lunes, 23 de junio de 2014



      Pertenecían a un cepo chino de supermercados.     Chin Tien extrañaba su pueblo entre montañas picudas y sendas de tierra seca. No conocía el calzado, allá andaban descalzos y se metían bajo cataratas repentinas cuando regresaban, luego de quince horas de trabajo.  Los cumple se festejaban en la calle, con una mesa de dos cuadras de largo y asistía todo el pueblo. Yo Yo Tu estaba encantada con el espacio y la tierra de aquí. Ella nació en Beijing, era dinámica y risueña. Contó que en China no cabía un chino más.

      Chin Tien estaba asustado, debía congelar los precios y como los clientes tenían los ingresos congelados, morían las góndolas de ausencias. Pagaban todos sus impuestos, sin embargo la FIPA iba todos los días a inspeccionar. Charlaba con los ex-clientes que ahora los visitaban. Él sabía separar la desgracia de ese absurdo y soñar con los pies descalzos en el agua y las sendas mágicas. Le dijo a Yo Yo su nostalgia, su deseo de salir de ese infierno y darse un baño de cataratas y una caminata de barro. Yo Yo tuvo una enorme piedad y lo dejó volver a su pueblo. Yo Yo se encargaría del destino del supermercado. Chin Tien partió triste pero contento.

      Yo Yo cambió sus tímidos vestuarios, hacía sus escotes más bajos y subía sus gracias con corpiños ortopédicos. Salía sola, de noche, los jueves y los domingos. Conoció un argentino que le comunicó que ella le gustaba, pero si tuviera los ojos normales le gustaría mucho más. Yo Yo se hubiera arrancado los ojos como Edipo, pero prefirió una cirugía que hasta párpados le hicieron.

      El mundo es un pañuelo, llegó la historia a oídos de Chin Tien que construía la casa para ambos en su pueblito. Vino volando, haciendo treinta aterrizajes por desperfectos en todas las líneas. Se encontraron, Chin Tien la quiso llevar con él, aunque los ojos fueran anormales. Yo Yo dijo no y él sí y ella no y él sí. Chin Tien se perdió en el odio y le ensartó treinta puñaladas. No agregó las otras cuatro porque detestaba homenajear al Tango.  

INFINITO

      Rodeo la casa, me apasiono con los árboles, me interesan más que la casa. Me alegra esta inversión para vivir. Las escaleras de acceso eran de madera, una crujía con sonido grave, cuando pasé me atrapó el tobillo y no lo soltaba. Se quebró. Miré la tabla, tan inocente, que parecía nueva, Mi primera noche escuché una voz que provenía de una cañería y otra que respondía. Rodeé la casa y comprobé que la cañería salía de ahí, haciendo un recorrido arbitrario a algún lado. Decidí comprar un aparato para atravesar la cañería y ver su final. Un arriero que pasó, me preguntó por los viejitos, le dije que bien, gracias. Parece que vivían en mi casa. Me dí una ducha y cuando miré hacia arriba, apareció una cabeza de ojos rojos y me quemó el brazo.

      Al día siguiente decidí marcharme. Hacía diez días que no dormía. En la primer casa que encontré, golpeé una aldaba. Fue raro, parecía una reproducción de la otra casa.

 Me abrió una anciana y su marido. Le pedí si podía quedarme por una noche. No pude dormir, empezaron las mismas amenazas que en la otra casa, descubrí el final de la cañería.

TOSTADAS

                              
      Hoy es septiembre, te escribo bajo nuestra pérgola que me recuerda tu cara. Tengo una pollera que el viento la llena de hojas y luego ella las devuelve. Cuando el aire se detiene te hace trampa, el viento vuelve y el pelo me tapa la cara. Suena la campana de comer. No sabés lo que es tu madre, Johnny, parece un bibelot. Tiene un sentido del humor casi argentino y me trata con un afecto que no se usa en estos lares.

      Camino un césped suave como el terciopelo. Se escucha música de Brahms. Están todos alrededor de la mesa y luego de un brindis convencional, se abalanzan sobre la comida. Cuando esto ocurre pido perdón y me meto en el jardín. A los cinco minutos Bibelot está a mi lado. Respetaba tanto mi silencio que un día la abracé como a una madre. Johnny trabaja a veces tres meses seguidos. Me venía bien estar sola. Salíamos con Bibelot quien tenía la compulsión de comprarme ropa de señoritinga, hasta ella misma sabía que no la usaría.

      Un día Bibelot estaba en la cama y preguntó porqué esta vez no salía sola. Me entregó las llaves del auto. Recorrí el predio, hice detenciones en montes de árboles, arroyos de piedras. Johnny, nunca me mostraste esos lugares. Subí a una canoa, remé hasta dormir. En el sueño pensé que si Bibelot se moría, todas sus posesiones nos pertenecerían. Se me ocurrió que al destino había que darle una ayuda. Desayuné con ella, en la cocina. Preparó unas tostadas y una puntilla de su camisón rozó el fuego. Yo agarré un repasador, pero tarde, murió carbonizada. Ocurrió algo extraño, las tostadas estaban impecables.

      Johnny se hizo presente de inmediato, me abrazó llorando con estertores, así pasó la noche. Cuando desperté  sus primeras palabras fueron: - ¿Vos te das cuenta cómo nos benefició mamita con su muerte? Ahora es todo nuestro. Si yo no estuviese, sería todo tuyo, bueno, no es el caso-.

      Me pidió el desayuno en la cama. Le preparé un té con tostadas.