miércoles, 21 de diciembre de 2011

MIÉRCOLES P/M 28 AÑOS

Triste de nacimiento, depresiva compulsiva. No podía quererme ni por una opción diferente. Detestaba mi ser, por fuera y por dentro. Esto último era tan amplio, lleno de sombras y ámbitos oscuros donde estar en paz conmigo resultaba una broma del pensamiento. El miedo de creer en la genética del suicidio, devengo de una familia muy creyente en suprimir sus vidas por propia voluntad. Cuando el deseo se me hizo insoportable pedí un turno con Bourdet. Así transcurrió una vida de todos los miércoles, a las cinco de la tarde, con alguienes que me tiraban sogas en momentos aciagos. Excelentes escuchas todos. De Jorge pasé a Flavio y de éste a Lucía. Y que viva Freud y que vivan estos tres ortodoxos. Maestros de palabras y silencios. Asistí al primer analista ignorando el tiempo y el espacio. Deliraba con voz inaudible y Bourdet supo de mi hijo recién nacido. Le pedí perdón por no saber cuidar aquella criatura desconocida y voraz, por asistir a las sesiones sucia y despeinada, por rascarme el pelo de modo continuo. Pidió que lo tuteara, contó de sus pacientes en Romero que jamás se bañaban, tenían piojos y olor a todo eso. Él los escuchaba, la falta de aseo en ellos no importaba. Lo mío no era nada - tranquila – decía, en cuanto al bebé aseguró que seríamos grandes amigos. Había que esperar y Jorge acompañó la espera, con llamados cotidianos a medianoche. Así ganó mi confianza y un día cesaron los teléfonos nocturnos. Luego de años comprendí la grandeza de Jorge, la enorme responsabilidad de su paciente loca con un bebé, recién nacido, a cargo. Después de saber cuando eran las cinco de la tarde o las diez de la noche, después de entender el espacio que existe entre la rajadura y la junta, Bourdet dejó que describiera al ineludible pa y ma de mis primeros años y los posteriores. Con él fue siempre cara a cara, no me tentaba el diván, necesitaba ver sus ojos, la expresión de su cara. Cumplimos un ciclo y nos divorciamos de común acuerdo. Aclaré locuras viejas y parí locuras nuevas.
Derrapé en Flavio. Fumaba en pipa y tenía una inmensa foto de Freud a sus espaldas. Me dio risa la Mise en escena, él preguntó porqué no le contaba así nos reíamos juntos. Él así lo quiso y yo le dí el gusto. La siguiente sesión desapareció el retrato de Sigmund y la pipa. Aparecieron los Particulares. Como Bourdet, usaba siempre el mismo pulóver, lo pensé como el hábito del oficio, el guardapolvo del trabajo. Buen analista el flaco, algo rudo como cuando dijo que me dejara de ñoñerías – tenés treinta y ocho, ya sos una señora, no jodamos – o cuando le pedí el diagnóstico y contestó: -Depresión machaza, el miércoles la seguimos.
Aquella vez que no supo qué decir de mi cuerpo que lloraba de los pies a la cabeza y se acercó y me dio un abrazo de padre, sin palabras. Luego de improviso me mudé a un pueblo lejano. Se puso como caballo indignado, decía que la gente era lo peor que podía, me daba libros de poetas platenses no valorados. Por vez primera dejó que le viera el “él” que no había imaginado. Al llegar a este pueblo llamé a una psiq-psi. La elegí por su prestigio y por su nombre de luz de agua. Ella preguntó quién me derivaba, yo le contesté que acostumbraba a derivarme sola.
Hace más de una década que Lucía trata de estabilizar mis histerias y otros carajos que no tienen nombres. Por vez primera sentí la confianza de tirarme en un diván. Lucy no es como Jorge o Flavio, ella tiene disfraces de todos los colores, atuendos inauditos, sombreros exóticos y una seguridad tan depositada que permite abrir puertas y ventanas. Echa luz donde hubo negro y agua cuando uno se mustia.
Lucy me dio permiso para mi bohardilla, mi jardín de invierno, mi estanque selvoso, me mandó de vacaciones. No es literal, son semillitas que ella tira al aire, está de uno germinar o nada.
Ella nunca muestra si su tristeza es honda o de qué tamaño es su alegría. Lucy es y quiere que uno sea. La primera vez que me advirtió de su viaje a algún lugar, le lucía un lago en la partida.

lunes, 21 de noviembre de 2011

MEMORIAS DE UNA PRINCESA CACHUZA

Mi nombre registrado casi siempre lo usaba mi madre, en La dominante. Papá prefirió cambiarlo por Princesa, Princesita, mi Princesa. Nunca entendí aquel bautismo real e infundado. Las princesas no tienden camas ni secan platos y nadie las obliga a concurrir al Instituto Británico para aprender ese idioma que me parecía odioso e ininteligible. Actualmente no he cambiado de opinión. Mi padre soliviantaba la dictadura de mamá con viajes a Buenos Aires inventando diligencias laborales. Yo lo acompañaba, casi levitando de alegría. Mirábamos dibujos animados continuados, mi padre reía hasta llorar con Tom y Jerry, el pato Donald y Charles Chaplin. Me llenaba de asombro que alguien tan grande secara sus lágrimas por aquellos dibujitos. Luego, al Richmond de Florida, donde tomábamos café, el mío cortado, con unos tostados que en la actualidad no existen. El cierre de aquella fiesta era la compra de una muñeca en Marilú. Tardó doce años en recibirse de abogado, detestaba estudiar derecho, como a mí inglés. Cuando regresábamos a casa papá decía: - De esto que vivimos ni una palabra a tu madre, Princesita y me besaba la coronilla. Un tipazo mi viejo. Cuando fui grande y casada sus visitas iban acompañadas de ramos de flores o bombones. Hacía desaparecer las cuentas de luz, gas y teléfono. Sin mediar palabra en, otra ocasión, aparecían pagadas, sobre mi escritorio.
Las visitas de Mamá eran ásperas de palabras, criticando esto y aquello. Antes de partir, dejaba su sueldo de docente en el cajón de mi ropa interior. Tenía una generosidad tan implacable como aquel carácter psicótico. Ella fue la que más perseveró para que mi viejo me comprara un departamento.
Llamaba por teléfono con gritos, pedía que no la avergonzara con mis remeras con agujeros acompañadas de zapatillas sucias. Ella sufría cuando sus amigas le contaban de mis vestuarios urbanos. Las amigas me querían y aquellas rebeldías les daban gracia. A mi madre le producían tristeza y llantos gritados a mi padre: - Ahí tenés a tu Princesa Cachuza, le damos plata y no sé qué hace, pero ropa no se compra.
Yo juntaba todo el año sus generosas dádivas y durante las vacaciones viajaba a Brasil a dedo.
Mi hermano advino cuando yo tenía nueve años. Rubio, de ojos verdes e histérico. De bebé fue un resarcimiento para mi madre, frente a su primera parición que resultó negra, mota y mujer, los tres ítems que más detestaba. Ahora tenía un príncipe que le vino con niñera ad honorem. Yo, princesa de mi padre, debía cambiar los pañales, contener sus llantos paseando su cochecito. Tenía el carácter psicótico de nuestra mami. Ella lo amaba sin fronteras y modeló una personalidad ególatra, indiferente, con ribetes sin escrúpulos. Mi padre lo aceptó porque era bueno, pero yo leía en sus ojos que su hijo nuevo fue un accidente desgraciado.
Entre mi familia nunca gozó de buen perfil. Mis abuelas opinaban que era raro, mis tías que era lindo. Fuimos amigos un par de años. Luego la nada. Más tarde un lleno de traiciones que por momentos justifiqué. En la actualidad, pasadas sus pesadas pisadas me quité el peso del mandato ancestral del hermanito y recuperé en mí una levedad desconocida y placentera. Viví lugares bellísimos y amistades con fecha de vencimiento.
Recalé en dos matrimonios de sentimientos lujosos, similares a los de papi ¡Ay! Freud, Freud, qué tipo tan ilustrativo fuiste. El primero se fue al cielo, el segundo está en la tierra. Mi propio William Wilson, propietario de una generosidad tan amplia como la del universo, padre de mi hijo. Príncipe Cachuzo de mi corazón. La cachucidad de mi principado permite que me encuentre conmigo muy de cuando en vez. Cuando sucede me abrazo, como princesa de mi padre y como cachuza de mi madre. Vivo en un pueblo de memoria, malo, injusto, perverso y hostil.
A esta edad no me importa. Un cacho de tierra y un cielo con luna me basta y sobra.
La pertenencia vive dentro de mí y sale cuando los ojos del otro guardan bondad y tristeza.
Tal vez por Princesa, tal vez por Cachuza.

