Se acostó
temprano, una siesta larga por los disgustos matutinos y decir no a un buen
almuerzo. Llevó comida para sus hijos y su mujer. Pretextó que él, hambre no
tenía. Podía dormir tres horas y volver al mismo trabajo que le molía la
espalda.
Hacia las diez
de la mañana, llegó la nueva grúa alemana, con cabina papal blindada y un
sillón giratorio. El patrón, esclavista, guarro, bestia, haciendo un paneo de
ojos lavaderos. Odié no haber hecho el curso de francotirador. Miraba nuestras
cabecitas negras de sol y con una lente astro-total, observaba uno por uno
nuestro laburo de hormigas desnutridas. Saqué mi telescopio, cuyo servicio era
evitar que se me partiera la columna. Vi una hermosa cabeza entre las piernas
del chancho, que subía y bajaba. Haciendo porquerías con una mano y comiendo
una salchicha alemana con la otra. No sé si fue mi ataque de creyente repentino
que unió su fuerza ante la injusticia y desprendió la cabina rumbo a diez
cuadras después, cayendo en el recreo del patio de un colegio privado. Algunos
niños se pusieron contra la pared y observaron el cuerpo destrozado del
explotador nazi, la Señoritinga Felato, sin lengua. La salchicha volvió a
Alemania y el sillón giratorio, en el jardín de mi casa, con mi mujer
descansando por primera vez en el día.
La cabina papal
blindada, cubrió al Intredente y no hubo caso, ni el uso de la maza y el
martillo lograron salvar al currero de su asfixia. Con la indemnización hice el
curso de francotirador y aquí estoy, rodeado de propuestas.
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