jueves, 29 de febrero de 2024

DEJAR HACER DEJAR PASAR

    —¿Quién fue? ─lo preguntó con voz de gallina clueca, por algo le decían Betty la malvada.

   Lo amigos del domingo rodeaban la mesa de ravioles caseros que hacía Dionisia, con recetas herméticas, aprendidas de su familia provinciana. Tenía cultivos de plantas aromáticas desconocidas hasta por sus patrones nuevos ricos. Dionisia se acercaba al señor:

   —¿Qué quiere comer el hombre hoy?

   La señora, sin mirarla, decía:

   —Te dije mil veces que se pregunta: “¿Qué desea comer el señor  hoy?”, ¿tanto te cuesta dejar de lado tu ignorancia?

   El marido sin levantar la cabeza del diario, acotaba:

   —Dejála, ella es así─ luego de un eructo ─además cocina como una diosa, por algo se llama Dionisia, su nombre empieza con la sílaba dio, es una santa, no la jodas a ver si se nos va.

   Fue de visita Betty la malvada a la hora del té y preguntó con voz de gallina sin servir: “¿Quién fue?”. Bárbara ligeramente alterada, le dijo: 

   —¿Por qué preguntás siempre lo mismo y a qué te referís con quién fue, quién fue qué?

   Contestó apretando sus fosas nasales con un pañuelo de papel:

   ─Él o la que llena de flatulencias hasta los balcones.

   Todas las miradas se dirigieron al abuelo que tomaba su Bloody mary, perdido en sus recuerdos. Dionisia que cuidaba al anciano como si de su padre se tratara, respondió:

   —Los años de las personas mayores dejan salir sus aires internos descartables, en mi tierra dicen que se desgracian. Igual podría ser cualquiera, no veo ningún joven, ya verá señora malvada, perdón señora Betty, que a usted le pasará lo mismo.

   Betty partió sin saludar, con la nariz en alto ahora tapada entre el pulgar y el índice. Los señores le suspendieron sus francos por dos semanas. Dionisia lloró a mares porque eran los días en que mandaba sus sueldos completos a la provincia de sus parientes, tan pobres como la pobreza. Días que comerían mendrugos y mates, si les quedaba yerba.

   Los amigos de los domingos rodeaban la mesa de los ravioles dionisíacos. Le salieron tan exquisitos que repetían los platos una y otra vez. El señor abrió más botellas de vino de lo acostumbrado. Dionisia recibió felicitaciones, todos encantados con sus guantes de servir blancos, mientras en la cocina permanecían los quirúrgicos que usó para cocinar. El día anterior había lustrado la casa, no quedó ni una mácula. Nadie lo advirtió, pero a ella no le produjo ningún asombro. Los invitados quedaron tan satisfechos que no pudieron tomar el postre.

   De uno en uno parecían dormir sobre la mesa, algunos rompieron el círculo y cayeron al piso, se formó un coro de eructos ensordecedor y un tsunami de flatulencias rompió los vidrios de todas las ventanas.

   Dionisia no levantó la mesa, no quiso interrumpir el sueño de los ángeles. Se dirigió a su pequeño dormitorio y armó la valija roja que no cerraba y no cerraba. Optó por hilo sisal, asomaban ropas pero se sostenían.

   Cuando llegó el momento de cambiar sus vestidos, se produjo un push-up en el corpiño, relleno de pesos, dólares y euros. No dejó rastros de su paso por la casa. Caminó de noche hasta la terminal, sacó un pasaje a su provincia. Las demoras y roturas de micros postergaron su llegada. Una semana para abrazar a sus viejos, hermanos, sobrinos, tíos, hijos y vecinos.

   Su marido llegó bien entrada la noche, envuelto en tierra y herramientas oxidadas. Se metieron en el rancho para poner al día tanta ausencia de amor postergado.

   Los amigos del domingo fueron encontrados muertos, sin causas aparentes. Nadie reparó en los tiestos infinitos de cicuta y hongos venenosos a granel que Dionisia agregó a los ravioles del último domingo. El caso se caratuló como muertes naturales por ingestas excesivas y vinos de dudosa procedencia.

   Eran tiempos de gobiernos mafiócratas, donde los expedientes se quemaban por las dudas.

miércoles, 28 de febrero de 2024

SOMOS MUCHOS MÁS QUE UNO

 

   Era tan alto que sacó todas las puertas y decidió hacer arcadas en las aberturas, para trasladarse de una habitación a otra, sin bajar la cabeza.

   El problema que pensó solucionado, le permitió caminar erguido. Sus cervicales descansaron. Brígido Arribas desayunaba vino, almorzaba vino, tomaba vino tibio a la hora del té. Su andar errático al pasar las arcadas, le producía sendos chichones azules, que casi tocaban el cielo. Se vestía con túnicas largas, porque trajes para su altura no existían. Detalle que no le importaba, nunca salía de la casa. Su alimentación fue la herencia que le dejó su padre, una bodega de vinos exóticos que Brígido Arribas degustaba el día entero. Cuando el mundo producía círculos a su alrededor, caía sobre cuatro colchones, dispuestos uno a continuación del otro.

   Sus vecinos, problemáticos como todos los vecinos, juntaron firmas por que los ronquidos de Brígido Arribas, les impedían dormir. Llamaban a su puerta en vano, porque él no tenía interés en escuchar bípedos enanos, reprochando sus sonidos nocturnos, que para Brígido Arribas, eran sinfonías de alguien tan talentoso como él mismo.

   Había un dejo de aburrimiento en su vida de ermitaño.

   Por la raja de la puerta vislumbró una mujer calada de lluvia y frío. La piedad le hizo abrir la puerta e invitó a la mujer a protegerse en su ermita. Le ofreció vino caliente con canela, aceptó gustosa, su nombre era Rita Banaperder.

   Una dama encantadora que le sugería que el dios Eros existía. Durmieron juntos con todo respeto.

   Rita Banaperder fue la primera en despertar, preparó un mate de vino y le cebó a Brígido Arribas, que por vez primera se sintió bien atendido, el mate no quemaba y la mujer sonreía.

   Hablaron de cosas interesantes, como: lo que mata es la humedad, cuándo dejará de llover, la ropa no se seca más y la libertad de los gatos para andar los techos.

   Brígido Arribas encontró que la mujer era culta y distinguida, como sabia acostumbrada.

   Al cabo del día estaban totalmente beodos.

   Ella pidió conocer la bodega. Brígido Arribas propuso dormir en dicho lugar, mientras Rita Banaperder saltaba y brincaba por la idea.

   Hacía frío en la bodega, él ofreció dormir sobre el piso y que ella tomara como colchón su cuerpo. Ignorando lo que hacían, hicieron.

   Brígido Arribas le ofreció casamiento, ella contestó que eso era una antigüedad y una cobardía.

   Fueron felices hasta que sus páncreas estallaron.

   Antes de morir se tomaron una copita de Licor de Las Hermanas. Los vecinos extrañaron las sinfonías de ronquidos y tenían insomnio con culpa, mucha culpa, muchísima.

martes, 27 de febrero de 2024

EL LENGUAJE DEL CUERPO

    Querida Cita, no sabés lo ansioso que estoy por verte así cerca, aunque hablemos pavadas, no tendremos Internet por medio. Ojo con ojo, según me dijiste sos tuerta, nariz con nariz, boca con boca y saber detenerse a tiempo. Faltan diez minutos, casi desmayo.

   Este mensaje lo mandó Zito. Ella lo reconoció por sus  sentimientos escritos apasionados y sinceros. Le respondió que sí, los dos se darían cuenta quién era quién. Él la aventajaba, no había mucha tuerta con parche. La vio cuando entraba a la confitería. Tenía una figura perfecta y era elegante aún con vaqueros y remera así nomás. Corrió para abrir la puerta. Cita, con voz casi adolescente dijo:

   —Gracias Zito, no era necesario.

   Lo miró con el ojo verde malva y eligió una mesa cerca de la ventana. Ella pidió un té verde con tostadas, manteca, mermelada, una porción de torta de chocolate y seis medias lunas.

