Se enoja mientras
lee un diario que seguro dirá lo mismo de ayer. Necesito mirar a las personas,
para escribir un cuento imaginado, con una persona de verdad.
Ayer descubrí
una vieja dama, con un sombrero panamá, desgastado por el tiempo en su cabeza,
abajo seguro que había historias escondidas.
—Perdón Sra, que
la distraiga, pero le voy a dar vuelta la revista, porque la está leyendo del
revés.
Le apareció una
sonrisa de alegría y confesó que la lectura era un pretexto, para no dar imagen
de solitaria.
—Le voy a contar
una historia, que ni yo misma acabo de entender. Viví en Marsella, con mi
familia. Un domingo escuché las voces de mis hermanos y mi Padre: “Esta niña
sabe de nosotros y a medida que el tiempo pase, sin querer lo contará. Su
comportamiento irracional seguro que merece ser internada, en una Casa de Salud
Mental. Tengo un amigo que me debe favores y es un genio para tratar con niños
de patologías que podría diagnosticar, un peligro para ella y los demás. Será bien
tratada y nos dará tiempo a desaparecer, con la fortuna que portamos, en el baúl
de la Abuela.” Me vino a buscar una camioneta, que decía: Centro de Salud para Rehabilitación”.
Recuerdo que me pusieron un chaleco que me impedía mover los brazos. Cuando
terminé la adolescencia, me escapé por un tragaluz. Corrí por un pinar cerrado,
hasta encontrar una casa pequeña, donde confeccionaron mi primer documento. Por
nombre, elegí llamarme Pinar.
Tenía que dejar
esta charla porque la pasaron a buscar. La vi partir y me asomé a la puerta, a
través de la ventana de vidrios sucios. No dejó rastro, es como si no hubiese
existido. Volví a la mesa de mi Marido. Su diario estaba abandonado.
—¿Vos te das
cuenta que hablabas sola?, la gente va a decir que estás loca.

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