domingo, 10 de abril de 2022

DOS VENTANAS

 

   —Nos pasamos mirando y él nos mira también, nosotras miramos primero. ¿Qué nos tiene que mirar? ¡Que corra las cortinas, Alejandra, o que se mude!

   —Eso sería demasiado.

   —¿Por qué?

   —Porque entonces, ¿quién nos miraría?

   —Yo quisiera saber para qué nos mira tanto. Será porque pasamos desnudas de la ducha al dormitorio. Si fuéramos jóvenes todavía, pero a los ochenta, para mí que es un psicópata.

   Ella tiene la secreta esperanza que alguien mire sus colgajos y que él, que nos mira, se haga la cabeza. He notado que algunos días, alguien le seca el pelo y lo peina, no le cuento a Yolanda, porque seguro va a querer ir para conocerlo, naturalmente. Le dan permiso mis comentarios. Miré con los prismáticos su arribo al que mira la ventana. Volvió blanca como la harina.

   —Me atendió su mujer, más grande que él, pensó que era una amiga, me hizo pasar a su habitación. Él preguntó: “¿Quién es?”. No se puso de pie ni quitó su mirada de la ventana. La mujer que lo cuidaba, le dijo: “Hubo una confusión. Querido, se equivocó de departamento. ¿Te acompaño a la sala que hay más sol?” Lo escuché en mi lenta salida: “No gracias, prefiero aquí, es mi ventana y aunque no veo, imagino dos ancianas que me miran. Si quiere tomarse unas horas, no olvide que las ruedas de la silla, son mis piernas y las manejo con los controles, sin ayuda de nadie. No sé para qué la contrataron”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario