martes, 27 de febrero de 2018

ANTROPOTECNOFAGIA


   Se dejaron de tocar, oler, escuchar, percibir lo que de la naturaleza viniera. A nadie le resultaba interesante perderse con inquietud de adrenalina y la sorpresa victoriosa de encontrarse. Inventaron unos aparatos con la sigla gps que indicaban dónde uno se encontraba y se podía confiar en el destino con sólo leer en el engendro. Si uno equivocaba camino, el gps indicaba alternativas ¿El trabajo esclavo no le permitía encontrar a su amigo, novia o pariente? El inefable celular lo comunicaba y en tres minutos se resolvía el tiempo de la vida, otrora montado en la casualidad o en la responsabilidad contraída con anterioridad.
   Basta de libros con hojas escritas y la terrible gestión de terminar una hoja y dar vuelta la página. Aparecieron unos aparatos con letra impresa, sin hojas, sin luces hirientes, con apenas digitar se pasaba a la imagen siguiente, equivalente a la continuación de la tecnolectura. Casi todo devino de la invención computadora, aparato que encerraba desde todo el conocimiento del mundo, hasta el placer producido por sexo explícito, que el usuario completaba con los deditos. Aparecieron con anterioridad aparatos vibratorios, crecientes en apticidad para orgasmos solitarios o en grupos. La belleza exterior negaba con elementos invasivos, agresivos y cruentos la entrada en la vejez. El culto del cuerpo reemplazó con inmediatez al hombre culto. A nadie interesaba una persona lectora o cinéfila o humanista de pensamiento propio.
   No importaban los árboles ni las pasturas, ni la tierra. Nada como el cemento, el acero y el anonimato igualitario de los muebles blancos en ele, las cocinas quirófanos y las columnas dóricas reproducidas con caños de materiales de insolente hibridez.
   Las ideologías sucumbieron con sus hermanas, las ideas. La historia anterior, sin neuronas, proyectó resortes de privilegio en playas rodeadas de fosas comunes que nadie recordaba.
   No estaba de moda reproducirse. Cerraron todos los bancos de esperma. Un tsunami de úteros extraídos con rayos laser dejó al mundo en estanbai. Quedó poca gente. Cayeron en depresiones morbosas, todos resolvieron pasar a mejor vida con unos aparatos llamados queped, que sin dolor alguno y con sólo una mirada, suicidaban.
  Sobrevivimos unos amigos y yo. Teníamos toda la tierra para nosotros solitos. Nos aburrimos tanto que, desesperados, buscábamos si quedaban queped para cortarla de una vez.

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