sábado, 29 de febrero de 2020

AVISO



Necesito un descanso desde el Domingo hasta el Miércoles. El Jueves seguiré publicando. Gracias por leerme.
                                                Un abrazo de Patricia.

LINAJE


   Se le puso corona a virus, la Nobleza no acepta quedar rezagada, se le da un lugar en el Palacio de Barienman. Margarita no quiere ponerse lo que le regalaron.
   —Un barbijo tejido en Irak, me dijeron por las deudas, yo tengo un hijo irakí, duerme debajo de la cama mientras el Padre lava Libras, con mi viejo mudo. Isabel, mi hermana, jamás lo dejó hablar, las cosas que debe esconder la vieja en esos sombreros inmundos.
   En la época que mis Padres me bautizaron Margarita, la hipocresía se percibía y una niña es capaz de tener un poder analítico, que pueda destruir la alcurnia de una familia. Empecé a tomar habitualmente, era lo único que me sacaba de esa farsa. Me obligaban a tomar clases de danza. Fui un fracaso, pero gané abrir mis piernas en 360°. Fue útil en múltiples oportunidades. Tenía una custodia alcahueta de mi hermana.
   —Niña, Princesa Margarita, su Madre la solicita en el jardín de plástico yanqui.
   Seguro que no quiere que asista a su aniversario, para que no haga papelones, no tengo ganas de ver su cara de oler mierda para decir humedades. Hoy viene a Palacio, el Fotógrafo más cool de Londres. Le gusta tomar con prudencia y a mí la prudencia me exaspera, estaba con tres whiskys incorporados, cuando escuché el llamado a la puerta de mis aposentos.
   —No me gusta el protocolo, mi nombre lo saben todos y además ¿qué nos importa?
   Su cara es tan sugerente, que no parece ser un pariente de toda esa gente con sonrisa ausente. Se sirvió un vino tinto, de uva mosqueta, traído de La Balandra en Argentinium.
   —Vislumbré su cara a través de unas rosas japónidas y a partir de ahí, sentí que usted era mi medida. ¿Me permite sacarle fotos? No van a ser publicadas, son para mí.
   Su altura, compostura, el pelo que hacía lo que quería, esos ojos que decían lo callado por dentro.
   —Saque todo lo que quiera, sería raro, pero si usted pasara un día completo conmigo, sin exigirme posturas, le podría llamar las veinticuatro horas.
   El Fotógrafo se entusiasmó y después de comer dátiles y distribuir luces naturales, él se quitó la camisa, tomó la primer foto de Margarita, con soutien monjil, luego entreabrió su falda y tomó un retrato inguinal, rodeado de las puntillas del calzón. Margarita decidió un baño de inmersión con espumas de colores y la cabeza laxa, con una pierna afuera y otra asomando un pie por la lente.
   —¿Usted se dio cuenta, Princesa, la cantidad de pliegues y vericuetos, que tiene el cuerpo?
   Margarita pensaba, mientras se quitaba todo, menos las ligas y medias.
   —Tiene usted razón, tantos como el pensamiento.
   Él le propuso su famosa apertura de 360°. Margarita, primero calentó el cuerpo y llegó a un enroque que deslumbró al Fotógrafo. Nació un amor descarado, ambos se entusiasmaban en las Fiestas de Primavera, vestían de sport, cuando todos asistían con oropeles colgando sobre sedas deslumbrantes, el lujo era empalagoso. Margarita y el Fotógrafo se daban besos y se acariciaban sobre la ropa, en lugares inapropiados. Antes de vivir juntos, la bruja de su hermana Isabel y todo su séquito, mandó su encierro definitivo en un Nosocomio llamado “Soledad Absoluta”.
   El Fotógrafo perdió la razón y tomaba fotos de los muros impenetrables, donde imaginaba a Margarita desnuda, en la increíble postura de 360°.

viernes, 28 de febrero de 2020

AGOTADOR


   —¿Vos cómo hacés para que la malla se te meta y dejes los glúteos libres?
   Sara aprovechó el comentario y trató de acomodar su malla, a cada paso que daba le volvía a ocurrir.
   —Son estas mallas que hacen con fibras de nada, uno me alcanzo a esconder y el otro hago que ni cuenta me di. Tango sesenta años, ¿quién se va a fijar en estos cachimbos sueltos?
   Ceci le tuvo pena, porque no tenía los medios para hacerse recauchutar en su totalidad, hasta se le fueron las ganas de una aventurilla de verano.
   —Tu caso es distinto, vos te hiciste operar hasta la barriga, los tipos te miran pero ninguno se atreve, piensan que soy tu Mamá.
   Y pensar que vine con Sara para que las dos enganchemos, por lo menos tres o cuatro cada una, son veinte días y la cabaña es acogedora, guau, qué palabra, acogedora.
   —Y si vos te conseguís un hombre maduro y yo un joven, primero salimos, tomamos unos tragos, para que no se crean que somos mujeres fáciles, ya sabemos, después qué es lo que hay que hacer, experiencia nos sobra.
   Mirá que guacha, Ceci y encima me hizo dar ganas, no la puedo dejar sola, la voy a acompañar.
   Entramos en el boliche y nos sentamos en un rincón, vino un joven sonriente y de inmediato me levanté, le extendió la mano a Sara, para sacarla a bailar, había que ver cómo la vieja, movía su cuerpo desvencijado. El joven, cuando vinieron los temas lentos, con una mano la tomaba de aquella cintura ausente y con la otra, le sostenía el culo.
   Por suerte me apareció un viejo, dorado tropical, con pelo blanco y un cuerpo ejercitado. Prefirió conversar, vivía en el mar y el conjunto de cabañas, era de su propiedad. Cuando estábamos saliendo, me estampó contra la pared y me dio un beso que casi se traga mi botox.
   Entramos a la cabaña. Se escuchaban los jadeos de Sara y los impetuosos movimientos del hombre joven. Me dio vergüenza, estaban en el entrepiso y no había música, ni siquiera para tapar. El viejo no perdió tiempo, ni la ropa me sacó, sólo enroscó la minifalda y con los dientes me arrancó el calzón.
   A pesar de ser un viejo choto, me enjaretó algo respetable, hasta me hizo doler, pero no le dije nada porque tuve un orgasmo de cien grados. Los ojos celestes distraían sus arrugas y cuando vi que su cabeza bajaba hasta ahí, quedé tan satisfecha, que eructé.
 
