Al final del corredor estaba ella, usaba
anteojos negros que no se los quitaba ni para dormir. Vivía en un lugar de
mucha nieve, se compró un pantalón térmico, rojo. Esquiaba y le decía a su
amigo:
─Nosotros, que somos dos ermitaños, ¿sabés
por qué nos gusta esquiar? Por una rato sentís algo diferente, es como un tubo
de silencio blanco. La pendiente es lo mejor.
Su amigo prefería un buen plato de caldo y
la salamandra tan hirviente como el caldo. Había un ventanal donde los dos
acompañaban el ocaso sin hablar. Ahí sí, los silencios se compartían. De tanto
poner la cara a la salamandra, estallaron sus anteojos a pedazos.
El amigo fue sucio, así como estaba, arrancó
el auto hasta la óptica más cercana, llevó la receta vieja de ella. Consiguió
unos anteojos más negros que la noche.
─Si son más oscuros que los otros, voy a
tener que mirar de perfil, te dije que no te metieras.
─No estoy de acuerdo, vamos a reconciliarnos.
Detesto pelear. Tomamos una botella de vino ─que fueron dos.
─¡Mirá la hora que es! Y no le mande la
carta a mi Viejo. No importa tanto, igual no me entiende la letra. Ni me
reconoce.
─Me voy a dormir una siesta, podés venir
conmigo. Es una cama algo quebradiza. Si escuchás ruidos no te asustes, pueden
ser gatos, cucarachas, hormigas o mosquitos. No hacen nada, son mis mascotas.
─Acepto la invitación a dormir con vos.
─Gracias, me gusta dormir cucharita.
─¿Cómo?, si somos amigos.
─¿Vos pensás que te haría algo así?
─Sííí, haceme algo así.
─Si no mirá el reloj, sonó. Esto está muy
lindo pero me tengo que ir a trabajar.
Al día siguiente le mandó flores, una docena
de rosas amarillas. Ella era lenta, tardó en darse a cuenta que él la quería.
Sintió vibraciones en su corazón. Le asombró, hacía tiempo que no usaba el
consolador, ni sabía dónde estaba.
Apareció él con la propuesta de ir a comer a
un restaurante paquete, por lo tanto fueron vestidos de paquetes. Pero nadie
les creyó, se les notaba el barrio.
Cuando se disponían a partir, había
tormentas eléctricas. Ella se asustó tanto que se metieron los dos bajo la
mesa. Él la consolaba colando una mano entre sus piernas. Disfrutaron el
momento y volvieron a su casa.
Él dijo que el clima estaba goteante, ella
no entendió y le preguntó si goteaba. Se metieron en la cama. La casa tenía un
corredor que por el calor estaba el piso gomoso. La casualidad hizo que él
pusiera baldosas de plástico, cosa que a ella le pareció un horror.
No importaban sus gustos.
─Mientras duermas conmigo desnudo, todo
bien.

No hay comentarios:
Publicar un comentario