—Me tengo que hacer las manos y los pies.
—No entiendo,
Mami, yo miro y tenés dos manos y dos pies. Seguro que son invisibles. Te
prometo que no le voy a contar ni a mi amigo imaginario.
—Niño lindo y
bueno, es para que yo, una Mami linda y buena, sea más hermosa que nadie.
—Vos no sos
linda ni buena, ni hermosa.
—No es cierto,
qué cruel que sos.
—No sos linda,
tenés bigotes que te olvidás de cortarlos y acordate la paliza que me diste
ayer, por escribir las paredes, eso es de mala.
—Y vos enano ¿no
te das cuenta que pintamos toda la casa?
—Me pareció
triste, toda blanca. Le hice unos dibujos de superdotado, según la Abuela, que
es artista. Ganó premios y todo. Siempre tiene manchada con arquílico, toda su
ropa.
—Eso porque es
sucia, no le importa vivir entre la mugre. Tiene una sola cualidad, sos el
preferido y te quiere un montón.
—Ma, ¿no me das
permiso para visitarla?, quedarme unos días, dos o tres, o lo que vos digas.
Dice que lo
tiene que consultar con Papá, lo escuché a Papá cómo se puso de contento, dijo:
—¡Por fin solos!
Vamos a disfrutar como si fuéramos novios.
Me llevó en el
auto, Abu me esperaba en la puerta, que tiene forma de corazón.
Sus pelos
estaban enredados, dice que hace mucho que no encuentra el peine.
—¿No querés
pintar conmigo?
Ya que estaba,
me puse a elegir los mejores óleos. Ella me enseñó cómo usar la trementina,
abría las ventanas para que corriera el aire. Parece que es tóxica.
—No le cuentes a
tu Mami, porque no le va a gustar.
Después de un
rato le pregunté:
—Abu, es la hora
del almuerzo, no te olvides.
—Sí, me olvido y
detesto los horarios. Tengo que seguir pintando, me falta poco y lo debo
entregar. Acá tenés manzanas del sur, las mejores. Comé las que quieras. Cuando
termine esto, jugamos a las escondidas.
Nunca me divertí
tanto, mientras estábamos afuera, trepó por el molino grande, sin que yo viera
y no la podía encontrar. Miré para arriba y me invitó a subir. Fue difícil,
pero llegué, bajar no pude porque tengo vértigo. Ella me bajó a caballito.
Abu era
vegetariana, le ayudé a cortar, pisar y mezclar lo que me indicaba. Se sentó en
un banco y le pregunté: —¿Qué estás haciendo?
—Estoy
trabajando.
—Pero si no
hacés nada.
—Cuando pinto,
empiezo pensando.
Nos acostamos
tarde, yo tenía mi relojito y eran como las cinco. Me dejó dormir hasta las quince.
—¿Cómo pude
dormir tanto?
—Porque estabas
tan cansado, mirá cómo será, te dormiste antes de escuchar mi cuento de
fantasmas.
—Mejor para mí,
Abu, tus cuentos me asustan. ¿Hay fantasmas aquí?
—En todas las
casas hay fantasmas, menos en las que tienen secretos.
—Ves, a mí los
secretos me encantan, me los guardo adentro y me río sólo, o me pongo a llorar
sin que nadie me escuche.
Me fueron a
buscar antes de lo que yo esperaba, preguntaron cómo me fue.
—Me aburrí
muchííísimo, pobre Abu, nunca se le ocurre nada divertido.
Les mentí para
que no se pusieran en celo, quiero decir celosos.
—Abu me enseñó
la libertad, una pavada, ¿no?