viernes, 30 de septiembre de 2011

HOY RECIBE

Obra breve en un solo acto.

Escenario: Sala de recepción del Ayuntamiento. Como fondo un panorama negro, tiene dos recortes a la derecha y dos a la izquierda. Hacia el fondo una estructura simula un marco de puerta con arco de medio punto y pliegues del panorama chupados por un espacio virtual hacia el fondo. Es el despacho del Alcalde. Una luz cenital permanece apagada. Cinco personas en actitud de espera, dos mujeres sentadas en sillas medievales desvencijadas y con faltantes, respaldo ausente una, tripática otra. Tres hombres repatingados en bancos de plástico forrados en brocato con hilachas.


Remo: -Me duelen las lumbares, estos bancos parecen de niño. Es como tomar asiento en algo más ancho que un supositorio.

Toribio: -¿Porqué no le junta toda la tela que tiene desparramada y con los hilos sueltos se fabrica un almohadón?

Modesto: -No conviene mover nada, a ver si por una tontera el Dr. Habichuela no nos recibe.

Celina: -Detesto esperar. Lo hago por la jubilación de mi suegra, a ver si este tipo, perdón, a ver si el Dr. me ayuda a sacarla de la aduana. Va a hacer un año y tres meses que no la cobra. Linda es.

Toribio: -¿Su suegra es linda?

Celina: -¡No! La jubilación digo, es italiana, en euros. Si saca la cuenta ya podríamos tener la casa y un geriátrico de lujo para ella. Es buena la vieja. Pero es suegra.

Ana: -Tiene suerte, querida, la mía se murió, gracias a dios. Lo digo porque sufría mucho, pero gastamos todos nuestros ahorros en ella. Y al final para nada, o peor, nos dejó con unas deudas impagables.

Toribio: -No sé ustedes, yo solicité una entrevista con Habichuela hace cuatro años. Me operaron de urgencia en el Hospital, en vez de anestesia me inyectaron orina de perro con escherichia coli. Perdí un pulmón y un riñón. La pierna derecha se gangrenó y me la amputaron hace un mes. Digan que tengo hermanos generosos que se pusieron con el pulmón y el riñón. De la pierna dijeron que era un forúnculo, como no cerraba los médicos decidieron cortar por lo sano. Y aquí estoy, caminado con el trípode de mi mejor amigo. Fallecido él también en el Hospital del Ayuntamiento. Le dieron después de un análisis de saliva un diagnóstico de cáncer sin remisión. Él solito, con una cadena oxidada, se colgó de la columna de una luz bajo consumo. Su esposa me donó el trípode. Me costó manejarlo. Bueno no quiero ver esas caras más tristes que la mía, mejor cierro la boca.

Modesto: -Para no sentirme en deuda con ustedes, dudo que el Dr. Habichuela nos conceda audiencia el día de hoy.

Celina: [Entre desafiante e irónica.] -¿Por?

Modesto: -Presiento que la “Asesora de Conciencia”, su secretaria inmediata, le debe haber informado que somos un grupo de pedidores en exceso.

Ana: -Lo presiente, no implica seguridad al respecto. ¿Tiene alguna prueba? ¿O es presentimiento puro?

Toribio: -Conozco a Marcela Ortelani de chica. Podría asegurar que es una secretaria conciente.

Remo: -Para mí la política es el arte de ignorar lo evidente para sus propios beneficios. Mi traslado laboral es inminente, eso me aniquilará las vértebras.

Modesto: -Ahora lo entiendo, no le queda más remedio que recurrir a esta gente.

Remo: -Usted lo ha dicho, no me quedan ni remedios.

Toribio: -Disculpe, Remo, pero usted, ¿no proviene de familia anarquista? ¿No es una especie de traición a los suyos hacer pedidos al Ayuntamiento?

Remo: -Mi familia perteneció a tales grupos. Es el pasado, ya murieron todos. Quedé sólo y rompí el mandato familiar de tres generaciones.

Modesto: -Remo, querido, tengo mis dudas ¿A qué partido pertenece?

Remo: -Soy quietista, la columna vertebral de mi movimiento se encuentra destruida. Los quietistas no existimos para nadie.

[Las dos mujeres hablan entre ellas, abstraídas de la charla de los hombres, susurran como en misa y unas risitas estilo murciélago irrumpen su verba.]

Celina: -No me quedan alternativas, fui advertida por Sebastiana Mendazi, es hablar con Habichuela o nada.

Ana: -¿Pero usted conoce a Mendazi?

Celina: -Y si yo era Celina Moqueta, le seguía en la lista del colegio. No lo divulgue, pero si no fuera por dictarle en todos los exámenes, esta mujer no terminaba la secundaria.

Ana: -Con razón ese acomodo vitalicio ¡Qué mundo este! El que sabe pide y el que no sabe ejerce mandatos ajenos a su conocimiento.

Ana y Celina: [Ambas suspiran y dicen al unísono.] ¡Así estamos! ¡Pagando justos por pecadores!

Ana: -Cada vez que vengo Habichuela no está, tiene reunión con las avispas, digo los obispos, o inaugura placitas con dos hamacas, sin árboles o simplemente se encuentra indispuesto. Traslada mi entrevista, al mismo horario, para otro día.

Celina: -A lo mejor se encuentra indispuesto enserio, los ovarios duelen y a su edad las pérdidas son abundantes.

Ana: -¿Qué me dice? ¡Los hombres no se indisponen!

Celina: -Bueno, el caso del Dr. Habichuela tal vez sea diferente. Hay que tener ovarios, para llegar a ser Alcalde.

Ana: -Nunca lo había pensado, pero todo se encuentra tan subvertido que a lo mejor es así.

Celina: -No me entendió yo no dije que el Dr. Fuese invertido.

Ana: -Estoy tan nerviosa, [Acercando su voz al oído de Celina.] que me parece puto, esto entre nosotras, si trasciende voy muerta.

Celina: -[También a modo de secreto.] Yo pienso que es un hijo de puta, un bueno para nada, un ladrón, un cerdo y un puto encubierto. Total, el pensamiento no se ve.

Ana: -Vamos a tutearnos, qué tanto usted esto, usted lo otro, ¿no le parece?
Celina: -Sh sh, que estos tipos hicieron una pausa, no vaya a ser que escuchen.

[Se abre una entrada a la izquierda el panorama, aparecen el Consejero Oficial, Corrupayo y la Tesorera Arrogante, Mendazi . Sus caras están blancas, pintadas las bocas con rouge rojo bermellón, comunican en simultáneo a los pedidores.]
Corrupayo y Mendazi: -Godofredo Corrupayo y Sebastiana Mendazi oficialmente comunicamos que las arcas están vacías y el Señor Alcalde viajó a la U.N.A.S.C.A. [Cierran la abertura y desaparecen pegados como siameses, replican la sigla ambos.] U.N.A.S.C.A., U.N.A.S.C.A., U.N.A.S.C.A.

Toribio: Esto es más de lo mismo, el colmo, no tiene piedad, nos falta el respeto, quiero matarlo. Mala praxis con mi cuerpo y mala praxis con la política. ¿Esto es un alcalde? ¡No jodamos!

Modesto: -Me lo prometió, hace diez años que vivimos a la intemperie. El sabe que mis hijos nacieron porque mi mujer y yo combatíamos el frío haciendo el amor toda la noche. Diez años destapando cloacas a mano, no había maquinaria, decían.

Ana: -Usted si que vive una vida de mierda. Gracias a dios a mí me ayuda el cura con comida, a cambio de, de, bueno no vale la pena contar eso.

Modesto: -A nosotros nos colabora el rabino del pueblo de al lado. Manda una combi y alimenta mis doce hijos. No creo en los curas ni en dios que ni siquiera nació. Dijo el rabino que lo tenemos que esperar. Este Habichuela es más mierda que la que saco yo todos los días.

Remo: -No se altere, Modesto. Algo vamos a hacer. Mire, me puse de pie y no me duele nada. Debe ser la bronca.

Ana: -Piensen muchachos, nos tenemos a nosotros mismos y lo suyo, Remo me recuerda un tema de mis tiempos: “La marcha de la bronca”

[Se abre el panorama por la derecha y los secretarios de Habichuela, Marcela Ortelani, y Rafael Cocamer asoman sus cabezas peladas y sus cuatro manos de uñas larguísimas pintadas de violeta flúor sostienen la abertura, ellos también formando una sola voz.]

Ortelani y Cocamer: -El Dr. Habichuela los invita al evento Merca Para Todos. Él prefiere una audiencia con la Señora Heroína, a solas, [Se escucha la réplica de ambos.] a solas, a solas, a solas.

[Desaparecen sus cabezas y sus manos. Calla el dúo y el negro de la abertura los desaparece.]
[Los pedidores juntan cejas y el odio dibuja sus caras con la ayuda de pintura verde primavera.]

Celina: -Muchachos, somos mucho más que dos. Somos cinco. Los invito a defendernos con uñas y dientes. Vamos a comerlos vivos a todos, al Alcalde y sus secuaces. ¡Adelante, mis valientes!

[Hacia el fondo comienza a verse la puerta con arco de medio punto, prende una luz cenital que cae sobre el Alcalde, dos Secretarios y dos Conejales Delirantes. Todos los pedidores se colocan de espaldas y caminan hacia el fondo. Llevan las manos en la espalda. Ana porta un tenedor de inmensas proporciones, Celina una bigornia que le va de las cervicales a la cintura, Modesto un taladro de gran porte, Remo una hoz y Toribio una amoladora.
Se apaga la luz cenital. Todo permanece en una oscuridad cerrada.]
[Cuando prende, lenta, los pedidores rodean el proscenio, van vestidos con camisones blancos hasta el piso, manchados con rojo fluorescente. De sus comisuras brota sangre bermeja y todos mastican haciendo gestos placenteros. Se toman las manos, levantan sus brazos hacia la parrilla que afora con luces plenas. Cada pedidor suelta a su compañero y levanta del piso una calavera.]

Toribio: -¿Esto fue tu cabeza, Corrupayo? Me das risa, ¿sabés?

Celina: -Mendazi, Mendazi, cabeza de chorlito, mala, vacía, ¡Ja!

Ana: -Ortelani, perdiste la cabeza, ahora es mía. Asco das.

Remo: -Cocamer ahora no me servís ni para trasplante ¿viste? Tanto jalar ni el hueso de la frente te quedó.

Modesto: -¿Sabés Dr. Habichuela, estabas muy rico, tal vez fue por el hambre que me gustaste. Sos un cabeza seca que todavía ríe de oreja a oreja, puajj. [Modesto arroja la cabeza fuera del escenario.]

Cae el telón.
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domingo, 25 de septiembre de 2011

ESPERA CON PARTIDA

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Obra breve en un solo acto


Personajes:

Yocasta: Menuda, austera. Rodete perfecto. Falda bordó. Blusa verde malva, abotonada hasta el cuello. Voz de mandato en si bemol sostenido. Anteojos redondos. Zapatos de Taquito militar.

Felisberto: Quijotesco, depositado estilo molicie. Pantalón beige sin planchar. Chomba blanca sin ganas. Hablar de intelectual fuera de servicio.

Desiderio: Robusto, de mejillas rosadas y bigote hirsuto. Porta bombacha de campo. Bremer rojo planchado, escote en v gastado. El cuello que asoma interrumpe un pañuelo negro. Mal hablado con empeño. Mocasines con retenciones.