   —Ceci!! Ceci!!, por favor, vení aquí, que casi muero, no sabés lo que soñé. Vos y yo conocíamos dos tipos, uno viejo y uno joven, veníamos a la cabaña y y.
   Yo no sé por qué no se calma un poco, le voy a traer agua.
   —Tranquila, Sara, contame.
   Yo estoy desesperada, pero le tengo que decir: 
—Veníamos aquí y hacíamos mil porquerías con dos desconocidos, fue una pesadilla espantosa, encima a mí me tocaba el joven, qué asco, por dios y vos con ese viejo baboso, no sabés, encima que mi vida es una desgracia, soñar estas cosas, qué humillación! Menos mal que fue un sueño.
   Ceci le daba un abrazo, mientras pensaba, qué bárbaro que el sueño de Sara hubiera sido de verdad.

jueves, 27 de febrero de 2020

DESPEDIDA


   Y van cerrando de a poco, se vuelve un pueblo fantasma, Clodomiro en el umbral le ceba mates a Ramiro, mientras el sol de la tarde les calienta las espaldas.
   —Cuando veo las camionetas cargadas de colchones enrollados, mesas patas para arriba y las sillas de la cocina atadas, haciendo equilibrio, mesas donde nos hemos sentado a comer, asados o los ravioles que amasaba Teresita. Cómo se van a ir así.
   Ramiro miraba un potro flaco, tratando de tomar agua del río seco, un hilito apenas de lo que fue cuando las inundaciones, pero después no llovió más.
   —No te aflijas Clodomiro, que a lo mejor algún día van a volver, igual va a ser jodido lo que vamos a extrañar.
   Cuando el ganado fue perdiendo peso, vinieron los Gringos del Sur a comprar por moneditas los animales de los campesinos, que no tenían ni para comer.
   —Ramiro, ¿vos te acordás del pobre Juan, que andaba vestido de gaucho de fiesta, con bombachas tableadas, cinturón de monedas y la hebilla de su Abuelo? Festejaban sus cuarenta años de casados y estaba todo el Pueblo. Cuando todo terminó, entrando la nochecita, Juan escuchó una balacera, dos camionetas con esas luces arriba, para encontrar los animalitos que pensaban cazar. Y eso que estaban los carteles pintados por sus hijos: “Prohibido Cazar”. Él salió a la galería con una escopeta que nunca necesitó. Desde una camioneta le dieron un tiro en el brazo derecho. Unos desgraciados, hasta tiraron a los carteles de advertencia. Lo llevaron a la casa del único Médico que había. Hizo lo que pudo, pero con la gangrena no pudo hacer nada más que amputarle del codo hasta las manos. Con un solo brazo no se puede trabajar, a eso Juan lo entristeció tanto que se llevó un catre debajo del alcanfor. La Mujer le llevaba de comer y le daba agua, pero Juan no abría la boca, miraba las ramas, el cielo, la luna, pero no le solazaba nada. Una madrugada se escuchó un disparo, Juan se bañó, se vistió de gaucho, el mismo traje del Aniversario. Dejó el catre, se sentó sobre sí mismo y se disparó con un arcabuz que a nadie se le ocurrió que andaba.
   Cuando terminó de contar su amigo Clodomiro, Ramiro dejó caer la cabeza sobre su pecho, una lágrima, una sola, cayó sobre la tierra y enseguida se secó.

miércoles, 26 de febrero de 2020

ME TOO


   Hacíamos pascualinas para que siempre hubiera. Tenía siete hijos,  que el Día de la Madre jamás faltaron. El más querubín, aunque ya era un hombre, por una cosa o por varias, no venía.
   Los seis preparaban asados, viernes, sábado y domingo “basuritas”. Los restos de esa fiesta, donde de nuevo eran míos, sus mujeres quedaban con sus Padres. Cabalgábamos los potros, cada uno en el suyo. Llegábamos hasta las orillas del río. Si hacía calor nos metíamos, yo los contaba en el agua, a ver si estaban todos, nadaban bien y no había remolinos.
   Raimunda, ayudante heredada de mi suegra, los esperaba con las batas para secarse. Ellos la querían como su segunda Madre, yo como mi mejor amiga. Estaba en el campo con mi Marido, que parecía vivir en el tambo más que en casa.
   Al año siguiente, apareció de a caballo, el querubín, el ausente, yo le decía así. Los hermanos lo recibieron con distancia. No pregunté nada. Usé mis energías para festejar el regalo de tenerlos a todos.
   El querubín se quedó hasta el lunes, sus hermanos partieron el día anterior. Dijo querer hablar con su Padre y conmigo.
   —Ustedes ya están grandes, quiero que vendan el campo y vivan en la ciudad, conmigo y mi mujer. Inclusive Raimunda.
   Mi Marido se enojó: —Esto lo hicimos nosotros, trabajando y vos que parecés no existir, aparecés para avisar que estamos viejos y tenemos que vender para vivir, en la mugre de Buenos Aires.
   Vi que tenía los labios blancos y pedí al querubín que fuera con su potro a recorrer y con el calor tirarse en el río. Después volveríamos a charlar. Raimunda y yo, nos ocupamos de la presión de mi Marido. Durmió una siesta, más larga de lo acostumbrado.
   Vino un peón y nos avisó que el querubín se las vio feas en el río. En ese momento recordé, que de los siete, él era el único que no sabía nadar. Y ocurrió. Yo todavía estoy muerta de dolor, mi Marido y Raimunda me acompañan. Los seis que quedaban venían todos los fines de semana, a mí ya nada me puede alegrar, eso no se lo digo a nadie, pero el querubín me partió el corazón y le pedí a Dios que me llevara con él, hizo caso enseguida.
   Después ¿a quién le puede importar?

martes, 25 de febrero de 2020

ENTRE AMIGOS


   —Bueno, ¿qué querés que te cuente? Fuimos de vacaciones como vos querías, Carla. Los cuatro, Alex, Sebas, vos y yo. Fue divertido dormir en carpa mullida. De noche no nos alcanzaba con fumar, tomábamos whisky caminando por la playa, un trago cada uno de la botella. Las olas que tocaban nuestros pies, nos hacían perder entre agua y arena. Nos metíamos los cuatro y sin darnos cuenta, el agua nos daba bofetadas, había que nadar, era jodido diferenciar la costa del horizonte. En una ola que no vimos, barrené con Alex, tu marido, ninguno se propuso nada y fue. Carla, no te dije, podría haber simulado otra cosa y con mentiras cubrir el verano, la carpa, el mar y lo de después. Pierdo una amiga, la mejor, voy a tener un hijo y es de Alex. Él está de acuerdo.
   —Es re romántica tu historia, el verano de cuatro tiene esas cosas, mientras ustedes barrenaban, yo seguí nadando con Sebas, ¿viste que nado mal?, casi me ahogo, tu Marido me ayudó y cuando salimos del peligro festejamos como hipocampos, así como me contás vos, voy a tener un hijo y es de Sebas, él también está de acuerdo. Dentro de tres veranos, podremos ir a la playa los seis, esperemos que ninguna tenga mellizos.

