miércoles, 21 de febrero de 2018

VÉRTIGO


   Estoy muerta, muerta de muerte mortal.
   Volví a pie, vendí el auto, mi último recurso. Las bolsas del super no pesaban, pude caminar treinta cuadras. Luego comenzaron a deslizarse. Se hicieron agujeros por donde rodaban productos, me dio vértigo y caí muerta de odio en la vereda. Estaba extenuada.  Unos chicos juntaron lo que había perdido. Otro me levantó e indicaba cómo lograr equilibrio en el cuerpo, llegué a la vertical.
   El chico se equivocó, mis manos apoyaban en la calle, mi cabeza no entendía por qué el mundo había cambiado, tenía los pies en el cielo. El chico, obcecado, me hizo caminar con las manos y encima acotaba: —Primero una manita, ¡Muy bien!, ahora la otra. Te acompaño en la vertical.
   Faltaba media cuadra y el chico iba cinco cuadras más adelante. Cuando llegué a la puerta de casa me resultó imposible salir de la vertical, por querer poner la llave me derrumbé hacia atrás. Golpeé mi cabeza contra la reja. Sentí dolores tan agudos, quedé tiesa. Cuando llegó mi hijo del colegio le dio risa mi postura, tenía una pierna mirando al norte y la otra al sur. En el brazo izquierdo las llaves pegadas a un sorete de perro y en el derecho, pedazos de: papel de caramelo, bolsas vacías, una botella aplastada, chicles. Enmudecí del asco. Mi hijo se tiró a mi lado.
   —Por fin encuentro la situación adecuada para hablar con vos, mami, siempre tan ocupada que nunca me escuchás, ahora es diferente, te veo re tranqui y confieso.
   Yo pensaba cómo tenía un hijo tan idiota que ni se le ocurría pedir una ambulancia.
   —Mami, me caso con una chica divorciada, con cuatro hijos, así que los nietos te vienen ya hechos. Mi segunda confesión es que la compra de tu auto, la hice yo, con aquellos ahorros que no encontrabas ¡gracias! Tu generosidad no reconoce horizontes. ¡Aaah! Me siento aliviado ¿Te podés correr un poquito? Voy a buscar mi equipo de gimnasio.

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