Si las escucho,
mis manos no hacen ruido, me repongo de apretar las manos de él, cuando la
desesperación le hacía no querer salir de esta vida. Había un ancla de hierro
afirmada en el fondo, con él enganchado, me sumergí para que saliéramos juntos.
No podía, mis brazos no daban más y las manos se ensangrentaron.
Se acercaba una
mancha negra de petróleo, me quedé sin aire y entre burbujas le dije que lo
quería, que me esperara, iba a la superficie a buscar un tubo de oxígeno,
todavía estaba vivo, empetrolado como algunos peces. Le encontré la boca y la
nariz, tomó aire, casi medio tubo, con la mitad del resto me hacía gestos con
las manos, quería comer, le extendí mi mano izquierda y la comió con angurria,
no le alcanzó y sin mi autorización, qué va a autorizar en esas circunstancias,
devoró la mano derecha.
Se soltó del
ancla y tomando del tubo lo último que quedaba, subió a la tierra firme. Es
complicado nadar sin manos y no hacen ruido. Cuando terminó el oxígeno no pude
salir, quedé disfrutando el paisaje bajo el agua. Apareció una tortuga marina,
me invitó a pasear en su caparazón, no pudo, era una cría, la liberé de
llevarme. Una mancha de petróleo me sepultó en el fondo.

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