Pierre: Blanco tuberculosis. Traje gris de caída triste. Su voz melindrosa y susurrante denota que toda su semana siente la melancolía: atardecer de domingo. Enormes ojeras negras denotan esperanzas ausentes.

Voces provenientes del buffet: grabadas al mango por los dueños del teatro. Actores frustrados. Dos voces masculinas y dos femeninas.

Escenario:
Sala de espera, un lugar pentagonal, amplio, cuatro puertas cerradas y un zaguán con un timbre, tiene connotaciones con una mama generosa, oprimiendo el pezón, en vez de ring dice: mami, desproporcionado en dimensiones. La luz proviene de un patio. Los vidrios son esmerilados amarillo atardecer. Los psi que atienden en sus respectivos consultorios están ausentes.



Se abre el telón.

En una de las cómodas butacas se encuentra Felisberto, el paciente más antiguo de la casa. Un retazo de su calzoncillo rojo, asoma de la bragueta cerrada con descuido. Su postura de rodillas separadas lo evidencia.
Los tres pacientes restantes ocupan asientos circundantes.

Yocasta: –Disculpe, pero tal vez usted no advirtió qué tiene entre sus piernas.

Felisberto: -¿Yo? [Juntando sus rodillas.]

Yocasta: -Sí, ahora se nota menos, pero igual está.

Felisberto: -Y claro, todos los hombres tenemos.

Yocasta: -No, claro no, no le quedó claro. Es rojo.

Felisberto: -En general es marroncito o rosa oscuro. Tal vez una transferencia de mi analista haga que le pregunte ¿Cuál es su deseo?

Yocasta: -Que se cierre la bragueta.

Felisberto: [Se mira.] –Oh disculpe, recién me doy cuenta.
[Se pone de pie y hacia la pared trata de prender aquello.] ¿Sabe que pasa?, perdí el botón.

Yocasta: -No se preocupe, en mi cartera llevo siempre hilo aguja y botones, si usted me permite se lo coso.

Felisberto: -¿Haría eso por mí?

Yocasta: -O por cualquiera en su situación. Venga, que sin luz no puedo. No, no se siente, prefiero de pie. [Le cose el botón y corta el hilo con los dientes. Los dos pacientes restantes miran, se codean y ríen con descaro.]

Yocasta: -Disculpen, olvidé mi tijerita.

Felisberto: -¿Cómo agradecer su gentileza?

Los otros pacientes: - ¡Que se besen! ¡Que se besen!

Yocasta: -Bueno, bueno. Pero un piquito nomás y sin lengua, por favor.

Felisberto: [Se acerca a Yocasta y dice a los otros pacientes.]
- ¿Podrían no mirar? Me da vergüencita.

Desiderio: -Ah, qué vivo, la idea fue nuestra, tenemos derecho.

Pierre: -Se ve tan poco amor en estos tiempos, sólo en las películas. No sean egoístas.

Yocasta: -Es atinente lo que piden. Concedido. Venga Felisberto, anímese. [Cierra los ojos frunciendo los labios a modo de corneta. Felisberto se acerca, titubeando y le da un beso. Vuelve a su butaca y suspira mirando al techo.]

Pierre: -Tal vez no necesitemos un analista, tal vez una caricia, una mirada, un beso…
[Por un instante todos callan, como pensando.]

Desiderio: -¡Qué lo parió! ¿Hace cuánto que estamos esperando?

Felisberto: -Y… estos tipos son así, te arrancan la cabeza y te atienden cuando quieren. A veces ni están con un paciente. Se meten en el buffet a tomar café y a hablar boludeces. O de nosotros. Quién sabe.

Yocasta: -No me asuste Felisberto, es mi primera vez. Según me dijeron lo que usted cuenta no sería ortodoxo.

Desiderio: -Me sacó la palabra de la boca, para mí hablan del orto cuando están juntos. Lo de doxo, perdón por mi ignorancia. ¿Qué viene a ser doxo?

Felisberto: -Usted hace poco que viene ¿no?

Desiderio: -Yo no soy de los que una vez por semana. Vengo cuando tengo algún kilombo. Ahora porque me echó la turra de mi jermu.

Pierre: -Yo por suerte vivo sólo, pero, al atardecer ¡Me da una tristeza!

Desiderio: -¿Sólo? ¿Cuántas piezas tiene?

Pierre: -Tres.

Desiderio: -Entonces hay dos que no usa, bien puede alquilarme una. Yo a la tardecita lo acompaño, le cebo unos mates y hasta le puedo dar una alegría. Total, a mí me da lo mismo.

Pierre: -Le aclaro que yo no soy gay, pero una pieza le puedo prestar.

Desiderio: -Acepto, por lo demás no se preocupe, todo lo estrecho finalmente se dilata. Ya va a ver.

Yocasta: -Ustedes perdonen mi indiscreción, pero, ¿a qué hora tenían su sesión? De a uno por favor. Es un tic que me quedó de la docencia, disculpen.

Felisberto: -Querida costurerita, que seguro no dio aquel gran paso. Perdone, es un tic que me quedó de la indecencia. Mi sesión es a las cinco de la tarde, desde hace la sinrazón que me trae aquí todos los miércoles.

Yocasta: -Son las seis menos cuarto. Su psi es retardado, un lapsus, Felisberto, su psi se encuentra retardado.

Felisberto: -No fue un lapsus, coincido con usted, el tipo es retardado. Pero él lo ignora y a mí me viene bien, amo dormir siesta y esto me permite llegar tarde y atardezco dos veces.

Pierre: -¡Qué triste es el atardecer y dos veces! Me mata lo que dijo. Mi turno es a las diecisiete cuarenta, mi terapeuta es puntual, es raro, ya tendría que aparecer con sus manos cruzadas y esa sonrisa de ángel señalando el diván.

Felisberto: -¡Qué antigüedad Pierre! Ahora se dice futón.

Desiderio: -Futón, diván, es lo mismo. Uno se acuesta y el tipo o la mina capaz que se saca los mocos a nuestras espaldas mientras contamos el drama que nos trae. A mí me tenía que atender a las cuatro, capaz que tenía demasiados mocos para una sola sesión.

[De pronto bajan las luces en la sala de espera, los pacientes callan. Ruido de copas, risitas ahogadas provienen del buffet de los psi, hay uno que habla gritando, tiene la voz gangosa y arrastra palabras ininteligibles.]

Felisberto: -Me lo imaginaba, están de copas, con su licencia, Yocasta, para mí están con un pedo mormoso.

Pierre: -Morboso digamos, es más el lenguaje que usan ellos, digo.

[Se escucha un in crescendo de voces superpuestas hay portazos y ruidos de vidrios rotos.]
[Yocasta saca su crochet y teje.]

