Estábamos
comiendo brótola, recién pescada, la hacían a la plancha, con un ligero tostado
y papas con cáscara, hervidas. Había una chica que miraba el mar, junto al
crujido de su lapicera, escribiendo palabras agrias.
Fruncía el
entrecejo y le preguntaban: —¿Usted quiere comer lo mismo?
Ella seguía sin
contestar, llegó el plato, levantó la lapicera y le señaló un rincón. Saturada
de la tarea, comió. Le pregunté si escribía un cuento o una carta.
—Según cómo lo
mires.
Preguntó si
podía sacarnos una foto en un banco de plaza desubicado, en medio de la playa.
—Ustedes
sueltos, dejando que el tiempo fluya.
Juan preguntó si
era una réflex.
—Es para
radiografías del mundo, como rayos x, el esqueleto de la nada.
Nos divertimos
en el banco, Juan subió las piernas y quedó con la cabeza colgando, yo dejé las
piernas sobre la arena y nos tiramos un beso lejano.
Antes de partir:
—Se las mando por mail.
En el desayuno
siguiente estaba sentada, con otra como ella, se tenían las manos. Lloraban las
dos, cuando llegó el ómnibus, subió la otra. Ella se quedó mirando y se
abrazaba a sí misma.
Los tamarindos
de enfrente, lugar de carpas protegidas, ella se metió en una blanca, como su
vestido. Bajó los cierres.

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