   Zito no quiso tomar nada, los nervios le trastornaron el epigastrio.    Intercambiaron palabras solas, ella no sentía nada más que hambre. Él sintió ganas de salir corriendo, pero Cita le tomó las manos con fuerza y restos de chocolate. Luego se puso de pie y fue al baño, volvió hecha una duquesa, se sentó en la silla como si fuese una chaisse-long. Él peguntó si su ojo era de nacimiento o de alguna escena de pugilato. Había un dejo perverso en su pregunta.

   Cita dijo que fue un novio tipo Otelo, celoso de todo lo que ella miraba, así fuera una baldosa. Un día llegó tarde por razones laborales, él no le creyó y le clavó una lapicera de acero en el ojo. Huyó llevándose el ojo de recuerdo.

   Zito le dio un beso y la abrazó. Rodaron por el piso, vino el mozo y les extendió la cuenta. Cita dijo:

   —El té no era verde, las tostadas estaban quemadas, la manteca vencida, la mermelada no era casera, la torta era un símil cuero y las medias lunas parecían del gobierno anterior.  A mí no me vas a cobrar las porquerías que trajiste!

   Lo dijo en voz alta para que todos escuchen. Se fueron abrazados, tan pegados que más de uno debió pensar que era una postura nueva para..., bueno somos grandes, que cada uno piense lo que quiera.

lunes, 26 de febrero de 2024

TALÓN DE FUEGO

    El Gran Buenos Aires llegó a La Plata. Parecen iguales. Hay peligros de toda especie, los más comunes son los arrebatos callejeros, motoqueros o pedestres. Entreno por la noche, lo que queda de un día de trabajo. Melú, mi hermana mayor, me protege como a una hija.

   —Mirá lo que sos, Nani, Dios te dio todo, un cuerpo perfecto, una cara pomulosa, ojos color miel, pelo rojo fuego. Te miran, los pibes se dan vuelta a tu paso, o tu paso los da vuelta.

   Nani tenía 24 años. De uno de los tres Estadios de Box Femenino, de la Ciudad, ella ocupaba el Primer Puesto. Campeona de peleas consecutivas, desde sus inicios.

   —¿Te vas a poner eso, para entrenar esta noche a las dos de la mañana? ¿Es necesario short con lentejuelas rojas, una remera de competición violeta y zapatillas con luces verde flúo?

   Y sí, pensó Nani, es un tanto overdressed, pero es el cumple de mi novio.

    Voy a caerle con tres regalos, una torta plena de chocolate, dulce de leche y una bengala, el segundo regalo seré yo y el tercero es que me quedo a dormir. No le cuento a Melú, porque se pone a llorar como si no me fuera a ver más. Es pacata, se cree que me voy para siempre a lo de mi novio, o que me pasará algo en la calle, “algo” puede ser lo peor. Me despido triste porque no le pone onda Melú, parece que le gustaran las situaciones tanáticas.

   Llegando a 7 y 64, hay dos en moto y dos caminando, me siguen, prendo las luces de mi casco, son enceguecedoras, me las trajo mi tío de Chicago. Los tipos quedan mareados, pero siguen. Me dio miedo, no quería mi autoestima defenestrada por cuatro guarros. Estacioné la bici, me puse frente a los cuatro y trompeé a los motoqueros de un nock out, yacieron sobre el asfalto, eso me dio envión para seguir con los que iban a pata, fue más trabajo, pero mi derecha es infalible. De una piña los mandé al cordón, para asegurame les metí dos patadas en las bocas de sus estómagos birreros.

   Subí a la bici, no tenía ni una lentejuela menos, el casco impeque. Llegué a lo de mi novio, le canté el Apioverde y rogué que apagara la bengala que portaba en el canasto delantero, con esa tampoco pudieron los delincuentes, pero quemaba. Le hice el relato de lo sucedido, me levantó el brazo derecho:

   —¡Bravo Nani todavía!

   Mientras cortaba la torta lo miré por el espejo. Se mesaba la barba y tenía algo de miedo en sus ojos. Pero no, me habrá parecido.

domingo, 25 de febrero de 2024

RELACIONES ÓSEAS

    —A su edad debe sentirse orgullosa, los huesos tienen problemas, déjelo en mis manos, mientras, le ruego ocuparse en conseguir un buen sicoanalista, yo cabeza no hago.

   Domitila se salió de las casillas:

   —Doctor quiero que se ocupe de mis huesos, que cuando me los entregue estén con los sobrehuesos artrósicos limados y puedan entrar en funciones. Acá le dejo mi esqueleto completo ¿Para cuándo termina mi trabajo?, así lo paso a buscar.

   Cuando escuchó el portazo con un adiós lejano, se tomó de la barbilla como es común en los galenos.

   Sobre la camilla yacía el esqueleto de Domitila, sin cabeza. Debió ser la que saludó. El resto allí quedó. El Doctor se sintió contento, trabajaría libre, sin la voz de esa gallineta, dando órdenes como si supiera. Dio su último touch y entró la cabeza de Domitila, sola, con pieles que rodeaban su cráneo. Pidió al Doctor que forrara su esqueleto reciclado, con la piel que compró a una señorita por monedas. 

   —Yo hago el trabajo, con mucho gusto. No me haré cargo de los resultados.

   Los resultados fueron óptimos. La paciente se puso de pie, parecía una Venus.

   El Doctor la tomó en sus brazos como a una novia. Se escucharon los primeros crick-crack de los huesos que se partían hasta que Domitila quedó tendida en el piso. Sus huesos eran astillas. Ante el horror del médico, la cabeza de aquella mujer le hablaba y hasta le sonreía.

   Las palabras que percibió fueron “hijo de puta”, o algo así, no sabe bien.

sábado, 24 de febrero de 2024

MEGARCA

    El día de ir al supermercado me pone de mal humor, gastar en productos que desaparecen en el estómago y se apropian de mis ingresos miserables, que poco a poco me hacen perder las mínimas conductas sociales. El listado no cabía en una canasta, necesitaba un carro, no quedaban. Tomé el único, con una silla de niño. Se abalanzaron cajeros, gente de seguridad, consumidores y gritaron:    

   —¡Esos carros son para niños!

   Les contesté que no había otra posibilidad y el carro servía para transportar mi angina, gripe, fiebres y mareos. Los impíos me lo arrancaron de las manos, como si de Cristo se tratara.

   Puse tres canastos en el piso y cargaba lo necesario empujando con los pies. Llevo anotado para no excederme en nada. En la verdulería encontré un zapallo redondo, cuando voy a cargarlo se me hundió un dedo, lo cambié por otro y se hundieron cinco dedos. Los melones refulgían, tomé uno y mi mano entera cupo en unos de sus polos. La espinaca era lo más parecido a la angustia. Llevé papas de difícil pelar, con protuberancias, nunca como papas. Puse perejil triste y dos zanahorias sin rigidez. Para un pucherito daba. Panadería, panes de semillas no quedaban, dijo con satisfacción la gorda amable.

   Cuando sentí un carro que se me venía encima, con un bebé gordo “mucho pan”, él me incrustó un helado en la cara. Lo tomé de los rulitos y lo senté en la góndola más fría. La vieja, de espaldas, ni bola.

   El súper, provisto de cosas viejas, caras y marcas pedorras. Me llevaron  a la caja con tres tristes canastos, empujados por carros impetuosos.

   La cajera pedía socorro, porque el choque fue múltiple, me escurrí entre tanta porquería y con un secador limpiapiso “molesta consumidor”, barrí todo el contenido de los carros, las cajas, con sus cajeras ineptas. Les hice mierda todas las cámaras de video y me fui cantando a casa.

   No gasté un mango. Me pareció súper barato.   

viernes, 23 de febrero de 2024

BUZIOS 1973

    No daban ganas de salir del agua. El sol lastimaba cruel. Venían los finos de Río, había que vender.

   Mis artesanías les encantaban. Se hacían servir los idiotas, no bajaban de los autos, yo tenía que caminar adoquines hirvientes y mostrar mis gracias.