lunes, 24 de febrero de 2020

OLAS


   Febrero terminó este verano, se fueron mis amigos a sus ciudades y los tres meses que pude divertirme, se redujeron a dos. Algunos viejos resignados miraban el mar buscando que cambiara el horizonte, olas frías que migraron me señalan que en marzo, empieza la escuela.
   El primer día me lleva mi Papá, no a este lugar donde hace años que la escuela no funciona. Sino al Pueblo, donde cuatro Maestros se encargan de nosotros.
   Al final de la jornada viene a buscarme mi Viejo con dos o tres copas encima. El camino es culebrero y en cada curva mi Viejo no baja la velocidad, siempre termino volcada en su panza. A Mamá no le digo nada, es el único vicio que le quita a mi Viejo el aburrimiento y llega a casa, sigue tomando y Mamá, haciéndose la distraída me pregunta: —¿Cómo te fue en la escuela?
   Yo le contesto aunque no tenga ganas.
   —El Bañero es el Maestro de esta vez, en el verano sacó dos porteños que casi se ahogan, nos contó. Él tampoco estaba muy contento que digamos, se le fueron las chicas que lo admiraban y bailaban con él por las noches, hasta se ponían de novias, por el prestigio que da el Bañero.
   Mi casa era un restaurante en verano y en invierno nadie. Algún solitario con ganas de vino con canela, para cortar el frío. Fui feliz tres meses del año y lo demás el puro libro.
   Había una Biblioteca, la construcción más vieja de la playa, 1930. Un día fui a sacar mi libro preferido “El Cazador Oculto”. Había cumplido dieciséis y vi con asombro que un señor tostado, entrecano, me entregó un libro de regalo “Los Nueve Cuentos”, de Salinger. Me presentó a su hijo, tenía la misma cara de mi Maestro de cuarto. Por su Padre me enteré que él fue Bañero en verano y Maestro en la escuela del Pueblo. Lo reconocí por su sonrisa, igual a la del hijo, teníamos la misma edad. El hijo era Bañero cuando los dos teníamos  ganas de tenernos. Fue en diciembre, trató de salvar a un tipo, que las olas impedían ver. Él era aguerrido y astuto, pero una ola de tres metros, cuando el mar tiraba para adentro, se lo llevó.  Lo más irónico fue que el tipo se salvó.
   El Padre transitó su dolor en Guatemala, lo encontré en la playa.
   —Te entrego las llaves de la Biblioteca, para mí sería una compensación que estuvieras asesorando allí.
   Pasaba todas las tardes mirando el horizonte, esperando qué sé yo. “La Casa Del Libro” fue el nombre que elegí.
   Una tarde, como todas, alguien me tapó los ojos, me di vuelta y era él: —Los que nos vamos por adelante, volvemos por atrás.
   Cerramos las ventanitas, echamos llave y puse un cartel de Cerrado.
   Nos abrazamos como hermanos y nos amamos el tiempo perdido.          

domingo, 23 de febrero de 2020

ARMONIZA NOTAS


                          
   Hay olor a junquillos, crecen al lado de la acequia, todas las  mañanas viene zorzal, que es un pájaro considerado y se da una ducha mañanera en la acequia, sin molestar a los junquillos.
   El Vecino del fondo le dio con la escopeta, justo que zorzal levantaba su vuelo tranquilo, el desgraciado odiaba al pájaro, que canta a cualquier hora de la noche. Tiene un árbol cerca de su ventana y el canto de zorzal, que armoniza cinco notas o más, no lo dejaba dormir al idiota. Tenía que ir a trabajar de nada, para ganar mucho. Es común en este lugar.
   Mi silla de ruedas me sirve y hasta levanto velocidad. Pero tengo kilos de más y años de menos. Salí a la vereda y donde vivía el asesino, entré por un costado, estaba la pala y la tierra blanda. Hice un agujero del tamaño de zorzal, que estaba allí, a mi lado, hecho un bollito, con las alas acampanadas y ese color que le pertenece. Lo puse con el cuidado que merecía, en su tumba. Trasplanté unos junquillos de la acequia que venía de casa, para disimular y homenajear. El corrupto asesino, dejaba el auto abierto con la llaves puestas, tomé las llaves y las arrojé tan lejos que el tipo no tuvo más remedio que ir, a su no trabajo, de a pie.
   Ahora salgo a la mañana, extrañando a zorzal y llevo mi silla de ruedas hasta el banco de madera, donde yo tomaba mate de un lado y él miraba hacia los junquillos con fiaca de bañarse. El primer día no soporté su ausencia. Igual salí a tomar aire y esperaba el milagro de caminar sobre mis piernas, sabiendo que era una utopía. Al cabo de una semana, apareció la pareja de zorzal, había zorzalitos que la seguían, tal vez buscando si estaba, donde siempre estaba.
   Cuando los vi, un milagro me levantó de la silla y fui titubeando hasta el banco donde estaba la familia. Se pusieron a mi lado en fila. Al otro lado del paredón, se escuchó la voz del hijo del matador: —¿Mami, es cierto que no hay que matar pajaritos? Lo dijo la Maestra.
   Ella tardó un ratito en contestar: —Hay, chicos, si supieran cómo extraño aquel zorzal divino, que nos venía a visitar, seguro que algún hijo de puta lo mató.

sábado, 22 de febrero de 2020

VERDE


La operación fue un éxito, pero dejó una secuela, la ceguera.
   —La sacaste barata, podrías haber quedado paralítica, cuadripléjica, que carecieras del brazo derecho. Pérdida de la memoria que fuiste, desde que naciste hasta ahora.
   Me parecieron carentes de sentimientos afectivos, plenos de sentimientos cargados de odio. Yo era una mujer hermosa, alta, pelo ensortijado, con los accesorios femeninos que despertaban deseos en todo el género masculino y envidia en las mujeres.
   En cuanto percibían que era ciega, les daba miedo, a lo mejor leía sus miserias internas y creían que podía ser capaz de matar sin darme cuenta.
   Ser ciega, sumergida en un mundo de sonidos, voces, gustos, oído absoluto, beneficio de los ciegos. Aprendí a circular con bastón blanco, todos me dan paso y escucho la señal de la cruz en los rosarios de las Monjas. Me regalaron un perro que me acompañaba, cuidaba al cruzar la calle o que no tropezara a las personas. Estaba tan entrenado, que no le quedaba lugar para jugar con otro perro. Su respiración llegó a molestarme y lo entregué a “Derechos Perros”.
   Logré liberarme, cruzo las calles sin mirar, uso recursos para detener el tránsito, minifaldas ajustadas, corpiño a la teta embandejada, pelo largo color girasol y pintura, aprendí a pintarme sola.
   Me dediqué a diferenciar olores, sabía cómo proceder. Entré a un Bar con olor a limpio y a café recién hecho. Mientras esperaba escuché una voz de hombre haciendo su pedido, sentí su mirada y escuché el desplazar su silla. Unos pasos leves de felino, un perfume apenas perceptible, como usan los regios.
   —¿Me permitís sentarme junto a vos?
   Le dije que sí en voz baja, le aclaré que no me dijera su nombre y no preguntara por el mío, como dos desconocidos. Él tincaba dos dedos sobre la mesa.
   —Me parece una idea inteligente, me gusta.
   Escuché al mozo que trajo ambas tazas. Él volcó su azúcar en  medio del café, el sonido y la cucharita, con dos vueltas y ya está. Lo sé hacer pero me traicionaron los nervios y el azúcar volaba y la cucharita cayó al piso. Tuve que confesar mi ceguera, preguntó: —¿Total o parcial?
   Le dije que total, me invitó a su casa en Recoleta. Todas las ventanas daban al Cementerio. Describió las estatuas cinceladas en mármoles centenarios.
   —¿Podés sentir la envergadura de estas obras de arte? Una vez observé el miembro de un hombre, que me dio tanta envidia, que esa misma tarde, con una gubia silenciosa, se lo robé.
   —¿Y dónde está?-Lo pregunté con ingenuidad-.
   Él me llevó la mano hasta su miembro pequeño y frío. Lo quise abrigar, me dio pena y lo puse entre mis piernas, el lugar más caliente de cuerpo. Se le fue entibiando y de a poco creció fuerte y duro.
   Entre ambos jugamos a la casita, él me tocaba el timbre y yo lo dejaba pasar. La alegría que le daban las paredes de mi hogar, hacía que nuestro cuerpos se movieran al ritmo de un cha cha cha, que se escuchaba de lejos.
   —No te sientas mal, pero lo tengo que sacar, está al borde de explotar y quiero que esto suceda sobre tus ojos, tal vez este fluido recupere tu visión. ¿Me ves?
   Y sí, fue un milagro, pude mirar todo, pero le mentí.
    —No veo nada, me pone triste.
   Me partió el alma la cieguita, ella propuso: —¿Y si seguimos jugando a la casita?, si no te incomoda me va mejor el acolchado color malva del living, que está a la derecha del balcón, sobre el futón de terciopelo verde inglés.   

