Sabía que era Alfredo. A esta altura del año, a esta altura del mes. A esa incertidumbre que obliga a la vejez a seguir al palo. Y uno quiere saber si cobra, si no cobra, si va a poder, si será peor. Jamás Alfredo pregunta si va a ser mejor. A mí me sucede. No lo llamo porque hay demasiadas cosas para decir, pensar, recordar, proyectar un teatro de sombras o reír hasta que el aire pueda virar a suspiro.
Sabés, Alfredo. Encima sabés y eso me da alegría, sin vértigo, a esta altura de las alturas. La nostalgia, el asombro de la tristeza mirando más atrás de la nuca, adelante uno mismo, con un hombro más alto que otro. Esperando que siga camino el camino, que como dijo aquel uruguayo del Tristán Narvaja “sigue y sigue; al final llega y si no, sigue un poco más. No es tanto.”
Hoy el cielo está blanco de nubes y negro de cenizas. Parecen las vísperas y lo de luego.
¿O sí te preguntás si va a ser mejor? Aquí va mi patética: me pregunto lo mismo. Es la zanahoria y uno que es un nabo, sigue.
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