
Se reunió a solas con su tía alrededor
del aljibe, donde jugaban con los primos distintas formas de llegar al fondo.
No hubo manera, ni con escaleras ni con sogas. Rosa miró la tapa cerrada. Contó
a su tía que tenía un embarazo de dos meses. Su madre se enteró por las náuseas
y vómitos constantes. La hija dijo que no quería seguir su embarazo. La madre,
luego de su ataque, pensó en la vergüenza de la panza ante la gente. Sería una
humillación. El pensamiento del padre se centraba en sus colegas. Los padres
decidieron mandar a Rosa a lo de sus tíos. La tía preguntó si quería o no
quería su embarazo. Rosa casi gritó un ¡no! rotundo. Le creyó de inmediato y le
propuso visitar una señora que se encargaba de todos los legrados de la zona.
Cuando llegó a esa charla, ya sentía alivio.
Fueron juntas, Rosa imaginó que la bruma
podría no haber estado. Sucedió tan rápido que ahora miraba por la ventana,
desde su cama y el horizonte parecía un mar de verdura. Recuperó la libertad de
sí misma. Hubo que llevarla al hospital del pueblo, Rosa estaba pálida y
vestida de blanco parecía un ángel. Lo
primero que se le ocurrió a Baxter fue que una chica como aquella, no debía
viajar en una camioneta polvorienta. La vida tendría que sonreírle mucho más.
Ayudó a entrarla al hospital. Fue atendida de inmediato. Los tíos restregaban
las manos en la espera y Baxter restregaba el ala de su sombrero. Salió el
médico para explicar que era una pavada, que se solucionaba con unas pastillas.
Rosa pudo volver. Se sentó al lado de Baxter, los tíos iban atrás. Rosa lo
miraba y Baxter miraba para otro lado, así todo el viaje. Cuando bajaron los
tíos, sorprendidos, vieron cómo Rosa y Baxter congeniaban entre beso y beso. La
tía le preguntó al tío, si ahora era así tan rápido. El tío pensaba en qué
palabras usaría para explicar a los padres lo sucedido.