viernes, 21 de febrero de 2020

COMUNIDAD


   La Señora Talaracha presentó queja porque el Consorcio no la invitaba a sus reuniones semanales. Los habitantes del edificio vivían solos, Jubilados, Divorciados, Abandonados por elección. Ninguno tenía memoria de cuándo lo habían comprado.
   Se conocían porque todos los Padres fueron los dueños antes. Hicieron una vaca y en mensualidades cada uno tuvo su refugio. Una especie de Geriátrico. Ellos jamás lo llamaban así. Esos lugares parecen la antesala de la muerte.
   Los sábados eran santos, tenían un fogón en la terraza, donde hacían asado y toda clase de ensaladas. Regadas con vinos añosos que encontraron en el sótano del edificio. A la tercera copa, cada uno, por orden de lugar, contaba las historias de su vida.
   Pasaron tantos años que les agregaban condimentos falaces, que los dejaba sin aliento, de tantas carcajadas con hipo y eructos. A la única que no quería nadie, era la Señora Talaracha. Le llamaban Tala, por dos razones, una por no pedir autorización para talar los piñoneros de la vereda. Tenía un leñador conocido, que una madrugada, mató todos los árboles. Y otra, porque era la madrugadora. Empezaba a las cinco de la mañana, mientras cantaba como una soprano. Abría la manguera desde arriba hasta abajo, hacía entrar agua por debajo de las puertas. Pasaba la escoba con ruido a lijadora y luego, con el secador, golpeaba todas las entradas, para sacar hasta la última gota de agua. Era notable, cómo combatía su aburrimiento. Pasaba cera suiza en todos los pisos y las escaleras, después lustraba y quedaba espejo. Hubo más de un enyesado por los resbalones de tanto lustre.  
   No tenían ascensor y entre todos juntaron, para poner balaustrada y sostenerse. No recurrir a las ambulancias tan seguido.
   Un sábado de lechón adobado, comenzando su cocción de tres horas consecutivas, apareció la Señora Talaracha y con voz aguda e indignada, preguntó por qué no la invitaban los sábados. Todos quedaron mudos, les pareció tan desubicada que a la misma Talaracha, le dio vergüenza cerró la puerta, con tanta mala racha resbaló por la escalera los ocho pisos, se levantaba en los descansos y el mareo la hacía caer de nuevo, hasta la planta baja no paró. Quedó como marioneta rota y desde arriba miraron todos. Sus últimas palabras fueron: “—Hijos de puta.”
   La Municipalidad se encargó de los restos de Talaracha. Nacieron, sin que nadie los sembrara, pinos piñoneros en la vereda. Al departamento de Tala, le demolieron las paredes e hicieron un patio, con un piñonero al medio y reposeras alrededor.

jueves, 20 de febrero de 2020

ASMOPUL


   La Madre la quería tanto que desde su nacimiento no soltó su mano ni quitó sus ojos de los de Maru. Sentía que debía acompañarla donde fuese.
   Le otorgaba todo lo que quisiera, comidas, golosinas, paseos por aquí  y viajes por allá. Maru elegía su ropa, el Colegio, las amigas. Esto torturaba a su Madre, sentía que álguienes se la robaban. La conducía al Colegio, tomaba la primera clase y después la iba a buscar.
   Era tan simbiótica la relación que a Maru comenzó a darle asfixia, al quedarse sin aire debió concurrir a un Médico, que diagnosticó su enfermedad, como asma y podía deberse a varias razones. Le recomendó la consulta con un Psicólogo. Luego de varias sesiones, el Psicólogo pidió una entrevista con la Madre.
   —Mire, Sra, el problema de Maru, es su exacerbada protección, seguro que eso la ayuda a transitar la vida, pero la realidad es que a Maru le falta el aire, usted misma se lo quita.
   La Madre comenzó a taparse la cara y le pidió al Psicólogo que continuara.
   —Debe dejar de abrazarla todo el tiempo, que sus pisadas caminen solas, que las horas le pertenezcan y no que usted se las administre.
   Ni bien dejaron el Consultorio, Maru le pidió que la acompañara a tomar un helado.
   —¿Y por qué no llamás a alguna de tus amigas?
  Fue su primer gesto de liberar a su hija. Maru retornó casi de noche y la Madre la llenó de preguntas, pidió detalles de sus charlas y sus silencios. Maru le contó como de costumbre. Pero un cansancio repentino, le hizo cerrar los ojos para dormir. A pocos minutos pidió el asmopul, que recetó el Doctor y durmió toda la noche con una sonrisa, que su Madre miró hasta que despertó. La puso paranoica aquella sonrisa de tanto tiempo. Después notó que Maru casi no hablaba con ella, le tiraba un beso lejano, cuando se iba y cuando volvía depositaba un beso en su mejilla. Ella guardaba el asmopul hasta que Maru encontró unos cuantos sin abrir.
   —Mami, podés regalar el asmopul, desde que corro y hago yoga, el aire me sobra.
   Sonó el timbre una tarde de verano y un joven carismático dijo: —Yo sé que Ud es la Madre de Maru, vine ahora por ser sus horas de francés. Si me permite le confieso con todo respeto, que encontré a la mujer para compartir mi vida. Perdón, no me presenté, soy Ulises Kimusi y necesito su respuesta.
   La Madre le propuso que le gustaría saber su historia y estar con él sin la presencia de Maru. Los días de violín eran lo adecuados, porque ella asistía con rigurosidad.
   El primer día, la Madre escuchó detalles de la vida de Ulises, cómo eran sus Padres, cuáles serían sus actividades para después. Ulises lo sintió como una invasión, pero comprendió la soledad de esa mujer, cuando su hija dejara el nido.
   Le propuso a Ulises, que necesitaba conocer, como amaría si fuese a Maru. A Ulises le produjo tanta curiosidad y asombro, que procedió como un amante encendido, pero sin violencia, respetando los tiempos de la Madre. Ella se vistió con la misma ropa y perfume de su hija. El transcurrir fue en la habitación de Maru. Ulises se sintió pleno con la experiencia manifiesta de esa mujer sin novio ni Marido.
   Propuso Ulises un encuentro similar la semana siguiente.
   —Tal vez no me expliqué bien, siempre estuve muy unida a Maru. Ahora tengo la seguridad que la harás sentir completa.    

miércoles, 19 de febrero de 2020

CABEZAS


   Había sido la mejor diseñadora de sombreros. Las mujeres abandonaron esa costumbre o se compraban en tiendas berretas.
   Era portuguesa y extrañaba el décontracté de Lisboa. Cuando llegó aquí se la bancó y se quedó. Se hizo de una clientela exclusiva, solicitantes de sombreros. En media hora, ella tenía un boceto de acuerdo al acontecimiento donde se iba a lucir su obra. Bodas, Conferencias, Bautismos, Homenajes y distintos eventos.
   Una tarde apareció la Señora Blanca Isabel Tugurio Rollo.
   —Ya sé que usted realiza piezas únicas, quiero para mí uno especial, que tape mis zonas sin pelo y refresque mi última cirugía, con plumas de pavo real en el casquete y flequillo de faisán asomando en la frente. Algunos detalles de brillos, para la noche, entreverados con plumas de flamenco, llegando a la cintura. Sé que mi exigencia contrasta con su austeridad y se lo digo más claro, se dan de patadas con su estilo. Cumplo ochenta y uno y quiero darme los gustos en vida, será remunerada con un cheque en blanco, con todos los ceros que desee. 
    La Portuguesa trabajó con entusiasmo, pero Blanca Isabel, se iba para un costado todo el tiempo.
   —Áteme, así no le interrumpo la tarea.
   La ató con cinta de embalar, de pies a cuello. Durante toda la noche, fue cepillando las plumas y ubicando cada una en la cabeza de la mujer. El cansancio que le produjo, la hizo olvidar de las capas de percal, que atenuaban los pinchos que llevaba cada pluma. Llegó a imponer tanta fuerza, que cuando llegó al flequillo, vio las gotas de sangre que le caían a la mujer. Se tiñeron con rojo hasta las plumas de la cintura, la envolvió en una manta de seda roja y la arrastró con silla a la vereda.
   El sangrado formaba hilos hasta la boca de tormenta, cuando escuchó que el corazón, había dejado de latir, la Portuguesa le prendió una hoja en el pecho, que decía: “Yo soy Blanca Isabel Tugurio Rollo y mi última voluntad es confiar en un alma piadosa, que me traslade al Cementerio.”
   Los primeros en verla, fueron los Recolectores, tiraron el papel porque estaba tan rojo que era incomprensible. El que manejaba el camión, dijo: 
—Tiene plumas preciosas, de pájaros exóticos.
   Y comenzó la repartija de las plumas. Quedó la silla de embalar con un coso sentado, la arrojaron al compactador y la pobre mujer no pudo festejar los ochenta y uno.
   La Portuguesa, llenó de ceros el cheque, con un andar muy elegante y un sombrero encasquetado, viajó a Lisboa.

martes, 18 de febrero de 2020

PERALTA RAMOS


   La depresión era tan morbosa, necesitaba salir de mi casa, del barrio, del pueblo. Daba vueltas por una rotonda para cuatro caminos. Elegí uno de sierras onduladas, campos de girasoles y bosques de eucaliptus. Llegué, tenía una arcada que en su cúspide decía “Milagros”. Para llegar a la casa había curvas con puentes de piedra y después rosas blancas que envolvían una pérgola, sucedían otras con rosas amarillas, rojas.
   Salió como bailarina florida: —Me llamo Milagros, ¿te puedo ayudar en algo?
   Mientras me extendía una tarjeta que decía “Posada Milagros Peralta Ramos”.
   —Vos con este apellido, tendrías que hacer terapia.
   Bajó sus ojos hinchados de llorar y me contó qué hacía. Abandoné el tema y le pedí que me mostrara las habitaciones, todas tenían sábanas de lino bordadas y almohadas volanteras. No existía otro color que no fuera blanco. La que más me gustó fue una torrecita con camas de dos plazas y ventanas con arcadas. Era redonda y se veían las sierras, los sembrados, flores amarillas y otros colores.
   —Ésta me encanta, Milagros, la tomo, ¿cuánto cobrás por día?
   Tenía cara de nada pero se puso barroca.
   —Ésta cuesta 150 dólares por día, desayuno frugal, almuerzo frugal.
   —Decime querida, ¿tiene carroza?
   Con una sonrisa dijo: —Todavía no, pero lo estamos pensando.
   Yo la miré de cerca, sus párpados se habían desinflado.
   —Ni en pedo pago esa cifra. Más ridícula que tu ropa blanca.
   Me miró de lejos: —Bueno, quedate sin pagar, pero hacete amiga, si no va a estar todo mal.
   Pidió que nos trajeran un té. No sé dio cuenta con quién estaba hablando.
   —Gracias, pichona, prefiero un whisky doble, el té me da náuseas.
   Al toque, la Mucama, con una sonrisa cómplice, trajo un whisky triple.
   —¿Sabés que la Cocinera, la Mucama y la Recepcionista pidieron aumento de sueldo?, fijate que las tres son Maestras y trabajan acá. Son caraduras las Docentes, con todo lo que les pagan, vienen a pedirme porque me retrasé una semana, o dos, no me acuerdo. Vienen en micro del pueblo, son veinticinco kilómetros, vuelven caminando. Es una forma de decir, se arrastran cuando se van, no tienen ni idea de lo que es la elegancia.
   Me impresionó feo: —No me quedo, mi amor, pero volveré todas las mañanas.
   Primero usé el auto, todo un costo, lo cambié e iba en bici, se me gastaban las gomas. Decidí andar a pata, de paso hacía footing. Logré un cuerpo que les daba que hablar a la peonada. Milagros me invitó a comer.
   —No, gracias, yo no almuerzo.
   Prefería comer en la matera, con gente sencilla, los burgueses me rompen las bolas. Ellos también fueron peones, por eso se les mezclaron los hijos. Milagros era el monumento al aburrimiento.
   El Marido me invitaba a montar y recorrer la soledad de los boques intrincados, me ayudó a bajar del caballo, para mostrarme unos hongos. Y me ocurrió decirle, para incentivarlo: —Aah!, hongo por hongo, tengo los vaqueros gastados aquí, no necesitás ni desnudarme.
    Él no esperó nada, me cojió como caballo a una yegua, era un regio, le pedí más, aceptó unos cuantos, se notaba que andaba atrasado de noticias. Durante el día, que el Marido no estaba y Milanesa dormía, aproveché la peonada completa. De a uno, yo no soy ninguna puta.

lunes, 17 de febrero de 2020

TOP SECRET


   —Sí, yo estoy segura que tengo Padre.
   Me debe haber escuchado. Esas conversaciones que tengo con la chusma de Rita.
   —Vos nunca me dijiste a mí, pero a tu otra amiga le hablabas de él y cómo te echó a la calle, cuando se enteró que andabas con su Marido.
   A esta mujer la voy a matar, viene a verme porque se fue el último viejo choto que la mantuvo hasta ayer, me usa como paño de lágrimas, es patética. Las dos sabemos su forma de proceder. A mí no me interesa, carece de escrúpulos, vive de eso desde que la conocí. Es enferma, le da placer que escuche mi hija.
   —Mamá, Rita me pidió que no te contara. Su Marido se enamoró de vos y llegaron a ser amantes. Fue por un tiempo y te dejó. Como venganza te volviste ninfómana y te acostabas con todo el que se te cruzara. ¿Sabés Mamá? Tu vida personal te pertenece y lo que Rita diga me importa un bledo.
   Llamé a mi supuesta amiga y le dije que su infamia había cortado nuestra relación de modo definitivo. ¿Cómo no lo hice antes?, es difícil de comprender.
   —Mamá, te lo pido por favor, necesito saber los nombres de los hombres que tuvieron relaciones con vos Tengo un amigo hacker, que sabe encontrar lo que le pidas. Quiero saber quién es mi Papá.
   Le expliqué como tantas veces que los nombres se confundían, a veces tuve amantes de un día, cuyos nombres ignoraba, mis relaciones duraban nada.
   —El hacker del que te hablo ahora, es mi pareja, quedé embarazada, necesito que mi Padre se entere, que el bebé que espero tenga una Abuela y un Abuelo.
   Estoy harta de escuchar lo que me pide, voy a llamar al ex Marido de Rita, que fue mi primer amante. Le pediré ayuda (así lo hice).
    Era un tipo frívolo y la propuesta le pareció divertida.
   Pasado un tiempo me enteré: —Mami, yo presentía por qué callabas, si hubieras escuchado las cosas hermosas que sintió por mí y coincidían con las mías. Él siempre quiso conocerme, pero nunca se atrevió. Fuimos juntos a la prueba de ADN, se emocionó, porque era su hija y yo por primera vez abracé a mi Papá. Lo que no entiendo, ¿cómo pudiste dejar pasar ese hombre tan divino?

domingo, 16 de febrero de 2020

PINARES


   Se enoja mientras lee un diario que seguro dirá lo mismo de ayer. Necesito mirar a las personas, para escribir un cuento imaginado, con una persona de verdad.
   Ayer descubrí una vieja dama, con un sombrero panamá, desgastado por el tiempo en su cabeza, abajo seguro que había historias escondidas.
   —Perdón Sra, que la distraiga, pero le voy a dar vuelta la revista, porque la está leyendo del revés.
   Le apareció una sonrisa de alegría y confesó que la lectura era un pretexto, para no dar imagen de solitaria.
   —Le voy a contar una historia, que ni yo misma acabo de entender. Viví en Marsella, con mi familia. Un domingo escuché las voces de mis hermanos y mi Padre: “Esta niña sabe de nosotros y a medida que el tiempo pase, sin querer lo contará. Su comportamiento irracional seguro que merece ser internada, en una Casa de Salud Mental. Tengo un amigo que me debe favores y es un genio para tratar con niños de patologías que podría diagnosticar, un peligro para ella y los demás. Será bien tratada y nos dará tiempo a desaparecer, con la fortuna que portamos, en el baúl de la Abuela.” Me vino a buscar una camioneta, que decía: Centro de Salud para Rehabilitación”. Recuerdo que me pusieron un chaleco que me impedía mover los brazos. Cuando terminé la adolescencia, me escapé por un tragaluz. Corrí por un pinar cerrado, hasta encontrar una casa pequeña, donde confeccionaron mi primer documento. Por nombre, elegí llamarme Pinar.
   Tenía que dejar esta charla porque la pasaron a buscar. La vi partir y me asomé a la puerta, a través de la ventana de vidrios sucios. No dejó rastro, es como si no hubiese existido. Volví a la mesa de mi Marido. Su diario estaba abandonado.
   —¿Vos te das cuenta que hablabas sola?, la gente va a decir que estás loca.   

sábado, 15 de febrero de 2020

PROHIBIDO EL PETRÓLEO


   Si las escucho, mis manos no hacen ruido, me repongo de apretar las manos de él, cuando la desesperación le hacía no querer salir de esta vida. Había un ancla de hierro afirmada en el fondo, con él enganchado, me sumergí para que saliéramos juntos. No podía, mis brazos no daban más y las manos se ensangrentaron.
   Se acercaba una mancha negra de petróleo, me quedé sin aire y entre burbujas le dije que lo quería, que me esperara, iba a la superficie a buscar un tubo de oxígeno, todavía estaba vivo, empetrolado como algunos peces. Le encontré la boca y la nariz, tomó aire, casi medio tubo, con la mitad del resto me hacía gestos con las manos, quería comer, le extendí mi mano izquierda y la comió con angurria, no le alcanzó y sin mi autorización, qué va a autorizar en esas circunstancias, devoró la mano derecha.
   Se soltó del ancla y tomando del tubo lo último que quedaba, subió a la tierra firme. Es complicado nadar sin manos y no hacen ruido. Cuando terminó el oxígeno no pude salir, quedé disfrutando el paisaje bajo el agua. Apareció una tortuga marina, me invitó a pasear en su caparazón, no pudo, era una cría, la liberé de llevarme. Una mancha de petróleo me sepultó en el fondo.

viernes, 14 de febrero de 2020

FUERA DE FOCO


   Los primeros autos que pasan, me despiertan el odio que acumulé durante la noche, mi yo humano antes se difuminaba, apenas se notaba, ahora se me agarra. Desayuno con el odio, no me baño porque el odio que me tengo, quiere que ande sucia. Llamo al ascensor, con un canasto de ropa sucia, la gente que sube y baja, si abren y estoy yo, prefieren las escaleras. Mi odio los remite a sus propios odios.
   No lavo la ropa, la tiendo para que tome sol, a mí también, a veces me da odio mi propio olor. Tengo atenuantes, odié a mi Madre, a mi Padre y a mi hermano. Nunca les hablé del odio que me producían. Estudiaba tanto para no verlos, siempre obtuve las calificaciones más altas, en casa lo festejaban y a mí sus sonrisas satisfechas de algo ajeno, me daba odio.
   Cuando me indispuse por primera vez, fue tanto el odio que los paños inundados, atravesaban hasta mis uniformes y yo, como la mejor, cuando alguien me avisaba, la miraba con odio color sangre.
   El chico más lindo del Colegio se enamoró de mí. El odio que me daba todo, a él le parecía revolucionario. En el Baile de Graduación, por ser los mejores alumnos, salimos a bailar al centro del salón. Le di un beso espeluznante en esa boca perfecta, lo dejé con labio leporino y un diente de menos. Él me siguió queriendo, era incondicional, es la cosa que más odio.
   Después nos casaríamos y el día de la boda me miró con orgullo, cuando me preguntaron si quería y todas esas boludeces, dije: “No”. Salí del recinto con odio, los Padrinos me corrieron, gritando que lo pensara, que él era un buen chico y que me amaba... A la Madrina le arranqué el vestido y al Padrino le desgarré el traje. Odio que me hagan dar más odio, con palabras vulgares.
   Subí al auto de mi negado novio y partí con un odio expandido, tomé todas las calles de contramano, a unos chicos que jugaban en la calle, me gustó pasarles por encima y dejarlos chatitos en el asfalto.
   Las ambulancias, se presentaron enseguida, me obligaron a salir de la Ciudad, indigestada de odio. Sin querer, me metí con el auto en la laguna, a tres metros de profundidad. Pude salir del agua y me salvé de morir ahogada. Odio no haber muerto, pero pensé en mi sepelio, con todos esos nabos llorando y casi se me escapa el odio. La furia de perderlo, hizo que lo encontrara y me lo pusiera, ahora soy feliz, tengo mi odio conmigo. Espero que no me abandone.

