lunes, 24 de febrero de 2020

OLAS


   Febrero terminó este verano, se fueron mis amigos a sus ciudades y los tres meses que pude divertirme, se redujeron a dos. Algunos viejos resignados miraban el mar buscando que cambiara el horizonte, olas frías que migraron me señalan que en marzo, empieza la escuela.
   El primer día me lleva mi Papá, no a este lugar donde hace años que la escuela no funciona. Sino al Pueblo, donde cuatro Maestros se encargan de nosotros.
   Al final de la jornada viene a buscarme mi Viejo con dos o tres copas encima. El camino es culebrero y en cada curva mi Viejo no baja la velocidad, siempre termino volcada en su panza. A Mamá no le digo nada, es el único vicio que le quita a mi Viejo el aburrimiento y llega a casa, sigue tomando y Mamá, haciéndose la distraída me pregunta: —¿Cómo te fue en la escuela?
   Yo le contesto aunque no tenga ganas.
   —El Bañero es el Maestro de esta vez, en el verano sacó dos porteños que casi se ahogan, nos contó. Él tampoco estaba muy contento que digamos, se le fueron las chicas que lo admiraban y bailaban con él por las noches, hasta se ponían de novias, por el prestigio que da el Bañero.
   Mi casa era un restaurante en verano y en invierno nadie. Algún solitario con ganas de vino con canela, para cortar el frío. Fui feliz tres meses del año y lo demás el puro libro.
   Había una Biblioteca, la construcción más vieja de la playa, 1930. Un día fui a sacar mi libro preferido “El Cazador Oculto”. Había cumplido dieciséis y vi con asombro que un señor tostado, entrecano, me entregó un libro de regalo “Los Nueve Cuentos”, de Salinger. Me presentó a su hijo, tenía la misma cara de mi Maestro de cuarto. Por su Padre me enteré que él fue Bañero en verano y Maestro en la escuela del Pueblo. Lo reconocí por su sonrisa, igual a la del hijo, teníamos la misma edad. El hijo era Bañero cuando los dos teníamos  ganas de tenernos. Fue en diciembre, trató de salvar a un tipo, que las olas impedían ver. Él era aguerrido y astuto, pero una ola de tres metros, cuando el mar tiraba para adentro, se lo llevó.  Lo más irónico fue que el tipo se salvó.
   El Padre transitó su dolor en Guatemala, lo encontré en la playa.
   —Te entrego las llaves de la Biblioteca, para mí sería una compensación que estuvieras asesorando allí.
   Pasaba todas las tardes mirando el horizonte, esperando qué sé yo. “La Casa Del Libro” fue el nombre que elegí.
   Una tarde, como todas, alguien me tapó los ojos, me di vuelta y era él: —Los que nos vamos por adelante, volvemos por atrás.
   Cerramos las ventanitas, echamos llave y puse un cartel de Cerrado.
   Nos abrazamos como hermanos y nos amamos el tiempo perdido.          

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