Yocasta: -Voy a aprovechar el tiempo. Pienso que es gente que sabe tanto de la cabeza, tal vez no les quepa todo y hoy la perdieron.
Desiderio: -¡Ah sí! La joda loca. Me parece Yocasta que se fueron al cara… bueno usted sabe. No fui a la escuela, soy grosero sin querer.

Yocasta: -Lo único que dijo y no está mal, es carajo, todos sabemos que es desde donde los marineros avistan la costa. Además no terminó la última sílaba. En cuanto a la joda loca pienso igual, todos lo pensamos, ¿no?

Felisberto: -Y otras cosas más, que mejor callar, para no llenarnos de ira.

[Ahora hay música de salsa. El sonido crece. Se escuchan saltos y tumbos acompañando el desfasaje. Una voz femenina chillona grita, Felisberto reconoce la voz quebrada, casi afeminada de su terapeuta.]

Voz femenina: -¡Por favor déjenme la bombacha, aunque sea!
Voz terapeuta de Felisberto: -El calzón me queda mucho mejor a mí que a ella, no se lo devuelvo ni en pedo.

Felisberto: -Es la voz inconfundible de mi terapeuta. Lo imaginaba, es puto. Sus propias acciones, lo que acabo de escuchar, lo prueban. Ahora comprendo su insistencia acerca de si mi elección sexual era la correcta. Hacía su transferencia en mi sesión y lo que es peor aún, en mi persona. ¿Pensaba que me lo iba a avanzar el idiota?

Pierre: -Me impresiona cómo los terapeutas se parecen a los seres humanos.

[Continúa la orgía del buffet, se oyen risotadas, palabrotas, golpes de puño sobre una mesa, gemidos de sexo. Todos arrastran objetos y palabras. Hay un espacio de desmayo general, precedido de la puerta que se entorna hacia la sala de espera. Ninguno de los pacientes se atreve a mirar.]

Yocasta: -Sería oportuno que todos nos fuéramos. El zaguán está abierto. De pie, salgan. Perdón me quedó de la docencia.

Desiderio: -¿Y si nos vamos a comer unas pizzas?

Felisberto: -Y a tomar unas birras, no vendría nada mal.

Pierre: -Éste es el ocaso del psicoanálisis, vayamos.

Yocasta: -Salgan, en dos minutos estoy con ustedes, debo concluir un algo que no vale la pena decir.

Felisberto: -Sí, claro, cómo no, por supuesto, haga usted Yocasta, venga pronto que me pone triste su ausencia.

[Yocasta entra al buffet. Permanece unos instantes, sale con premura. Los pacientes la esperan en el zaguán.]

Yocasta: - Salgamos chicos, prontito, sshh, en silencio por favor, todos duermen. De menor a mayor.

Pierre: - ¿Notó Yocasta, qué olor a gas proviene de allá? [Señalando el buffet.]

Felisberto: -Es verdad, qué intenso ¿no?

Desiderio: -Vamos muchachos, vamos de una vez ¿Quién cierra?

Yocasta: -Yo, que soy la última, cierro con llave.

Pierre: -¿Y la llave Yocasta?

Yocasta: -A la alcantarilla de afuera, es lo más seguro, para ellos y para nosotros.


____________Telón___________

domingo, 14 de agosto de 2011

SORÉT

Piérre escupía cuando hablaba, luego me decía que tenía los lentes sucios de gotitas. Sí, de tu saliva, pensaba. No le decía nada por su constitución descerebrada y su condición humana. Cuando se acercaba, me sacaba los anteojos e igual mantenía una cierta distancia, que él hacía lo posible por sortear. En eso estábamos cuando caí por una escalera de piedra. Infinitos golpes quedaron a lo largo y ancho de mi persona. Ya en el piso lo vi en la mitad de la escalera, pidiendo ayuda para mí, a los gritos y a nadie, porque no había ningún cristiano en el lugar. Cuando llegó la ambulancia, Piérre permanecía en la mitad de la escalera, comiéndose las uñas al grito de -¡Qué impresión!,
¡Qué impresión! - . Casi desmayada me llevaron, alcancé a decirle con un hilo de voz – imbécil, retardado-.

Reintegrada al trabajo, encuentro que mi compañero inmediato es Piérre, en persona. A esa altura de los acontecimientos no tenía dudas, era un tipo insalubre. Yo trabajaba a destajo mientras Piérre me miraba con el codo apoyado en mi escritorio, tomando una gaseosa. Hacía un ruido chupóptero alto y repugnante mientras tomaba. Trataba de no eructar, nunca pudo. En algún descanso, Piérre, escrutando mi mandíbula inferior, me tocó con un dedo diciendo - ¡Eureka! Veo una incipiente prominencia que devendrá en futura papada, esto es el comienzo. Yo tenía veinticinco años y Piérre me sacó de quicio o su comentario o ambos, enganché su silla con mi pie libre y lo tiré al piso con el placer del odio. Piérre me arrojó lo que quedaba de su vaso que estalló. Mil astillas cubrieron mis manos y mi cuello. – Fue sin querer, fue sin querer- clamaba el idiota. Tres compañeras necesité para quitar los vidrios incrustados de modos tan absurdos como Piérre mismo. Nadie pudo explicar el fenómeno de los vidriecitos clavados. Llevé durante una semana apósitos en las heridas. Él pidió una semana de licencia. Temió mis últimas palabras, amenacé con destrozarlo a mano.
Dentro del trabajo, gozaba del privilegio de media hora libre. Paseaba bajo los palo-borrachos y un exquisito aguaribay que llovía ramas tranquilas, me tiraba boca arriba sobre el césped cortado y tupido. Esa era mi libertad, aseguraba soledad, desde aquellos tiempos las gentes preferían las baldosas y la salchicha en sus respectivos descansos. Tenía los ojos entornados y la brisa se cortó en mi entresueño. Piérre, el invasor miraba como si yo fuera un yuyo interesante. Tenía los anteojos de ver de cerca unidos con cinta engomada y desde un metro de distancia habló acerca de mis lamentables lunares con pelos que, tan joven, se insinuaban en mi mentón. Todo dicho con aliento a caca de gallina. Le pregunté si le gustaba comer pollo, no sin antes girar sobre mí misma dos veces para incorporarme lejos de su hedor. Dijo que era su comida predilecta, junto con los menudos que su anciana madre cocinaba aparte, del pollo su familia aprovechaba todo.
No pude resistir informarle que me daba cuenta por el olor a deposición de ave cuando abría la boca. No se le movió un pelo, la mugre se lo impedía.