   Ese domingo un tipo me tomó algunas fotos. Sentí que era importante. Nací tonta y crédula. Pregunté si quería compr…no me dejó completar la pregunta, compró todo, hasta el collar que llevaba puesto. Días después salí en O Cruzeiro: “Artesanato en Buzios…bla…bla…”. Tenía para dos meses de alquiler y comida. Me calé el sombrero y caminé por los adoquines, parecían fresquitos. La alegría refrescaba. Justo de frente, veo venir lo increíble, la tipa más talentosa de Bellas Artes, la más audaz, la más buena. Nos abrazamos y como cocodrilos, lloramos. Los diarios argentinos, decían que la buscaban sin resultado. Yo la hacía muerta, no le dije.

   Ella contó que su padre trabajaba y vivía en Río, estaba con ellos de vacaciones. Un descanso obligado, aseguró con ojos tristes. La invité a mi casa, agradeció pero regresaba en el día. Argumenté que ése era el mejor lugar del mundo, no había argentinos y se vivía con nada. La idea le gustó, pero no era lo suyo. La acompañé hasta el micro desvencijado.

   Después del abrazo final, dijo que quería cambiar el mundo y una aldea de pescadores no le servía. Meses más tarde, salió en el Journal do Brasil: “En un episodio confuso…bla…bla…”. Sus ojos brillantes en la foto y ella en mi corazón, para siempre.

   Era domingo. No trabajé. No pude. No quise.

jueves, 22 de febrero de 2024

LA MUJER LARGA

- I -

   Un camino de pueblo, arbolado con follaje generoso, como cuando no hay vecinos.

   Noche abierta, pariendo luna llena. Las hojas dibujan espectros en los adoquines.

   Una dama erguida, de piernas infinitas, camina sin prisa con una niña de la mano. Se pierde en una puerta en sombras.

   La única luz proviene de su piel lacada y negra. La niña suelta la mano y corre al encuentro de un animal que la espera. La mujer larga camina la mañana, dos niñas de ébano juegan a la mancha, mientras una empleada, con tonada boliviana, trata de controlar la anarquía que la supera. Hay asombro de un caminante habitual, que saluda gentil y pregunta por el parentesco de las criaturas exóticas, la boliviana contesta que son hermanas. Lo dice con miedo. La mujer larga la reprende, con palabras desconocidas y mira al hombre con severo repudio.

   Él sigue su camino, piensa en la negrita del día anterior, piensa que no es ninguna de éstas dos.

- II -

   ─Mirá si va a haber tráfico de chicos en un pueblo con tanta iglesia y tanto militar protegiendo nuestra patria justa, libre y soberana─ lo dice convencida, como esposa de milico de bota y católica devota.

   ─Olvido el lugar cuando despierto, abro los ojos allá y es acá. Este sueño tiene comida, recupero la música de Amadou et Mariam, ellos tapan los sonidos del hambre.

   La familia en la choza es una multitud de estómagos vacíos que aturden. Melodías del horror.

   Elogian mis ojos, las pestañas, culito alto, dicen, columna de africana, dicen, piernas perfectas, dicen, negra de mierda, dicen.

   Le dan a elegir tres y mi padre nos señala. Mamá agoniza, opaca, sólo brilla cuando nos ve partir. Abraza débil, sonríe a esa gente que nos da trabajo cruzando el océano. Tenemos miedo, el avión es grande. Hay chicos de aldeas vecinas, nos saludamos. No quieren que hablemos entre nosotros. Los destinos son Buenos Aires, La Plata y Pozo de piedra. Mis hermanas quedan en Buenos Aires. Les pagan en euros, casa y comida gratis. No saben cuál es ese trabajo. Suben a una combi.

   Una pareja me da la bienvenida, a la sonrisa perdida. Viajo mirando tierras infinitas. Ellos hablan entre sí, dicen que mi francés es perfecto, lástima que sea analfabeta. Mejor, dice el hombre, mucho mejor. Ella se ríe, está de acuerdo, lo toca ahí. Voy atrás, pero la veo por el reflejo. Mis hermanas se diluyen. La mejor defensa es no preguntar, no saber.

   Es parecido a mi aldea, con el agregado de sierras bajas y la ausencia del mar. Linda tierra, sin arena. Alguien pregunta por la cicatriz de mi mano, sonrío, nada más. ¿Voy a contar que fue por un choclo? Justo aquí, donde tirás una pestaña y nacen pestañas.

- III -

   No entiendo el idioma, sí el desprecio. Aspecto distinguido la negra. Chusma, ilegal, catinga.

   El sonido y el volumen de esas palabras pisan el corazón.

   Una pieza umbría y olor de rosas blancas trepando las rejas. Maruja, española, de sonrisa generosa, entra tres niñas tristes como la sequía. Rarezas de Senegal, pelo rubio mota, ojos azules, piel violeta.

   ─Tía René, dice Maruja que nos bañes─ se meten en la tina de azulejos que nunca vieron. Con la espuma de la mugre dibujan pájaros y flores. Vestiditos blancos prístinos y cintas para esos pelos rebeldes. Se ríen de nada. Los zapatos, los zoquetes, pies encerrados, serias enojadas, con suspiros.

   Todos la llaman Doctora ó Juez, me llega a la cintura. Salimos, ¡Mon Dieu Quelle chaleur! El auto tiene aire acondicionado, el pueblo está cerca, dicen.

   ─Ahora que sabés leer y escribir, podés declarar en las adopciones. Maruja habló de tu celeridad e inteligencia. Buen trabajo, la gallega. René querida, lo que viene es para beneficio de tu pueblo, nunca olvides. Debés silencio y es permanente.

   ─Vó tá loca, René, para eyo só una negra, pior que nosotro lo peone, que somo morocho y nos dicen negro, como a vó. Andate René, si descubren algo la culpa va a ser tuya, acá nadie defiende a nadie. Lo tuyo se yama trata de niño’, nos lo dijo el boga nuestro. Somo tré para ayudarte, el boga quiere que yevemo las pibita también. Vó por eso está flaca y triste. El boga é rico, tiene como cinco mil hetária. Herencia, nada de mafia, todo por derecha. Mirá si será bueno el hombre que se llama Ernesto, vó no sabé quién fue , pero fue el mejor. Este te paga el pasaje a vó y las piba. Te hace lo papele. Llamá a tu viejo ¿qué má queré? Dale negra, mejor morite de hambre allá y no de un balazo acá…pensá…No yoré má que me vaaser yorá a mí también.

   Lo escucho, pero tengo tantas dudas. Encima están las nenas, son mi responsabilidad. Me faltan fuerzas, tengo que comer y dormir para que esto no siga.

- IV -

   Ud. No tiene que volver sin nada, tengo dos ONG muy interesadas en el tema. Son muchos casos René, todo no se puede. Empecemos por Uds. Cuatro. Las tres niñas fueron extraditadas sin el consentimiento de sus padres, con identidades falsas. Así es este país, no muy distinto del suyo, René. Tendrá ud. La protección que nos asegurará su regreso sana y salva.

   Le mira la cara, ya no lo escucha. Un mar azul, mi aldea, la cara de mi padre, mis queridos hermanos. No me ocupa la cabeza el no saber cómo, sino cuándo. Recibiré dinero todos los meses, tendré asesores gratuitos que ayudarán en Senegal. Tiene cara de bueno, cómo no creerle. Aparece la Jueza, baja, con dos hombres altos. Se dirige a ellos y me mira como a un mueble.

   A ésta la trasladan al estudio, se encarga del maquillaje y el vestuario. Dice que va sin texto, que soy dócil y obediente. Llegan las combis sin ventanas, no entiendo porqué no está Ernesto.

   El hombre más alto me empuja dentro con cierta violencia y el otro mete la mano bajo su saco, la Jueza lo mira con tensión, dice que no es necesario.

