miércoles, 28 de febrero de 2018

ODIAR ES PODER


   —Mirá, si mi cuento te parece opaco, sin tensión y desesperanzado, pagame las cuatro horas que me llevó escribir.
   —Señora de Morondanga, le prohíbo que me tutee. Eso era cuando alguna vez, hizo un cuento potable. Cámbiese el apellido Morondanga, se parece a basural. Póngase La Corvenne, Chateaux Legrand, no sé, algo que remita a algún tipo de intriga de esas que uno no puede dejar de leer y se le va la noche.
   Elegí mi nombre, Rouge Lepett y el título del cuento: “Un hombre negado”: Nos conocimos en un tren, era tan afable que le propuse ser su novia, se enojó mal y dijo: —No.
   Soy de insistir: —¿De casamiento, ni hablar?
   Dijo “No”, como era de esperar. Preguntó a cuánto ascendía mi herencia, mentí: —Unos quinientos mil dólares. Calculo que si mis padres mueren, como se muere ahora, accidente de auto, suicidio por dejadez de mujer, unos dos años. Mi Viejo maneja mal, mi Madre tiene un amante que llamó a mi Padre, para que por favor le diga a Mami, que no lo joda más. ¿Así le parece mejor?
   —No, es monocorde, me aburre.
   —¿Y si le cuento que el amante de mi vieja, clavó una daga en el corazón de mi padre y ella indignada por las manchas en la alfombra turca, lamentó gastar en tintorería?
   —No.-Repitió el hombre-.
   —¿Cómo termina la historia?
   —No tendrá tiempo de darse cuenta, ahora la daga, está insertada de lado a lado en medio de su espalda. Sobresale una punta que arroja sangre, ésa la tomo sin su anuencia, está muerto.
   —No, pero me gusta que me chupe la sangre.
                                 

martes, 27 de febrero de 2018

ANTROPOTECNOFAGIA


   Se dejaron de tocar, oler, escuchar, percibir lo que de la naturaleza viniera. A nadie le resultaba interesante perderse con inquietud de adrenalina y la sorpresa victoriosa de encontrarse. Inventaron unos aparatos con la sigla gps que indicaban dónde uno se encontraba y se podía confiar en el destino con sólo leer en el engendro. Si uno equivocaba camino, el gps indicaba alternativas ¿El trabajo esclavo no le permitía encontrar a su amigo, novia o pariente? El inefable celular lo comunicaba y en tres minutos se resolvía el tiempo de la vida, otrora montado en la casualidad o en la responsabilidad contraída con anterioridad.
   Basta de libros con hojas escritas y la terrible gestión de terminar una hoja y dar vuelta la página. Aparecieron unos aparatos con letra impresa, sin hojas, sin luces hirientes, con apenas digitar se pasaba a la imagen siguiente, equivalente a la continuación de la tecnolectura. Casi todo devino de la invención computadora, aparato que encerraba desde todo el conocimiento del mundo, hasta el placer producido por sexo explícito, que el usuario completaba con los deditos. Aparecieron con anterioridad aparatos vibratorios, crecientes en apticidad para orgasmos solitarios o en grupos. La belleza exterior negaba con elementos invasivos, agresivos y cruentos la entrada en la vejez. El culto del cuerpo reemplazó con inmediatez al hombre culto. A nadie interesaba una persona lectora o cinéfila o humanista de pensamiento propio.
   No importaban los árboles ni las pasturas, ni la tierra. Nada como el cemento, el acero y el anonimato igualitario de los muebles blancos en ele, las cocinas quirófanos y las columnas dóricas reproducidas con caños de materiales de insolente hibridez.
   Las ideologías sucumbieron con sus hermanas, las ideas. La historia anterior, sin neuronas, proyectó resortes de privilegio en playas rodeadas de fosas comunes que nadie recordaba.
   No estaba de moda reproducirse. Cerraron todos los bancos de esperma. Un tsunami de úteros extraídos con rayos laser dejó al mundo en estanbai. Quedó poca gente. Cayeron en depresiones morbosas, todos resolvieron pasar a mejor vida con unos aparatos llamados queped, que sin dolor alguno y con sólo una mirada, suicidaban.
  Sobrevivimos unos amigos y yo. Teníamos toda la tierra para nosotros solitos. Nos aburrimos tanto que, desesperados, buscábamos si quedaban queped para cortarla de una vez.

lunes, 26 de febrero de 2018

MI CHAPLIN PREFERIDO


   Yo, ice cream de chocolate y él café, los dos solos. Mi madre era adicta a la limpieza, al tejido, a la televisión y al teléfono. Nuestras salidas le aburrían soberanamente. Era precisa, de mente soberana. Papá opinaba, entre murmullos cómplices, que mejor ir sin ella, para no disgustarla.
   En algunas ocasiones mutaba en madre sonriente y esposa abnegada. Aceptaba acompañar nuestra salida. Hablaba todo el tiempo, se quejaba todo el tiempo, de nosotros todo el tiempo. Que hacía ruido con los sorbetes de mi amado ice cream, el chocolate era pésimo para mi organismo, estar encorvada era malo para mi columna. Luego venía el turno de mi padre. La indignaba que tomara café con el meñique levantado, de ordinario, decía. La corbata azul marino con cabecitas de bóxer, un bochorno para sí misma y para él, que era un hombre grande.
   Papá la miraba, en realidad miraba la señora sentada tras mi madre y le explicaba, que esa corbata era inglesa, regalo de su tía Ema, que también levantaba el meñique para tomar café, té, vino o champán.
   Si mi madre, molesta, partía sin excusas, ponía cara de herida de nada y decía que la comida estaría lista a las ocho en punto. Pretendía intimidar, con su mano de paloma nerviosa, llamando un taxi y dejando la memoria del horario.
   A mí me ponía contenta que se fuera. Papá recuperaba el oxígeno y proponía cruzar al cine de los dibujos animados. Su pasión más alta. Y la mía. Cuando el entusiasmo superaba el horario de la demente soberana, comíamos unos panchos en el Bar Jaulita.
   Entrando en casa, mi madre hablaba por teléfono, tejía y miraba tele, todo en simultáneo. No percibía nuestra llegada. Nunca nos percibió, gracias a dios, si existe y a la virgen, si fue tan virgen, como decía mi tía Ema, que era atea de nacimiento y odió a mi madre, hasta su muerte.

domingo, 25 de febrero de 2018

MARTITA


   Era más puta que las gallinas.
   Se la había agarrado con su nariz. Le parecía grande y antigua. En tres años se operó cuatro veces, hasta convertirla en un porotito picudo.
   Pero tan picudo, tan picudo, que en una quinta visita al cirujano le llenaron la punta con colágeno.
   Lo que más atormentaba a Martita era el paso del tiempo y la envidia.
   Para vencer estos demonios, enfundaba su culo enorme en unos pantalones rojos elastizados que le juntaban el desparramo y se lo ponían como enfrentando a cualquier vidente.
   Se jactaba de no usar bombacha, decía que los elásticos arruinaban la redondez (que ella imaginaba perfecta) de su trasero.
   Todo en ella era color rojo. El pelo, un pañuelo estilo Annie Okley, rojo.
   Remeras con lunares, o rayas o bordados absolutamente rojos. Las uñas, la boca y las sandalias, al tono, rojas.
   Tenía un marido fijo, un novio definitivo, un amante para siempre y veinticinco “amigos” (decía ella) que la amaban hasta la muerte y le pagaban muy bien.
   Un seis de enero,  como regalo paradojal, le pegaron cuatro tiros en la puerta de su casa, a la hora de la siesta.
   Dos dieron certeros en el pecho de un adolescente que charlaba tímidamente con Martita.
   Los otros dos le dieron a ella, en el codo derecho y el culo respectivamente.
   El joven murió a los dos días de la tragedia.
   Martita se compuso, luego de cinco intervenciones en el brazo y tres en el glúteo derecho.
   El que disparó resultó ser un amante, ex policía, que odiaba a los pendejos.
   Se hicieron arreglos para que el tipo saliera de la cana.
   Lo encerraron en Melchor Romero, en el sector de pacientes ambulantes.
  Martita sigue vistiendo riguroso rojo. Su mirada es triste, no habla con nadie y cuentan que el miedo no la deja dormir.
   Ahora le preocupan dos cosas.  El loco, que se la tiene jurada. Y que ya, no le pagan como antes.

sábado, 24 de febrero de 2018

SANGRE Y FUEGO


                                       Él
   Ya ni me acuerdo qué cosas me gustaron cuando la conocí.
   Ahora no sé si es linda o fea.
   Creo que si se pinta de verde la cara, no me daría cuenta.
   No la veo. No sé cómo es y lo peor, no sé quién es.
   A veces la jodo, le digo bagayo, enana, gorda, puta. Ahí se pone como loca y yo no la puedo cortar y la basureo, bien basureada.
   Me gusta cuando se enoja, es el único momento en que le brillan los ojos. Pero a mí no me alcanza, se me pone todo rojo y le pongo un bollo. No se queja la turra, es de goma.
 Y después le sigo pegando, eso es lo que tengo, no puedo parar.
   Encima, la boluda me muerde finito el cogote y se queda con un cacho.
   Yo agarro la tijera y se la clavo en la panza, me saca la boluda y se la vuelvo a clavar. ¡Para qué! ¿No agarra un martillo y me da con todo en los dedos del pie?
   Bueno y así, dale que te quemo el pelo, me lo quemó. Y yo dale que te rompo todos los huesos y se los rompí.
   Qué fea que se puso la idiota! Y cómo me ardía la cabeza…
   Me fui a la mierda, una loca la mina.
   Aunque sea un bajón tengo que hablarle por teléfono, al menos para ver de transar un polvo, algo.
                                Ella
   Ahora que te fuiste me doy cuenta. Tengo la ceja partida y esta saliva que me brota entre el mentón y la boca. De la muñeca quebrada, no te digo nada. Mientras vos disfrutabas el ruido de mis huesos, yo te martillé el dedo del pie.
   El mordisco simultáneo, me dio la prueba que no sólo los animales desgarran.
   Tengo chuchos de frío cuando me siento los puntazos alrededor del ombligo.
   Hay olor a pelo quemado, todavía y eso que ventilé ni bien te fuiste.
   Me da risa pensar que por un tiempo, vas a ser lampiño.
   Lástima que no me puedo mover.
   Justo ahora que llaman por teléfono.
   Y sos vos. Estoy segura.
   Y no deja de sonar, sos un pesado. Si sabés que te quiero. Cortá!

viernes, 23 de febrero de 2018

MEGARCA



  El día de ir al supermercado me pone de mal humor, gastar en productos que desaparecen en el estómago y se apropian de mis ingresos miserables, que poco a poco me hacen perder las mínimas conductas sociales. El listado no cabía en una canasta, necesitaba un carro, no quedaban. Tomé el único, con una silla de niño. Se abalanzaron cajeros, gente de seguridad, consumidores y gritaron:  —¡Esos carros son para niños!
   Les contesté que no había otra posibilidad y el carro servía para transportar mi angina, gripe, fiebres y mareos. Los impíos me lo arrancaron de las manos, como si de Cristo se tratara.
   Puse tres canastos en el piso y cargaba lo necesario empujando con los pies. Llevo anotado para no excederme en nada. En la verdulería encontré un zapallo redondo, cuando voy a cargarlo se me hundió un dedo, lo cambié por otro y se hundieron cinco dedos. Los melones refulgían, tomé uno y mi mano entera cupo en unos de sus polos. La espinaca era lo más parecido a la angustia. Llevé papas de difícil pelar, con protuberancias, nunca como papas. Puse perejil triste y dos zanahorias sin rigidez. Para un pucherito daba. Panadería, panes de semillas no quedaban, dijo con satisfacción la gorda amable.
   Cuando sentí un carro que se me venía encima, con un bebé gordo “mucho pan”, él me incrustó un helado en la cara. Lo tomé de los rulitos y lo senté en la góndola más fría. La vieja, de espaldas, ni bola.
   El súper, provisto de cosas viejas, caras y marcas pedorras. Me llevaron  a la caja con tres tristes canastos, empujados por carros impetuosos.
   La cajera pedía socorro, porque el choque fue múltiple, me escurrí entre tanta porquería y con un secador limpiapiso “molesta consumidor”, barrí todo el contenido de los carros, las cajas, con sus cajeras ineptas. Les hice mierda todas las cámaras de video y me fui cantando a casa.
   No gasté un mango. Me pareció súper barato.                               

jueves, 22 de febrero de 2018

PLATA EN MANO, CULO EN TIERRA


   ─Mire, Dr. Fernández, lo vengo a ver, porque no tengo más remedio que suicidarme.
   ─Pare… Pare, pare, bsss…, su nombre es, Pablo¿no es así? Bien, “Pablo” ¿Porqué quiere suicidarse?
   ─Usted, me puede ver, Doctor, zapatos italianos, camisa inglesa, sweter bremer, escocés. Anteojos alemanes, óptica de Berlín Occidental. Y esto Dr, 
-Le muestra las llaves de una cupé inglesa- hay más Dr. la casa, el yate, la avioneta, el campo, el dpto. de Cancún.
   Precede con tono de carraspera Froidiana, ─Pablo, lo…interrumpo, porque me gustaría saber, qué sucede con los objetos que enumera; ¿qué tienen que ver, con su decisión tan extrema?
   ─Debo todo. Nada de lo que tengo me pertenece, ni todo lo que enumeré, ni lo que no conté. Es más Dr. Fernández, para llegar hasta aquí, vine caminando. Debo todo. Todo.
   ─A ver, a ver, a ver, dígame Pablo, ¿Usted le pagó a mi secretaria, esta consulta?
   ─No, Doctor. ¿Y con qué?
   ─Le pido Pablo, que se retire de inmediato. Y recuerde, que entre lo que debe, estoy yo y mis minutos perdidos en escucharlo.

miércoles, 21 de febrero de 2018

VÉRTIGO


   Estoy muerta, muerta de muerte mortal.
   Volví a pie, vendí el auto, mi último recurso. Las bolsas del super no pesaban, pude caminar treinta cuadras. Luego comenzaron a deslizarse. Se hicieron agujeros por donde rodaban productos, me dio vértigo y caí muerta de odio en la vereda. Estaba extenuada.  Unos chicos juntaron lo que había perdido. Otro me levantó e indicaba cómo lograr equilibrio en el cuerpo, llegué a la vertical.
   El chico se equivocó, mis manos apoyaban en la calle, mi cabeza no entendía por qué el mundo había cambiado, tenía los pies en el cielo. El chico, obcecado, me hizo caminar con las manos y encima acotaba: —Primero una manita, ¡Muy bien!, ahora la otra. Te acompaño en la vertical.
   Faltaba media cuadra y el chico iba cinco cuadras más adelante. Cuando llegué a la puerta de casa me resultó imposible salir de la vertical, por querer poner la llave me derrumbé hacia atrás. Golpeé mi cabeza contra la reja. Sentí dolores tan agudos, quedé tiesa. Cuando llegó mi hijo del colegio le dio risa mi postura, tenía una pierna mirando al norte y la otra al sur. En el brazo izquierdo las llaves pegadas a un sorete de perro y en el derecho, pedazos de: papel de caramelo, bolsas vacías, una botella aplastada, chicles. Enmudecí del asco. Mi hijo se tiró a mi lado.
   —Por fin encuentro la situación adecuada para hablar con vos, mami, siempre tan ocupada que nunca me escuchás, ahora es diferente, te veo re tranqui y confieso.
   Yo pensaba cómo tenía un hijo tan idiota que ni se le ocurría pedir una ambulancia.
   —Mami, me caso con una chica divorciada, con cuatro hijos, así que los nietos te vienen ya hechos. Mi segunda confesión es que la compra de tu auto, la hice yo, con aquellos ahorros que no encontrabas ¡gracias! Tu generosidad no reconoce horizontes. ¡Aaah! Me siento aliviado ¿Te podés correr un poquito? Voy a buscar mi equipo de gimnasio.

martes, 20 de febrero de 2018

RUMANIA


   Tienen un lugar para que viajen animales en jaulas de madera o las “cierre total con oxígeno polinizado”. Esta última fue la elegida para el traslado de mi perro.
   Lo solté ni bien llegamos al jardín. Abrí el cierre y una niña de unos seis años dormía el sueño del oxígeno polinizado. Había reemplazado a mi perro. Parecía muda. Supe que era rumana por una libreta destrozada, la libreta de casamiento de sus padres. Despertó y continuó muda. No hablé a nadie de lo sucedido, opinarían que debería devolverla a...los ¿a quién? Comió despacio y tomaba coca cola a cada rato, le encantó, fue su primera sonrisa.
   Conozco los artilugios hasta para conectarme con el pentágono y sus tramoyas, no lo hago para no tener quilombo. Esa noche busqué el apellido Gumenosco, lo saqué de la libreta de la niña y antes del amanecer encontré el nombre de sus padres fallecidos y el de la hija perdida. Le llevé el desayuno y en perfecto castellano dijo gracias y preguntó si allí estaba protegida.  —Hacé de cuenta que es tu casa Nadia, ese es tu lindo nombre ¿No?
   Me miró con ojos de haber visto todo. —A mí no me gusta “Nadia”, se parece a nadie.
   Usé todos mis contactos para su tenencia definitiva. Hoy le di un baño y descubrí latigazos en su espalda y manchas azules de puños adultos. No le pregunté, después de todo lo que vio, su cuerpo era secundario. La vestí con ropa de mi sobrino que solía pasar temporadas aquí.
   Dijo cosas en un idioma raro. —Perdón, hablé en rumano.
   Mientras trenzaba su pelo de flecos: —Entonces sos bilingüe, rumano y castellano.
Inclinó la cabeza hacia mi pecho: —En casa se hablaban los dos idiomas, papá era argentino y mamá rumana. Si me traés un mapa te muestro de dónde era mi papá.
   Señaló Rosario, se casó con una rumana. Fuimos a comer, a tomar helados y al cine. Después que se durmió vi su ropa ya lavada y seca, tenía bordados minúsculos y puntillas en los bordes, un chaleco de lana de conejo, pensé que era ropa de rico. Me sentí estúpida, pensando si era rica o pobre. Lo que sí sabía “era sola”, nunca más habló de su pasado, a pesar de mi curiosidad respeté su silencio. Saqué dos pasajes a Rumania, para navidad, estaba segura que sería feliz. En el aeropuerto se enteró del destino. La miraba de atrás, espalda triste y la idea del viaje no le interesaba. Le dije
   —Hija, volvamos, me dan miedo los aviones.
Nadia se colgó de mi brazo y contestó con mentira: —A mí también me dan miedo, mami.
   Me dijo mami.  

lunes, 19 de febrero de 2018

REGISTRO DE LAS PERSONAS

  
   Juan De Los Palotes se vanagloriaba de ser casi la mitad de Anónimo, el escritor más conocido en el mundo, por ser tan pródigo en sus obras de géneros diversos.
   Justo el treinta y uno lo fui a encontrar.
   Juan De Los Palotes me miraba —¿Vos me conocés de algún lado?
    Él me dijo que sí y adelantando pasos previos preguntó si lo aceptaba como esposo.
   —A cambio de que cambies tu nombre. Yo no voy a decir que me casé con Juan De Los Palotes, o cuando te tenga que presentar a mis padres “Aquí mi prometido, Juan De Los Palotes”.
   Reconoció la situación y cambió unas letras de su apellido, su nuevo documento decía Juan De Las Pelotas. Me casé igual, me hinchó un poco las pelotas, elegí Francia para nuestra luna de miel, tengo amigos en Lyon, Avignon y París. Lo presentaría como Juan Delapal. Por fin no escuchaba ese apellido denigrante. En el Aeropuerto lo llamaron por altoparlante: —El Señor Juan De Las Pelotas olvidó una maleta, pase a retirarla, es de mano, así que la tenemos a mano.
    Corrió a buscarla y besó a la maleta y a mí. Ya en casa me intrigó el contenido de aquella pérdida que lo puso blanco. Había escritos para pedir un cambio de apellido.
   Constaba que podía hacerlo y que el veinte de abril se le entregaría su nuevo documento. Ahora se llama Juan Tequiero. Fue el regalo de casamiento que más amé “Yo también te quiero” le escribí en la tapa del inodoro con rouge indeleble.

domingo, 18 de febrero de 2018

GRIPE


   Yo no sé por qué, me casé con eso. Papá dijo:
 —¡Basta de concubinatos! La gente me pregunta y a mí me da vergüenza.
   Lo hice por él y resultó un tipo bastante vulgar, no leyó un puto libro en su puta vida y su película preferida: ¡A la Hora Señalada!
   Pensé tener un bebé, se tomó su tiempo, a los cuatro años lucía con orgullo mi panza fútbol 5. Nació un querubín espantoso, a todos los familiares les parecía divino, a mí inclusive.
   Nunca me enfermo, pero estos cambios climáticos me produjeron una gripe: “No salgas de la cama”. Se interrumpió el motor, nadie para cocinar, limpiar y todo lo que hace que la vida no sea bella. Mi marido no fue capaz de llevarme a una guardia, traerme un tecito a la cama. Se pidió una licencia de una semana, calculó que eso durarían mis mareos. Siguió sin atenderme y pasaba la vida mirando series. No podía odiarlo, un ser tan despreciable, no merecía ni un juicio de valor.  
   Me gustó, cazó una gripe, el doble que la mía. Cuarenta y un grados, llené la bañadera con agua fría y cubitos. Lo arrastré y logré meterlo. Él deliraba y llamaba a su Secretaria. Cuando se derritieron los cubitos, quité el tapón de la bañadera, era muy pesado, el episodio de la introducción me dio lumbago, esta vez le tire unas toallas y su almohada de cama, en su propio baño. Llamé al Médico, daban impresión sus labios azules y los ojos fijos en la banderola.
   —Sra, son notables los cuidados que recibió este hombre, por los arañazos vemos que luchó para vivir. Querida mía, por sus devotas intenciones, este hombre se ganó el cielo. Está totalmente muerto, por su boca de horror, da prueba que quería quedarse con Ud.
                         

sábado, 17 de febrero de 2018

ALGUIEN


     Hacía dos años que vivía en un pueblo nunca censado, le calculé unos quinientos habitantes.
   Iba a cualquier negocio y siempre me preguntaban: 
—Usted no es de acá, ¿No?-Daban ganas de contestarle: “No, soy de Marte, vengo a comprar galletas y leche y después vuelvo”.
   Pasaron cinco años y seguían preguntando: 
—¿Usted no es de acá?
   Yo lo cortaba con un “Sí”, me retiraba sin saludar.                                              
   La estúpida consigna “a donde fueres haz lo que vieres”.
   Chicas jóvenes o viejas usaban shorcitos cavados atrás, de modo que se exponía carne nueva, alta y redonda o colgajos bailanteros de celulitis.
   Dejé de vestir ropa traída de otros lugares.
   Corté unos jeans, los cavé, mis túnicas descansan mientras me pongo remeritas cortas, corpiño push-up, sandalias con plataforma y rodete deslizante. Así me saludaban con sonrisa, que parecía querer decir, “Ahora sí sos de acá".
   Fui de copas sola, al único boliche del pueblo, alguien me miraba, otros también miraban, pero alguien insistía. Me dio temor que ese alguien pensara en mí como una puta de ocasión.
   Me acerqué a su lugar y le grité: —Yo no soy ninguna puta, a pesar de tu mirada descarada. Si querés algo de mí no seas hipócrita y dale para adelante.
   Los clientes, ante mis gritos, se pusieron contra la pared. Salí con los tacones de costado (no sé caminar con tacos altos) antes fui a pagar y me dijeron que alguien pagó todo.
   Afuera hacía frío de bosque, la bruma no permitía ver hacia donde era mi casa. Escuchaba pisadas, alguien me seguía. Tomó mi mano, dijo saber el camino. Una novia suya vivía en mi casa antes que yo la comprara. —¿Y qué pasó con tu novia?
   Triste dijo: —Se fue de mí y de aquí.
Con curiosidad pregunté: —¿Con alguien?
Su furia crecía y desvariaba: —¿Cómo me preguntás eso?
   No sé por qué le di un beso, para atenuar su desdicha tal vez. Me llevó hasta un árbol tallado con el nombre Julieta. Él pasó sus dedos por el tronco.
   Dormimos juntos y llegamos a estados cósmicos.
   Por momentos me decía Julieta y miraba con ojos eternos. Acepté ser su Julieta.
   Cuando terminamos lo que recién empezaba me llevó hasta el auto. Las sombras de los álamos, las acacias, nos despedían con respeto y belleza. Saqué los brazos al aire, el viento soplaba cálido y alguien manejaba. Lejos del pueblo, cerca de vaya a saber.

viernes, 16 de febrero de 2018

LA MERCHANDISE


  Había una clase media que no se resignaba a que dentro de su economía, la ropa fuese un elemento suntuario.
   Tolo Machón Vívere, encontró un arrebato de ideas que sus hijos aplaudieron. Un traje de alpaca, corte británico hilado argentino, perteneció a su padre. Una pierna del traje tenía banquetes de apolillados. Tolo cortó la pierna y la suplió con un inmenso pañuelo de seda, cosido a la cadera. Su mujer, Malvina, estalló de ira porque el pañuelo era suyo. Él, para compensarla, arrancó una cortina suiza y le diseñó una pashmina que todos envidiaron en la Expo Diseño “Vintage Apariencia”. La flia más aplaudida fue la de los Machón Vívere. Con los hijos fue más jugado, medibachas al cuerpo, con bordes liberados, para estirar en los momentos de visita al sanitario.
   Su estilo le brindó sumas astronómicas, al punto de ignorar cuánto tenía. Malvina decidió comprar las Islas Malvinas, para cortarla con que eran inglesas y que a ningún boludo se le ocurriera desatar guerras perdidosas.
   La flia entera decidió invertir la estructura de propiedad horizontal y verticalizar los edificios, desafiando la Ley de Gravedad.
   Tolo Monchón Vívere, fue electo Presidente Argentino, Malvina, Gobernadora y los hijos, Diputados, Jueces, Narcotraficantes, genios todos, lograron que el PBI hiciera mierda, el resto de las naciones  vanidosas matagentes.
                                                         

jueves, 15 de febrero de 2018

GORUTAS


   Cuando el hombre mono comenzó a erguirse, hasta llegar a una vertical aproximada, tuvo una oposición importante. Había un agujero sin respuesta, se le preguntó al líder reciente, que ya era burro: —¿Y el eslabón perdido, mon líder?
   —Mire, Sr Periodista, si Uds, que lo saben todo, lo ignoran, los tranquilizaré. Continúan las investigaciones, hasta ahora sin resultados fehacientes, algunos hablan que fue un error orgamétrico. La palabra eslabón, confundida con escalón, durante la caída, es de un orangután, “casi” un hombre. Y cierren el caso. Hay otras noticias. Y los medios pasan a otra noticia, y a otra, y a otra y es así como la gente olvida el miércoles lo que pasó el martes. Consultan con la compu, para saber, y ni ella que lo sabe todo, lo sabe.
   Cuando el goruta vertical comenzó su apareo con bípedos de esta era, a los niños les llamaban “gorutas”.
   —¿Cuántos gorutas tenés?
   Se lo preguntaban como si tal. El mundo entró a una nueva civilización: “Gorutismo final” así lo bautizaron los académicos. Se avecinaba la era primaria y para todos, era el final.
   Un día cualquiera, el Big Bang borró lo hecho y los dinosaurios, asomaron sus cabezas.
                     

miércoles, 14 de febrero de 2018

POR SUERTE, ´TAMO LEJO


   Comenzó a funcionar el primer satélite habitable que tomaba fotos de lugares específicos.
   Seleccionaron dos personas para satelitear el punto máximo de resistencia humana. Los dos audaces eran católicos, pero se hicieron anglicanos, budistas, taoístas, por si les daba miedo tendrían varios dioses a quienes recurrir.
   Debido al bajo presupuesto los científicos argentinos levantaron el satélite con globos de gas atados con alambritos. Respetando la cultura del alambrito, invento criollo. Entraron vestidos con trajes de amianto amortizado, forrados en gomapluma. Les tomaron la foto de rigor y cerraron las satelipuertas. El espacio era exiguo.
   —Ché ¿Y si nos sacamos este bodrio de encima y nos quedamos en calzoncillos?
   Al otro le pareció liberadora la propuesta. Ignoraban cuándo era de día o noche. Comprobaron que el satélite no era el más alto, como les aseguraron, era el más bajo. Las cámaras se rompieron en el despegue, debieron usar celulares para fotografiar dónde no había guerra, dónde había más o menos y cuál era el lugar de la guerra grande. Este último sitio los dejó sin habla, Medio Oriente era una metástasis Isíaca. Había gente del FBI y la CIA, metidos en el despilfarro de la muerte.
   —¿Qué te parece?¿Nos volvemos?
   Al otro le pareció lo mejor, muy apropiado porque Argentina era canasta sin pan del mundo, un lugar seguro, nadie mete mano en nada. Los globos desinflados hicieron el milagro de traerlos al medio de La Pampa, sanos y salvos. Ante los periodistas contaron lo visto y mostraron fotos y filmaciones.
   La CIA, el FBI y La Internacional de la Droga, hicieron desparecer el material aportado por los casi pilotos. Luego, hicieron desaparecer a los casi pilotos.

martes, 13 de febrero de 2018

TODAVÍA NO ES EL FIN



   Fui a comprar alimentos para ese día. No me alcanzó, dejé varios productos.
   No digan que no es para putear, o protestar, o tirarse de los pelos. Nadie dice nada, como ovejas obedientes. Llego a casa y escucho: —¿Qué hay de comer?
   Él, recostado, con los ojos rojos de mirar televisión, el Buey sólo, bien se cocina.
   Otra noche en el piringundín, trabajando de puta con viejos desagradables. Un agotamiento que tapaba con anfetaminas y así iba a dar clase a la escuela, por la mañana.
   El Buey no sabe, piensa que soy inspectora de la Biblioteca Nacional, lugar donde se trabaja por las noches. Hace mucho que dejé de importarle. A mí me parece que él no me importa desde antes de conocerlo. Lo dejaron cesante y fue traumático, los chichones se curan, el Buey parecía cesante del mundo. Es extraña la mutación de las personas, la falta de dinero para cosas elementales, hace que uno tenga la cabeza ocupada con números. No quiero caer en ese pozo, sin futuro ni presente, ni marido. Hay personas resistentes, admirable.
   Me queda cero pila, o me voy o me mato.
   Elijo lo primero, conocer lugares nuevos, personas diferentes, que todavía sueñen con saltar lejos. Cuatro baldosas flojas me mojaron zapatillas y medias. Entro en casa y huelo cazuela, la mesa tendida con los platos de salir y un candelabro al medio. El Buey me quitó el abrigo, secó mis pies y dio la gran noticia, consiguió trabajo.   
   Abandoné mi proyecto de  partir.
   El Buey es bueno, aunque lo del laburo sea mentira. 
                                                             

lunes, 12 de febrero de 2018

ATRÁS! ATRÁS! ATRÁS!

  
   —Adelante los que están primeros, los últimos se van.-Se escuchó un lamento en procesión-.
   —Pero si estamos desde las seis de la mañana, ¿cómo no nos van a pagar?, ¿qué somos nosotros?, ¿nadie?
   El empleado, con equipo de tenis, contestó: —La felicito, ha dado en la tecla, son nadie. No tienen ni voz ni voto, como corresponde a un nadie. Hubo una mesa de negociación, donde se aceptó la moción por unanimidad de suspender todos los pagos.
   Tomó la palabra otro empleado, con equipo de tenis, mientras tanto, los empleados usaban como red los separadores de policarbonato:     —Nos vimos obligados a tomar esta determinación. Si les pagamos a Uds. el Banco Nacional quedaría vacío. Los sin techo tomarían el banco como vivienda y nosotros mudaríamos sucursales a Seychelles, Cancún, Chipre, Irán y Bielorrusia.
   Varios clientes comenzaron a golpear los muros de seguridad, de policarbonato triple. Se sumaron clientes con bastonazos y clientes paralíticos que golpeaban las bases. Las filas se convirtieron en pilas. Gendarmes, Fuerza Aérea y Policía también formaron parte de la indignación colectiva.
   Quedaron destruidas las cajas comunes, las de seguridad, subsidios y jubilados. El gerente no dio la cara porque un cliente la incrustó en la pared. Pasado el hervidero, cantaron la Marcha de San Lorenzo y se fueron dispersando solos como los nadie, cabizbundos y meditabajos.
   Fue triste que los nadie, no advirtieran que eran mucho más que dos.
                                                                 

domingo, 11 de febrero de 2018

GALENOS CREATIVOS

                                                                           
   La Abuela tuvo dieciséis hijos, fue a finales del siglo pasado. Vivían en el medio del campo. Su Marido volvía a medianoche y partía a las tres de la mañana. Era tan celoso que trataba de dejarla gruesa todos los años, para mantenerla ocupada. La Abuela aceptaba porque según le contó su Madre, nunca debe una negarse a las necesidades de un marido, porque seguro se iba con otra. Ella hizo caso y así fue que no hubo tiempo de depresión pos-parto, elemento que servía para dejar el líquido amniótico libre de impurezas y el próximo querubín nadara en un interior límpido.
   Sus hijos nacían de piel blanca al principio, al negro gitano en las finales. Un día el Abuelo contrajo la fiebre del heno y murió repentino. El primer año la Abuela tuvo su hijo número diecisiete, salió: negro senegalés. Lo extraño, que muerto su Marido, siguió teniendo hijos. No era por amantes, estaba mal visto. Los niños provenían de la necesidad compulsiva del vientre acostumbrado a parir. Les ponía nombre, al tiempo los olvidaba. Eran demasiados, además las personas sin recursos le dejaban alguno, pensando que entre tanto crío no se notaría.
   Llegó al pueblo más cercano, un Médico moderno, que le sugirió la ligazón de trompas. Ella aceptó gustosa y el Médico se enamoró para conocer el placer sin consecuencias.
   Fue un hombre práctico. Fundó una Facultad de Medicina, con los alumnos hijos de la Abuela. No daba abasto con las clases. Basado en la confianza, mandó cuarenta hijos de la Abuela, a fundar facultades en otras zonas de las provincias. Así aparecieron los primeros galenos “Mala praxis”, “Error de diagnóstico”, “Muerte súbita”, “ACV” y demás miasmas que en la actualidad son última moda, más baratos que los tradicionales y prescindían de las Obras Sociales.
   Son tiempos que a las Obras no se les da importancia y lo Social está prohibido debido a la superpoblación y a las Leyes de Necesidad y Urgencia.
                                                                     

sábado, 10 de febrero de 2018

FALTAN LAS SOMBRAS


   La deforestación comenzó pausada, para construir casitas a los sin techo. Las máquinas amarillas arrancaban de raíz piñoneros que perfumaban el aire, nuestras sábanas olían a piñoneros y los árboles plenos de pájaros, que daban sus conciertos para deleite de todos los que vivían en sus adyacencias.
   Las casas nunca se hicieron. La planicie se cubrió de pasto verde, una llanura, bah. Se le pidió a la Intendencia, que detuviera el arbolicidio. Ninguno se interesó, todos vivían lejos y odiaban los árboles porque tapaban la visión lejana de sus casas, que parecían implantadas en Sta Fe y Arenales o algún lugar de Bs As, cuyos nombres desconozco. ¿Acorde con el paisaje? Olvidate, el puro cemento, vidrio y piedritas blancas.
   Luego llega un verano como éste, de casi cuarenta grados y la gente muere por la calle, mientras el sol se divierte multiplicando su refracción, sobre las inhumanas construcciones. Los árboles de la calle son suprimidos por sus propios dueños. ¡Para no barrer la vereda! Hacía mi caminata matutina  y había luz, miré el follaje y faltaban sombras, me detuve y mis queridos compañeros ya no estaban. Los cortaron de raíz, se escuchaban las lágrimas de los pájaros de nidos perdidos.
   Un sólo trabajador, uno, besaba una rama agonizante y pasaba su lengua por la savia. 
                                                                          

viernes, 9 de febrero de 2018

ES UN TRABAJO PESADO


   Me gustaría desaparecer y que no duela, hasta ahora nadie me garantizó nada, da miedo. Peor que este lado, no creo. No creo que exista nada peor. De la Tierra me interesan los jazmines, los gatitos, los libros y mi hijo, no lo puedo dejar, “vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseados”. Pero haré corazón de tripas. No me voy a despedir, nunca me gustaron las despedidas. Desaparecer de mi marido, le va a venir bien, se dedicará a mirar culitos. Nunca me molestó, un poco…, en la luna de miel. Después llegó a parecerme algo que me daba noticias o relataba partidos insufribles. No me interesa nada de la flia de pirotines, todos igualitos. Ni de amigas: “Te cuento lo mismo, vos cállate”.
   La Psicóloga, un poco, impidió que matara a nadie, pero no me ayudará a desaparecer, porque se queda sin pacientes. Tienen mala prensa los que se le suicidan pacientes. Se me ocurre tomar distintos transportes, hasta el fin del mundo, como es redondo seguro que me encuentro y por cansancio no me quedarán ganas de desaparecer. Cuando me encuentre, mi flia, todos estarán de acuerdo en un Psiquiátrico, sobre todo mi nuera.
   Encontrarán un Nosocomio lejano, para no visitarme en la puta vida. Bajé tanto de peso que ni enfermeros, ni médicos, me encuentran, lo logré, desaparecí.
                                 

jueves, 8 de febrero de 2018

UN GATO INOCENTE


   A mi Auditor no le gustó el cuento del ascenso al Everest, donde yo llegaba a la cima. Justo él, que es incapaz de trepar un médano de arena. “Ver el mundo desde esas alturas hacía comprender que uno era una mosquita y el resto, tanta maravilla, que hasta una mosquita podía sobrevivir.”
   El Auditor fruncía la cara en señal de desagrado. Lo odié porque mi deber era escribir un cuento por día y a media noche subirlo a mi blog. Me pareció ingrato de su parte, nadie ganaba echando palabras que usaría quien las necesitara, dijo el Cartero Massimo Troisi. Engañarme a mí misma no me cayó nunca. Sabía que casi todos los cuentos no eran buenos. Pero algunos pocos sí.
   Una noche, el muy bastardo, me ofreció su escritorio que a su obra le resultaba fuente inspiradora, para escribir algo como la gente, siendo que para mí, las gentes eran especímenes de cuidado.  Trabajé hasta el amanecer, hice un recreo merecido y revisé la literatura escrita por mi Auditor. Viejo mentiroso explotador. Había cosas mías copiadas textualmente. Partí furiosa, no sin antes vomitarle hasta el pobre gato.  
                                                   

miércoles, 7 de febrero de 2018

LO PRIMERO ES LA FAMILIA


   Me corrió con la cuchilla de la cocina. Por llegar tres horas después de lo convenido. La vecina de enfrente me recibió en su casa, mientras yo gritaba: —Cierren todo ¡Me quiere matar! Las ventanas también, puede llegar a romper vidrios.
   La vecina me hizo recostar y antes tomar un vaso de agua.
   Cuando mi padre me fue a buscar le dio las gracias y explicó que mi madre era tan sensible, que si me retrasaba le daban nervios criminales. Por eso él, encargado de afilar las cuchillas, trataba que no fueran demasiado filosas.
   Dejaron de producirse escándalos por la vergüenza que le hice pasar con la vecina de enfrente. El maltrato constante me expulsó del hogar. Cuando me casé, ella no asistió. Tuve tres hijos rubios de ojos claros, buenos y de una madurez asombrosa.
   Apareció a conocer los niños: —¡Ay qué criaturas hermosas! De vos no tienen nada ¿No se habrán equivocado? Mirate lo negra que sos, los rasgos toscos, en cambio los chicos son regios.
   Preparé la comida y ella puso la mesa, mientras cantaba temas infantiles.
   Tenía un espejo detrás, parecía una persona normal, inofensiva, cuyo único pecado fue querer matarme.
   Distribuyó los cubiertos cuando los chicos ocupaban sus lugares. La observaba por el espejo, le extendió al más chico un cuchillo de punta y dijo: —Agarrá el cuchillo de una vez, chico tonto, ¿qué te pensás, que te voy a esperar toda la vida?
   Se me cruzaron recuerdos negros, ingratos e imperdonables.
   Ella estaba de espaldas y yo con la cuchilla en mis manos.
   Era ideal.
                                                    

martes, 6 de febrero de 2018

PERTO DO MAR TUDO É FELIZ


   El Castillo fue cincelado en piedras gigantes que estaban tal vez de una era anterior. Se trabajó durante cuarenta años con trescientos obreros venidos de todos los lugares del mundo. La idea la brindó la Naturaleza, había sectores ya horadados como ventanas al cielo o al mar.
   Las olas, caballos briosos, se estrellaban en el subsuelo del Castillo, previsto para las mareas altas, ideal para macromasajes, donde los ofendidos eran arrojados sobre las piedras. —Éstos son baños, no las  pijoteras bañeras citadinas.
   Fueron tres generaciones que vivieron en el Castillo. Los primeros, elegantes, con trajes de baño que les cubrían todo el cuerpo. Para comer, vestidos largos y joyas refulgentes, falsas, las verdaderas estaban en el Banco. Los camisones, sin escotes, sus únicos adornos eran un tajo adelante y otro atrás, para pecar sin placer. Aunque todos terminaban con la ropa de dormir, hecha girones. Se lo atribuían a las polillas marinas, hambrientas como ballenas.
   El dueño primigenio, se dedicaba al soborno, para las comodidades que brindaba el lugar. Entraba a los dormitorios y sin preguntar, abusaba de las mujeres. Neptuno, así lo llamaban, no dejaba títere con cabeza, a los hombres también, si sus mujeres resultaban frígidas. Era un tipo educado, culto y respetuoso. Jamás entraba a las habitaciones de los niños.
   Contrató una Institutriz francesa para los chicos, que les diera clases de cualquier tema. Ninguno hablaba en francés y la mujer lo hacía a velocidades inusitadas. Neptuno la echó al mar, era su lugar de nacimiento, él sabía por qué puerta debía desaparecer.
   Los chicos extrañaron las piernas perfectas de la francesa, que les permitía acariciarlas bajo mantel. En ocasiones gemía y pedía plus. La materia la tituló “Anatomía manual, sólo para varones.”
  
   La Segunda Generación la dirigía Iemanjá, al cual los niños interpretaron como “Ché manyá” y se comían todo. Los adultos hacían fiestas semanales donde se bailaba el chotis y asomaba el charleston. Iemanjá le tenía ojeriza a una nuera argentina que los introdujo en el tango, danza pecaminosa para Iemanjá. La nuera le enseñó cómo hacerlo. Al rey del mar le pareció el baile más sensual que conociera. Deslizó en el oído de la nuera: —Estos argentinos son unos vivillos, franelean encubriendo con música nostálgica.
   Durante las mareas altas, todas las familias se daban macromasajes, desnudos. Desató venganzas estilo: —Uy, me confundí, ésta no es mi mujer.
   Después nacían niños, parecidos a vaya a saber qué pariente o a lo mejor un invitado. Todos fingían muy bien, esas menudencias no desataban escándalos.

   La Tercera Generación ocupaba las torres del Castillo, para: “Tomala vos, dámela a mí”. El touch and go era un acontecer diario. No había que sorprenderse si había alguna fumando un porro en alguna torre y alguien hacía, bueno, algo en su parte trasera, el tipo desaparecía de inmediato. La Ella quedaba encantada, el porro la hacía subir más alto todavía. No se explicaba por qué.
   Era gente precavida, todos usaban píldoras anticonceptivas y los hombres profilácticos.
   Esta generación fue la última, no hubo descendencia. El Castillo quedó vacío y el mar lo ocupó todo, hasta hacerlo desaparecer.
                                                 

lunes, 5 de febrero de 2018

EL DINERO NO HACE LA FELICIDAD


   Me eligieron por ser el más responsable de la familia. Llegó la noticia desde Marsella, mi tío abuelo había muerto dejando una fortuna, siendo nosotros sus únicos parientes, éramos beneficiarios de la herencia.
   A mí nunca me interesó el dinero, tal vez por eso fui el encargado de traer semejantes valores. Ya en el despacho del notario me fueron entregadas cifras que no me cabían en la cabeza. Abrí una cuenta en el Banco Nación de Marsella y deposité la plata.
   Fui sacando de a poco para cada viaje que hacía. Estuve en mis países predilectos, islas con palmeras y mujeres infartantes. Conocí las pinturas de los grandes y sus obras me llenaron los ojos. Vivía de hotel en hotel. Encontré uno que lo compré, miraba al mar y el único turista era yo mismo, tenía personal idóneo que me esperaba al borde del agua con una bata tibia y luego me servía en la terraza los más exquisitos platos de comidas.
   Noté que la fortuna disminuyó a la mitad.
   Volví, mi familia me daba besos y abrazos. Todos asombrados queriendo escuchar mis aventuras. Les conté los cinco años con lujosísimos detalles. Disfrutaron como locos, se adivinaba en las miradas y risotadas.
   Mi padre me llamó al jardín y con gesto de desprecio pidió lo que quedaba. Le informé que en un cambio de avión me robaron la maleta donde había escondido el dinero restante. Estaba tan enojado que me dio cinco bofetadas. Una por cada año de estafa a la familia. Le detuve la mano. Él, agitado decía: —Pensar que tu madre te eligió por ser su preferido.
   —Papá, no fue por eso, ella sabe muy bien que a mí el dinero no me interesa.
                                            