Con ojos de pasar por alto mi reflexión recordó que su madre era francesa, en su casa todos se comunicaban en ese idioma. Eran once hermanos y la casa chorizo que los cobijaba, según Piérre, era una sucursal de París. Eran los cuentos de esa familia tan similar a los “Buendía” lo único que me complacía de sus relatos. Lo entusiasmé para que siguiera con sus descripciones mientras nos dirigíamos a la cárcel del trabajo. Hubo un momento donde señaló la fuente que debíamos bordear diciendo que en el fondo de su casamata había una igual a ésa. Escuché hasta ahí porque con su bastón doblado me golpeó la espalda, como para indicar y caí dentro del agua estancada. Piérre era tonto y gentilhombre, extendió su bastón para que pudiera sostenerme y salir del pantano. Dos nenúfares colgaban de mi pelo. Piérre aplaudía cuando emergí y con voz de puto decía que La Primavera de Boticelli había reencarnado en mí, gracias a él.
Trabajé de ese modo, ropa mojada y flores en el pelo. Eficiente y digna, es lo mejor para que nadie se atreva a interrogar.

Subí a mi Citroën viejo y esperé la salida de Piérre.
Venía haciendo ademanes al aire. Arranqué, más convencida que peronista fanático, di marcha atrás en el momento preciso, el golpe que recibió Piérre fue precioso.
Todos mis emprendimientos son un fracaso, Piérre no murió.

domingo, 19 de junio de 2011

¿UN ESPEJO SÓLO?

Ella dice, que frente al hombre que se le impone, dirige sus ojos a los ojos de él. Fuerte, lo mira, hondo, para que el tipo sienta que ella es alguien más que cualquier otra. Yo la miro, no veo esos ojos profundos que dice tener. Son oscuros, tienen brillos, pero les falta cosmogonía. Conocí ojos, de pupilas negras, donde caí como Alicia, en tirabuzón y sin garantía de retorno. En el país de las maravillas hubo miradas que me llevaron a lugares desconocidos, abrieron puertas y ventanas. Salieron soles, corrieron nubes, para ellos y para mí. Vi llover con arco iris levantando el telón de todos los colores.

Tenía endorfinas, adrenalina, neuronas perfectas, la demencia sin excesos. Los ojos de los demás me importaban porque tenían fortaleza, generosidad y sentimientos piadosos. Algo se dividió, se fragmentó, hasta extravió la memoria y junto con todo, la mirada.

Ahora hay ojos perdidos en cualquier persona. Terminan ahí, justo en la forma, no tienen adentro ni fondo, ni dicen, ni quieren. Pobres las miradas de hoy, tanto deterioro por ambiciones ciegas. Recién levanté la vista de mi cuaderno y encontré unos ojos que miraban genuino.
Me quise por primera vez, gracias al espejo que tengo enfrente. Tienen que existir otros, que no sean tan tristes y añosos.

viernes, 17 de junio de 2011

LLAMÓ ALFREDO

Sabía que era Alfredo. A esta altura del año, a esta altura del mes. A esa incertidumbre que obliga a la vejez a seguir al palo. Y uno quiere saber si cobra, si no cobra, si va a poder, si será peor. Jamás Alfredo pregunta si va a ser mejor. A mí me sucede. No lo llamo porque hay demasiadas cosas para decir, pensar, recordar, proyectar un teatro de sombras o reír hasta que el aire pueda virar a suspiro.

Sabés, Alfredo. Encima sabés y eso me da alegría, sin vértigo, a esta altura de las alturas. La nostalgia, el asombro de la tristeza mirando más atrás de la nuca, adelante uno mismo, con un hombro más alto que otro. Esperando que siga camino el camino, que como dijo aquel uruguayo del Tristán Narvaja “sigue y sigue; al final llega y si no, sigue un poco más. No es tanto.”

Hoy el cielo está blanco de nubes y negro de cenizas. Parecen las vísperas y lo de luego.

¿O sí te preguntás si va a ser mejor? Aquí va mi patética: me pregunto lo mismo. Es la zanahoria y uno que es un nabo, sigue.

lunes, 6 de junio de 2011

LA PATRIA ES UNO

Miraban con descaro, mandíbulas caídas y ojos de escarabajo. El bar frente a la plaza, con mesas de bar, sillas de bar y ese café traído por mozos afables y viejos como los cimientos del lugar. Los ventanales que subían según las estaciones y lo vientos. El olor a bosta que trepaba de la calle, las risas abiertas y francas de los parroquianos. Quintina recordaba venir al pueblo con su padre y tomar cortaditos con medialunas. Los saludos de la gente, tan saludados, como festejando encuentros inesperados.

Ahora el bar era un agobio híbrido, con olor a aceite viejo y barato, casado con el repulsivo olor de caños de escape nublando los nogales de la plaza. No quiso entrar a aquel reducto sin identidad. Caminó buscando un alguien de antes que no aparecía ni bajo los teñidos tapacanas. Sólo caras operadas de hombres y mujeres. Gente de su edad, tan deformada como aquellos frentes soñados de todas las casas.

Llegó al Bar Tito, Tito mudado a España y otro par de pobres borrachos o ricos en copas, dejó de ser.

Tomó un taxi hasta el campito de sus padres. Les contó alegrías inventadas y encuentros no ocurridos. El viejo, por las sombras en los gestos de su hija, advirtió que mentía. La madre quiso saber de su vida en Italia, más que de sus impresiones del pueblo. Compartiendo el almuerzo, Quintina los hizo reír con anécdotas tranquilas, desopilantes e irónicas. En un silencio de ángeles Quintina puso las manos de sus padres en sus manos y lloró con hipos. Les dijo que los tanos eran más de lo mismo. El mundo cargaba con más mierda de la que pudiera imaginarse. Volvió para curarse un poco de ese filocapital que cubría Europa y encontró una sucursal perversa de aquello que dejó. Un pueblo rodeado de soja y disfrazado de ciudad con edificios equívocos con olor a lavadero. Árboles talados, sierras alambradas y casa pretenciosas en sus cumbres, desafinando el antiguo paisaje. Lo padres la abrazaron con la sabiduría que legaron a su hija, no encontraron palabras.

Quintina los sorprendió con la compra de mil doscientas hectáreas vecinas al pedacito de sus padres. Ellos no quisieron aceptar, la hija no debía invertir veinte años de ausencia y el esfuerzo de sus ganancias. No les pareció justo. Ella dijo que si no aceptaban iba a llorar el resto de su vida y volvería al lugar donde era una sudaca que instruía europeos tan burros como las vacas o los políticos.

Dijo tener planes creíbles y posibles. Ése era su lugar. Los padres no le creyeron tanto entusiasmo. Caer de tan alto duele.

Al amanecer recuperó la cordura y el mantra de la patria guaranga: “hacer algo acá es al pedo…” se impuso antes del primer canto de gallo. Armó su austera mochila. Redactó una carta para sus padres, contenciosa y administrativa: amor y euros. Hizo dedo en la segunda tranquera, no eran tiempos para viajar de ese modo, pero pensó que el miedo roba tiempo y ganas. El destino no importó. Lo que más hizo en su vida Quintina fue perderse. Es así como de cuando en vez uno se la cruza, es inevitable, como que redondo es el mundo.

viernes, 15 de abril de 2011

PRIMER VIOLÍN

Mi compañero desde hace más de treinta años tuvo un abuelo que no conocí. Fueron siempre tan sutiles y cálidos los recuerdos de su nieto. Lo quiero más que a cualquier componente de su familia. Siento que sí lo conozco y me hace ensoñar lindo, tanto como mi padre. Cuando huelo el tabaco de una pipa presiento que el abuelo está presente en ese humo. Virgilio se apropió de mi cabeza. Él vive en el pentagrama que define su nieto. Si tenía buen humor, le dejaba meter las tostadas en su taza de café bien oscuro, no como el de los chicos, clarito y con leche.

Vivía en una Villa de Córdoba, rodeada de bosques y casitas de cuento, habitadas por músicos diversos. Pintaba al aire libre, teniendo como fondo el Pan de Azúcar, había olor a trementina y óleos de todos colores. En la Villa hacía coros con su familia y los nietos. Virgilio tocaba el violín y la abuela el piano, únicos momentos que ella se cruzaba con el bienestar. El abuelo corregía la música que hacían los nietos con sonrisas, tocando su violín a la altura de los más chicos. En una capilla abandonada ejecutó un concierto y entró dios aplaudiendo “¡Por fin el reciento sirvió para algo bello!” dijo dios y se quedó por ahí. Le habló a Virgilio, que estaba en otra cosa y no escuchó nada, porque era ateo.

Volvieron de un paseo por el monte y se sentó en su cama, los chicos, agotados, se tiraron alrededor. Todos vieron cómo le costaba quitarse un zapato, fruncía toda la cara y el zapato parecía no querer dejar su pie. Agachó la cabeza, mirando la suela y pidió que le trajeran una tenaza de inmediato. Era un clavo, que comenzaba en la suela y se introducía trecho largo y enhiesto en su propio pellejo. Lo quitó, con ese silencio digno que lo ocupaba siempre. Corrió una brisa angelada y recordó el violín, solía despedir el sol con alguna sonata entrañable y dulce como el atardecer sereno.

jueves, 17 de marzo de 2011

BERTA

Los tres golpes de la portera, durante años. Por si el despertador no despertaba.
Maestra de veinte niños, de cuarenta, de cincuenta y tres, alumnos que se multiplicaban y apenas diferenciaba. Le dio el horror de la locura y el beneficio de la licencia por psiquiatría. Berta tuvo como destino el pabellón de intermedios.
Las sesiones con el psiquiatra la fatigaban. Como siempre eran profesionales diferentes, comenzó a ser personas diferentes, con alteraciones leves. Sabía cómo tranquilizar a un psiquiatra, ponía los ojos sabios y nobles. Hacían sentir al psi. como un enfermo recurrente, injusto y tacaño.
Berta tenía ausencias que la ponían niña de seis años y hablaba y se movía como de esa edad. Creció y quiso volver a la escuela, convenció a los cinco médicos que le dieron el alta, remisión absoluta.
Cuando las dos niñas llenaban los tinteros Berta apareció de atrás y las degolló. Llenó el resto con tinta roja sangre y escribió perdón en todas las paredes.

IN NOMINE PATRIS

Le contó mirándolo a los ojos, el padre tenía la misma adicción. No por protección, sí por dinero. Le dio algo de lo comprado para él. Transcurriendo las semanas, que fueron meses, el padre y el hijo compartieron aquel desmán que tuvo tanta popularidad. Un día él pidió y el padre dijo no, no escuchó más, el viejo, además era puto y se enteró todo junto. El viejo en una granja y la visita de él con una papela.
Pudo salir, llegó caminando a su casa, abrió las puertas y miró hacia arriba, de la viga más alta, colgaba. Quiso gritar cuando vio, pero antes una espina invisible le trabó todas las arterias. Cayó a sus pies.
Una señora gorda los tapó con sábanas blancas.
Cuando llegó la policía, los cuerpos del padre y el hijo no estaban. Las sábanas sí. Nadie supo qué decir.

martes, 15 de marzo de 2011

LA MUJER LARGA

- I -

Un camino de pueblo, arbolado con follaje generoso, como cuando no hay vecinos.

Noche abierta, pariendo luna llena. Las hojas dibujan espectros en los adoquines.
Una dama erguida, de piernas infinitas, camina sin prisa con una niña de la mano. Se pierde en una puerta en sombras.
La única luz proviene de su piel lacada y negra. La niña suelta la mano y corre al encuentro de un animal que la espera. La mujer larga camina la mañana, dos niñas de ébano juegan a la mancha, mientras una empleada, con tonada boliviana, trata de controlar la anarquía que la supera. Hay asombro de un caminante habitual, que saluda gentil y pregunta por el parentesco de las criaturas exóticas, la boliviana contesta que son hermanas. Lo dice con miedo. La mujer larga la reprende, con palabras desconocidas y mira al hombre con severo repudio.
Él sigue su camino, piensa en la negrita del día anterior, piensa que no es ninguna de éstas dos.


- II -

- Mirá si va a haber tráfico de chicos en un pueblo con tanta iglesia y tanto militar protegiendo nuestra patria justa, libre y soberana – Lo dice convencida, como esposa de milico de bota y católica devota.

- Olvido el lugar cuando despierto, abro los ojos allá y es acá. Este sueño tiene comida, recupero la música de Amadou et Mariam, ellos tapan los sonidos del hambre.
La familia en la choza es una multitud de estómagos vacíos que aturden. Melodías del horror.


Elogian mis ojos, las pestañas, culito alto, dicen, columna de africana, dicen, piernas perfectas, dicen, negra de mierda, dicen.

Le dan a elegir tres y mi padre nos señala. Mamá agoniza, opaca, sólo brilla cuando nos ve partir. Abraza débil, sonríe a esa gente que nos da trabajo cruzando el océano. Tenemos miedo, el avión es grande. Hay chicos de aldeas vecinas, nos saludamos. No quieren que hablemos entre nosotros. Los destinos son Buenos Aires, La Plata y Pozo de piedra. Mis hermanas quedan en Buenos Aires. Les pagan en euros, casa y comida gratis. No saben cuál es ese trabajo. Suben a una combi.
Una pareja me da la bienvenida, a la sonrisa perdida. Viajo mirando tierras infinitas. Ellos hablan entre sí, dicen que mi francés es perfecto, lástima que sea analfabeta. Mejor, dice el hombre, mucho mejor. Ella se ríe, está de acuerdo, lo toca ahí. Voy atrás, pero la veo por el reflejo. Mis hermanas se diluyen. La mejor defensa es no preguntar, no saber.
Es parecido a mi aldea, con el agregado de sierras bajas y la ausencia del mar. Linda tierra, sin arena. Alguien pregunta por la cicatriz de mi mano, sonrío, nada más. ¿Voy a contar que fue por un choclo? Justo aquí, donde tirás una pestaña y nacen pestañas.