   Cuanto menos entiendo, más desconfío. Estoy en un hangar lleno de luces que focalizan, las niñas tienen las caras pintadas y ropas ambiguas. Una mujer, que parece hombre, pide que me lleven, no me necesita. Se enoja, no sabe quién soy. El alto le explica algo al oído. El otro me toma del brazo y casi en el aire salgo del hangar. Hay sol y un monte para protegerse. Bajo un pino inclinado, Maruja, tomando mate, me extiende uno. No, gracias, me duele el estómago. Es el calor, asegura, por eso prefiere el invierno, me cuenta que en Pozo de Piedra hay dos estaciones, el invierno y la del tren. Raro este verano, ¿no muchachos?, se dirige a los tres peones, que están meta pala haciendo pozo. Nadie contesta, nadie me mira. Ellos me advirtieron. Veo dos sombras recortadas en el suelo del monte, llevan las manos hacia mi espalda. Siento algo en la nuca y entre los omóplatos, pierdo pie… juego con mi papá y mi mamá, nos metemos en el mar y es azul. Ellos se quedan en la orilla, yo me alejo, nado y los veo chiquitos, saludando a mis hermanos. 

miércoles, 21 de febrero de 2024

TEJER

    Remontar de un amor perverso lleva tiempo y dolor. Supera el esfuerzo del decolar un amor sano. El perverso es intenso, se parece a una serpentina de papel de otra galaxia suntuaria y termina siendo un alambre de púas venenosas, que producen adicción y deseos espantosos de inmediatez angustiosa. El amor perverso tiene un fuego que consume el cuerpo y el alma si no se quiere, no se sabe o no se puede, nos deja la metástasis del destrozo de la autoestima. El ser y su esencia nunca vuelven a tener la misma forma, los fragmentos no tienen adhesivos y la voluntad se excluye del horizonte de todo. Hay un punto donde la vida y la muerte gozan una permanencia imprescindible. Los sobrevivientes de los goznes perversos suelen sortearlos el resto de sus vidas. Hasta la razón se pone al servicio del convaleciente. La terribilidad desaparece, huérfana de nada.

   El amor sano deja crecer otros lugares, abre puertas donde se disfruta la soledad, inventando mundos nuevos. En el amor sano la perversión se disgrega, en el oxígeno que producen los corredores de aire. El cielo y el infierno conviven, es natural.

martes, 20 de febrero de 2024

LA DIFÍCIL PREGUNTA DE EZEQUIEL

    Y con esa mirada de ángel, directa, ingenua, tímida, quiere que le cuente de la dictadura militar, de la guerra de Malvinas, testimonios, datos, que él escuchó perdido en el humo de los olvidos. Y tiene un grupo de música que hace cumbias, quiere que las letras cuenten, considera que lo que no sabe es importante por algo, no cree saber y pide que le cuente. Es menudo, flaquito y tan joven, tan diáfano. Tiene esperanzas en su grupo de cumbias, como mi hijo guarda esperanzas en sus tatuajes y otros jóvenes en cosas diversas, ajenas a nuestros deseos, pertenencias de ellos, huérfanos de todo, pero si no está se inventan un futuro y muchos quieren saber el horror anterior y eso es un purificador de este presente tan sucio que ellos no merecen.

   ¿Qué le escribo? ¿Que en el 78 fuimos campeones del mundo en pelota, mientras se hacía pelota a hombres y mujeres, casi niños? Los unos en la cancha, los otros en La Cacha, El Olimpo, El Vesubio y tanto sótano y casa de ricos abandonada para la tortura seca, mojada, eléctrica, violadas y violados, partos obligatorios, niños de regalo.

   ¿Para qué? ¿Qué órdenes recibían los milicos, de dónde, de EEUU?, seguro, ellos deciden entrar en un país como asesinos, con permiso auto-otorgado y Vietnam y El golfo e Irak y Palestina y y y y son ellos. En los setenta se convocaba milicos a EEUU o a Brasil, les enseñaban a torturar, a conseguir mano de obra para la tarea.

   “Basta de ideas.” No importaba si eran peronistas, troskistas, marxistas, comunistas, anarquistas, lo que no debían permitir era que la gente pensara, los jóvenes en especial y los viejos sabios. Y cuando llegaron a treinta mil apareció un Dictador milico y borracho, que decidió atacar Las Malvinas, que eran nuestras. Flor de pelotudo el asesino, presenta batalla al primer mundo. Hubo gente más idiota que el borracho que llenó la Plaza de Mayo para gritar:

   ─¡Sí, vamos a ganar, las islas son nuestras!

   Llevaron soldaditos, casi niños, sin abrigos, ni instrucción, ni armamentos. Los eligieron morochitos del Chaco, Formosa, Santiago del Estero y esas provincias donde el negrito no vale nada y encima obedece y sobra. ¿Cómo borraron tanta sangre? Con otro pelotudo que luego de la derrota y la infamia del borracho apareció peinadito diciendo que entregaban el infierno, a un país con democracia civil, Alfonsín, que era Coca Cola y el primero que perdonó a las bestias. La supuesta y mentida democracia no la decidió el pueblo. La decidieron los milicos, mejor dicho EEUU, que hasta no hacer mierda a toda América no van a parar. ¿Cómo le explico yo a este chico tan transparente la cobardía, la infamia y el genocidio?

   Porque yo no me quedé ahí , donde la mano de obra anda entre nosotros, todavía. Me gustaría decirle que hay un genocidio segunda parte. Tiene otros actores, pero la víctima siempre es el pueblo. Pero estoy segura que EEUU y otros aliados cretinos tienen que ver.

   Son unas letras para cumbia.

   ¿Cómo explicar en simple, para que él pueda componer sus cumbias de esperanza? Muchachito ¿Cómo?

lunes, 19 de febrero de 2024

RESPETO

    Mi querido Dr. Psi Boured:

   No me atreví cuando hacíamos análisis cara a cara. Tampoco el diván me parecía apropiado para decirle cuán agradecida estoy por su contención, cuando aparecí en aquel estado. Fui sucia, de cuerpo y de ropa. Me picaba la cabeza, no eran piojos, no se usaban en aquel entonces, era mugre. Su sentido del humor, tan explícito, cuando me disculpé por mi aspecto y mal olor. Ud. dijo que no había diferencia con cualquier paciente de Melchor Romero. Me levantó la autoestima de sentirme nadie a ser un alguien mugriento, de Melchor Romero.

   Era la excusa perfecta para contar, a un desconocido, mis más íntimos secretos mezquinos. No podía hacer nada por el bebé de mis entrañas. Sólo amamantarlo y porque lo depositaban en mi pecho. Pensé en arrojarme por la ventana o dejarlo sólo y tomar todas las pastillas que Ud. me dio, pero juntas. Una procesión de familiares y amigos visitaban mi locura, le hacían ajó… ajó… al bebé. Luego huyeron de uno en uno, despavoridos. Ud. me quiso ver, ni bien le resumí que hacerme cargo de esa personita, me daba vértigo, náuseas y sombras tanáticas, acosando mi cabeza todo el tiempo.

   Aprendí, aceptando sin premura, que tenía un nuevo amigo, tan pequeño que debía custodiar su vida, para siempre. Finalmente nos quisimos y nos gustamos, era un hijo perfecto. Él sabía más de mí que yo de él ¿Recuerda Boured, que me llamaba todas las noches? Yo pensé que era por afecto, luego me enteré de la responsabilidad profesional, frente a una suicida, compulsiva, a cargo de un pequeñín, gustoso de haber nacido.

   Pasaron seis años y todas las semanas teníamos una sesión. Yo me bañaba, me vestía y pintada como una puerta, aparecía en su consultorio. Le contaba boludeces y muy de cuando en vez, algo reflexivo. Ud. me señalaba siempre lo mismo. Parecía una grabación. Varias sesiones corrió sus ejes, con dispensa psicóticas, perdón psicoanalíticas, habló de su hartazgo de los locos de Melchor Romero, de sus hijos que ya no parecían pertenecerle y del amor de su mujer por las pastillas. Yo le sugería cosas y Ud. me miraba con ojos de “-cómo podés ser tan idiota?”. Opté por callar. Ud. comenzó a correr de horario mis sesiones. Llamaba para suspenderlas por razones domésticas. Concertaba una hora y Ud. me despedía, porque la jaqueca lo mataba.

   Lo que me decidió, fue algo intrascendente, común en su praxis, que comencé a juzgar. Eran las seis en punto y soy maniática, con los horarios también. Ud. tardó diez minutos en atenderme, que se hicieron quince, veinticinco, treinta, de pronto, pasó la loca que atiende el consultorio de al lado. Me miró como a un insecto abandonado y con cara de batracio mal atendido, espetó que se fijaría en la planta alta. Esperé veinte minutos, hasta que el batracio, contenta, despeinada, con la pintura corrida y la falda al revés, volvió. Me miró con sorpresa y gritó hacia arriba ”- ¡Boured te espera una paciente!”. Ud. apareció despeinado, con ojos lagañosos y la bragueta desprendida. Muy suelto de sueño pidió disculpas y con cabeza de erudito, me dio el pase para el día siguiente.

   Lo perdono, Boured, debió estar cansado de la vida, me cobraba poco, sabía de mis ingresos. Así y todo, no le perdono, era mi cabeza su responsabilidad y no la sumió.

   Es mi derecho, mandarlo a la puta madre que lo parió.

domingo, 18 de febrero de 2024

DOSCIENTOS OCHENTA Y OCHO

   La casa de los Atencio era un misterio vecinal. Decían que había fantasmas que dormían en el jardín, cuidaban las ventanas sin cerraduras y las puertas también.

  Una casa sin cerrojos, de escaleras confusas, algunas para el subsuelo, otras para la entrada principal y una muy rara al costado. Allí vimos una mañana un cocinero de gorro blanco y bigotes negros, más grandes que la cuchilla que portaba amenazante. El placer de nuestra infancia era tocar el timbre y huir.

   Cuando decidí quedarme sola y enfrentar a quien me atendiera, salió una viejita flaca, toda vestida de negro, con medias de muselina y botas acordonadas de infinitos ojales. La nariz se le unía con el mentón y en la cabeza un sombrero enjaretado hasta abajo de los ojos. Sonrió y era un largo tajo de encías. Me invitó a pasar y no preguntó ni quien era. Las paredes de la casa estaban forradas de seda, con pedazos arañados y agujeros de humedad, color verdinegro. Ordenó un chocolate que trajo el cocinero, me guiñó un ojo el maldito. Le pedí a la viejita que me mostrara la casa. “Y cómo no…” dijo ella y tomó la delantera. En cada habitación había dos o tres gatos durmiendo en las camas, en las mesas o arriba de cortinados o en sillones, que debieron ser cómodos en otros tiempos. Ahora eran puro resorte al aire.

   Dijo tener dos hermanos que allí vivían. Un viejo que estaba loco pero era bueno y una hermana descarriada, que se pintaba la boca para ir a la iglesia y volver. Le conté que a ella y a su hermana, las conocía de las misas de los domingos, pero al hermano jamás lo había visto.”Ni lo verás” contestó. “Él vive en el sótano y sale los días de luna llena para contar las estrellas.” “ En un Domingo de ramos, subió al atrio del sacerdote y arengó a los feligreses contra los orientales, que nos iban a atacar.”

   “Él vio el humo desde la terraza, eran las chimeneas de Ensenada y pensó que era la guerra.” “Lo arrastramos hasta casa, nosotras y el cura, que bendijo el lugar y pidió que a mi hermano lo encerremos bajo llave.”

   “Fue muy atento de su parte, pero si hay algo de lo que carecemos es de cerraduras y llaves.”

   Hablaba mientras recorríamos tantos espacios…ya estaba medio mareada, se lo hice saber. Adujo que a ella también la mareaba, eran veinticinco habitaciones, tres comedores, ocho baños, cinco salas de recibo y el subsuelo, el sótano, la terraza y el jardín, tan oscuro y tan denso que los treinta gatos que vivían elegían la casa, como único lugar. Por eso el olor tan intenso. Le pregunté cuántos años tenía. Contestó que, entre los tres, tenían doscientos ochenta y ocho años y que sacara la cuenta.

   Me despedí de Ángeles del Socorro Atencio, le di un besito en los huesos y fui corriendo a mi casa. Le pedí a mi padre que le mandara un cerrajero a esos tres viejos indefensos y le conté lo vivido. Él era un hombre generoso y sensible. Llamó de inmediato a un señor de confianza, que hacía las cosas bien y cobraba acomodado. Y así fue como los Atencio tuvieron sus cerrojos y las llaves correspondientes. Al operario lo atendió Ángeles del Socorro, diciendo que lo dejaba sólo, para trabajar tranquilo. Habían pasado nueve horas y el cerrajero, agotado, cayó redondo y durmió. Cuando llegó la mañana, sin entender nada de nada, aquel hombre se encontró rodeado de dos viejas peladas y un viejo que le gritaba “¡Hay un ladrón!” y “¡Socorro!”. Apareció el cocinero, con su cuchilla en la mano diciéndole al cerrajero que lo iba a degollar. Y aquel señor, asustado, murió de un paro cardíaco. Ángeles del Socorro, no tuvo mejor idea que recurrir a mi casa. Mi padre llamó una ambulancia y luego a la policía.

   Cuando pasó todo aquello, no sé porqué mi madre y mi padre no me hablaron por tres meses, no tuve mis vacaciones. Me mandaron al campo de mi abuela, eso me puso contenta, porque en el campo de al lado, vivían unos hermanos que eran muy viejos y tenían una casa que era el triple de grande que la de los viejos Atencio. Desde el monte de la abuela, los miraba desde lejos. Iba a esperar unos días y luego me haría presente. Me encantaba visitar gente desconocida y viejita. 

sábado, 17 de febrero de 2024

PSI MANGARITO

   Todos los tipos huyen cuando me ven llegar, es más, ninguno me dirige la palabra. Y es porque soy fea, fea sin solución…

   —Continúe, Petunia, no se detenga.

   —A mí me da lo mismo cualquiera, alto, bajo, tuerto, desagradable, sucio, me da lo mismo.

   Soy fea pero amplia.

   —Permita que lo rubrique, su amplitud es apabullante.

   —Ud , Dr. Mangarito, ¿supone que no se acercan porque los apabullo?

   —En este tiempo de la mujer perfecta, no podemos pasar por alto, que la fealdad produce estampidas.

   —¿Y la parte de adentro de una, el espíritu, la nobleza de sentimientos, la vasta cultura, la lucidez, la inteligencia, no son atributos para que alguien se enamore?

   —Decimos que hoy, lo más importante, es el envase. La calidad humana, no le interesa a nadie. ¿Sí? Petunia, no es nuestra opinión, es un equívoco social lamentable…

   —Mi destino es la soledad eterna. ¿No es así Mangarito?

   —Petunia, pensemos que nadie es eterno ¿Sí?

viernes, 16 de febrero de 2024

QUINTINA MOLDAVA

   Libros, jamás apuntes. Fuma hasta las cuatro de la mañana, no prepara mate, para estudiar sin interrupción. Apaga el celular. Si tocan el timbre, no atiende.

   Fuma, lee, fuma, lee, fuma. Levanta la vista y nota que el humo permanece, no hay aire. Le recuerda un mar sin olas ni espacio, pero mar al fin. El agua es el humo que se queda y no se va. Por último cierra el libro que robó a la mañana y devolverá mañana. La librería es de su amiga, pero no quiere pedir prestado, robar la atiborra de adrenalina. La amiga, que se cree tan piola, ni cuenta se da del hurto y la devolución la encuentra siempre de espaldas. Quintina se acuesta al lado de la tabla devenida en escritorio. El último autor de consulta es un tipo sabio, sencillo y cosmogónico. Se acuerda de todo. Que le pregunten nomás, le apuesta a un nueve, no al diez, porque el jefe de la catrera, no, de la cátedra es un infeliz que nunca califica más. Una vez explicó la ausencia del número, Quintina no quiso escuchar pavadas, fumó sin que el tipo la viera. Olvida apagar la luz, no duerme, se desmaya.

   El despertador la aturde, abre la ventana que da al baldío arbolado, donde cantan los zorzales imitando a las calandrias, de sonidos agudos. Tienen humor los zorzales, hasta se burlan del chimango. Le dan ganas de quedarse a escuchar ese concierto. Decide no bañarse, se cambia el calzón y le pone desodorante al buzo. No le gusta echarse en las axilas, es malo para la piel. Tiene teorías al respecto. Quintina piensa que el cuerpo elimina el agua que le sobra por las axilas. Tiene mal olor, dicen algunos y fruncen la nariz ante la sola idea.

   Viene el micro repleto, ella se sumerge, la gente que la rodea está triste y ausente. No mira más a nadie. Hoy se levantó de buen humor y le dio miedo el contagioso miedo de los solos. La dejaban sin aire. Peor que los puchos, esos van a los pulmones, los otros producían impotencia y derrota. “Moldava Quintina…” llamaron, ni tiempo a ponerse un chicle. Tendría que hablar de lejos, apuntar con sus respuestas hacia otro lado. Tal vez para los idiotas, la baranda costara un triste siete. Entró al claustro, erguida y soberana. Quintina era más bella que los cánones vigentes, tanto que nadie hubiera imaginado que hacía tres días que no se bañaba y dos que no cepillaba sus dientes. Sonrió como Mona Lisa y habló todo el tiempo el tema de su tesis. Miraba a los ojos a los tres analfa que la escuchaban con atención o le miraban las tetas, Quintina no estaba segura. Dejaba silencios acotados, pensando lejos y mucho. Recordó un capítulo que todo el mundo eludía. Tenía complicaciones que Quintina desentrañó mejor que “el catedral”, así bautizó al catedrático. Dijeron “suficiente”, con gestos de “quiero más”, los tres le dieron la mano. El catedral en persona la informó de su evaluación:

   —“Diez”, la beca era suya.

   Volvió caminando para ensoñar los tres años en Praga, no la nueva de los semáforos, sino la vieja, de la memoria. Pasó por la librería de su amiga y le dejó el dinero del libro, el primero que compraba, el diamante de su tesis. Prendió un pucho y lo fumó apretado entre sus dientes. Abrió los brazos como alas para vuelos solitarios. Le molestó que los edificios taparan el sol. Escupió el cigarrillo en las escaleras del subterráneo. La manifestación de cada día le cerró el paso. Le dieron ganas de gritar lo que gritaban. Cortaron la avenida y llegó la policía. Vio mujeres llorando y hombres desesperados. Algo similar a un micro sin ventanas la llevó a Quintina y a otras personas, que insultaban sin defensas ni esperanzas. Le preguntaron su nombre y ella dijo no recordar nada.

   ─¿Y tus contactos, querida? ─interrogó una voz lejana y malvada. No pudo responder, le llovieron inesperadas patadas y golpes. Les molestaba su risa desenfadada y la postura de ausente. La encerraron con las putas, que curaron sus heridas y le prestaron consuelo.

   No supo cuántos días fueron. Apareció en la entrada de su casa. El portero y su mujer la subieron, le dieron unos tecitos y bolsas de hielo, llamaron un médico que diagnosticó dos costillas rotas y contusiones benignas. Logró reponerse, pero débil quedó. Su amiga de librería le preparó la valija y todos los documentos que le mandó el decanato. La bañó con dulzura, la vistió de persona y la llevó al aeropuerto. Cuando el avión despegó, pudo ver a su amiga que saludaba a dos manos. Quintina observó cómo Buenos Aires se alejaba gris y sin luces. Cuando prendió un cigarrillo, todo el avión fue un solo grito. Lo apagó de inmediato. Le dio vergüenza y cansancio. Su compañero de asiento le extendió una frazada y reclinó la butaca. Él también, becado y su lugar de destino : Praga. Quintina sonrió al tipo, buen mozo…diverti- zzz y atina-zzz.

   Durmió profundo, como si alguien velara su sueño, por primera vez.

jueves, 15 de febrero de 2024

...Y OLÉ!

    Tomaba fotos sorprendentes de objetos y personas opacas, su ojo descubría tesoros ocultos en un ángulo de baldosa ó en la inserción inexplicable de un viejo sanitario con el piso. Los hermanos Giovanetti, brindaron una fiesta a sus padres, aniversario de casados. Invitaron a Sebastián, que les guardaba un cóctel de afecto, sospechas y miedo. Tanos ricos repentinos, laburantes de nacimiento, con resultados más suntuarios que sus esfuerzos. Se hablaba de filones de juego, droga o testaferría, la gente hablaba, como le gusta a la gente hablar. Imaginando el lado más bestia de las vidas ajenas.

   Durante el transcurso del vino, cuando ondulan los espacios, pidieron a Sebastián tomar fotos del evento. Él no llevó su máquina, para poder tomar y fumar sin el cargo de cuidar su máquina entrañable. La mamá Giovanetti, con varias copas en su cabeza, le entregó una máquina pequeña, de una tecnología que prendó a Sebastián de inmediato. Algo tan chato y exiguo, con tantas posibilidades, le despertó las ganas, que el mandato Giovanetti le había dormido. Sacó las fotos de rigor, a los viejos, los hermanos, los tíos, los sobrinos, la mesa imponente y los mozos disfrazados de sillón con moño.    

   Cuando empezaron los discursos de palabras arrastradas, obvias, patéticas y etílicas, Sebastián se perdió en el jardín intrincado, bañado de luna llena. Dejando atrás las antorchas encontró un estanque, de aguas turbias, con islas de hojas secas y musgos inquietantes. Tomó fotos del fondo, que tenía la imagen diluída de aquella luna, rodeada de carpas dormidas. Perdió pié y la cámara se hundió en el fondo del estanque. Trató con su brazo y luego con varias cañas.     

   Resultó imposible el rescate. Escuchó los dulces llamados de la señora Giovanetti:

   —Sebastián, querido ¿dónde estás?, preparate, que ahora viene el vals. Sebas ¿me escuchás?...te esperamos…

   Él se irguió y pensó enfrentar la situación. Las piernas le temblaban y los pasos indolentes le dictaron que lo mejor era huir. Trepó al paredón como un gato, saltó a la calle, tomó su moto, con presteza lúcida arrancó con un ruido que tapaban las tarantelas y se fue a la mierda.

miércoles, 14 de febrero de 2024

CITROËN 78, FALTABA

 

   Había tanta niebla, tanto frío que el viejo Citroën  casi no arrancó. Entraba al laboratorio a las cinco en punto de la mañana. Todo desaparecía en el camino roto, de asfalto, que lo llevó a Magdalena. Recordó que debía lavar los tubos antes que llegara el jefe o sería maltratado el resto del día. Faltaban cinco para las cinco. Sintió tiritar sus manos, no supo por dónde entraba niebla hasta dentro del auto.

   Se detuvo sólo. Hubo algo que le impidió continuar. Entrevió un grupo de esos que arrojan lechazos de brea para llenar baches. Faltaban cuatro minutos, le pareció inoportuno el horario, pero útil a sus ruedas cansadas de traqueteos exasperantes. Alguien tocó su ventanilla. Una mano que no vio, pero una voz que escuchó. Decía que estaban reparando un trecho. Le sugirió regresar, ese trabajo llevaría un tiempo. Él dijo que no importaba, seguiría por la banquina o perdería el trabajo. La voz contestó “Hacé lo que quieras”.

   Tomó la banquina de memoria. Faltaban tres minutos. El Citroën respondió como sólo lo hacen ellos, lo llevó derecho, a paso de hombre. La niebla bajó lenta. Miró por el vidrio ausente de la derecha. Había un camión con bolsas de arpillera que los operarios depositaban en un trecho de dos kilómetros. Otros arrojaban piedras, otros brea. Pasó el puño por el espejo retrovisor y vio las bolsas alargadas, las piedras que cubrían, la brea que cerraba. Faltaba un minuto, el cartel que decía Magdalena. El Citroën paró solo y él bajó lleno de neblina. Tiritando, el laboratorio vacío y los tubos rotos.

martes, 13 de febrero de 2024

NADA MÁS

   —¿Ya cerrás el kiosco? ¿Viene el gordo?

   Lo vio parado, con los brazos que le colgaban y las llaves resbalando de los dedos. Igual que siempre, flaco, con anteojos negros, en la parada del micro.

   —Cerré porque me avisaron que se murió mi hermano, tengo que ir, me dijeron.

   Rafa tuvo un vahído, el sol, la respuesta, lo abrazó y el flaco nada, liso, serio. Paró el micro y subieron juntos. No soportaba aquel silencio desconectado:

   —¿En serio murió? ¿Yayo, el más grande?

   El paisaje pasaba, sólo andaba. El flaco ausente y ciego, escuchaba preguntas entrecortadas, absurdas:

   —¿Y de qué? ¿Qué le pasó?

   Lo miró y pensó que Yayo tenía razón: Rafa era boludo.

   —Murió de accidente, eso me dijeron, en Brasil, en la curva de no sé dónde mierda, había dos chicos más de La Plata y no sé más nada.

   Se sentaron juntos, el micro estaba vacío, el chofer miraba por el espejo pensando qué lindo ser joven un domingo como éste, esos dos ahí sentados, con el tiempo libre por delante, cuando Rafa inquirió:

   —¿Los otros también murieron?

   El flaco casi vomita y se largó del micro en Plaza Italia. Le dijo:

   —Vos quedáte, loco.

   Rafa siguió en el micro, sin entender, nada diferente, él nunca entendía. El flaco caminó la sombra del ombú, los pinos y se sentó en un banco. Dos cuadras y su casa. Qué importaba. Ahora qué importaba. 

lunes, 12 de febrero de 2024

CON TESTIGO

 

   Me dice que me repito, yo le muestro igual por ser mi único testigo. Vuelve, con mirada ligera, a decirme que me estoy copiando a mí. Que me invente de nuevo, otra cosa, otras palabras. Es hipócrita. Qué tendría que decir yo, que miro cómo tiende la ropa, de menor mayor, todos los días de su vida a la misma hora. Si llueve es igual, pero adentro, con cordeles, ideales para rodear su cogote y terminar con sus opiniones sin pasión.

   Le leo algo nuevo, distinto y con un final desopilante. Dice que resulto un tanto vulgar, carezco de ergometría vital y soy obvio. ¡Qué zorra! Ella jamás me preguntó qué pienso de su cotidiano trabajo. Tiene todo armado, barrer, gamucita con blem, la Srta. ódex limpia el baño todos los días. Todos. Anormal su sinergia de tender camas, cortar el césped, descongelar la heladera, bañarse rápido para no gastar agua, gas y tiempo. Y a este engendro yo le leo. Qué soledad desgraciada, la mía. Es tan simplota, que por eso la dejo juzgar mis escritos. Cruel por ingenua y honesta porque fue obligada por generaciones. Igual me sirve, no le tengo vergüenza, eso para mí es fundamental. Podría dejar sus controles digitales y ponerse gamba, no digo que me mienta.

   Pero que cambie algo, hoy que no lave la cocina, que me diga hasta luego y yo levantando los ojos, la vea salir en pelotas a la calle, para volver vestida, sin dar explicaciones.

   No sé, que invente algo nuevo. Seguro que la yegua es una putita encubierta. Eso me sería útil. Eso me haría escribir mejor. Por las dudas le voy a preguntar qué le parece.

domingo, 11 de febrero de 2024

DIVA

 

   La laguna de Chascomús se secó. Venían de pueblos aledaños para ver el testimonio de la seca. Ni un charco. Tierra partida y los pescados, muertos por asfixia, todas familias de pejerreyes. Ema convocó a sus amigas y vecinas, las Señoritas Vidaurrázaga y a sus vecinas y amigas de Buenos Aires, las Señoritas Wilson. Todas arribaron en tiempo y forma, las de Buenos Aires, tenían tierra en polvo sobre todo su vestuario. Se lo quitaron los abanicos y las pantallas de papel de toda la casa.

   Un chofer de un Ford-T, único propietario de un auto con seis asientos, se detuvo en la casa. Ema lo requería para viajar hasta el cementerio o visitar a su hermana Esmeralda, que vivía dentro del pueblo, seis cuadras, a su hermano Alberto que vivía a cuatro cuadras. Ella jamás caminó más de cuadra y media, le daba vértigo, decía. Olvidó invitar a Laura, su hermana menor, que convivía con ella, o mejor, que vivía para ella. Laura no le dio importancia, se puso el vestido que le diseñó Madame Eclectique, la mejor alta costura de Chascomús, no por su buen diseño, sino porque era muy alta, Madame Eclectique. Ascendieron al auto, fue una suerte que las Wilson fuesen tan menudas, apenas entraron.

   Al llegar al borde de la laguna, fueron bajando de una en una, menos Ema, que levantó su tul de incógnito y pidió que subieran, ya comenzaría la travesía. Ninguna quiso, tenían náuseas, dijeron algunas. Laura pensó que era un gesto de locura cruzar ese desierto, lleno de pescados muertos. Ema la miró desafiante y autoritaria, como cuando eran chicas. Las amigas presenciaron aquella afrenta, que terminó con un “– Dejate de joder, Ema. Si a vos te gustan las aventuras, a mí me gustan los jazmines.” Ema bajó su tul y tocando el hombro del chofer con tres golpecitos de punta de sombrilla, le pidió que cruzara hasta el cementerio.

   Al Ford le costó arrancar de nuevo, todavía sonaba en sus oídos la frase de la Señorita Laura, educada y sumisa, había desafinado con el: “Dejate de joder”.

   El auto andaba derecho y luego se bamboleaba.

   Ema saludaba, con su chal chino de todos colores, pero con la polvareda, se veía todo marrón clarito. Le pasaron los prismáticos a Laura, que dijo: “No, gracias” y agregó que detestaba las personas que daban espectáculos ridículos y públicos.

   Cuando Ema arribó, se paró en el pescante y saludó como una reina, sobre todo al fotógrafo del diario local. Hasta las amigas estaban rojas de vergüenza ajena y Laura de la propia, porque se trataba de su hermana. Decidieron volver a su casa a pie, podían respirar tilos, madreselvas, jazmines, magnolias, todos estos olores, disminuían las histerias del atardecer. Ema ya estaba en casa. El Ford en la entrada, las puertas abiertas, una botella de champagne en la mesa, la vitrola en un charleston. Aparecieron ambos por la izquierda y sonreían cómplices. El chofer bailaba como el dueño de la empresa de choferes y Ema había vuelto a los diecisiete. Él tomó una copa de champagne con cada una y con cada una bailaba una pieza y terminaron la noche con el chofer, de pieza en pieza.

sábado, 10 de febrero de 2024

A LA ESCONDIDA

 

   María dibujaba las paredes de su casa a los tres años. Ése era su papel, hasta el auto de sus padres fue el fondo de su primer mural. Nadie aplaudió sus obras, sí le aplaudieron sus mejillas para decir: no.

   Ahora ella es una obra de arte, a veces se tiñe de azul el pelo y lo cruza con un mechón rojo. Se inventa ropa de colores imposibles y anda por el mundo, como un cuadro hecho persona. Su dormitorio, de colores plenos, tiene dibujos que imagina y modifica a su antojo. Aprende a escondidas en un taller, donde su maestra la envidia, corrigiendo sin motivo, lo que brota de sus ganas.

   María acepta, la cree portadora de conocimientos que ella ignora.

   Un amigo le sugirió probar en otros lugares, la Facultad de Bellas Artes sería un disparador para su talento.

   María preguntó a sus padres si le permitirían elegir esa carrera. Ellos dijeron no, ellos dijeron Asistente Social.

