Febrero terminó
este verano, se fueron mis amigos a sus ciudades y los tres meses que pude
divertirme, se redujeron a dos. Algunos viejos resignados miraban el mar
buscando que cambiara el horizonte, olas frías que migraron me señalan que en
marzo, empieza la escuela.
El primer día me
lleva mi Papá, no a este lugar donde hace años que la escuela no funciona. Sino
al Pueblo, donde cuatro Maestros se encargan de nosotros.
Al final de la
jornada viene a buscarme mi Viejo con dos o tres copas encima. El camino es
culebrero y en cada curva mi Viejo no baja la velocidad, siempre termino
volcada en su panza. A Mamá no le digo nada, es el único vicio que le quita a
mi Viejo el aburrimiento y llega a casa, sigue tomando y Mamá, haciéndose la
distraída me pregunta: —¿Cómo te fue en la
escuela?
Yo le contesto
aunque no tenga ganas.
—El Bañero es el
Maestro de esta vez, en el verano sacó dos porteños que casi se ahogan, nos
contó. Él tampoco estaba muy contento que digamos, se le fueron las chicas que
lo admiraban y bailaban con él por las noches, hasta se ponían de novias, por
el prestigio que da el Bañero.
Mi casa era un
restaurante en verano y en invierno nadie. Algún solitario con ganas de vino
con canela, para cortar el frío. Fui feliz tres meses del año y lo demás el puro
libro.
Había una Biblioteca,
la construcción más vieja de la playa, 1930. Un día fui a sacar mi libro
preferido “El Cazador Oculto”. Había cumplido dieciséis y vi con asombro que un
señor tostado, entrecano, me entregó un libro de regalo “Los Nueve Cuentos”, de
Salinger. Me presentó a su hijo, tenía la misma cara de mi Maestro de cuarto.
Por su Padre me enteré que él fue Bañero en verano y Maestro en la escuela del
Pueblo. Lo reconocí por su sonrisa, igual a la del hijo, teníamos la misma edad.
El hijo era Bañero cuando los dos teníamos ganas de tenernos. Fue en diciembre, trató de
salvar a un tipo, que las olas impedían ver. Él era aguerrido y astuto, pero
una ola de tres metros, cuando el mar tiraba para adentro, se lo llevó. Lo más irónico fue que el tipo se salvó.
El Padre transitó
su dolor en Guatemala, lo encontré en la playa.
—Te entrego las
llaves de la Biblioteca, para mí sería una compensación que estuvieras
asesorando allí.
Pasaba todas las
tardes mirando el horizonte, esperando qué sé yo. “La Casa Del Libro” fue el
nombre que elegí.
Una tarde, como
todas, alguien me tapó los ojos, me di vuelta y era él: —Los que nos vamos por
adelante, volvemos por atrás.
Cerramos las
ventanitas, echamos llave y puse un cartel de Cerrado.
Nos abrazamos
como hermanos y nos amamos el tiempo perdido.

No hay comentarios:
Publicar un comentario