- III -

No entiendo el idioma, sí el desprecio. – Aspecto distinguido la negra. Chusma, ilegal, catinga.
El sonido y el volumen de esas palabras pisan el corazón.
Una pieza umbría y olor de rosas blancas trepando las rejas. Maruja, española, de sonrisa generosa, entra tres niñas tristes como la sequía. Rarezas de Senegal, pelo rubio mota, ojos azules, piel violeta. – Tía René, dice Maruja que nos bañes.- Se meten en la tina de azulejos que nunca vieron. Con la espuma de la mugre dibujan pájaros y flores. Vestiditos blancos prístinos y cintas para esos pelos rebeldes. Se ríen de nada. Los zapatos, los zoquetes, pies encerrados, serias enojadas, con suspiros.
Todos la llaman Doctora ó Juez, me llega a la cintura. Salimos, ¡Mon Dieu Quelle chaleur! El auto tiene aire acondicionado, el pueblo está cerca, dicen.
Ahora que sabés leer y escribir, podés declarar en las adopciones. Maruja habló de tu celeridad e inteligencia. Buen trabajo, la gallega. René querida, lo que viene es para beneficio de tu pueblo, nunca olvides. Debés silencio y es permanente.
Vó tá loca, René, para eyo só una negra, pior que nosotro lo peone, que somo morocho y nos dicen negro, como a vó. Andate René, si descubren algo la culpa va a ser tuya, acá nadie defiende a nadie. Lo tuyo se yama trata de niño’, nos lo dijo el boga nuestro. Somo tré para ayudarte, el boga quiere que yevemo las pibita también.
Vó por eso está flaca y triste. El boga é rico, tiene como cinco mil hetária. Herencia, nada de mafia, todo por derecha. Mirá si será bueno el hombre que se llama Ernesto, vó no sabé quién fue , pero fue el mejor. Este te paga el pasaje a vó y las piba. Te hace lo papele. Llamá a tu viejo ¿qué má queré? Dale negra, mejor morite de hambre allá y no de un balazo acá…pensá…No yoré má que me vaaser yorá a mí también.
Lo escucho, pero tengo tantas dudas. Encima están las nenas, son mi responsabilidad. Me faltan fuerzas, tengo que comer y dormir para que esto no siga.

- IV -

Ud. No tiene que volver sin nada, tengo dos ONG muy interesadas en el tema. Son muchos casos René, todo no se puede. Empecemos por Uds. Cuatro. Las tres niñas fueron extraditadas sin el consentimiento de sus padres, con identidades falsas. Así es este país, no muy distinto del suyo, René. Tendrá ud. La protección que nos asegurará su regreso sana y salva.
Le mira la cara, ya no lo escucha. Un mar azul, mi aldea, la cara de mi padre, mis queridos hermanos. No me ocupa la cabeza el no saber cómo, sino cuándo. Recibiré dinero todos los meses, tendré asesores gratuitos que ayudarán en Senegal. Tiene cara de bueno, cómo no creerle. Aparece la Jueza, baja, con dos hombres altos. Se dirige a ellos y me mira como a un mueble.
A ésta la trasladan al estudio, se encarga del maquillaje y el vestuario. Dice que va sin texto, que soy dócil y obediente. Llegan las combis sin ventanas, no entiendo porqué no está Ernesto.
El hombre más alto me empuja dentro con cierta violencia y el otro mete la mano bajo su saco, la Jueza lo mira con tensión, dice que no es necesario.

Cuanto menos entiendo, más desconfío. Estoy en un hangar lleno de luces que focalizan, las niñas tienen las caras pintadas y ropas ambiguas. Una mujer, que parece hombre, pide que me lleven, no me necesita. Se enoja, no sabe quién soy. El alto le explica algo al oído. El otro me toma del brazo y casi en el aire salgo del hangar. Hay sol y un monte para protegerse. Bajo un pino inclinado, Maruja, tomando mate, me extiende uno. No, gracias, me duele el estómago. Es el calor, asegura, por eso prefiere el invierno, me cuenta que en Pozo de Piedra hay dos estaciones, el invierno y la del tren. Raro este verano, ¿no muchachos?, se dirige a los tres peones, que están meta pala haciendo pozo. Nadie contesta, nadie me mira. Ellos me advirtieron. Veo dos sombras recortadas en el suelo del monte, llevan las manos hacia mi espalda. Siento algo en la nuca y entre los omóplatos, pierdo pie… juego con mi papá y mi mamá, nos metemos en el mar y es azul. Ellos se quedan en la orilla, yo me alejo, nado y los veo chiquitos, saludando a mis hermanos.

lunes, 7 de febrero de 2011

EL LUGAR

A mi hermano Alberto

Años añosos, hastíos hastiados, toneladas de aburrimiento, el método de la muerte igualito todo los días. Hay un permiso otorgado a un café, nunca exceder la media hora. Voy al mismo lugar y me siento en el mismo lugar. Deposito mis huesos, más cortos que antes, más duros que antes, más pesados que nunca. Diarios no quiero, me mienten todos en todo, por escrito es demasiado. Prefiero mirar, hay un adoquín engañoso. Es una esquina donde la gente que transita siempre es la misma, traje más, corpiño menos. Trago mi café y de cada tres, dos tragan el adoquín, no se les desliza por la garganta. Les hunde el pie y el equilibrio los abandona sin decir nada. Las caras giran para ver si fueron vistos, con más horror y miedo que el dolor personal. Me dan risa, siempre fui respetuoso, he cambiado. No quiero herir a nadie, pero me desternillo al punto de golpear la mesa endeble con ambas manos. El café se derrama, el precio de la risa. Pido otro y en el primer traguito, un idiota trastabilla.

Faltan diez minutos para mi partida y cuatro, con cara de nada, meten la pata. Las mujeres por mostrar su soberbia sin piso, son las más. El hombre derrotado, mira hacia abajo y alguna vez lo evita. Camino una cuadra y en la esquina entro en mi calabozo cotidiano, un pie, luego el otro. Inevitable el agujero, pienso en los tontos desprevenidos, en las tontas para siempre.

Alguna vez uno dice basta y hoy yo soy uno. La puerta que gira no se detiene, da la vuelta completa. Vuelvo a casa, a una plaza, o a la terminal. Dejo caer mi saco, desabrocho el primer botón, tiro la corbata en el basurín municipal. Alguien me advierte en voz alta.

Ya no escucho, estoy en el lugar soñado.