domingo, 16 de febrero de 2020

PINARES


   Se enoja mientras lee un diario que seguro dirá lo mismo de ayer. Necesito mirar a las personas, para escribir un cuento imaginado, con una persona de verdad.
   Ayer descubrí una vieja dama, con un sombrero panamá, desgastado por el tiempo en su cabeza, abajo seguro que había historias escondidas.
   —Perdón Sra, que la distraiga, pero le voy a dar vuelta la revista, porque la está leyendo del revés.
   Le apareció una sonrisa de alegría y confesó que la lectura era un pretexto, para no dar imagen de solitaria.
   —Le voy a contar una historia, que ni yo misma acabo de entender. Viví en Marsella, con mi familia. Un domingo escuché las voces de mis hermanos y mi Padre: “Esta niña sabe de nosotros y a medida que el tiempo pase, sin querer lo contará. Su comportamiento irracional seguro que merece ser internada, en una Casa de Salud Mental. Tengo un amigo que me debe favores y es un genio para tratar con niños de patologías que podría diagnosticar, un peligro para ella y los demás. Será bien tratada y nos dará tiempo a desaparecer, con la fortuna que portamos, en el baúl de la Abuela.” Me vino a buscar una camioneta, que decía: Centro de Salud para Rehabilitación”. Recuerdo que me pusieron un chaleco que me impedía mover los brazos. Cuando terminé la adolescencia, me escapé por un tragaluz. Corrí por un pinar cerrado, hasta encontrar una casa pequeña, donde confeccionaron mi primer documento. Por nombre, elegí llamarme Pinar.
   Tenía que dejar esta charla porque la pasaron a buscar. La vi partir y me asomé a la puerta, a través de la ventana de vidrios sucios. No dejó rastro, es como si no hubiese existido. Volví a la mesa de mi Marido. Su diario estaba abandonado.
   —¿Vos te das cuenta que hablabas sola?, la gente va a decir que estás loca.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario