Tengo
sensaciones que coinciden con las acciones dadas en llamarse vejez. Mientras
miro un equipo de dvd sigo caminando hacia otro lugar y el ángulo de dos
paredes golpea un costado de la nariz. Duele, está hinchada. Hace unos meses
resbalé con semillas de una pinácea, caí largo a largo con la cara metida entre
la piedra y el yuyo. Se rompieron los dientes de adelante formando una v corta
con el vértice hacia arriba. Consecutivos golpes en rodillas, codos, hombros,
me han creado un ritmo de caminar azombizado. Dos veces me descosí en la
bañadera.
Veo borroso,
escucho lejano, cuando alguien cuenta algo olvido de inmediato lo que dijo y lo
invito a juntar margaritas. Hasta dejé de recordar que vivo sola y treinta y
dos gatos es una cifra elevada. La casa es grande y el jardín con veinte años
sin jardinero es el mato amazónico. Recorro la selva noche y día buscando
feroces animales que finalmente duermen largas siestas conmigo.
Piensan que son
seres exóticos y extraños las viejas solas con muchos gatos. Les resulta
nauseabundo el olor a pis y temen enfermedades virósicas expandidas en toda la
manzana.
Yo dejo la casa
a los gatos y me voy a la mierda. Le tengo miedo a esta gente. Intuyo.

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