Me eligieron por
ser el más responsable de la familia. Llegó la noticia desde Marsella, mi tío
abuelo había muerto dejando una fortuna, siendo nosotros sus únicos parientes,
éramos beneficiarios de la herencia.
A mí nunca me
interesó el dinero, tal vez por eso fui el encargado de traer semejantes
valores. Ya en el despacho del notario me fueron entregadas cifras que no me
cabían en la cabeza. Abrí una cuenta en el Banco Nación de Marsella y deposité
la plata.
Fui sacando de a poco para cada viaje que
hacía. Estuve en mis países predilectos, islas con palmeras y mujeres
infartantes. Conocí las pinturas de los grandes y sus obras me llenaron los
ojos. Vivía de hotel en hotel. Encontré uno que lo compré, miraba al mar y el
único turista era yo mismo, tenía personal idóneo que me esperaba al borde del
agua con una bata tibia y luego me servía en la terraza los más exquisitos
platos de comidas.
Noté que la
fortuna disminuyó a la mitad.
Volví, mi
familia me daba besos y abrazos. Todos asombrados queriendo escuchar mis
aventuras. Les conté los cinco años con lujosísimos detalles. Disfrutaron como
locos, se adivinaba en las miradas y risotadas.
Mi padre me
llamó al jardín y con gesto de desprecio pidió lo que quedaba. Le informé que
en un cambio de avión me robaron la maleta donde había escondido el dinero
restante. Estaba tan enojado que me dio cinco bofetadas. Una por cada año de
estafa a la familia. Le detuve la mano. Él, agitado decía: —Pensar que tu madre
te eligió por ser su preferido.
—Papá, no fue
por eso, ella sabe muy bien que a mí el dinero no me interesa.
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