jueves, 13 de febrero de 2020

GOBERNUIT


Si me aceptaron como Secretaria, tomaré el mantra: “A donde fueres haz lo que vieres”. Enterada de los ascensos en dichos empleos, aparecí con una camisa sin corpiño, que llegaba hasta debajo del ombligo, unos pantaloncitos a medio muslo, mi cara parecía de estuco y yeso, tenía botox en la boca, que me pesaba y ojos enormes con pestañas postizas que invitaban a manejar papeles y algo más. El Jefe era un ñoqui remozado a Director, alto, con trajes ingleses, corbatas italianas, zapatos Heil Timberland. Los ojos cambiaban de color todos los días, tenía una docena de lentes de contacto, comprados en Francia. Su pelo equivalía a una estatua renacentista. Con voz grave, profunda: —Srta Olga Cienpuedes, su primera tarea será la distribución de estos escritos, en cada sitio de la Cámara de Diputeados.
   Como no miraba mis ojos, le apoyé las tetas en los escritos que me entregó. Se me salió una, pero la empujó con el codo, como espantando un insecto. Después de recorrer pasillos, con olor a serpentario, abrí una puerta de dos hojas, comprobé que eran tres horas después, donde debería comenzar la Sesión. Sólo se encontraba una Diputada gorda y linda, como son las gordas. Ojos achinados y sonrisa de ida y vuelta: —Dame los escritos que yo los reparto, igual no creo que venga nadie.
   Siguió trabajando con su compu Night & Day. 
   —¿Vos sos Secretaria del Dictador Mevoyporatrás?
   Ignoraba el apellido del maniquí vivant.
   —Te adelanto que yo conozco vida, obra y corruptela de todos estos ladrones ignorantes. No guardes la esperanza que con culo teta y botox, vas a conseguir ascensos. Cuando note que sus compañeros te miren mucho, te echa.
   No entendí la causa de su advertencia y se lo hice saber.
   —Mirá querida, el apellido lo delata, Mevoyporatrás, no le gustan las mujeres y es reputo, por eso lo reeligen. Es como Debido, roba todo y es tan puto que prefiere estar preso para que le rompan el culo a diario. 

miércoles, 12 de febrero de 2020

INTELIGIR

   Daban vueltas sobre el mismo tema, qué era lo más importante en un tipo. ¿La inteligencia, o que haga bien el amor?
   —Las dos cosas son importantes, lo primero viene con él, lo segundo, si estás dispuesta, llegás al final exhausta y querés más.
   Siempre lo mismo con esta mina, vive pensando en el sexo, escribe sobre el sexo, se calienta con que sólo se lo nombre.
   —Debería concurrir a un Analista.-Dijo otra-.
   —La inteligencia es lo de menos, se la puede reemplazar con que sea un tipo con guita, generoso, poder ir de vacaciones sin él, te va a dar permiso porque es inteligente.
   LA VISITA AL ANALISTA
   Ella: —Mucho gusto Doctor, mi nombre es Pina Ezcurra.
   Él: —A mí me podés decir Carlos y tutearme, para no sentirme viejo, lo de Doc es prescindible.
   Ella: —No puedo sacarme de la cabeza el sexo, Doc, perdón, Carlos. Me tenés que ayudar. Me parece que a mis amigas últimamente les doy asco.
   Él: —Va más allá de la ortodoxia, lo que te voy a aconsejar. A mí me encanta el saxo, del sexo me olvidé hasta cómo se hacía. El saxo, tocando el viento, me despeja y me recuerda a mi Abuelita, viviendo en el Mississipi, cantando blues. Bueno, volvamos a tu desespereta, antes que me aburra. ¿Tus amigas, no practican el sexo?
   Ella: —Les parece algo bizarro, que les roba tiempo a su inteligencia.
   Él: —Mirá lo que se están perdiendo, las muy bobas. Si fueras tan amable, contame cómo es eso de abandonar el sexo.
   Ella: —Yo creo que vive conmigo igual, estoy buscando a la vuelta de casa, en la esquina, viajo para encontrar y los pruebo. Me hace bien probar, porque hay gustos diferentes, como para pasar un ratito. Yo quiero un Ulises que de tanto estar a su lado, me acostumbre hasta que se me niegue. Eso me gustaría, domarlo como cuando uno se mete en el mar y hay olas inmensas.
   Él: —¿Vos sabés que tuve una repentina imagen?, me dio miedo, me recuerda las traiciones y el dolor del abandono, pero la belleza que seguro tuvo todo aquello, se me borró.
   Ella: —Me da la sensación que esto no es una Sesión.
   Él: —A mí también, somos el encuentro de dos perdidos.
   Ella: —¿Y si vamos a comer, a tomar unas copas y… “Después andar sin pensamiento”? Así dice el tango y tal vez tenga razón.