   Se encierra en la pieza y sigue pintando, para cruzar el espejo, como Alicia limpia pisos a escondidas para comprar óleos y pinceles. Las sábanas viejas, que su madre descarta, son sus telas. Busca madera en los conteiners y fabrica bastidores. Cuando no hay nadie en su casa. Si la descubren, teme que la exilen. Su familia piensa a María como una circunstancia molesta, la oveja negra. Les indigna que la oveja se pinte de colores.

   No pueden detener la compulsión creativa de su hija. Buena para nada, le dice el padre. Ridícula vergonzante, dice la madre. María no escucha, se pone música dentro de los oídos para representar la   suprimiendo los grises y el deber ser que le es ajeno.

   Aprende a tatuar a escondidas, con un maestro que en la segunda clase, sintió que María lo superaba y se lo dijo. Ella lo besó color anaranjado y le hizo el amor violeta y verde. El maestro se dejó llevar por la paleta. Le enseña una vez por semana, frenó el delirio adolescente con clases que no dejaban tiempo para nada. María aceptó, porque ahora sabe que es mejor no esperar nada.      

  Juntó plata y se compró una máquina a escondidas. Se tatuó a sí misma y a sus amigos. Le vino trabajo, al punto de no tener tiempo para nada. Casi olvida decir a sus padres que se iba. Vive sola, en una casa color fucsia, para que parezca más grande le forzó la perspectiva, con espejos comprados a personas que prefieren no mirarse.

viernes, 9 de febrero de 2024

NOSOTROS

   Los quebrados económicos, cuando cumplimos años y lo festejamos, solemos recibir llamados telefónicos justificando su ausencia al onomástico por haberse quebrado un hueso del brazo, de la pierna o algún otro invento jaquecoso y lamentero. La dispensa ocurre desde casas de ricos sin fama y con dineros de raras proveniencias.

   Los quebrados económicos somos humanistas en nuestra mayoría y pertenecemos a la ex-cultura del libro y la cinefilia, de pasillos inteligentes y de horizontes por inventar. Nuestros corazones sin precio aprecian el teatro que fue, la música perdida. Valoramos los rescates y los nuevos, con ideas que tengan huevo y toda la carne a la parrilla.

   Los quebrados económicos solemos juntarnos, no sólo para marcar los años o el día “de”, emitimos sonidos de ballenas, que nos comunican sin cables ni celulares, tomamos mate, fumamos, hablamos de temas que competen a la creación humana, a su salvación y si Tánatos nos agarra, con esa facilidad de metiche que tiene, nos cagamos de risa, como Goya en sus pinturas negras.

   Los quebrados económicos tenemos la seguridad que las gentes que deciden formar parte de nosotros lo hacen por la búsqueda de lo genuino, mostrando profundidades o larguezas que transforman los encuentros en fiestas imprevistas y asombros con olor a nuevo.

   Los quebrados económicos somos más de los que parecemos. Hay intersticios que nos guardan para no dejar al mundo solo entre mangas de degenerados que tratan de quebrarnos las ganas. Es una pena para ellos, porque nuestras cosas no se venden, no tienen un lugar, ni una forma. Ocurre en una dimensión a la que ningún microbio comegente podría acceder. 

jueves, 8 de febrero de 2024

BERTA

 

   Los tres golpes de la portera, durante años. Por si el despertador no despertaba.

   Maestra de veinte niños, de cuarenta, de cincuenta y tres, alumnos que se multiplicaban y apenas diferenciaba. Le dio el horror de la locura y el beneficio de la licencia por psiquiatría. Berta tuvo como destino el pabellón de intermedios.

   Las sesiones con el psiquiatra la fatigaban. Como siempre eran profesionales diferentes, comenzó a ser personas diferentes, con alteraciones leves. Sabía cómo tranquilizar a un psiquiatra, ponía los ojos sabios y nobles. Hacían sentir al psi. como un enfermo recurrente, injusto y tacaño.

   Berta tenía ausencias que la ponían niña de seis años y hablaba y se movía como de esa edad. Creció y quiso volver a la escuela, convenció a los cinco médicos que le dieron el alta, remisión absoluta.

   Cuando las dos niñas llenaban los tinteros Berta apareció de atrás y las degolló. Llenó el resto con tinta roja sangre y escribió perdón en todas las paredes.

miércoles, 7 de febrero de 2024

CAOS

 

   Una mosca de adorno, para tapar alguna cicatriz. Parece tan real, tan asquerosamente real que me convenció. El tipo engominado tenía una mosca, cuyas patitas pugnaban por despegar, pero la gomina se lo impedía.

   Pasaban las estaciones y él no bajaba, tenía el perfil tranquilo y hasta feliz, parecía. Poco frecuente, parecer así. La mosca no, la mosca exhausta de tratar, estaba de costado.

   Tenía que bajar, pero como el tipo y la mosca no salían, me quedé. No quise dejarla sola en esa ciénaga.

   Podría rescatarla y llevarla a un bar, aquí cerca, en los baños encontraría sus congéneres.

   En las últimas estaciones, pude apreciar que agonizaba. Tomé al tipo de las solapas, con una sola mano y con la otra, rescaté la mosca. El tipo estaba armado e hizo uso, pensando un robo. Estoy en el piso, pierdo sangre y la mosca no puede despegar de la sangre. Veo la rueda de la ambulancia, el enfermero que trae una camilla en el hueco de su mano. Deposita la mosca y se la llevan al hospital. Ya no tengo fuerzas, encima la gente me pisa, me patea, me empuja. Ahí viene el señor que barre, me junta, por fin descanso en el fondo del latón.

martes, 6 de febrero de 2024

PSI-PAC

  —Mire Sartrita, ya van como veinte sesiones dedicadas a su hijito. De usted, quiero que me hable, qué quiere de la vida, cuáles son sus deseos, qué le gustaría hacer…

   —Ante todo, Dr Embroyo, mi nombre es Sarita, no Sartrita.

   —Por favor, sepa disculpar, se me produjo una mezcla entre su nombre y Sartre.

   —¿Qué tiene que ver Sartre conmigo?

   —No sé, me acuerdo que escribió La náusea y usted, a veces, me da… Bueno mija quiero ayudarla.

   —Yo de la vida quiero que mi hijo me quiera y más ahora que tiene un buen puesto, es asesor de la estúpida, perdón Embroyo, fue un fallido, de la Presidrenta quise decir, deseo que me consiga veinte jubilaciones de privilegio. Me gustaría un viaje por el Egeo, haría lo que fuera por él, si quiere que porte heroína, yo me prendo.

   —Cálmese Sartrita, bueno Sarita. Seguimos en lo mismo, su vida empieza y termina en su hijo.

   —Se equivoca, Embroyo, yo quiero mis jubilaciones y viajar al Egeo, con heroína si es posible. No hablo de mi hijo, hablo de mí.

   —Bien, bueno, bueno, pero no podrá negar que la proveniencia de lo que pide atañe a su hijo.

   —Parí un monstruo, Embroyo, no me llama, si llamo yo hace decir que no está. De todo lo que afana, perdón un lapsus, de todo lo que afanosamente gana, que es un montón, se lo aseguro, no me da nada. ¿Entiende lo que le digo, Embroyo?

   —Mi querida, la entiendo, hay cientos de personas en su situación. Pero debe usted ser algo objetiva, su hijo es un hombre y lamento ser yo el portador de esta conclusión, que debiera haber sacado usted misma. Lo que usted parió Sarita, es un corrupto que merece su desprecio. Si usted tiene valores morales y éticos, no se puede exponer a perderse en pasillos degenerados.

   —Usted está atrasado de noticias, ética, moral, son valores que no cotizan, no existen. Yo quiero guita, no me interesa si es robada, prestada o alquilada, quiero plata. Viajar y vender la droga más cara del mundo. La que paguen más. Y si estoy aquí soportando un psi, que hasta se parece a mi tío sacerdote, me voy y chau.

   —Estamos de acuerdo, váyase. Pero pronto, antes que le vomite encima. Si logra comunicarse con el delincuente de su hijo, dígale que me pague las veintiún sesiones que lo atendí gratis. Dígale que si no lo hace, le voy a mandar un morocho, paciente mío, hábil en estas lides.