domingo, 4 de febrero de 2018

NI EL AIRE


   Verano es la estación que más le gusta, pero éste, fue un cachetazo, se sentía desmayar. El aire acondicionado le hace doler el pecho, la pileta, hace pie en toda y cuatro brazadas es su máximo. No quiso comprar libros de fin de año, no alcanzaba a pagar los impuestos, el ingreso viró egreso. No hubo vacaciones. Enero y Febrero dieron en el ojo del huracán. Lo que debió cobrarse al gobierno latrocida anterior, lo pagó la gente y el gobierno actual, se sirvió del inocente para cubrir al culpable.
   Los aumentos de la canasta familiar comenzaron a ser imposibles de sobrellevar. El rubro indumentaria quedó sepultado en el sueño que antes daba alegría. La Clase Media dejó de existir en el consumo y dieron curso a la inversión de las tarjetas, hasta para el papel higiénico.
   Esta víctima se llama Dolores, se instaló en una torrecita, propiedad no declarada de su flia. Instaló su compu y una pantalla, de leer, escribir, viajar, pasó a mirar Netflix, Temporadas donde Dolores sumergía los tiempos de la malaria. Ausentó su corazón de parientes corruptos, olvidó que alguna vez estuvo a la venta su persona, para ocupar un cargo indecente.
   Miró cuatro Temporadas diferentes y comió con los ojos virtuales, bobos que deja la tele. Su imaginación la hacía feliz y anoréxica. Siempre quiso ser flaca. Argentina tiene esa cualidad, podés encerrarte y pensar lo que no existe.
                                                                                                               

sábado, 3 de febrero de 2018

RELACIONES ÓSEAS


   —A su edad debe sentirse orgullosa, los huesos tienen problemas, déjelo en mis manos, mientras, le ruego ocuparse en conseguir un buen sicoanalista, yo cabeza no hago.
   Domitila se salió de las casillas: —Doctor quiero que se ocupe de mis huesos, que cuando me los entregue estén con los sobrehuesos artrósicos limados y puedan entrar en funciones. Acá le dejo mi esqueleto completo ¿Para cuándo termina mi trabajo?, así lo paso a buscar.
   Cuando escuchó el portazo con un adiós lejano, se tomó de la barbilla como es común en los galenos.
   Sobre la camilla yacía el esqueleto de Domitila, sin cabeza. Debió ser la que saludó. El resto allí quedó. El Doctor se sintió contento, trabajaría libre, sin la voz de esa gallineta, dando órdenes como si supiera. Dio su último touch y entró la cabeza de Domitila, sola, con pieles que rodeaban su cráneo. Pidió al Doctor que forrara su esqueleto reciclado, con la piel que compró a una señorita por monedas.  
   —Yo hago el trabajo, con mucho gusto. No me haré cargo de los resultados.
   Los resultados fueron óptimos. La paciente se puso de pie, parecía una Venus.
   El Doctor la tomó en sus brazos como a una novia. Se escucharon los primeros crick-crack de los huesos que se partían hasta que Domitila quedó tendida en el piso. Sus huesos eran astillas. Ante el horror del médico, la 
cabeza de aquella mujer le hablaba y hasta le sonreía.
   Las palabras que percibió fueron “hijo de puta”, o algo así, no sabe bien.
                                                          

viernes, 2 de febrero de 2018

WURST

                                                
   Se acostó temprano, una siesta larga por los disgustos matutinos y decir no a un buen almuerzo. Llevó comida para sus hijos y su mujer. Pretextó que él, hambre no tenía. Podía dormir tres horas y volver al mismo trabajo que le molía la espalda.
   Hacia las diez de la mañana, llegó la nueva grúa alemana, con cabina papal blindada y un sillón giratorio. El patrón, esclavista, guarro, bestia, haciendo un paneo de ojos lavaderos. Odié no haber hecho el curso de francotirador. Miraba nuestras cabecitas negras de sol y con una lente astro-total, observaba uno por uno nuestro laburo de hormigas desnutridas. Saqué mi telescopio, cuyo servicio era evitar que se me partiera la columna. Vi una hermosa cabeza entre las piernas del chancho, que subía y bajaba. Haciendo porquerías con una mano y comiendo una salchicha alemana con la otra. No sé si fue mi ataque de creyente repentino que unió su fuerza ante la injusticia y desprendió la cabina rumbo a diez cuadras después, cayendo en el recreo del patio de un colegio privado. Algunos niños se pusieron contra la pared y observaron el cuerpo destrozado del explotador nazi, la Señoritinga Felato, sin lengua. La salchicha volvió a Alemania y el sillón giratorio, en el jardín de mi casa, con mi mujer descansando por primera vez en el día.
   La cabina papal blindada, cubrió al Intredente y no hubo caso, ni el uso de la maza y el martillo lograron salvar al currero de su asfixia. Con la indemnización hice el curso de francotirador y aquí estoy, rodeado de propuestas.
                         

jueves, 1 de febrero de 2018

EL LENGUAJE DEL CUERPO


   Querida Cita, no sabés lo ansioso que estoy por verte así cerca, aunque hablemos pavadas, no tendremos Internet por medio. Ojo con ojo, según me dijiste sos tuerta, nariz con nariz, boca con boca y saber detenerse a tiempo. Faltan diez minutos, casi desmayo.
   Este mensaje lo mandó Zito. Ella lo reconoció por sus sentimientos escritos apasionados y sinceros. Le respondió que sí, los dos se darían cuenta quién era quién. Él la aventajaba, no había mucha tuerta con parche. La vio cuando entraba a la confitería. Tenía una figura perfecta y era elegante aún con vaqueros y remera así nomás. Corrió para abrir la puerta. Cita, con voz casi adolescente dijo: 
—Gracias Zito, no era necesario.
   Lo miró con el ojo verde malva y eligió una mesa cerca de la ventana. Ella pidió un té verde con tostadas, manteca, mermelada, una porción de torta de chocolate y seis medias lunas.
   Zito no quiso tomar nada, los nervios le trastornaron el epigastrio.    Intercambiaron palabras solas, ella no sentía nada más que hambre. Él sintió ganas de salir corriendo, pero Cita le tomó las manos con fuerza y restos de chocolate. Luego se puso de pie y fue al baño, volvió hecha una duquesa, se sentó en la silla como si fuese una chaisse-long. Él peguntó si su ojo era de nacimiento o de alguna escena de pugilato. Había un dejo perverso en su pregunta.
   Cita dijo que fue un novio tipo Otelo, celoso de todo lo que ella miraba, así fuera una baldosa. Un día llegó tarde por razones laborales, él no le creyó y le clavó una lapicera de acero en el ojo. Huyó llevándose el ojo de recuerdo.
   Zito le dio un beso y la abrazó. Rodaron por el piso, vino el mozo y les extendió la cuenta. Cita dijo: —El té no era verde, las tostadas estaban quemadas, la manteca vencida, la mermelada no era casera, la torta era un símil cuero y las medias lunas parecían del gobierno anterior.  A mí no me vas a cobrar las porquerías que trajiste!
   Lo dijo en voz alta para que todos escuchen. Se fueron abrazados, tan pegados que más de uno debió pensar que era una postura nueva para..., bueno somos grandes, que cada uno piense lo que quiera.