martes, 11 de febrero de 2020

LA EPIFANÍA

   —Apurate! Apurate por favor que me meo.
   Era una emergencia.
   —¿Si paro en la banquina y hacés ahí?
   Puso cara de horror: —Por favor no! ¿Si me ve alguien conocido? Yo quiero mear ya, en un baño, metete aquí, hay una estación de servicio.
   Le iba a decir que hay uno de hombres y otro de mujeres, pero era cierto, no daba más.
   Volvió llorando: —Me confundí, entré y vi cinco tipos meando en unos aparatos raros que se llaman mijitos, o algo así. Son unos degenerados, todos tenían el pito afuera y hacían pis. Después se lo sacudían y lo volvían al interior del pantalón, asquerosos, ni una hoja de papel higiénico para la punta. Pensar que después eso mugriento te lo meten a vos, a mí en realidad. Vos no, ¿no?
   Me sentí humillado: —¿Cómo vamos a hablar de esas cosas?, moderate.
   Y empezó a contar lo que vio: —No sabés lo que fue aquello, miembros enormes en tipos feos, miembros mínimos en tipos que estaban buenos y había uno normal como el tuyo, ni tanto ni tan.
   No podía creer lo que contaba.
   —¿Sabés qué me pasó?, no sabía cómo hacer y me hice pis en el calzón, salió un tipo y se lo metió en el bolsillo, un fetichista total.
   Ahora se sienta sobre el tapizado toda mojada y con olor a pis almizclero. La próxima vez, antes de hacerlo, le doy un baño primero, a mí no me va a joder.
   —Ahora me siento aliviada, no sé si por asociación tengo hambre de una salchicha gorda y larga, ¿habrá por acá?
   Tiene un descaro esta mina, que dan ganas de abrir la puerta y tirarla en un yuyal, donde una buena víbora le pique el culo.
   Mañana nos casamos y me siento descompuesto por todo lo que contó. Voy a asistir a la ceremonia, pero cuando ella diga el “Sí quiero”, me cago encima, es lo menos que se merece. Después me va a decir que soy un tipo de mierda.
   Me importa tres carajos, ni siquiera estamos casados. Le digo que tengo gastroenterocolitis, que posterguemos todo y me rajo a cualquier lugar.

lunes, 10 de febrero de 2020

HERMANO

   Pidió que me quedara en la casa de la playa, ella viajaba, no explicó a qué lugar, pero le encantaba develar lo que vivió cuando volvía. Quintina quiere estar sola en esa casa, pero cuando se va, acepta que la visite y me deja sus diarios para entretener a su mejor amiga, que soy yo.
   “…Nunca me quiso, no sé si porque era negra, con motas, ojos oscuros, nunca lloraba, era una santa, decía mi Abuela. Mi Mamá me detestaba.
   Después de diez años nació mi hermano, rubio, de ojos verdes, el pelo lacio, nariz perfecta. Mi Mamá estaba orgullosa de haber parido aquel engendro, casi siempre me encargaba de cambiarle los pañales, darle de comer, llevarlo al Colegio, que quedaba a tres cuadras. En un niño normal, en siete minutos estábamos, pero él se revolcaba en el piso cada cuatro pasos y no lo podía levantar, terminaba por arrastrarlo y al final lo llevaba en brazos, mientras él me arrancaba los rulos de la bronca que le daba.
Nadie podía creer que éramos hermanos. Una vez escuché a una Tía de Mamá, que le decía en voz bien baja:  —Qué bien te salió el varón, lástima la nena.
   Qué vieja puta!, todo por mi color o por no ser linda como mi hermano. Las muchachas que trabajaron en casa lo adoraban, le daban besos, se reían dijera lo que dijera. Pasaban al lado mío y era como una maceta.
   La encargada de tender mi cama y la de él, fui yo: —¿Por qué no se ocupa él de su cama?
   Las respuestas de Mamá, eran más injustas que las dictaduras: —Él nació varón y los varones no tienen por qué hacer las tareas de la casa.
   A veces me vengaba, le metía el dedo en la sopa, escondía la coca cola y le decía que no habían comprado. El dinero que le regalaban lo guardaba entre las hojas de sus libros. Cuando él no estaba, yo le robaba. El idiota se extrañaba, porque no encontraba sus billetitos.
   Un día que le contó a mi Vieja, que un novio me estaba besando en el living, al noviecito lo echó y a mí me encerró en la pieza con llave.
   Allí apareció el motivo de mi venganza, saqué toda la plata guardada por el fenicio y lo esparcí dentro del inodoro. Luego: —¿Sabés que encontré tu plata, la que tanto buscabas?
   Después que se asomó y la vio, apreté el botón. Se enojó tanto que me lanzó un puñetazo, justo en mi teta. Me dolió tanto que ahí se cortó todo. Nos dejamos de joder mutuamente.
   Cuando me fui de casa, me iba a visitar con sus amigos, para mostrarles que tenía una hermana hippie, me abrazaba, me daba besos y decía que era una genia. Los amigos envidiaban la libertad de haberme ido de casa y tener una pareja sin casarnos. A mi hermano le pasó diferente, él era el principal adepto a la dictadura de Mamá, pasaron tantas cosas feas entre nosotros.
   Elijo tres, mis Padres murieron en un accidente. Me volví loca, andaba en camisón por la calle, así iba a comprar puchos. Mis ojales no tenían botón para cerrar aquel duelo, hasta que el duque apareció: —¿No te das cuenta que los viejos murieron para beneficiarnos? ¡Nos dejaron el campo!, una casa en Buenos Aires, otra en La Plata y la de Pinamar. Me gustaría saber por qué llorás tanto.
   Esa fue la primera puñalada. La segunda fue un episodio delictivo. —Mirá, estuve pensando, sigo en la administración del campo y veo cómo distribuyo las ganancias.
   Mi Padre, que era un santo, creía en el buen juicio del infeliz y lo nombró Administrador. Lo que dio como resultado, llenarnos de deudas, hasta quedar en pelotas. Salvamos unas parcelas, que apenas alcanzaban para sobrevivir.
   Después tuve suerte, fui a vivir a la casa del mar, tenía una pareja que era un regio, fuimos tan felices, hasta que la muerte se lo llevó. Será por eso que vivo viajando y conociendo gente de corazón grande, que me dejó como herencia, el regio divino de mi pareja…”
   Quintina parece que se alimentara de la libertad de sí misma, me dejó una carta breve donde dice: “Querida amiga, no, mejor querida hermana: tengo montones de diarios, si no te aburrís, leélos, a mi soberbio modo de ver, no tienen desperdicio. Si no te gustan, dejalos, andá a la playa, conocé tipos que estén buenos y en la segunda rompiente, te los cojés, es lo más divertido que tiene la vida.”

domingo, 9 de febrero de 2020

LET IT BE

   —No te pongas los dedos en la nariz, usá pañuelo, como dice Mamá. ¿Sabés hacer pancitos?
   Es un agente encubierto del asco, me mostró su colección de pancitos en el retrato de nuestro Padrastro. Tenía razón, se lo merecía, le pegaba a nuestra Madre, era un tipo de tomar vino hasta el fondo. Ella lo arreglaba con maquillaje y lentes oscuros. A nosotros nos daba con todo. La Señorita preguntó si nos peleábamos seguido. Mi hermano, que es un poeta le decía que el chico más grande de la manzana, nos robaba la pelota y así nos ganábamos los golpes.
   Para mi hermano, la pelota era más hermosa que la luna, la defendía como a una novia. La Señorita nos mandó al Gabinete y vinieron nuestros Padres. Se hacían los sorprendidos: —Nosotros concurrimos a Terapia de Pareja, pero no hablamos de los chicos, creo que ni siquiera sabe de sus existencias.
   A los Padres se los acusó de abandono de personas, agresiones reiteradas y negación de la Potestad. Los chicos, en la duración de los litigios crecieron, uno tenía quince años y el hermano dieciocho. Les otorgaron una casa con una Acompañante Terapéutica, que los dejaba ser y eran felices. De noche se turnaban para entrar a su habitación, ella les enseñó todo lo necesario para hacer feliz a una mujer.