—A su edad debe
sentirse orgullosa, los huesos tienen problemas, déjelo en mis manos, mientras,
le ruego ocuparse en conseguir un buen sicoanalista, yo cabeza no hago.
Domitila se
salió de las casillas: —Doctor quiero que se ocupe de mis huesos, que cuando me
los entregue estén con los sobrehuesos artrósicos limados y puedan entrar en
funciones. Acá le dejo mi esqueleto completo ¿Para cuándo termina mi trabajo?,
así lo paso a buscar.
Cuando escuchó
el portazo con un adiós lejano, se tomó de la barbilla como es común en los
galenos.
Sobre la camilla
yacía el esqueleto de Domitila, sin cabeza. Debió ser la que saludó. El resto
allí quedó. El Doctor se sintió contento, trabajaría libre, sin la voz de esa
gallineta, dando órdenes como si supiera. Dio su último touch y entró la cabeza
de Domitila, sola, con pieles que rodeaban su cráneo. Pidió al Doctor que
forrara su esqueleto reciclado, con la piel que compró a una señorita por
monedas.
—Yo hago el
trabajo, con mucho gusto. No me haré cargo de los resultados.
Los resultados
fueron óptimos. La paciente se puso de pie, parecía una Venus.
El Doctor la
tomó en sus brazos como a una novia. Se escucharon los primeros crick-crack de
los huesos que se partían hasta que Domitila quedó tendida en el piso. Sus
huesos eran astillas. Ante el horror del médico, la
cabeza de aquella mujer le
hablaba y hasta le sonreía.
Las palabras que
percibió fueron “hijo de puta”, o algo así, no sabe bien.
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